El fin de la abundancia
Toda Europa se encuentra en vilo por el aumento de los precios de los servicios, en especial, el gas, debido a las consecuencias de la guerra entre Ucrania y Rusia, muchas de ellas generadas por la propia dirigencia europea.
Por Gonzalo Fiore Viani para La tinta
El presidente francés, Emmanuel Macron, aseguró hace poco tiempo que “estamos viviendo el fin de la era de la abundancia”. Lo cierto es que, de acuerdo con prácticamente todas las proyecciones, la crisis energética que enfrenta Europa durará, al menos, hasta 2025.
Por lo pronto, la dirigencia europea se encuentra concentrada en el corto plazo, es decir, en el invierno que empezará dentro de apenas algunos meses. Ya han destinado una cifra superior a los 300.000 millones de euros para intentar bajar los costos cada vez más elevados de la energía y, así, poder mitigar, en alguna medida, el creciente descontento social.
Las reservas se agotarán mucho más rápido de lo previsto debido a la perdida casi total del suministro de gas ruso. Esto producirá que, salvo que haya algún cambio de escenario -lo cual parece extremadamente improbable-, cada invierno se haga más difícil calefaccionar que el anterior. Las proyecciones, tanto de los ejecutivos de energía como de los dirigentes políticos, los diplomáticos y la gran mayoría de los analistas, indican que Europa, y el mundo, se prepara para un conflicto a largo plazo y con consecuencias aún por verse.
Durante los últimos años, la Unión Europea (UE) aumentó drásticamente la dependencia del gas ruso. En ejemplo de esto es que, en 2021, este significó cerca del 40 por ciento de las importaciones de gas del bloque europeo. Por lo tanto, es muy difícil conseguir un reemplazo en tan poco tiempo sin que esto afecte de manera drástica los precios en la energía.
Desde junio pasado, Gazprom había reducido a un 20 por ciento de su capacidad el envío de gas a Europa, alegando supuestos problemas de mantenimiento y una disputa sobre una turbina perdida, atrapada en las sanciones de exportación. Sin embargo, ahora el Kremlin decidió ir un paso más allá: luego de que Gazprom PJSC cortara los envíos de gas a través del oleoducto Nord Stream la semana pasada, por estos días, los suministros que pasan por Ucrania estarían en riesgo. Está claro que si el objetivo de Moscú es dejar a Europa sin gas, entonces sería verosímil que eso suceda. La UE se encuentra en un momento económico general extremadamente complejo, a tal punto que la sola noticia del cierre del oleoducto provocó que el Euro cayera debajo de los 0,99 dólares, su punto más bajo en 20 años. Mientras que la libra llegó a los 1,14 dólares, su piso más bajo desde mediados de la década de 1980.
Al mismo tiempo, en otro país que se siente particularmente la crisis, tanto energética como económica, es en el Reino Unido. La flamante primera ministra británica, la conservadora de línea dura, Liz Truss, necesita dar respuestas urgentes a las y los británicos para asistir a sus hogares y empresas, mientras los precios de energía se disparan más y más. La situación es tan compleja que, por estas horas, Downing Street evalúa un desembolso superior a las 100.000 millones de libras con el objetivo de aliviar el costo de vida de las y los ciudadanos, entre ellos, subsidios energéticos para las pequeñas y medianas empresas, y para los hogares de menores ingresos.
Truss es considerada una conservadora del ala derecha de su partido, que propone ampliar la OTAN a Taiwán para enfrentar a China e intensificar el envío de ayuda a Ucrania, así como también las sanciones a Rusia. Sin embargo, en este contexto, deberá centrarse, al menos en un primer momento, en el frente interno. El Reino Unido atraviesa una de las peores crisis económicas y sociales de los últimos 30 años, y se esperan huelgas generales como hace décadas no se ven en el país.
Las y los europeos no están acostumbrados a la inflación, que ya se estaba produciendo por las consecuencias económicas de la pandemia y que comenzó a acelerarse de manera descontrolada tras los aumentos en los precios de la energía.
Solo en la zona euro, la inflación sigue escalando hasta alcanzar picos históricos, llegando al 8,9 por ciento general en julio, según los últimos datos. Estas cifras suben, incluso, hasta el 30 por ciento cuando se pone la lupa en el rubro de productos esenciales o de primera necesidad como los alimentos.
Si bien es un problema general de los países de Europa central, hay algunas naciones más afectadas que otras. La tasa de inflación, por ejemplo, del Reino Unido, en julio, llegó al 10,1 por ciento, siendo la más alta desde 1982. En Alemania, en julio, la inflación llegó al 8,5 por ciento, mientras que la de Francia al 6,8 y la de Italia al 8,4. Los países más afectados son los bálticos, con inflación de dos cifras: Estonia con el 22,7 por ciento, Letonia con el 21 y Lituania con el 20,88. Rusia, por su parte, tuvo una inflación del 15 por ciento en julio.
En este escenario, todos temen que la subida de precios no deje de sostenerse, e incluso incrementarse, por lo menos en los próximos dos trimestres.
Otro país afectado por la crisis energética es Alemania. El gobierno de Berlín acordó recientemente un mega paquete de ayudas, que tendrá un desembolso superior a los 65.000 millones de euros. El objetivo no son soluciones de fondo ni estructurales, sino apenas la promesa del canciller Olaf Schölz de superar “el próximo invierno”. El nuevo plan incluye incrementos en los subsidios y más de 9.000 millones de euros destinados a compañías que necesitan un consumo alto de energía para producir.
A su vez, Schölz continúa encaminando al país hacia mayores inversiones en energía eólica para no depender, en gran medida, del petróleo y el gas extranjero. “Alemania superará este momento como una democracia, porque somos muy fuertes económicamente y somos un Estado de bienestar: los dos juntos son importantes –expresó el canciller alemán-. Con cada nuevo parque eólico, seremos más independientes”. Se espera que, para fin de año, la inflación en Alemania llegue a los dos dígitos, superando el 10 por ciento, lo que significaría la cifra más alta en décadas, en un país con una sensibilidad particular respecto de este fenómeno macroeconómico debido a su pasado no tan lejano.
Macron es consciente de la gravedad de la situación por la que está pasando no solo su país, sino toda Europa central. En ese sentido, cuando se refirió al “final de la abundancia”, también reconoció que las y los ciudadanos deberán estar dispuestos a realizar grandes “sacrificios” en los años que se vienen. Con la era de la abundancia, también terminan -entiende el mandatario galo- los tiempos de la “despreocupación” a la hora de la utilización de recursos, ya que “la libertad tiene un costo”. Ese “costo”, al parecer, será una crisis económica de quién sabe cuántos años y cuáles consecuencias. Macron acierta cuando asegura que “asistimos a una gran convulsión, un cambio radical. En el fondo, lo que estamos viviendo es el fin de la abundancia, de la liquidez sin costo”.
La gravitación del centro de poder global está cambiando y, con ello, el resto de sus actores. Europa se encuentra en un momento bisagra para su historia y la de sus habitantes. No está muy claro aún hacia dónde va, pero si hay algo que no puede dudarse es que lo que viene en la próxima década será mucho peor que lo que sucedió en los años anteriores. Las sociedades lo tienen muy en claro y, por eso, cabe esperar que aumente el descontento y los cambios políticos se vayan tornando imprevisibles y caóticos.
*Por Gonzalo Fiore Viani para La tinta / Foto de portada: El País.