BTS y el soft power surcoreano

BTS y el soft power surcoreano
21 octubre, 2022 por Gonzalo Fiore Viani

La industria cultural de Corea del Sur forma parte de la política de poder blando para influir en otras sociedades, en especial, en Estados Unidos y Europa.

Por Gonzalo Fiore Viani para La tinta

En una movida similar a la de Elvis Presley en 1956, los miembros del grupo más popular e importante del pop coreano, BTS, anunciaron que se tomarán un hiato de la música para realizar el servicio militar obligatorio de su país.

Cuando suceden este tipo de acontecimientos tan importantes para la cultura, siempre hay un espacio grande para pensar que se trata, sobre todo, de una movida publicitaria para aumentar -aún más- las ventas y ganancias de un grupo que, por sí solo, representa nada más y nada menos que el 0,5 por ciento del PBI coreano y aporta cerca de 3.500 millones de dólares anuales a las arcas públicas.

Sucede que hoy la industria cultural surcoreana es una de las más importantes del mundo y se ha convertido en una pata fundamental de cómo el país decide mostrarse hacia afuera. Lo que en Relaciones Internacionales se denomina soft power -o poder blando- ha sido entendido en Corea del Sur como un activo imprescindible a la hora de desplegar su política económica y exterior.

El soft power es un concepto desarrollado por Joseph Nye, que prioriza la habilidad para obtener los resultados deseados por medio de la atracción de otros actores, en lugar de su manipulación o coacción. Reside en la aptitud que se tiene para especificar sus predilecciones –las prioridades que tiene un Estado respecto de su política exterior, por ejemplo- para, de esta manera, conseguir que los Estados compartan tanto intereses como ambiciones.

Corea del Sur K Pop la-tinta

Se podría decir que el soft power es la capacidad que detenta un actor internacional de influir en otro a partir de su estilo de vida, su escala de valores, su cultura, su capacidad de construir relato, su política exterior, a través de la acción diplomática en lugar de realizarlo desde su poder militar. Lo que importa es la idea de sociedad como formadora de creencias e intereses que logran establecer normas de comportamiento.

Sería imposible entender el predominio cultural, político y económico estadounidense sobre el resto del mundo durante el siglo XX sin comprender el concepto de soft power. Si bien, por supuesto, el hard power -o poder duro- que ejerció el país fue inmenso, no le habría alcanzado sin su poder blando. Cuando uno piensa en cultura estadounidense, viene automáticamente a la mente su bandera, pero también el rock and roll, Hollywood, los Cadillac’s, las largas carreteras, marcas como Levi’s o Nike, el hip-hop, la aspiración de progreso y el American Dream.

Si bien el sueño americano se encuentra, desde hace tiempo, más discutido que nunca, durante gran parte del siglo XX, especialmente desde principios de 1950 hasta finales de 1970, fue una verdad universal. El dominio cultural norteamericano parece ser disputado hoy por corrientes artísticas provenientes de países asiáticos como China o, especialmente, Corea del Sur.


Las características de la industria cultural asiática son particularmente diferentes. Mientras que podría asegurarse que Estados Unidos inventó su cultura mainstream prácticamente desde cero, creando sus propias marcas, música y cine, una potencia artística como Corea del Sur no lo hace de la misma manera.


El K-Pop, actualmente el género musical más exitoso del planeta, bebe de forma innegable de la cultura norteamericana. Sus bandas suenan, se visten y bailan prácticamente imitando a los artistas afroamericanos de hip-hop. Su objetivo principal es triunfar en Estados Unidos, la industria musical más grande del planeta. Allí se encuentra, todavía, el grueso de los consumidores, los sponsors y la masividad para proyectarse hacia el resto del planeta. BTS, por ejemplo, cuenta actualmente con los mayores récords de ventas desde los Beatles.

Aunque se crean a imagen y semejanza de lo que le gusta al público estadounidense, mantienen ingredientes típicos de distintas corrientes artísticas coreanas tradicionales. A diferencia de la música surgida de la invasión británica de mediados de la década de 1960, en algunas canciones de BTS, pueden encontrarse algunos elementos propios de la cultura coreana, como cantos tomados del Pansori, un género tradicional operístico de Corea, o el janggu, un instrumento de percusión que data del siglo XI.

BTS es el mayor ejemplo de la extensión y potencia del soft power coreano a la hora de competir directamente con los grandes artistas norteamericanos, a pesar de las barreras idiomáticas o culturales. Generalmente, los títulos de las canciones están en inglés y usan algunas frases o palabras anglosajonas, pero casi todas las letras se cantan en coreano.

El éxito de la diplomacia cultural de Corea del Sur superó todas las expectativas oficiales. En 2001, el entonces presidente surcoreano, Kim Dae-jung, se había referido a una “industria sin chimeneas”. Para el gobierno, era imprescindible potenciar el sector artístico del país para exportar su cultura a otras sociedades tan diferentes como Europa, Estados Unidos o América Latina. En muy poco tiempo, lo lograron. En 2019, el actual mandatario Moon Jae-In resaltó públicamente el éxito del K-Pop alrededor del mundo. Hoy, BTS ostenta el récord de encabezar, al mismo tiempo, los rankings de las canciones más escuchadas en iTunes en 103 países. Aunque la canción Black Swan suena a una mezcla de R&B con pop eminentemente estadounidense, la letra está cantada en coreano. Los seguidores de BTS se denominan a sí mismos como “army”, es decir, un ejército. Son cientos de millones en todo el mundo y, para entrar al club de fans, existe incluso una lista de espera.

Corea del Sur musica popular la-tinta

Cuando Seo Taiji y su banda grabaron su single debut, en 1992, manteniéndose durante 17 semanas como la canción más escuchada del país, nunca imaginaron que su estilo se convertiría en una fábrica de hits. La industria del K-Pop no es muy diferente a la implementada por gente como Berry Gordy con Motown, en Detroit, a mediados de 1960: la fabricación en serie de hits implementando el modelo fordista, la exigencia de los artistas hasta la extenuación, la búsqueda eterna por el hit perfecto. Sin embargo, la carrera por la perfección pop en Corea del Sur está llevada a un extremo tal que genios como Phil Spector o Gordy no hubieran imaginado en sus sueños más alocados. En Corea del Sur, cuentan no solo con el apoyo gubernamental, sino con las redes sociales, fundamentales para el crecimiento del género. A su vez, es una verdadera pesadilla para muchos de los y las artistas. Los niveles de exigencia son tan grandes que no son extraños los suicidios.

El lugar que ocupa en la actualidad el género es tan grande que el sitio web del gobierno surcoreano indica, desde hace años, los lugares donde se grabaron videos de BTS para que los turistas los visiten. Se estima que el 10 por ciento de los extranjeros que visitan Corea del Sur lo hacen motivados por su interés en la banda, como el Liverpool de los Beatles.

El éxito del soft power cultural coreano es grande debido a que lograron entender lo mismo que los estadounidenses tras la Segunda Guerra Mundial: la diplomacia no debe ignorar el rol que desempeñan los y las adolescentes consumidoras en las sociedades. Estará por verse si las autoridades de la República Popular China se ven en el espejo coreano e intentan llevar adelante acciones similares. Por ahora, se contentan con imitar lo que ha sido exitoso en otros países. Desde las grandes marcas de lujo occidentales hasta el mismo K-Pop, todo existe en una “versión china”. Paradójicamente, sociedades milenarias como las asiáticas parecen sentirse mucho más jóvenes y con más vigor que Europa o Estados Unidos. Quizás sea tiempo de que Occidente descanse. Hoy le toca al Lejano Oriente, especialmente a China y a Corea del Sur, ocupar la centralidad.

*Por Gonzalo Fiore Viani para La tinta / Foto de portada: A/D.

Palabras claves: BTS, Corea del Sur, Música

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