“Sokol patentó una manera de ser estrella de rock que rompió con todos los estereotipos”
Alejandro “Bocha” Sokol marcó una época en el rock de Argentina. Carismático, sencillo, descontrolado y con una oscura dulzura en sus canciones, la historia del cantante de Las Pelotas ya tiene su libro.
Por Leandro Albani para La tinta
Un recuerdo: verlo correr al Bocha por el escenario, agitando al público que salta, poguea y, en el medio de tanto rock, lo mira casi con devoción. Otro recuerdo: una noche en un bar de Palermo, donde el periodista Fernando Casas hace un programa de radio, y llega Ale de invitado, sencillo, saluda, pide un fernet, se acomoda la guitarra, responde cortito y al pie las preguntas, y se pone a tocar lo que quiere durante un rato; sí, en ese bar, cuando Las Pelotas ya llenan Obras, el Bocha se despacha con canciones de Bob Marley y Pink Floyd, y se desliza por la noche como uno más de nosotros. Un último recuerdo: alguien me avisa –o leo en algún lado o escucho por la radio- que Alejandro Sokol falleció: la tristeza es automática, pero esperable. Un recuerdo para el bis: las canciones del Bocha, esas que escuchamos y erizan la piel, que nos hacen pensar y remiten a algún momento de nuestras vidas; canciones que se mezclan en el corazón y la cabeza.
Estas imágenes pasadas, y la música de Las Pelotas que todavía me acompaña con la voz del Bocha, se despertaron de forma instantánea mientras leía Alejandro Sokol. El cazador, biografía del periodista Isaac Castro, publicada recientemente por Editorial Sudestada. El libro, escrito con simpleza -una virtud en la escritura-, nos lleva por la vida de uno de los últimos rockers que tuvo el país. En la biografía, de lectura amena y dinámica, se reconstruye la vida de un hombre cruzado por su época, que fue la voz de una de las bandas de rock más convocantes del país, que siempre se escapó de las grandes luces del éxito –y, por qué no decirlo, tal vez su vida fue un escape permanente- y que dejó como legado letras y melodías que estremecen hasta hoy.
Apelando a conocidos del ámbito musical, pero también a amistades de los caminos barriales que transitó el cantante, Castro reconstruye a un Sokol transparente, sin grandilocuencias ni fanatismos, para traer al presente a esa persona cruzada por conflictos, creativa, adicta, solidaria y generosa, que siempre parecía estar huyendo por los suburbios del rock. Al mismo tiempo, el autor de la biografía acierta en relatar la historia de Las Pelotas, banda nacida en Córdoba luego de la muerte de Luca Prodan y el estallido por el aire de Sumo.
Como explica Castro en el libro, el “efecto que puede producirte un músico como Alejandro es profundo. Oírlo se trata de una experiencia que deja marcas, cicatrices difíciles de borrar. Las canciones empiezan a musicalizar tu vida y, de pronto, todo lo que hacés, lo simple y las cosas importantes se transforman”. Y el autor da una razón de por qué se lanzó en lo profundo de la vida de Sokol: “No porque haya sido su amigo o integrado su entorno más cercano, sino porque estuve ahí, muchas veces, cuando, bien entrada la madrugada, entre el humo tóxico y la ansiedad, una multitud extasiada y profética cantaba: ‘Que salga el Bocha y todo el año es carnaval’”.
En diálogo con La tinta, Castro recuerda que Las Pelotas “fue una de las bandas cruciales que marcaron mi vínculo tan estrecho con el rock. Y por Alejandro, obviamente, sentía una admiración que nunca tuve por ningún otro músico”.
“En 2016, me encargaron un perfil suyo para un informe especial que sacó una revista y eso encendió mi curiosidad –agrega el periodista-. Por otra parte, también me entusiasmó mucho saber que aún nadie había escrito sobre Sokol, algo que me parecía una injusticia absoluta”.
En el vértigo de la investigación, Castro reconoce que descubrir la “faceta religiosa” del Bocha “fue uno de los aspectos más llamativos y sorprendentes”. “Si bien siempre se supo que Sokol fue mormón varios años de su vida –señala-, en ningún lado había muchas precisiones al respecto. Reconstruir ese período me permitió descubrir su alto grado de espiritualidad y lo importante que fue la iglesia para él”.
Al referirse al cantante y compositor en la escena del rock nacional, el autor asegura “la llegada de un músico cuya autenticidad y carisma fueron sus cartas más fuertes. Sin proponérselo, Sokol patentó una manera de ser estrella de rock que rompió con todos los estereotipos. Y eso hizo escuela. Demostró que el arte no tiene que ver con la perfección ni la técnica, sino con la capacidad de transmitir. Llevó eso al extremo y nos dejó una obra increíble”.
Al puntualizar sobre el Sokol compositor, Castro resume: “Componía en carne viva. Sus temas son viscerales, casi instintivos. Y una virtud suya era que, con muy pocos elementos, podía hacer canciones terriblemente emotivas y conmovedoras que tenían el plus de su interpretación”.
Por último, Castro reflexiona sobre la ausencia física de Alejandro en el rock argentino y si eso implica un vacío difícil de llenar: “Como todo ídolo, al igual que Luca Prodan, Miguel Abuelo, Federico Moura o Korneta Suárez, Sokol dejó un vacío que es imposible llenar. Las personas son irremplazables. Sin embargo, quedan las canciones; y esas que nos tocan el alma, viven para siempre. Por suerte, el Bocha tiene un montón de esas”.
*Por Leandro Albani para La tinta.