Pánico y locura en Bangladesh
Crónica urgente desde el país que se mueve al ritmo de la selección de fútbol argentina, donde las pasiones que despiertan Maradona y Messi se palpan en cada calle, y los goles se gritan y festejan con los colores celeste y blanco.
Por Santiago Montag, desde Bangladesh, para La tinta
Bangladesh se convirtió en un tema recurrente en las conversaciones argentinas por su famosa y curiosa hinchada, que alienta a la selección de fútbol desde el otro lado del mundo. Los medios de comunicación mencionan la euforia asiática como si fuera una provincia más del país. Lo cierto es que guarda ciertas similitudes, pero sus diferencias son importantes.
El mundial se vivió al extremo, las calles caóticas con el tráfico sobrecargado se pintaron de la albiceleste cerca de las 12 de la noche porque, una hora después, comenzaba el partido contra Croacia. Las personas se reunieron a ver el partido proyectado en la canchita del Rahmatganj Kriya Chakra (RKC), un antiguo equipo de fútbol de la ciudad. Uno pequeño, pues el deporte no es un destino de inversión en Bangladesh y el poco que hay es para el cricket.
Arnaab, un conductor de Rickshaw (la característica bicicleta para transportar pasajeros), me dijo que “ese es el deporte de los patricios, pero el fútbol es el deporte de los plebeyos”.
En la cancha, solo éramos varones, las mujeres se quedaron en las casas. Pero al observar los balcones que rodeaban el potrero bengalí, allí se notaban muchos cuerpos curiosos. Recordemos que Bangladesh tiene una enorme mayoría musulmana y su religión, el Islam, fue impuesta por el Imperio Mogol (1526-1858). Además, existe una minoría hindú, entre otras religiones, dentro de las 50 etnias (con sus lenguajes) que habitan un país apenas más extenso que la provincia de Córdoba. Bangladesh también contiene muchos rasgos conservadores.
Antes del partido, la locura no frenaba. “Messi, Messi, Messi”, “Dy-ba-la, Dy-ba-la”, así cantaban los pibes sentados en el suelo, esperando ansiosos que sonara el silbato que diera el inicio al encuentro por semifinales del Mundial en Qatar.
Durante el partido, todos hicieron los mismos silencios como los sonidos, sufrieron las malas jugadas y ataques croatas; se agarraron la cabeza, sonrieron y aplaudieron las buenas, y gritaron desaforados los tres goles de Argentina.
Los nombres de los jugadores se escuchaban por lo bajo. Todos conocían la formación del equipo. Aplaudieron al Dibu Martínez y se rieron de Luka Modric cuando recibió un pelotazo en la cara.
Kais, un estudiante de finanzas, me dijo: “Amamos a Maradona y sufrimos mucho cuando murió. Él se enfrentaba a los poderosos. Mi padre me legó esa tradición de apoyar a Argentina”. Mientras se acomodaba su larguísima cola de caballo, agregó: “A mi padre le costó mucho asumir que Messi pasaría a usar el número 10”.
Acá en Bangladesh la reacción del gol de Messi#ArgentinaVsCroatia #Qatar2022 pic.twitter.com/JRNjK9mNXt
— Santiago Montag (@SalvadorSoler10) December 13, 2022
El final del partido fue un sueño. Una bandera atravesaba el barrio. Fue imposible saber su longitud, porque sus extremos se perdían entre las callejuelas de ese barrio empobrecido. Las vuvuzelas ensordecieron todo el tiempo en medio de sombreros de cowboy, galeras, lentes y guirnaldas albicelestes. Todo lo imaginable estuvo presente esa noche como forma de festejo. Entre toda esa vorágine, se notaba algo distinto: los “lungui” de Argentina, una ropa tradicional bengalí que utilizan los varones, similar a una pollera. Dhaka, la capital bangladesí, festejó el triunfo como si fuera el Vijay Diwas (Día de la Victoria), que recuerda el 16 de diciembre de 1971, cuando las tropas de la India y Bangladesh derrotaron a Pakistán.
Pero en Dhaka no todo es celeste y blanco. En el área metropolitana, viven más de 20 millones de personas. El aire es realmente pesado, quizás como si se respirara directo de un caño de escape. Esto ubica a la ciudad entre las más contaminadas del mundo. Una situación que se combina con los niveles de mayor precariedad laboral y pobreza. Desde principios de 2000, la metrópoli alberga a miles de empresas textiles que funcionan como proveedoras de las grandes marcas de costura y confección de moda, entre ellas, Nike y Adidas. La gran mayoría de las manos creadoras de las prendas son mujeres que cobran entre 60 y 70 dólares por mes. “Nosotros fabricamos la ropa de Messi”, me comentó con una sonrisa orgullosa Sumayel Mallik, un empresario textil en el aeropuerto.
La situación en el país se está desmoronando. El partido gobernante, la Liga Awami, estableció un gobierno autoritario. Durante la proyección de los partidos en diferentes partes del país, encarceló a los líderes del más grande de los partidos opositores, el Nacionalista de Bangladesh (BNP), y del Jamaat-e-Islami (Asamblea Islámica de Bangladesh).
Sayib, un periodista, me explicó que “estos partidos, igualmente, son todos similares, apoyan a distintas facciones del poder. Los que están en el gobierno apoyan a China, porque financia sus proyectos, y la oposición es cercana a Estados Unidos y el Banco Mundial”.
La inflación en Bangladesh alcanza el 50 por ciento, a lo que se suma una abultada deuda externa. Miles de personas salieron a protestar contra la línea autoritaria del gobierno. La represión dejó cientos de presos junto a los 2.000 presos políticos que sobreviven tras las rejas en la actualidad.
El país está tan abandonado que, cuando un trabajador fabril argentino visita estas tierras, lo reciben, increíblemente, como si llegara el mismísimo Mick Jagger.
*Por Santiago Montag / Foto de portada: Santiago Montag.