Salud mental en territorios o cómo construir entre todes las estrategias de supervivencia
En esta semana de la 9° Marcha por el Derecho a la Salud Mental, desde La tinta, recuperamos cómo es trabajar en salud mental ahí donde no hay privilegios. Las experiencias de profesionales de la salud en sectores vulnerados y sus estrategias. El encuentro y la escucha como pilares de algo que es mucho más que un lema trillado: la salida es y será colectiva.
Por Soledad Sgarella e Inés Domínguez Cuaglia para La tinta
Sabemos que, como dicen desde el Colectivo por el Derecho a la Salud Mental, hace 12 años, tenemos la Ley nacional y la Ley provincial. Pero, en Córdoba, el panorama estatal es desolador: nada se ha hecho de lo que debía hacerse. “Qué nuevos dispositivos comunitarios se abrieron y sostuvieron, qué políticas se implementaron para la reparación de las vidas arrasadas de personas que estuvieron y aún permanecen internadas y segregadas en hospitales neuropsiquiátricos. La respuesta a estas y otras preguntas son invariablemente negativas y muestran el panorama desolador de la salud mental en Córdoba”, afirman desde la mesa que, hace casi una década, sostiene la Marcha de cada noviembre.
Ante la desprotección estatal, la respuesta es colectiva. La respuesta es comunitaria. La respuesta son las redes que tejemos entre quienes habitamos los territorios. Las experiencias son muchas. En esta nota, presentamos algunas que recargan las ganas de seguir construyendo un mundo en el que quepan todos los mundos, como dicen les zapatistas.
Belén Ardiles y Luce Cuello son psicólogas de La minga y trabajan en barrio Los Cortaderos. Cuentan que su experiencia en un territorio tan vulnerado es difícil, desafiante y muchas veces puede ser frustrante -o triste- porque son territorios donde las necesidades básicas no están satisfechas: no solamente en relación a la alimentación o la vestimenta, sino también el derecho a la vivienda, a la comunicación, al disfrute, a la libertad. “Derechos que muchas veces no los tenemos como prioridad, también son básicos y, en estos territorios, no están satisfechos. Además de eso, suceden urgencias: todo el tiempo pasan cosas que nos sacan de nuestros esquemas, planificaciones y deseos, y debemos girar hacia el abordaje de esas urgencias y emergencias, y eso lo hace todo un poco más complejo”.
Pero, cuentan, también son territorios de posibilidades, donde el encuentro con otres se da de una manera diferente al trabajo que se hace en cualquier otro lugar donde se pueda desempeñar un psicólogx (clínica o institución). “Creemos en el trabajo comunitario, en el encuentro con otres. En las posibilidades que nos da establecer redes de articulación entre vecines, organizaciones, instituciones, clubes, la iglesia, personas que se acercan porque tienen ganas de hacer cosas. Ahí, en esos encuentros, son muchas las posibilidades que se generan. Esto que puede parecer un hashtag o lema, ‘la salida es colectiva’, en estos territorios, es una posibilidad, la salida realmente es colectiva”, aseguran las profesionales.
Ardiles y Cuello aclaran, cuando les preguntamos sobre prevención, que a veces esta palabra está muy ligada a salir a hacer campañas, del «hay que» (vacunarse, usar preservativo, etc.). «Está vinculado al hecho de brindar información. Nosotras pensamos que un tipo de prevención que hacemos -y quizás tenemos naturalizada- es la de habilitar posibilidades, plantear dudas, desde una conversación cualquiera, y generar posibilidades de encuentro o acompañamiento. Ante problemáticas como el acceso a una IVE, el abuso policial o los consumos problemáticos, por ejemplo, que son problemáticas que atraviesan constantemente estos territorios y muchos siguen siendo tabú, hablar con alguien o pensar opciones para abordarlas muchas veces son mínimas o nulas. El sistema de salud mental en Córdoba es muy precario (por ejemplo, en Los Cortaderos, no hay psicólogx) y, entonces, estos temas se tornan difíciles, porque los lugares donde une debería acceder al derecho a recibir acompañamiento, pensarlos o llorarlos, no existen, son nulos. Siguen siendo temas difíciles atravesados por muchos estigmas. Nuestra mayor posibilidad de intervención es habilitarnos como posibilidades y generar preguntas”.
En el Centro de Salud de barrio 12 de julio, Virginia Vázquez es psicóloga y explica a La tinta que el trabajo allí es desde la estrategia de atención primaria, con eje en la asistencia, prevención y promoción de la salud; y que, desde los centros de salud, tienen una gran oportunidad porque están ahí donde se producen las relaciones y las situaciones: «Todes tenemos algo para hacer y decir para un mejor vivir. Hoy, todas las problemáticas están vinculadas fuertemente a las condiciones económicas, sociales y culturales del territorio, y a los efectos de la pandemia que acabamos de transitar”, explica a La tinta. La situación que describe es la que ya sabemos: una retirada de los gobiernos en cuanto a inversión en políticas de salud en general y en salud mental en particular. Vázquez hace foco en lo que ven y sienten mucho en los centros de salud cuando no tienen dónde derivar a mujeres y niñes, por ejemplo, por las condiciones ya sabidas del Polo de la Mujer o la SENAF. Nada nuevo para agregar: pocxs profesionales, condiciones precarias en un contexto desfavorable y preocupante; de los 101 centros de salud, solo el 25% tiene psicólogx.
A pesar de esto, les profesionales buscan salidas: “La salud mental es el cruce que hay entre los sentimientos, los pensamientos y el medio, y donde se pone en juego la capacidad de gozar o sufrir la realidad en la que se vive. Desde ahí, se despliegan diversas formas de construcción de espacios de salud. Desplegamos distintas propuestas donde exista la creatividad, la risa, la diversión y el encuentro con otres. Digo esto pensando en dispositivos que tienen que ver con mujeres. Cómo se promueve ese estar entre mujeres reconociendo sus saberes, como la escritura, las recetas, el conocimiento de las formas de curarse, de enfrentar, de ser red y sostén de la otra, de acompañarse. Poder producir en primera persona espacios creativos de encuentro que impactan positivamente en las subjetividades”, culmina Vázquez.
¿Cómo es ejercer en territorios tan vulnerables?, le preguntamos a Claudia Cedrón, psicóloga del Centro de Salud 60, en el Marqués Anexo.
“Trabajar en estos sectores es un trabajo sumamente desafiante y, a la vez, elegido. Creo que es fundamental el trabajo en salud, en un sentido integral. Es allí que podemos pensar la salud mental como un derecho que necesariamente se enlaza a todos los derechos. Salud mental es trabajo, es vivienda, es educación, es el derecho a la cultura, al tiempo libre, a circular por la ciudad, a vivir sin violencias, a crecer en un entorno que cobija y acompaña. Salud mental también es poder luchar cuando lo injusto es cotidiano, cuando las condiciones de vida amenazan la existencia, la alegría, la proyección de un futuro, la capacidad de fantasear”, nos responde.
La psicóloga nos recuerda que trabajar en estos contextos de gran precariedad en las condiciones de vida, de restricciones tan fuertes y de vulneraciones de derechos cotidianas hace de estos territorios lugares de mucha intensidad para quienes viven en él y también para quienes desarrollan sus trabajos y disponen de muchas horas de sus vidas allí. “Desde hace décadas, observamos la fragilización de los lazos humanos, las violencias descarnadas entre vecines, el recrudecimiento de las violencias hacia las mujeres y otros géneros no binarios, las infancias y juventudes en riesgo junto a la falta de oportunidades, la discriminación de otros sectores sociales, las violencias policiales, la dificultad para circular y un acceso a la ciudad, a la cultura, muy desigual caracterizan la vida de los sectores empobrecidos de la ciudad, pero también lo son la falta de trabajos dignos, la precariedad de los trabajos a los que acceden las personas que viven en los barrios populares. Pero junto a estas condiciones de vida tan restrictivas, encontramos las estrategias de supervivencia, los intentos de no sucumbir al sálvese quien pueda; aquí nos encontramos también con las acciones individuales y colectivas generalmente de las mujeres que, por mandato de género y solidaridad, continúan siendo sostenedoras de la vida en los barrios: los comedores son un ejemplo, pero también lo son los roperos comunitarios, el llevarle les niñes a la escuela cuando la vecina no puede, las ferias de los sábados, las músicas en las casas aún cuando muchas veces no haya nada para poner en la olla. Las celebraciones del día de las infancias con todas sus contradicciones, los partidos de fútbol, las esquinas que alojan a les jóvenes para divertirse o zafar un rato… cuando el mundo les señala y no les da cabida”.
Nos dice Cedrón: “Hay un campo en el hacer profesional desde la psicología en el territorio que tiene que ver con ampliar los espacios para el desarrollo de las potencias humanas, de la vitalidad de las subjetividades, tanto en lo individual como en lo colectivo. Decía una sanitarista rosarina que la salud es luchar contra las condiciones que limitan la vida. Entonces, la prevención y la promoción, para mí, se dirigen a desmarcarse de los determinismos sociales, psicologistas, también de los diagnósticos y etiquetas que se presentan como ‘destino para estos sectores’. En el trabajo con espacios de mujeres, aprendí que salir de la casa para las mujeres aún hoy es revolucionario, disfrutar del tiempo libre no es un punto de partida, sino un laborioso trabajo que habilita a veces que se pueda crear un tiempo y un espacio no reproductivo, un tiempo para el compartir, para el disfrute, para el juego, para el hacer creativo”.
Omar Barrault trabaja en el Centro de Salud de Villa El Libertador y comienza con mucha transparencia: pensar la prevención de salud mental en los territorios, en las comunidades, tiene mucha complejidad. «La salud mental pensada en los barrios es una construcción de cuidado mutuo, entre vecinos profesionales, técnicos, artistas, entre todes”, enfatiza y agrega: “Es muy importante tener una manera humana, receptiva, amorosa, de hacerle lugar a esa persona que está ahí. Eso hace la diferencia”, concluye el profesional.
*Por Soledad Sgarella e Inés Domínguez Cuaglia para La tinta / Imagen de portada: Claudia Cedrón.