Estados Unidos, Palestina y el rediseño de Oriente Medio
La creación de un Estado palestino seguirá siendo una semilla imposible de germinar en un territorio dominado por la ideología teocrática-militar de Israel.
Por Germán Gorraiz López para La tinta
El ex presidente estadounidense Jimmy Carter, que pasó a la Historia al lograr el histórico acuerdo de Camp David entre Israel y Egipto, en 1979, en su libro Palestina: Paz no Apartheid, denuncia el “sistema de apartheid que Israel aplica sobre los palestinos”. Asimismo, en el citado libro, denuncia “el incumplimiento por parte de Israel de los compromisos adquiridos en el 2003 bajo los auspicios de George W. Bush”, que incluían las exigencias de la congelación total y permanente de los asentamientos de colonos judíos en Cisjordania así como el derecho al retorno de los cerca de 800.000 palestinos que se vieron forzados a abandonar Israel tras su constitución como Estado, en 1948.
Dicha hoja de ruta fue aceptada inicialmente por Israel y ratificada posteriormente por Ehud Olmert y Mahmud Abbas, en la Cumbre de Annapolis (2007), con la exigencia de “finiquitar la política de construcción de asentamientos en Cisjordania y flexibilizar los controles militares que constriñen hasta el paroxismo la vida diaria de los palestinos”.
El mensaje diáfano de Carter sería que “la paz es posible a través del diálogo y que Israel y Estados Unidos tienen que negociar con Hamas y con Siria, dos actores cruciales en la política de Oriente Próximo”, postulados que serían un misil en la línea de flotación de la doctrina del gobierno de Benjamín Netanyahu, que aspira a resucitar el endemismo del Gran Israel, ente que intentaría aunar los conceptos antitéticos del atavismo del Eretz Israel, y que bebería de las fuentes de Génesis 15:18, que señala que “hace 4.000 años, el título de propiedad de toda la tierra existente entre el Río Nilo de Egipto y el Río Éufrates fue legado al patriarca hebreo Abraham y transferida posteriormente a sus descendientes”. Ello supondría la restauración de la Declaración Balfour (1917), que dibujaba un Estado de Israel dotado de una vasta extensión cercana a las 46.000 millas cuadradas y que se extendía desde el Mediterráneo al este del Éufrates, abarcando Siria, Líbano, la parte nororiental de Irak, la parte norte de Arabia Saudí, la franja costera del Mar Rojo y la Península del Sinaí, en Egipto, así como Jordania, obligado a acoger a toda la población palestina de las actuales Cisjordania y Gaza, forzada a una diáspora masiva (una nueva Nakba).
Dicha doctrina chocaría con la visión de Theodor Herzl, considerado el padre del actual Estado de Israel y fundador del sionismo, al promover la creación de la OSM (Organización Sionista Mundial), quien, en su obra La vieja Nueva Tierra (1902), sienta las bases del actual Estado judío como una utopía de nación moderna, democrática y próspera, en la que se proyectaba al pueblo judío dentro del contexto de la búsqueda de derechos para las minorías nacionales de la época que carecían de Estado, como los armenios y los árabes. Posteriormente, en 1938, el visionario Einstein avisó de los peligros de un sionismo excluyente, al afirmar: “Desearía que se llegase a un acuerdo razonable con los árabes sobre la base de una vida pacífica en común, pues me parece que esto sería preferible a la creación de un Estado judío”.
Sin embargo, Netanyahu aspira a resucitar el endemismo del Gran Israel y que tendría como principal adalid a Isaac Shamir, al defender que “Judea y Samaria (términos bíblicos de la actual Cisjordania) son parte integral de la tierra de Israel. No han sido capturadas ni van a ser devueltas a nadie”, doctrina en la que se basarían los postulados actuales del partido Likud, liderado por Netanyahu y quien aspira a convertir a Jerusalén en la “capital indivisible del nuevo Israel”, tras la invasión de su parte oriental tras la Guerra de los Seis Días (1967).
Así, Netanyahu reafirmó “el derecho del pueblo judío a construir en Jerusalén” (lo que se traduciría, según el canal de televisión Arutz 2, en la construcción de 1.400 nuevas viviendas en Ramat Shlomo, barrio judío de Jerusalén Este, situado más allá de la llamada Línea Verde). Según sus palabras, “hasta los palestinos saben que esos lugares quedarán bajo la soberanía israelí bajo cualquier tipo de arreglo”. El penúltimo episodio de la hoja de ruta de la considerada por los palestinos “limpieza étnica de Jerusalén Este” sería el proyectado desalojo forzoso de los habitantes palestinos del barrio de Sheikh Jarrah, para ser ocupado por colonos israelíes, proyecto que desencadenó una nueva Intifada con cientos de heridos palestinos y el repudio de la comunidad internacional; una revuelta que desembocó también en el masivo lanzamiento de cohetes por parte de Hamas y la respuesta asimétrica de Netanyahu en forma de bombardeos a la Franja de Gaza, con incontables muertos.
Dado el impasse político en el que se encuentra el país, al no ser capaces los partidos de conformar un gobierno de coalición, Netanyahu (sirviéndose de la dictadura invisible del temor al Tercer Holocausto, proceda de Hamas, de Hezbolá o de Irán) aprovechará la ocasión para declarar el Estado de Guerra (defensa de la seguridad de Israel) y desencadenar una nueva ofensiva terrestre en la Franja de Gaza (emulando a la operación Margen Protector, de 2014). Netanyahu confía en una victoria rápida, que le otorgaría un incremento de popularidad para las próximas elecciones mientras le permite seguir en el poder y dejar que la niebla del olvido cubra, con su manto, el proceso judicial en el que está acusado de soborno, fraude y abuso de confianza, y que, según sus palabras, tan sólo sería un “Golpe de Estado Judicial para apartarlo del poder” con el deseo ferviente de que la chispa se extienda por todo el barril explosivo de Oriente Medio.
Así, el objetivo inequívoco de la Trilateral Estados Unidos-Gran Bretaña-Israel sería desencadenar un nuevo conflicto para proceder a rediseñar la cartografía del puzzle inconexo formado por los actuales países de Oriente Próximo y Medio, y lograr unas fronteras estratégicamente ventajosas para Israel, siguiendo el plan orquestado hace 60 años de forma conjunta por los gobiernos de Gran Bretaña, Estados Unidos e Israel, y que contaría con las bendiciones del presidente Joe Biden, el tapado de la AIPAC (Comité de Asuntos Públicos Estados Unidos – Israel) y del resto de aliados occidentales.
*Por Germán Gorraiz López para La tinta / Foto de portada: Amir Cohen – Reuters