Masacre de Pergamino: Cara a cara con los asesinos de los pibes
El lunes, comenzó el juicio contra los ex policías imputados por la muerte de siete detenidos. Las audiencias finalizarán el 7 de octubre.
Por Leandro Albani para La tinta
Pergamino todavía no salió a la calle. Es lunes, siete de la mañana, y el frío cala en los huesos. Por la avenida de Mayo, cruzan algunos autos. El cielo empieza a clarear y el sol apenas asoma formando vetas anaranjadas entre nubarrones oscuros. Frente a la plaza San José, sobre la calle Pinto, el juzgado de la ciudad se despierta temprano: ya hay varias personas colgando banderas, tomando mates, charlando y fumando para tratar de olvidar la temperatura que no supera los tres grados. Son los familiares de los sietes pibes, víctimas de la Masacre de Pergamino, ocurrida el 2 de marzo de 2017 en la comisaría primera de la ciudad.
Ese lunes, cuando se cumplen dos años y medio de la masacre, comienza el juicio oral y público contra los seis ex policías imputados: Alberto Donza, Brian Carrizo, Sergio Rodas, Carolina Guevara, Alexis Eva y Matías Giulietti. Los ex uniformados están acusados de abandono de persona seguido de muerte y podrían recibir penas de entre cinco y 15 años.
Afuera del juzgado, los minutos transcurren entre conversaciones, nervios, algunos llantos y mucha expectativa. También hay emoción, sobre todo, cuando llega Carmenza Claros y su hija Lorena, madre y hermana de Jhon Claros, el cantante colombiano que murió en la masacre. Carmenza y Lorena arribaron al país el domingo y muchos familiares recién las ven ahora. El calor de los abrazos y besos que les dan corta un poco el frío y la tensión.
Quienes esperan que a las diez de la mañana comience la primera audiencia del juicio, que durará hasta el próximo 7 de octubre, saben muy bien qué pasó en la comisaría primera: un pequeño fuego iniciado por los internos en la celda 1 se transformó en un infierno debido a la inacción policial. Ese día fatídico, los uniformados estuvieron una hora, desde las 18 a las 19, viendo cómo se expandía el fuego y se llevaba las vidas de Sergio Filiberto, Fernando Latorre, Juan José “Noni” Cabrera, Alan Córdoba, Federico Perrota, Franco Pizarro y Jhon “Chilito” Claros. Lo que denuncian los familiares no es un capricho: la investigación realizada por el fiscal Nelson Mastorchio, basada en los testimonios de 12 sobrevivientes de la masacre, de los bomberos voluntarios (a quienes los policías entorpecieron su labor), de los familiares de los pibes y de los propios policías, además de las pericias y las actas oficiales, deja pocas dudas al respecto.
Durante 18 audiencias que se realizarán lunes, martes y miércoles, los jueces Guillermo Burrone, Miguel Gáspari y Danilo Cuestas, del Tribunal Oral en lo Criminal 1 de Pergamino, escucharán a cien testigos relatar lo que ocurrió el 2 de marzo de 2017.
En la plaza San José, el tiempo pasa. El puñado de personas que llegó a las seis de la mañana a colgar las banderas, ahora creció. En sus ojos y gestos, se repite la palabra “justicia”.
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El juzgado está ubicado en el centro de la ciudad. El edificio, blanco y de grandes ventanales, ocupa una manzana. Hace muchos años, ahí, funcionaba el hospital público. A los costados de la entrada, también hay banderas y, sobre una ventana, están los rostros de los chicos asesinados por la policía bonaerense. Al pasar la puerta principal del juzgado, se despliegan dos pasillos hacia los costados. En medio del edificio, hay un patio interno. Para quien no conoce el lugar, caminar por el juzgado puede terminar en una fácil desorientación entre tantos pasillos y recodos. Al final del pasillo de la izquierda, está la puerta que lleva al tribunal donde se realiza el juicio, custodiado por un grupo de efectivos de la policía federal. Unos minutos antes de la diez de la mañana, el pasillo se llena de familiares de los pibes. Hay tumulto y nervios. Personal del juzgado y los uniformados tratan de acomodar a las personas. Por otra puerta, que da al patio interno, ingresan los familiares de los ex policías imputados.
La sala de la audiencia es demasiado pequeña. Los abogados de los familiares de los siete pibes solicitaron que el juicio se desarrolle en el Concejo Deliberante. Sabían que mucha gente iba a querer presenciar las audiencias. La defensa de los policías rechazó este pedido. Los jueces también, argumentando cuestiones técnicas y de seguridad. La sala es un rectángulo claro, con tres ventanas altas con cortinas blancas y bordó. Hay dos hileras de bancos: a la izquierda, se acomodan los familiares de los chicos y, al costado, los de los policías exonerados. Los separa un pasillo angosto y de unos pocos metros, que desemboca en una silla y un micrófono, donde se sentarán los testigos para declarar. A los costados, se ubican los abogados de cada parte. Enfrente de los testigos, está el estrado para los jueces, flanqueado por las banderas argentina y de la provincia de Buenos Aires.
Todo el lugar está bañado por una fuerte luz blanca. Cuando una puerta lateral de la sala se abre, un silencio profundo se apodera del lugar.
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Un grupo de policías federales sale por la puerta, pertrechados para la guerra. Dos se acomodan al fondo de la sala, otros dos se ubican detrás de donde se sentarán los testigos. Aparecen más policías y, entre ellos, llegan, esposados, los imputados. Todos y todas los miran. El juez Burrone solicita que le saquen las esposas. Algunos imputados sonríen y guiñan los ojos hacia donde están sus familiares. Donza es el que más sonríe. Una oficial de la federal le retira las esposas a Guevara. Después la mira, le acaricia un brazo y le sonríe. Los imputados se sientan detrás de sus abogados, Carlos Torrens y Federico Mastropierro (defensores del ex comisario), y Gonzalo Alba y Gabriel Castro Capria (que representan al resto de los ex policías). Los federales forman una pared entre los imputados y el público. En un lugar tan reducido, los fusiles y escopetas de los policías parece un exceso.
El juez Burrone le pide a los imputados que se identifiquen. Muchos de los familiares de los chicos es la primera vez que escuchan sus voces. Los ex policías hablan en tono monótono, pero firme. Sus caras no dicen nada. O, tal vez, muestren la frialdad con la que actuaron ese 2 de marzo de 2017.
Los magistrados se recuestan sobre los sillones de madera y cuero. Burrone es el primero en hablar y explica que, durante las audiencias, se van a escuchar testimonios que quizá “no van a gustar”, por eso, exige a los presentes “el mayor de los respetos”. “Cualquiera que haga algún comentario o exclame algo será expulsado de la sala”, asevera el juez. Después, le pide al fiscal Mastorchio y a los abogados de las partes que lean los lineamientos de la causa.
El fiscal relata lo que sucedió en la comisaria primera, basado en la investigación que encabezó. Mastorchio remarcó el período de tiempo desde que “comenzó el primer foco ígneo y que se produjo la muerte de los chicos”, donde los entonces policías no hicieron nada. Por eso, asegura que los imputados cometieron el delito de “abandono de persona seguida de muerte”. Para el fiscal, los ex uniformados no hicieron caso a los gritos y pedidos de ayuda de los 19 detenidos que se encontraban ese día en la seccional. Además, entorpecieron el trabajo de los bomberos, que fueron avisados cuarenta minutos después de iniciado el fuego, y también se negaron a abrir la reja que comunica con las celdas.
Los abogados y las abogadas de las familias respaldan la investigación del fiscal. Además de sumar nuevas descripciones sobre la inacción de los ex policías, el abogado Maximiliano Brajer, que representa a la hija de Fernando Latorre y Mariana Noguera, resume que “los policías violentaron la función que era inherente a su responsabilidad”. Margarita Jarque, abogada de la Comisión Provincial de la Memoria (CPM), acota que, en el juicio, se van a probar las responsabilidades inmediatas de la masacre, pero que no descarta que se produzcan pruebas que permitan avanzar sobre las responsabilidades políticas.
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En la sala, nadie se pierde una sola palabra pronunciada. Mientras los abogados hablan, casi todos miran a los ex uniformados responsables de la masacre. Donza, el ex comisario que estuvo prófugo durante 400 días, clava su mirada en algún punto perdido entre el estrado y un rincón de la sala. ¿Qué pasa por la mente de los ex policías? Es difícil desentrañarlo. Tal vez, se pueda armar una idea real cuando, si no se niegan, declaren ante los jueces.
En los bancos donde están los familiares de los chicos, Alicia –la mamá de Franco Pizarro- baja la cabeza, cierra los ojos, se lleva una mano a la cara y respira. Para Alicia, estos dos años y medio fueron muy duros. Todos los días, ella pone en la mesa de su casa el plato para Paco; todos los días, espera que su hijo entre a su casa y la salude con un abrazo. Ahora los ojos de Alicia brillan entre tanto dolor.
Jorgelina Ferreyra, la madre de Federico Perrota, está sentada más atrás. En las manos, sostiene un cartel con la cara de su hijo. Por un instante, clava los ojos en los ex policías. Jorgelina baja la cabeza. En ese momento, donde los términos jurídicos cruzan la sala, sabe que los temas que cantaba Fede solo viven en su memoria.
Abigail tiene 11 años y es la hija mayor de Paco Pizarro y Anabel Delmas. Desde que se conoció la fecha del inicio del juicio, dijo que quería estar. A Abi, como le dicen todos, no le importa lo que opinen jueces, abuelos y abuelas, amigos y amigas. Ella quiere estar para ver a los responsables de la muerte de su papá. Abi está sentada al lado de su abuelo Alberto. Los dos hacen fuerza para no llorar y parecen diminutos en esa sala desbordada. El miércoles, cuando le tocó declarar a su mamá, las abogadas de la Comisión Provincial por la Memoria (CPM) le pidieron al juez que Abi pudiera presenciar la audiencia. Ese día, antes de entrar en la sala, espera con su tía y su madrina, a quien le dice que vayan para adelante así ingresan a la sala. Abi quiere estar ahí, porque entiende que ella y sus hermanos Pilar y Bastián son el pedacito de luz más grande que dejó Paco en esta tierra.
Los ex policías imputados, ¿saben que Abi está en la sala? La hija de Paco y Anabel escucha atenta, hace fuerza para retener las lágrimas, no puede quedarse quieta en el banco, la bronca se le escapa desde lo más inocente de su pecho. ¿Qué piensan Donza, Carrizo, Guevara, Giulietti, Rodas y Eva? Sus caras, en una sala blanca y respetuosa, destilan indiferencia.
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Carlos Torrens toma la palabra en representación del ex comisario Donza. Dice que lo que ocurrió en la comisaria primera fue un hecho “infrecuente” y que la decisión que se tome tiene que estar alejada de “todo tinte político”. Como lo hizo cuando Donza se entregó a la justicia, Torrense argumenta que su defendido siempre estuvo dispuesto a colaborar –pese a sus 400 días en calidad de prófugo- y que realizó varios pedidos a sus superiores para que se mejoren las condiciones en la seccional. Torrens aporta la primera novedad del juicio: afirma que no hubo dolo en el accionar de Donza y que podría tratarse de un delito culposo, abriendo la posibilidad de que a su defendido lo condenen por una pena menor.
Cuando es el turno de Gonzalo Alba, el abogado no anda con vueltas: asegura que en este caso existe “una ritualización del expediente”, defiende la “absoluta inocencia” de sus representados, acusa la fiscalía de presentar una investigación con “un relato difuso, genérico, sin autoría”, y asegura que su objetivo es “derribar” la acusación contra los ex policías. Mientras habla, el abogado gesticula y mueve las manos con exageración. A primera vista, con su traje impecable y sus modales sobreactuados, parece un yuppie desfasado llegado de décadas pasadas. “¿Necesariamente tiene que haber un responsable?”, lanza Alba y en la sala se siente el estremecimiento. “El derecho penal no se puede interpretar según la coyuntura”, dispara. Con una dicción acelerada y que pretende ser perfecta, finaliza: “Se va a demostrar que esta causa ni siquiera se tendría que llevar a juicio”.
Cuando el juez llama a cuarto intermedio hasta el martes, los familiares de los siete pibes salen conmovidos de la sala. Los ex policías son retirados por los efectivos de seguridad y no pierden la oportunidad de sonreír otra vez e intercambiar algunas palabras con sus familias.
Los abogados y las abogadas de los familiares de los pibes remarcan las diferencias de las posturas de las defensas de los ex uniformados. En los pasillos del juzgado, alguien dice: “Alba es un desmesurado, se comió el personaje”.
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En las dos audiencias restantes de la primera jornada del juicio, declararon 12 testigos: Silvia Rosito (madre de Fernando Latorre), Cristina Gramajo, Andrea y Diego Filiberto (mamá y hermanos de Sergio Filiberto, respectivamente); Juan Carlos y Milagros Pizzaro (padre y hermana de Franco); Anabel Delmas (pareja de Franco Pizarro), Daiana Brunel (hermana de Federico Perrota); Lorena González (hermana de John Claros); Laura González y Julio Daniel Cantoni, (tíos de Franco) y Camila Gamarra (amiga de “Noni” Cabrera).
En sus testimonios, recordaron cómo se enteraron lo que estaba sucediendo en la comisaría, en qué momento llegaron a la seccional, lo que les decían los policías (todos y todas coincidieron en que, cuando le preguntaron a algún uniformado, las respuestas fue que los chicos estaban bien), las paupérrimas condiciones edilicias y de salubridad que veían en la comisaría cuando iban a las visitas y quiénes eran los pibes que murieron.
Los testigos que ese 2 de marzo se cruzaron con algunos de los ex policías imputados, coincidieron que ninguno de ellos tenía manchas de hollín o las caras tiznadas. En los relatos, también apareció el policía Eduardo Hamué, que todavía sigue en funciones, y llegó a la comisaría cuando el fuego ya estaba desatado. En los testimonios, se pudo reconstruir que Hamué entraba y salía de la comisaría, hablaba con algunos de los familiares que estaban en la calle y hasta fue el encargado de recolectar las esposas que tenían los policías locales que se encontraban en la puerta de la seccional formando un cordón de seguridad. Hamué es muy conocido por los familiares de los chicos. A los pocos días de la masacre, fue uno de los policías que subió imágenes ofensivas hacia los siete pibes y sus familiares en las redes sociales, por lo que fue suspendido durante un tiempo de la bonaerense.
Otro uniformado que apareció en algunas declaraciones es Brian Ciro, miembro de la policía motorizada, que también se encontraba en la comisaría durante la masacre. Camila Gamarra, amiga de “Noni” Cabrera, contó sobre los mensajes de audio que le llegaron y que Ciro enviaba desde la seccional. En esos audios, que están en la causa, Ciro habla de los “negros de mierda”, de que hay fuego y que va a haber balas y muertos. Gamarra, además, recordó haber escuchado disparos de armas de fuego que provenían de la comisaría.
Cristina, la madre de Sergio, afirmó que, en una de sus visitas a la comisaría, vio una heladera llena de cerveza. “Eran latas amarillas”, dijo. Cristina agregó que en la seccional no ocurrió “un infortunio”, sino que “hubo una intencionalidad” por parte de los policías.
Daiana, la hermana de Federico, contó que, en una de sus visitas, su hermano le pidió que contactara a una persona que le iba a entregar dos tabletas de pastillas y que, al otro día, a las siete de la mañana, se las tenía que entregar en la esquina de la comisaría a “Rojitas”. Así le decían los detenidos a Brian Carrizo, por ser oriundo de la ciudad de Rojas.
Lorena Claros, la hermana de Jhon, recordó que, cuando le avisaron, llamó a un celular que tenían los presos en las celdas y, cuando la atienden, escucha gritos y los ruidos de los golpes contra los barrotes. Aunque pidió hablar con su hermano, ya era tarde.
El miércoles, se proyectó en la sala un video de cuarenta segundos, filmado con un celular por uno de los detenidos en la comisaría. En la imagen, se ve una pequeña bola de fuego en el piso, cómo las personas de una celda golpean los barrotes y se escucha una voz que dice “acá nos estamos muriendo”. El video no pudo terminar de proyectarse. Los familiares de las víctimas rompieron en llantos y algunos se descompusieron. El juez llamó a un cuarto intermedio de 15 minutos. Los ex policías, sentados de frente a la pared donde se veía el video, tampoco demostraron misericordia por lo que acababan de ver.
*Por Leandro Albani para La tinta / Imágenes: Luis Angió, para El Diario del Juicio.