#Dignidad4N
El orgullo herido
Lo apasionante y lo desesperante del agravio es que uno no sabe ni cuándo ni cómo llega, ni para dónde va a disparar. Desde que tengo memoria me ofende que me digan que soy “muy chico para…”. Me enfurecía, me descolocaba, me sacaba de quicio, me anulaba. Mi abuela (que pronunciaba seguido ese juicio) protesta hoy cuando le dicen que es “muy vieja para…”. Refunfuña, aduce sordera o demencia, y sigue agachada, bajando escaleras, regando plantas y colgando la ropa. Vive golpeada.
Hasta el día de hoy me cuesta entender los agravios que sentían los enojados con el gobierno kirchnerista. Pero esa sensación existía, no era pura operación mediática. La supuesta soberbia de la presidente enojaba fuerte. En mi cabeza, las cuentas cerraban: la prefiero a ella, siempre, todos los días, antes que a un presidente humilde pero incompetente, improvisado y anti-popular. Pero veía el enojo. Estaba ahí.
Para mí la intención nunca cuenta. No vale de nada. Hacer las cosas mal con buenas intenciones no sirve. Hacerlas bien con intenciones dudosas no resta. En política es claro. Las medidas más progresistas ¿Las toman gobiernos acorralados por las necesidades políticas de la coyuntura, por la presión de los votantes y el poder de las organizaciones en las calles? ¿O son resultado de la elección libre de toda presión y necesidad, de gobernantes árbitros, puros y espirituosos, neutrales en el olimpo de la abstracción? La democracia no vino nunca desde arriba, y nada indica que eso vaya a cambiar.
A algunos los ofende la presencia, la visibilidad, la pretensión, la expectativa, la igualdad. Y con ellos, poco se puede hacer. Pero ese grupo (sólo una parte) no empieza siquiera a acercarse a la explicación de lo que sucedió y mucho menos a la comprensión de lo que sucede.
A quienes les ofende la soberbia y la falta de diálogo, les molesta también la subordinación y poseen una suerte de igualitarismo instintivo, reactivo y sensible.
A quienes les ofende la corrupción, reclaman para sí el derecho de lo ganado, y se enfrentan al robo, a la estafa, a la avivada.
A quienes agravia el no-trabajo y la vagancia, creen que su empleo, su changa, su oficio o su vocación, valen la pena. Hay algo ahí. Un espacio en el que encontrarse.
El fin de la historia
¿Qué hace la gente cuando se siente agraviada, ofendida, atropellada? El historiador E. P. Thompson se hizo famoso por discutir cómo responder esta pregunta. Durante años se habló de “los motines del hambre” como si esas revueltas fuesen una respuesta política del estómago: “cuando las personas tienen hambre, saquean los mercados y roban alimentos”. Con historia de sobra, Thompson demostró que las personas hacen cosas muy distintas cuando tienen hambre, desde dejarse morir, hasta castigar a los acopiadores que trafican con las tripas del pueblo y hacen dinero de una manera considerada “inmoral”. Porque en el fondo nadie se mueve por hambre, sino por lo que considera justo.
Los relatos del “fin de la historia” son eso: los abogados del olvido, del fin de la memoria, del recuerdo de las muchas y distintas cosas que hicimos cada vez que sentimos algo. Lo cierto es que nunca podemos anticipar qué va a suceder cuando hay hambre.
Desde el 2001 se practicó una forma equivalente de explicación. Las personas saquean cuando hay hambre, y eso está mal. Pero si en vez de paquetes de arroz se los ve llevarse gaseosas y fernet, si alguno aparece cargando un led, un aire acondicionado o un celular, ahí ya es imperdonable, porque ya no roban porque tienen hambre, sino porque quieren. Como si fuese algo lineal: robar porque se tiene hambre. ¿Y si en vez de comida, saquearan animales? ¿O garrafas? ¿O estaciones de servicio?
Los relatos del “fin de la historia” son eso: los abogados del olvido, del fin de la memoria, del recuerdo de las muchas y distintas cosas que hicimos cada vez que sentimos algo. Lo cierto es que nunca podemos anticipar qué va a suceder cuando hay hambre. A veces genera estallidos sociales, y a veces sólo genera un fenómeno mediático con el que alguna corporación genera investigaciones académicas, periodísticas, editoriales y programas amarillistas.
Y tampoco podemos anticipar qué va a suceder cuando el pueblo se siente agraviado, ofendido, atropellado. A veces eso inmoviliza, privatiza, encierra. A veces genera votos por un gobierno de derecha, al primero que les habla de moral. Y veces, las más lindas, las más épicas, se va todo el pueblo a la plaza, porque les duele al dignidad.
“Ni hambre ni despidos”
Hace meses en la oposición se repite la idea de un “gran frente” como una especie de mantra que consuela por lo que no se pudo hacer cuando las papas quemaron. Esquivando una tormenta de balas se viene haciendo difícil construir grandes consensos democráticos. Pero cada tanto las columnas de opinión y las editoriales compañeras dicen que es eso: un frente, un amplio consenso anti-neoliberal. Pero por ahora nos cuesta construir consensos por fuera de las editoriales.
Quizás nuestra primera tarea política sea esa: la de multiplicar el agravio. Esparcirlo, contagiarlo, inundar todo: las escuelas, las empresas, las oficinas, las pantallas, las calles. Cavar el pozo de la pregunta ¿Cómo puede ser? ¿Cómo se atreven?
Quizás nos perdimos en la sintonía fina y sea tiempo de volver a las primera preguntas, las de los niños y los abuelos, las más básicas y, por eso, las más difíciles. Y ahí, quizás, la dignidad llegue como primera respuesta, errática, llena de dudas, dolida e irreflexiva. Una respuesta tentativa a la pregunta que nos viene juntando y encontrando en la marcha cada vez más seguido.
Una movilización convocada por las dos CTA con la consigna de #dignidad quizá sea eso. Ahí vuelven a estar los que eran y los que no eran kirchneristas, algunos que votaron en blanco, y hasta algún otro que votó a la Alianza Cambiemos. Para que se encuentren los agravios y las dignidades.
El bono de fin de año es eso, un agravio. Las paritarias, en cambio, son dignas.
Las políticas de empleo precarizantes y el subsidio estatal a las extraordinarias ganancias empresariales es agravio. El Salario Social Complementario que reclama CETEP es digno.
Prometer una revolución educativa, tasar la escuela a escondidos tras un “operativo” y recortar el presupuesto de educación y ciencia, todo al mismo tiempo, son agravios. La resistencia de los gremios a esas medidas es digna.
Angustiarse y pedir perdón por la independencia de la patria es un agravio.
Bajar las retenciones a los pull de siembra, bajar los impuestos a los automóviles de lujo y subir las tarifas del gas para abrigar los hogares es agravio.
Reprimir a los jubilados es agravio.
La privación del trabajo es agravio.
La persecución de los trabajadores es agravio.
La penalización de los derechos es agravio.
La detención ilegal y arbitraria es agravio.
El hambre es agravio. Pero comer menos sin estar al borde de la inanición también es agravio. No hace falta ser de Chaco ni de Nigeria para que lo sea. Es agravio.
En la marcha resolveremos los desacuerdos, los finos, los secundarios. Pero todos –óigame bien-, todos los de aquel lado están trabajando incansablemente para aplastar la dignidad, la nuestra, la que hoy nos duele. Y todos –sí-, todos los de esta vereda necesitamos sentirla para marchar. Y necesitamos marchar para sentirla.
*Por Gonzalo Assusa para La Tinta / Fotos: Eloísa Molina.