Brasil: nuevos apuntes sobre un país a la deriva
Mientras el presidente brasileño hace campaña y defiende a sus hijos acusados de corrupción, la nación se hunde en una fuerte crisis.
Por Eric Nepomuceno para Página/12
Los números de la pandemia del coronavirus en Brasil son cada vez más estruendosos. El total de muertos supera los 182.000, el de infectados se acerca a 6.900.000. En los últimos días, se mantuvo el total de nuevos infectados por encima de 50.000. Más de 2.000 a cada hora. Casi 35 por minuto.
Y frente a semejante tragedia, ¿qué hace el gobierno del ultraderechista Jair Bolsonaro?
En menos de dos semanas, Eduardo Pazuello, el general activo que ocupa el puesto de ministro de Salud del gobierno, aunque reconozca que no sabe nada salud pública, anunció cinco medidas distintas y contradictorias con relación a la campaña de vacunación en Brasil. Tartamudeó, inseguro, en algunos pronunciamientos, pareció firme y prepotente en otros, pero en ningún momento fue convincente.
No explicó, por ejemplo, cómo pretende obtener las más de 400.000.000 de jeringas con sus respectivas agujas para vacunar a los 210.000.000 de brasileños.
No expuso un plan concreto y claro de cómo será la logística para distribuir vacunas en un país de dimensiones continentales.
Anunció que, “quizá en diciembre, pero seguro en enero”, llegarían a Brasil las primeras remesas de la vacuna desarrollada por la empresa Pfizer.
Fue enfáticamente desmentido por la farmacéutica, que además informó que, en agosto, envió a Pazuello una propuesta que permitiría la adquisición de millones de dosis de su vacuna y nunca hubo respuesta.
Mientras, el Instituto Butatan, de San Pablo, empezó el pasado jueves el envase de la vacuna Coronavac, una asociación con el fabricante chino Sinovac. La perspectiva es envasar hasta 1.000.000 de dosis a cada día. Con tal anuncio, el gobernador derechista de San Pablo, João Doria, que de aliado pasó a enemigo irreversible de Bolsonaro (el mandatario no admite adversarios, los transforma en enemigos), abrió un nuevo frente de guerra con Brasilia.
Es que, si efectivamente San Pablo empieza a vacunar ya en enero, pondrá en relieve la inercia del gobierno nacional y tal perspectiva llevó al ministro general a anunciar algo que no tendría cómo poner en práctica: la llegada de la Pfizer.
Ya Bolsonaro optó por mantenerse al otro margen, viajando, provocando aglomeraciones y asegurando, contra todas las trágicas evidencias, que la pandemia en Brasil “ya está llegando al fin”. El mandatario deja claro cada día que tiene tres focos principales de preocupación: las elecciones de 2022, mantener un discurso coherente junto a su base de seguidores más incondicionales y proteger a sus hijos.
Los viajes tienen clarísimo carácter electoral. Y buen ejemplo de los movimientos dirigidos e sus incondicionales fue el anuncio, con júbilo, de que, a partir de enero, ya no habrá impuesto para la importación de revólveres y pistolas. El armamentismo desenfrenado es una de las banderas más notorias del clan presidencial.
Ya la búsqueda enfática de medios para proteger a sus tres hijos que actúan en la política -Carlos, concejal en Río; Eduardo, diputado nacional; y Flavio, senador- dispara escándalos en secuencia.
Carlos, y especialmente Flavio, están bajo rigurosa investigación judicial por el crimen de contratar asesores fantasmas para sus respectivos despachos parlamentarios y quedarse con sus sueldos y gratificaciones.
El pasado jueves, se supo, a través del semanario Época, que hubo reuniones entre los abogados del hijo senador con Bolsonaro y sus asesores más graduados en el gabinete presidencial.
Y más grave: también la Agencia Brasileña de Inteligencia, instancia máxima del sector, fue orientada a producir informes secretos que fueron repasados a los abogados de Flavio para ayudar en la defensa del acusado.
Más allá de mezclar el interés privado con el interés público, se trata de un crimen tipificado por la legislación brasileña. La Fiscalía General de la República ya investiga el caso.
Una vez más, Bolsonaro niega todo, pese a las pruebas concretas.
La distancia entre la realidad devastadora vivida por Brasil y las actitudes del mandatario no hacen más que confirmar que el país está cada vez más a la deriva, acercándose a un naufragio que parece inevitable.
*Por Eric Nepomuceno para Página/12 / Foto de portada: Adriano Machado – Reuters