Del barro venía
El mito de Maradona en la ciudad de Nápoles es conocido. Pero antes de los títulos, el Diego supo que el pueblo del sur tenía algo de Fiorito. En una cancha de barro, entre casitas precarias, el 10 jugó un partido solidario que marcó el rumbo del romance. El Dios de barro, comenzaba a marcar la cancha.
Pocos saben de este hecho que allanó el camino para que Diego Maradona comenzara a ser un santo en Nápoles. En su último libro “Mi mundial, mi verdad” relata cómo fue llegar al club del sur pobre. Hoy en día, cualquier portador de su apellido que aterrice en la ciudad, es venerado y agasajado.
Más allá de los títulos que le dio al club napolitano, el 10 siempre se identificó con la historia adversa de aquella región. Ya sea en el fútbol como en la opresión económica y política que sufren aquellos que están al margen de los centros de poder.
Quizá por eso en 1984, a poco de haber arribado a Nápoles, Diego se rebeló por primera vez a Corrado Ferlaino, presidente de la entidad, y protagonizó un insólito partido a beneficio en una cancha embadurnada de barro, tal cual lucían en su niñez los potrero de Villa Fiorito.
Como en Fiorito
Al ex delantero de Nápoles Peter Puzone le había llegado la preocupación de una familia pobre de Acerra, localidad ubicada a 20 kilómetros de la ciudad capital de la región. El clamor pedía organizar un partido a beneficio de su hijo enfermo.
La necesaria operación para salvar al niño no conmovió a la titular del club, quien no accedió a que el plantel se exponga en un picado contra jugadores amateur y menos que lo haga la joya más preciada. Pero la causa le llegó al 10.
Como intuyendo que su destino sería ser el dios pagano de esa gente y que eso, más su genialidad en la cancha, le permitirían ser intocable, inauguró la accidentada y conflictiva historia contra el dirigente.
El crack recién venido de Barcelona se rebeló y le comunicó a Ferlaino que él jugaría y hasta pagó de su bolsillo el seguro por el que los directivos alegaban que no debía participar de ese partido.
La filmación casera no tiene desperdicio. Un campo de juego cubierto de barro, el viento que soplaba con intensidad y el frío que se evidenciaba en los rostros de los arropados espectadores que cubrieron la única tribuna. Los autos estacionados a un margen del terreno y las precarias construcciones de fondo terminan pintando una postal que puede ser vendida como recuerdo de Acerra, Villa Fiorito o Ciudad de Dios.
Del resultado, no quedaron registros. La misión fue cumplida y la operación del niño se logró. El héroe comenzaba a desandar su camino inevitable.
Las desobediencias a Ferlaino se sucederían continuamente, como ocurrió en 1985 cuando Diego quería jugar los partidos con la Selección. La dirigencia se oponía y él respondía en conferencias de prensa: “Dije que voy a viajar y viajo. Pero no voy a faltar a ningún partido”, Así llegó a sumar 80 mil kilómetros de vuelo en 15 días.
La historia de Maradona en Napoli es conocida. El mito deportivo del 10 se forjó con títulos nunca antes pensado para la ciudad. Pero partidos como este, sin resultado ni mayores estadísticas, iniciaron el romance para que la leyenda sea apropiada y moldeada por los napolitanos. El Dios de barro, sucio y calentón, siempre fue tan parecido a ellos como ellos a Fiorito.