No se preocupen, en Paraguay, las vacas están bien
Desde hace más de un mes, Paraguay vive un fuerte estallido social. La pandemia es apenas un detonador que amplifica una lacerante realidad de décadas de violencia estatal.
Por Norma Flores Allende, desde Paraguay, para La tinta
Todos los días, durante varias semanas, sectores silenciados y marginalizados por los grupos de poder -estudiantes, campesinos, pueblos originarios, trabajadores, feministas, activistas- se congregaron en diferentes puntos del país exigiendo el fin de una era: casi 70 años de hegemonía de la Asociación Nacional Republicana (ANR), conocida popularmente como Partido Colorado. El mismo que sostuvo dos dictaduras, la del general Higinio Morínico (1940-1948) y el régimen más longevo de Sudamérica, el del general Alfredo Stroessner (1954-1989).
Desde 1989, Paraguay sigue atrapado en lo que se conoce como “transición a la democracia”. Democracia que aún no se materializa, ya que el Estado sigue secuestrado a manos de herederos de la última dictadura: grandes poderes económicos, terratenientes y vinculados a actividades ilícitas como narcotráfico, contrabando y lavado de activos. 32 años después de que Stroessner fuera depuesto, el stronismo sigue vigente. Hoy, es presidente de la República el hijo del ex secretario del dictador, Mario Abdo Benítez, y el último dictador sigue siendo presidente honorario de la ANR.
Paraguay se encuentra viviendo una tragedia humanitaria a la altura de las guerras y revoluciones pasadas, que vivió en el siglo XX. El incendio del Ycúa Bolaños, supermercado en Asunción, siniestrado en 2004, se repite casi de manera semanal. En el Ycuá Bolaños, murieron más de 300 personas en un día. En la actualidad, la negligencia estatal, impulsada por la corrupción e intereses económicos, asesina diariamente a casi 60 personas. Después de Brasil, el epicentro mundial de la pandemia es aquí, donde más personas mueren por millón de habitantes.
Con una de las tasas más bajas de vacunación del continente, atado por sus relaciones históricas con Taiwán y caracterizado por una notable desidia en la respuesta a la pandemia, en Paraguay, hay nulas esperanzas. Los hospitales públicos y privados colapsaron, no hay medicamentos ni insumos médicos, no hay personal sanitario, camas, unidades de terapia intensiva, etc. No hay nada. En las calles y casas, solo hay hambre, desolación, pedidos de solidaridad. Los muertos son muchos, demasiados. Pero aún son más quienes rematan sus casas y lo pierden todo.
Para muchos paraguayos, ante la escasez de medicamentos y especulación en el precio de los mismos, la única posibilidad de supervivencia está en las ciudades fronterizas argentinas. Como siempre lo ha sido. Porque la pandemia no ha traído novedad, sino que acentuó realidades y resquebró mitos.
En este contexto, ocurrió el Marzo Paraguayo, que, aún entrado abril, continúa. Sin embargo, entre abusos policiales, torturas, represiones, estudiantes presos políticos y activistas argentinos visitando el país por la ejecución extrajudicial y desaparición de niñas, ocurrió un estruendo mayor. El silencio de Abdo Benítez.
En medio de la catástrofe, el heredero del stronismo ha dejado asomar poco su voz. Y cuando lo ha hecho, la desconexión con la realidad ha sido perturbadora. Cuando todo se desmorona y vivimos varios Ycuá Bolaños a la semana, el presidente salió a celebrar el récord de exportaciones de carne bovina.
“El amor va a salvar a la nación y al mundo”, expresó el mandatario. Mientras tanto, no sabemos si vendrán vacunas, cuántas vendrán o cuándo. No sabemos qué pasó con los miles de millones de dólares que el Estado paraguayo asumió en préstamos internacionales. No sabemos si nosotros o nuestras familias vivirán un día o una semana más.
Lo importante, como dijo el ministro de Hacienda, es que tenemos una presión tributaria baja, bajísima. Es irrelevante que el Estado sea incapaz siquiera de articular una mínima República con recursos propios. Para eso, están las donaciones de otros países. Para construir escuelas, hospitales y rutas, están las donaciones de otros países. Para las vacunas, dependemos de la caridad de otros países. Total, las fronteras siempre han estado abiertas para que los paraguayos y las paraguayas busquen salud, educación y trabajo en otros países. Salvo ahora, que están atrapados en el infierno.
Todo lo que necesitamos es amor. Amor entre los sojales. Amor entre latifundios. Porque una verdad punzante es que el funcionamiento de la economía paraguaya, tal como está diseñada, con sus maravillosos números, con o sin pandemia, prescinde de las personas.
Pero no se preocupen, en Paraguay, las vacas están bien.
*Por Norma Flores Allende para La tinta / Foto de portada: Agencia IP