El enviado de Marx en Argentina: una historia de película
Raymond Wilmart llegó al país para fortalecer la actividad de la Primera Internacional. Al poco tiempo, se convertía en un reconocido abogado y miembro de la alta sociedad. Para preservar el apellido familiar, su hija quemó las cartas que le había enviado el fundador del socialismo científico durante la juventud.
Cambia, todo cambia
La década de 1870 suele ser vista por los estudiosos como la “prehistoria” del movimiento obrero argentino. Entonces, el país no acababa de integrarse al mercado mundial. Tampoco estaban claras aún las fronteras nacionales, ni consolidado el Estado o las clases sociales como las conoceríamos en el siglo XX.
Sin embargo, a partir de las transformaciones capitalistas que comenzaban a operar, se constituía una capa de trabajadores manuales inmigrantes que exhibía formas embrionarias de solidaridad y resistencia. A la vez, desembarcaban en estas tierras ideas socialistas y revolucionarias, que tomaban fuerza en distintos lugares de Europa. El proceso no estuvo exento de contradicciones.
Entre este “ya no más” de la Argentina post independencia y el “todavía no” de una economía integrada plenamente a la división mundial del trabajo como semicolonia agroexportadora, tuvieron lugar las primeras recepciones locales del marxismo. Por ello, en 1872 el diario La Nación dedicaba unas notas biográficas a Carlos Marx bajo la pluma de un “corresponsal anónimo” y no dudaba en llamarlo “un verdadero y completo Lucifer, una criatura bellísima dotada de una inteligencia suprema que ha consagrado a la ruina de la humanidad” *.
¡Vive la Comune!
La Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT o I Internacional) nació en 1864 como la culminación organizativa de las primeras luchas del proletariado contra un sistema que se extendía por el globo. Como la propia naturaleza del capitalismo, su carácter era internacionalista.
En 1872, un tal Émile Flaesch escribía desde Buenos Aires al Consejo General de Londres explicando que dieciséis personas habían fundado la primera sección en el país. La mayoría de ellos eran ex communards, es decir, exiliados de la Comuna París de 1871. La suerte de la sección argentina –así como la de la propia Internacional- sería incomprensible sin remitirse a este hito de la clase obrera mundial.
Si bien la AIT no desempeñó ningún papel decisivo en la preparación ni dirección de la Comuna, los obreros franceses estuvieron lo bastante influidos por sus ideas como para que pueda considerarse “la coronación lógica de su trabajo”**. A la vez, marcó un quiebre en el desarrollo de la organización. El reflujo del movimiento y el avance de la reacción que se replicó tras su derrota en todo el continente, llevó a que se exacerbaran los conflictos que había en su seno.
En 1872 tomó lugar el Congreso de la Haya de la cual participaron 65 delegados de quince organizaciones regionales. Allí se produjo la ruptura de los bakuninistas, quienes renegaban de la ratificación de las tesis marxistas votadas por la amplia mayoría y desconocían el nombramiento del nuevo Consejo General. En el marco de fuertes disputas ideológicas y políticas, una de las resoluciones de este Congreso –el penúltimo de la I Internacional- fue fortalecer la sección recientemente establecida en Buenos Aires.
De Europa a Argentina, persiguiendo a Lucifer
El emisario de Marx y Engels recorrió un largo camino antes de arribar al suelo porteño. Nacido en 1850 como Raymond Wilmart de Glymes de Hollebecque en la ciudad belga de Jodoigne-Souveraine, a los trece años rompió con su aristocrática familia, comenzó trabajar y a viajar. En Burdeos conoció a la hija de Marx, Laura, y a su yerno, Paul Lafargue, quienes lo introdujeron a las ideas revolucionarias y con los que trabó una fuerte amistad. Luego de militar codo a codo con el núcleo de la AIT que permaneció en la ciudad, próximo a los acontecimientos de la Comuna de París, fue elegido como delegado para el Congreso de La Haya.
Wilmart ya había expresado su voluntad de convertirse en un organizador de la Internacional. Con 22 años, se cumplió su deseo: los padres del marxismo lo eligieron como su heraldo en Argentina. Amenazado de arresto en Francia, llegó a España donde se refugió en la casa de José Mesa (obrero tipógrafo introductor del marxismo en la península) y, luego de pasar por Lisboa, pisó Buenos Aires en 1873.
La sección francesa de la I Internacional –que sumaría integrantes de otras nacionalidades- todavía no cumplía su primer aniversario aunque desde septiembre del año anterior ya publicaba su periódico, El Trabajador. Wilmart pronto pasó a integrar el Comité de Administración.
Durante ese tiempo, la organización experimentó un crecimiento considerable y se formaron lazos con asociaciones de sastres y carpinteros. Incluso se crearon las secciones italiana y española, y la prensa burguesa siguió su accionar. De todas formas, el año 1873 marcó un techo. La Internacional no sólo perdió regularidad en su publicación periódica, sino que desertaban militantes, al punto que para 1874 se desvanecieron los signos de su actividad.
¿Qué pasó con el joven Raymond? El intercambio epistolar que tuvo con Marx a lo largo de su primer año de estadía en Buenos Aires -del cual sólo se rescataron tres cartas del belga- devela tanto su derrotero como la situación de la Argentina en los años setenta del siglo XIX.
Los desvíos del enviado
Los integrantes de la AIT en el país, como reflejo de la cambiante fisonomía urbana, presentaban una base social inmigrante, de artesanos y obreros alfabetizados. A pesar de que no les eran ajenos ciertos motivos políticos y traían experiencias de lucha de sus países natales, expresaban una ideología que mezclaba reformismo y un vago socialismo, y tenían inclinaciones mutualistas. No casualmente, si bien en las primeras misivas de Wilmart a Marx se vislumbraba entusiasmo, pronto primaría la desazón. El “enviado” comenzó a advertir que todavía había muchas posibilidades “de convertirse en pequeño patrón” (sic.) y a criticar las formas “pre políticas” del país así como la mentalidad de los trabajadores. De hecho, en el 74’ se alistó voluntariamente bajo el mando de Lucio Mansilla para pelear contra las fuerzas del caudillo López Jordán, lo cual evidencia su deseo de que se consolidara un Estado centralizado y moderno.
Seguidamente finalizó su carrera como abogado para transformarse en un reconocido catedrático y jurista del establishment, casado con una miembro de la élite cordobesa, que pasó a los anales de la historia como uno de los fundadores de la nación argentina. “El doctor Wilmart en algún momento le dio problemas a la policía y hoy es un abogado de la élite porteña”, sintetizaría José Ingenieros en un escrito sobre la Internacional.
Pese que estuvo ligado laxamente a los años fundacionales del Partido Socialista y participó de la conmemoración del 1° de mayo en distintas ocasiones, el otrora militante se convirtió en un republicano defensor de la democracia (frente los valores oligárquicos y nacionalistas), que abogaba por el sufragio universal, las garantías institucionales, la buena gestión y la honestidad de los funcionarios.
En una edición de la Revista de la Facultad de Derecho donde Wilmart rendía homenaje a Paul Lafargue y Laura Marx, éste rescribía su propio pasado de tal forma que reivindicaba a sus antiguos camaradas y confidentes pero de despegaba de sus concepciones: “lo de acción sin piedad me horrorizaba y no conseguía conciliar la bondad y dulzura del corazón de Lafargue con la aprobación de ese plan de violencia sin límites”. A su vez, llegó a desaprobar la tesis doctoral de Alfredo Palacios (La miseria) quien, al publicarla, recordaría con burla el pasado socialista del profesor.
Este primer interlocutor del marxismo en el país murió en 1937. A su entierro en el cementerio de La Recoleta asistieron distintas figuras de la alta sociedad y La Nación le escribió una necrología. Se dice que su hija, una ferviente católica, quemó las cartas firmadas por Marx para mantener el “buen nombre” de la familia Wilmart.
¡Proletarios del mundo, uníos!
La decadencia de las secciones de la AIT en Argentina se debió, en gran parte, a la falta de condiciones para su consolidación. En 1870’, el capitalismo nativo se encontraba poco desarrollado y en el país primaban los trabajadores urbanos del tipo artesanal. Pero si bien esto puede explicar la decepción de Wilmart, no justifica su actitud lastimera frente a la historia que tempranamente arremetería contra todo pesimismo.
Hacia mediados de 1880’, se produjeron nuevas transformaciones estructurales que impactaron en los trabajadores y brindaron un terreno fértil a socialistas y anarquistas. Así, entre 1888 y 1889, se gestó un ascenso huelguístico que ya mostraba al proletariado como un actor de peso. Por otro lado, la llegada de la época imperialista no haría más que elevar estas contradicciones sociales a su máxima expresión.
A pesar de su breve existencia, la temprana conformación de la Internacional dejó un legado importante. Los trabajadores dieron con ella los primeros pasos hacia una organización autónoma. Aunque no pudieron desplegar el programa de la Asociación hasta el final debido que chocaba con su propio desarrollo material y subjetivo, quedaron planteadas algunas nociones que durante las siguientes décadas retomarían obreros, activistas e intelectuales. Principalmente, que la historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases, que toda lucha de clases es una lucha política y que los trabajadores no tienen patria.
Por Jazmín Ortiz para La Izquierda Diario
* TARCUS, H.: Marx en la Argentina, S. XXI, Bs. As., 2007.
** MANDEL, E.: La Primera Internacional y su lugar en la evolución del movimiento obrero, 1954.