Brasil ante una elección histórica
La campaña presidencial brasileña se encuentra en su punto más alto. Dos modelos de país, representados por Lula y Bolsonaro, juegan una pulseada permanente que se definirá en las elecciones del 2 de octubre.
Por Gonzalo Fiore Viani para La tinta
A poco más de una semana para las elecciones brasileñas del próximo 2 de octubre, el escenario permanece tan abierto como impredecible por una numerosa cantidad de factores, que exceden lo estrictamente electoral o que se puedan desarrollar dentro del juego democrático.
Por lo pronto, los sondeos de opinión son contundentes: Lula da Silva continúa liderando todas las encuestas, con una intención de votos que bordea los 50 puntos, contra un 30 por ciento -aproximado- del presidente en ejercicio, Jair Bolsonaro. Sin dudas, será una elección profundamente polarizada, sin “terceros en discordia” que puedan hacer de “árbitros” en caso de un eventual balotaje.
Las encuestas, por supuesto, han dado probadas muestras de equivocarse en los comicios recientes en América Latina, por lo que no son garantía de que, finalmente, los resultados se den como lo pronostican.
Los sondeos respecto de una eventual segunda vuelta arrojan un resultado también alentador para Lula: los votantes que apoyarían al candidato del Partido de los Trabajadores (PT) llegan al 54 por ciento, mientras que Bolsonaro apenas supera el techo de la primera vuelta, con 35 por ciento. En las elecciones en Brasil, para evitar el balotaje, es necesario obtener una mayoría absoluta, es decir, la mitad más uno de los votos en la primera vuelta.
El clima social y político, gracias -en gran parte- a las especulaciones de Bolsonaro y a sus reclamos sobre supuestos fraudes, está en un momento tan enrarecido que es casi imposible prever qué puede suceder de cara a las elecciones o de la asunción de las nuevas autoridades. Recientemente, en su visita al Reino Unido con motivo del funeral de la Reina Isabel II, el mandatario afirmó ante un grupo de seguidores reunidos en la embajada brasileña en Londres que, si no gana en primera vuelta “por más del 60 por ciento”, entonces habrá sucedido “algo raro”.
Uno de los escenarios posibles es que a Lula no le alcance su ventaja en las encuestas para ganar en primera vuelta y Bolsonaro pueda forzar una segunda vuelta. En ese caso, todo puede terminar a favor de cualquiera de los dos candidatos, ya que ambos presentan un núcleo muy duro de seguidores y seguidoras, pero también de rechazos. Sin embargo, es Lula quien hoy parece capaz de atraer a electores provenientes del centro, mientras que Bolsonaro se muestra cada día más polarizante y extremista.
Lo complejo del momento político que se vive en el gigante sudamericano es tal que no son pocos, tanto dentro como fuera de Brasil, que se preguntan si puede o no haber un golpe de las Fuerzas Armadas, o auto-golpe del mismo Bolsonaro, en caso de que los resultados no sean los esperados por el Ejecutivo y un sector importante del Ejército.
A comienzos de este año, circuló un informe de la CIA donde se exigía a Bolsonaro reconocer los resultados en caso de no resultar ganador de los comicios. La actual administración de la Casa Blanca se sentiría mucho más cómoda con un Lula da Silva gobernando, a quienes ven como un progresista moderado al frente de una coalición de centro, en alianza con un sector del establishment, en contraste con un Bolsonaro radicalizado, percibido por Washington como poco menos que un émulo sudamericano de Donald Trump.
A Washington y a la oposición brasileña les preocupa que, luego de publicados los resultados, el oficialismo ensaye una intentona como la del ex presidente estadounidense el 6 de enero de 2021, cuando sus simpatizantes quisieron tomar por asalto el Capitolio para evitar que se certifique la victoria de Joe Biden.
Brasil es la cuarta democracia con mayor cantidad de votantes del mundo y la más grande de Sudamérica. El último golpe de Estado que sufrió el país se produjo en 1964 y la dictadura militar se extendió durante 21 años. Tanto Bolsonaro como su vicepresidente, el general del Ejército Hamilton Mourau, reivindican a ese gobierno de facto, que impulsó, junto a las otras dictaduras del Cono Sur, el Plan Cóndor durante la década de 1970. No sería de extrañar, entonces, que tanto Bolsonaro como las Fuerzas Armadas, cada uno por su lado o ambos actuando en conjunto, intenten un nuevo plan desestabilizador, actualizado a sus necesidades de acuerdo con los tiempos que corren.
No obstante, a diferencia del golpe de 1964, hoy, no contaría con el apoyo ni de los Estados Unidos ni de la gran mayoría de la clase media o del Poder Judicial brasileño, que rechazan de manera tajante el gobierno bolsonarista.
De acuerdo con los últimos números publicados hasta ahora, si se descuentan los votos nulos y blancos, considerando solo los sufragios válidos, Lula alcanzaría el 52 por ciento de intención de votos, mientras que Bolsonaro el 34 por ciento, con lo cual el expresidente podría triunfar el 2 de octubre.
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Por otro lado, y a pesar de que Lula no vuelva “radicalizado” o corrido hacia la izquierda, sino, más bien, todo lo contrario, una porción de los sectores del establishment y las elites brasileñas todavía ven con temor su regreso al Planalto. El trabajo político del expresidente en la previa a las elecciones fue notable. Junto a opositores históricos, como el ex mandatario socialdemócrata, Fernando Enrique Carodoso; la progresista de centroizquierda, Marina Silva, o, sin ir más lejos, su propio vice, Geraldo Alckim, de la centro-derecha conservadora, Lula tejió una alianza no solo multipartidaria, sino también multisectorial, que le podría permitir llegar al gobierno. Aún más importante, estaría en condiciones de sostener una gobernabilidad que le permita volver a transformar el actual Brasil, fragmentado y devastado.
Sin ninguna duda, en caso de lograrlo, Lula, de 76 años y con una larga trayectoria de lucha y en favor de las grandes mayorías populares intachable, víctima de una persecución inusitada en democracia, llegando a estar preso durante el bolsonarismo y sometido a humillaciones mediáticas, políticas y judiciales por parte de la ultraderecha brasileña, será protagonista de uno de los regresos políticos más épicos que haya dado la política latinoamericana en décadas. Le haría mucho bien a un Brasil golpeado y a una América Latina que, de a poco, parece volver a despertar de una pesadilla.
*Por Gonzalo Fiore Viani / Foto de portada: Roberta Aline – Zuma Press.