La construcción natural como práctica cultural de resistencia
En el Valle de Paravachasca, un equipo de arquitectos y arquitectas pone a andar sus saberes acerca de la arquitectura sustentable en talleres comunitarios. Los procesos participativos, la democratización de los conocimientos y un activismo consciente -y en red- son los pilares para construir nuestros propios hábitats.
Por Soledad Sgarella para La tinta
“Habitar es construir espacios vitales, construir sentidos desde los afectos,
desde el cuidado y el abrigo. (…)
El habitar es siempre colectivo e incluye lo político como acción que incide directamente
en el potencial creativo y transformador”
Verónica Blanco Latierro, 2015.
¿Qué significa tener un hogar? ¿Cómo podemos construir los espacios que queremos habitar en nuestras comunidades? ¿Es posible organizarnos colectivamente y hacer de nuestros lugares de vida espacios sanos, elegidos y construidos por nosotras, nosotros y nosotres?
María Rosa Mandrini, Alejandro Macchione y Natalia Guendulain responden segura y afirmativamente a esas y otras preguntas, y sus respuestas no solamente se traducen en tesis doctorales, sino en talleres comunitarios donde comparten experiencias, técnicas y asesorías mientras -efectivamente- planifican y construyen.
Dos experiencias actuales y genuinas en Córdoba
Durante la segunda mitad del año pasado, el equipo coordinó un taller en el que más de 20 participantes construyeron el edificio de la Biblioteca Comunal de La Serranita.
Este año, en Villa Los Aromos, la propuesta se replica, y junto a vecinos y vecinas de la zona están levantando el espacio para la Biblioteca Popular La Urdimbre.
“Tanto en el taller compartido en La Serranita, como en el que ha comenzado este año para la Biblioteca Popular La Urdimbre, intentamos experimentar estas ideas, no sólo concentrándonos en la forma de construir, sino haciendo especial foco en deconstruir la idea de cómo se transmite el conocimiento” cuenta Mandrini a La tinta.
“En el caso de La Urdimbre, resulta posible debido a que presentan un trabajo como colectivo ya instalado y en constante desarrollo, que trasciende los límites de lo constructivo. En los encuentros se busca romper con la verticalidad, apuntando a las reflexiones colectivas, generando el espacio para que construyamos juntes nuevas ideas o soluciones mientras trabajamos en la obra, a partir de los conceptos claves que involucran a este tipo de arquitectura. A veces resulta difícil esto, ya que mucha gente llega a los talleres buscando la fuente del saber, pero la idea es justamente cortar con esta forma que hemos heredado. Porque más allá de cómo construyamos y qué tipos de materiales utilicemos, confiamos en que el conocimiento compartido podrá ir generando las bases de un pensamiento autónomo, reflexivo, posible de ser sostenible mediante un habitar atento, a través del tiempo” , aclara generosamente la arquitecta.
La construcción natural y la cultura comunitaria, un sólo corazón
La arquitectura, como campo disciplinar y como práctica cultural, está directamente relacionada con los modos de vida de cada pueblo, con sus costumbres y su historia, y viceversa. En retroalimentación, los modos de construir nuestras viviendas tienen un vínculo estrecho con nuestros modos de hacer y estar en el mundo -con nuestras cosmovisiones- en unos idas y vueltas permanentes.
Dicen Mandrini, Macchione y Guendulain: “Entendemos un construir consciente, responsable con el entorno, no sólo natural, sino social, cultural, político, económico. Interpretar esa particularidad que cada situación presenta sin aferrarnos a mandatos académicos o ideológicos. La idea es actuar en el entorno ambiental, dejando la menor huella ecológica posible, ver por dónde vamos a comunicarnos con el paisaje, entender el recorrido del sol en la zona, los vientos, que árboles se van a integrar con el espacio que se genere.
Pero también reconocer a la persona o comunidad que lo va a habitar se vuelve fundamental, ver qué recursos materiales se disponen, quiénes construyen y quiénes habitan, considerar el sistema de comercio y producción local, qué se produce y dónde, qué nos está ofreciendo el suelo donde nos vamos a asentar, para, a partir de todos esos factores poder tomar las decisiones más adecuadas, acertadas para esa situación única e irrepetible”.
Respecto de quienes eligen la arquitectura sustentable, como Mandrini expone en su tesis para el Doctorado de Arquitectura y Urbanismo de la UNSJ: “En términos generales, se trata de personas que confían en la ayuda mutua, en el trabajo compartido, en la solidaridad y en la no dependencia de la sociedad de consumo. Por lo general, estas personas buscamos formar alianzas para la vida en comunidad con personas que compartan sentidos en torno a diversos aspectos; entre ellos, concebir al progreso como un sinónimo de mejorar la calidad de vida propia y de la comunidad, y no como la acumulación de capital económico”.
¿Qué formas de tecnología son compatibles con la clase de sociedad que queremos construir?
En esa misma tesis doctoral, Mandrini hace alusión a esta pregunta realizada por Langdom Winner (un teórico estadounidense, contemporáneo) sobre la ideología política de la tecnología.
Los arquitectos y arquitectas le cuentan a La tinta que en las últimas décadas de nuestro querido siglo XX y en estos inicios del siglo XXI, a nivel mundial, el interés por los materiales naturales como insumos de construcción ha cobrado ímpetu, a favor del cuidado del medioambiente y de desarrollos tecnológicos más amorosos con nuestro planeta.
“Hemos sido y somos testigos de cómo la arquitectura se va nutriendo de ideas sobre el habitar que intentan ensayar respuestas a la heredada sociedad industrial de la que somos parte… a partir de la revalorización de este saber ancestral, la arquitectura de tierra, y todo el movimiento social que acompaña su resurgimiento, constituye una forma de “alternativa creativa de resistencia” a ese modelo cultural.
Actualmente se han complejizado y multiplicado estas miradas, y está comenzando a vislumbrarse un horizonte con respecto al rol del ser humano en su habitar. A pesar de que algunos de los movimientos arquitectónicos culturales actuales como el bio-climátismo, la bio-arquitectura y la bio-construcción, la permacultura, la eco-arquitectura nos nutren de revisiones interesantes sobre la forma que habitamos aportando nuevas maneras de construir, sentimos que al mismo tiempo se corre el riesgo de caer en fundamental“ismos”, y por eso, creemos que resulta vital interpretar cada una de estas visiones o movimientos para poder plasmarlas en la particularidad del caso que nos convoque, tomando lo mejor de cada una, desde una forma de habitar atenta.”
Mandrini por último remata: “Es importante que podamos crear opciones desde la arquitectura que cuestionen las formas impuestas de conocimiento, es resistir a las prácticas dominante. Reivindicar el uso de materiales y de técnicas ancestrales apropiadas culturalmente y en comunión con el todo, desde la praxis arquitectónica cotidiana.
Las acciones colectivas creativas y pacíficas deben ser fuerzas impulsoras de un cambio social, que aporten al necesario equilibrio cultural, y el hábitat construido en tierra y con materiales no industriales es una de estas prácticas culturales.”
*Por Soledad Sgarella para La tinta.