Los atentados a la AMIA y la Embajada de Israel, los servicios y el alma de la Nación

Los atentados a la AMIA y la Embajada de Israel, los servicios y el alma de la Nación
28 julio, 2022 por Gonzalo Fiore Viani

Por Gonzalo Fiore Viani para La tinta

Si no fuera por todas las cosas que suceden en simultáneo en las distintas capas tectónicas de la política argentina, la noticia debería haber sacudido el escenario local. Sin embargo, más allá de algunas discusiones en redes sociales o medios especializados, pasó sin pena ni gloria. Sucede que, según un artículo escrito por el periodista israelí experto en seguridad e inteligencia, Ronen Bergman, publicado por el New York Times, una investigación del Mossad concluyó que no hubo participación argentina en los atentados de la Embajada de Israel en 1992 que causó 22 muertos y 242 heridos, y el de la AMIA en 1994 que dejó 85 personas asesinadas y más de 300 heridos. Para la agencia de inteligencia israelita, una de las más eficaces y mejor consideradas del mundo por los expertos, no solo no hubo participación argentina, sino que tampoco se involucraron agentes iraníes en Buenos Aires. El punto central del informe es que, de ser como afirma el Mossad, quedan contradichas las afirmaciones argentinas, israelíes y de los Estados Unidos respecto de que Teherán operó sobre el terreno con apoyo logístico y físico concreto. Como prácticamente nunca en la historia argentina, hubo una trama de tanto impacto político y tanto involucramiento de los servicios de inteligencia, tanto nacionales como extranjeros. 

Por supuesto, el informe del Mossad no significa que, al menos, de acuerdo con Israel, el atentado no haya sido organizado por la República Islámica de Irán. Incluso, el director del Centro Nacional de Diplomacia Pública de Israel, Lior Haiat, ratificó esa postura durante el pasado fin de semana. Según el mismo informe de inteligencia, los atentados fueron perpetrados por una célula del grupo extremista Hezbollah, sin colaboración alguna por parte de argentinos. Al mismo tiempo, echa luz sobre cómo ingresaron los explosivos: mediante cajas de chocolate y botellas de champú en distintos vuelos comerciales. Todo esto sin ningún tipo de anuencia ni apoyo de las autoridades o particulares locales. Será importante ver cómo afecta esta investigación a la arista judicial del caso, ya que, como ha dicho el exjuez de la causa, Rodolfo Canicoba Corral, prácticamente todo el proceso judicial se llevó a cabo a partir de informes de inteligencia entregados por la entonces Secretaría de Inteligencia del Estado (SIDE) -hoy Agencia Federal de Inteligencia (AFI)- que eran, básicamente, copias de las investigaciones realizadas por la CIA y por el mismo Mossad.

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(Imagen: Julio Menajovsky)

El móvil de los actos criminales también quedaría claro; de acuerdo con la inteligencia de Israel, ambos atentados fueron llevados adelante por Hezbollah como una represalia por las operaciones de Tel Aviv contra la guerrilla chiita en el Líbano durante los años noventa. Las autoridades tanto de la DAIA como de la AMIA se pronunciaron en contra del informe, que, como se ha dicho anteriormente, no le quita responsabilidad alguna a Teherán respecto de la autoría de los atentados. De hecho, para el Mossad, los atentados fueron aprobados por Irán de manera expresa. Sin embargo, no estuvieron involucrados ni, al parecer, siquiera enterados los funcionarios iraníes residentes en la embajada en Buenos Aires, como se creía hasta ahora. La causa judicial podría tomar un giro, ya que quedarían “absueltos” tres funcionarios de la embajada iraní en Buenos Aires al momento de los hechos: el agregado cultural, Mohsen Rabbani, acusado de ser el autor intelectual de los ataques; el embajador Hadi Soleimanpour y el tercer secretario, Ahmad Ashgari, todos ellos con alertas rojas de Interpol. 

Un artículo publicado por Raul Kollman en Página/12 el 24 de julio pasado cita declaraciones de Danny Carmon, un diplomático israelí que sobrevivió al atentado contra la embajada: «En diciembre de 2021, un equipo del Mossad concluyó la investigación, cuyo objetivo era determinar qué había pasado realmente en Argentina y, por primera vez, los documentos de la inteligencia israelí esclarecen lo que ocurrió allí… (los atentados) no contaron con la complicidad de ciudadanos argentinos ni con la ayuda de Irán sobre el terreno”. Esto se contradice con lo que cree quien fuera el jefe del Mossad durante la época de los atentados, Shabtay Shavit, que afirmó en 2019 que hubo participación de la embajada iraní en Buenos Aires. Al mismo tiempo que apuntó contra el entorno sirio del presidente argentino de aquel momento, afirmando que en la Casa Rosada “se hablaba más árabe que español”. Mas allá de lo dudoso y poco probable de esta aseveración, lo que más ruido hace es que Shavit también dijo en una nota en 2015 que: “Es posible que elementos en la policía o los servicios de seguridad hayan ayudado a quienes planificaron y cometieron los atentados». Entonces, ¿quiénes dicen la verdad? ¿Cuál es la información fidedigna? ¿Cuáles son los intereses políticos detrás de cada uno?

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Uno de los hechos más sonados respecto de las consecuencias políticas de los atentados fue lo sucedido con el fiscal Alberto Nisman en 2015 y la posterior trama que se desató dentro del submundo de los servicios de inteligencia argentinos. Nisman fue nombrado en 2004 por el entonces presidente Néstor Kirchner al frente de una Fiscalía especial para que investigara los atentados. A partir de su nombramiento, Nisman se involucró de manera cada vez más fluida en el entramado de los servicios de inteligencia que operaban en la sombra con intenciones poco claras. En 2006, aseguró tener pruebas para acusar de manera directa a Hezbollah. La polémica se produjo cuando, en los primeros días de 2015, aseguró tener una denuncia que pondría tras las rejas a la entonces presidenta Cristina Kirchner, a su canciller Héctor Timerman y al secretario legal y técnico de la presidencia, Carlos Zanini. Los acusaba de haber encubierto el atentado en complicidad con los supuestos autores iraníes, lo que se vinculaba a un memorándum firmado con la República Islámica en 2013, que había pasado por el Congreso.

El día posterior a su muerte, el fiscal debía presentarse ante el mismo Congreso de la Nación con las pruebas de su grave denuncia. Acudirían a confrontarlo los acusados, que habían pedido que el evento fuera público y trasmitido por televisión. Supuestamente cercado por la expectativa de presentarse ante un país entero que estaba pendiente de sus afirmaciones, Nisman se suicidó en su departamento del coqueto barrio porteño de Puerto Madero. A partir de ahí, comenzaron las idas y venidas propias de una novela mezcla de Raymond Chandler con Graham Greene; donde se involucra el poder político, judicial, mediático y los servicios de inteligencia. Por supuesto, el caso aún permanece vidrioso, solo queda esperar por que, algún día, finalmente, se conozca toda la verdad y, sobre todo, se haga justicia por las víctimas y los familiares del mayor atentado sufrido por los argentinos, por lo menos, desde el retorno a la democracia en 1983 y uno de los más cruentos que haya sido perpetrado en occidente durante las últimas décadas. Decía el exespía y novelista John Le Carré que el estado de los servicios de inteligencia son el fiel reflejo del alma de una Nación. Si efectivamente esto es así, muchas cuestiones deben profundizarse y cambiar en los tiempos venideros. El compromiso con la verdad, la justicia y la memoria no pueden ser jamás opacados por los intereses políticos, sectoriales o geopolíticos del momento.

*Gonzalo Fiore Viani para La tinta / Imagen de portada: A/D.

Palabras claves: AMIA, atentado, Israel

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