Las primas: discapacidad, divino tesoro 

Las primas: discapacidad, divino tesoro 
18 noviembre, 2020 por Gilda

Por Manuel Allasino para La tinta

Las primas es una novela de Aurora Venturini, publicada en el 2007. Ese año, la obra presentada bajo el pseudónimo de “Beatriz Portinari”, resultó ganadora del Premio “Nueva Novela Página/12”, con un jurado integrado por Juan Boido, Juan Forn, Rodrigo Fresán, Alan Pauls, Sandra Russo, Guillermo Saccomanno y Juan Sasturain. 

Ambientada en los años cuarenta, Las primas, relata la historia de una familia muy particular: todas las integrantes sufren algún retraso mental o físico. Yuna, la narradora, tiene algunos problemas con el lenguaje que resuelve consultando el diccionario. Betina, su hermana pequeña, está mucho más afectada en el habla e incluso tiene serias dificultades de movilidad. Carina, una de las primas, nació con seis deditos en cada pie, y la prima Petra, tiene enanismo. A lo largo de las páginas de la novela, nos encontraremos con violaciones, embarazos no deseados, separaciones violentas, mortales sexos orales y asesinatos. 

Con una impecable originalidad, Aurora Venturini, realizó un libro idealista e ideal que tiene una fortaleza creativa admirable y nos sumerge en un universo lleno de daños, dolores y humor. 

aurora-venturini-primas-libro“Betina hablaba bastante, o farfullaba y se hacía entender. Así ocurrió que una noche de reunión de familia en la que no nos permitían estar por falta de modales especialmente durante las comidas, mi hermana gritó con voz de trombón: mamá, me sangrea la cotorra. Estábamos en la habitación de al lado a la del ágape. Vinieron la abuela y dos primos. Yo les dije a los primos que no se acercaran a la sangrante porque podían embarazarla. Todos se fueron ofendidos y mamá nos pegó a las dos con el puntero. Fui a mi instituto y conté que Betina estaba desarrollada a pesar de ser menor que yo. La maestra me retó. No hay que hablar de inmoralidades en el aula y me aplazó en la materia instrucción cívica y moral. La clase se convirtió en un grupo de alumnos preocupados, especialmente las chicas que de vez en cuando se palpaban para comprobar posibles humedades. Por si acaso yo no me junté más con los varones. Una tarde Magarita entró radiante y dijo me vino y entendimos de qué se trataba.  Mi hermana dejó la escolaridad en tercer grado. No daba para más. En realidad no dábamos para más ninguna de las dos y yo dejé en sexto grado. Sí, aprendí a leer y escribir, esto último con faltas de ortografía, todo sin H, porque si no se pronuncia, ¿para qué serviría? Leía dislálicamente, dijo la sicóloga.  Pero sugirió que ejercitándome mejoraría, y me obligaba a los destrabalenguas como María Chucena su choza techaba y un leñador que por ahí pasaba le dijo María Chucena vos techas tu choza o techas la ajena yo no techo mi choza ni techo la ajena solo techo la choza de María Chucena. Mamá observaba y cuando yo no destrababa me daba un punterazo en la cabeza. La sicóloga impidió la presencia de mamá durante María Chucena y destrabé mejor, porque cuando mamá estaba, por terminar bien pronto María Chucena, me equivocaba temiendo el punterazo. Betina rodaba su rum alrededor, abría la boca y señalaba adentro de la boca porque tenía hambre. Yo no quería comer en la mesa de Betina. Me asqueaba. Tomaba la sopa del plato, sin usar cuchara y tragaba los sólidos agarrándolos con las manos. Lloraba si yo insistía en alimentarla por aquello de meterle la cuchara en cualquier orificio de la cara. A Betina le compraron una silla de almorzar que tenía una mesita adosada y en el asiento, un agujero para que defecara y pis. En mitad de las comidas les venían las ganas. El olor me producía vómitos. Mamá me dijo que no me hiciera la delicada o me internaría en el Cotolengo. Yo sabía qué era el Cotolengo y desde entonces almorcé, diré, perfumada con el hedor a caca de mi hermana y la lluvia de pis. Cuando tiraba cuetes, la pellizcaba. Después de comer me iba al campito. Rufina higienizaba a Betina y la sentaba en la silla ortopédica. La boba siesteaba con la cabeza caída sobre el pecho o sobre los pechos porque ya denunciaba la ropa dos bultos bastante redondos y provocadores porque ella estaba desarrollada antes que yo y aunque espantosa era señorita antes que yo, lo cual obligaba a Rufina a cambiarle los paños todos los meses y a lavarle la entrepierna. Yo me las arreglaba sola y observaba que no me crecían las tetitas dado que era flaca como un palo de escoba o como el puntero de mamá. Y así fuimos cumpliendo años, pero yo asistía a clase de dibujo y pintura y el profesor de Bellas Artes opinó que sería una plástica importante a causa de que por ser medio loquita dibujaría y pintaría como los extravagantes plásticos de los últimos tiempos”.

La narradora Yuna, tiene una brutal y excesiva honestidad que la impulsa a consignar la fuente (el diccionario) cada vez que pone una palabra que no usó antes y no conocía. Y encuentra en la pintura, el lugar de expresión para superar las dificultades que tiene con el lenguaje. 

Las primas de Aurora Venturini, es una novela original y desconcertante donde se describe una infancia hostil y minusválida, y en dónde la locura y el desamor están muy presentes. 

Cargada de humor negro, y al mismo tiempo, de sapiencia, Las primas, es un libro que interpela y obliga al lector y lectora, a cuestionarse sobre la frontera entre lo normal y lo anormal. 

“Rufina puso el mantel bordado que mamá guardaba y los platos finos que guardaba también. Cuando ponía así la mesa los ojos se le empañaban porque eran obsequios de cuando contrajo enlace.  Seguramente le venían recuerdos de cuando se desenlazó y papá se fue. Nunca me dio pena porque no la quería. Que se embrome… papá habrá encontrado otra mejor sin puntero. Papá tendrá hijitos normales no badulaques como los que ella tuvo y que éramos nosotras.  En mitad de la mesa paqueteaba una estatuilla de cerámica que representaba una pareja de aldeanos abrazados entre una maraña bajo un sauce. Algún día pintaría esa escena que me emocionaba porque a los diecisiete años toda chica desea ser abrazada bajo un árbol pisando el zarzal. Comimos en la vajilla guardada porque la de todos los días estaba cachada y manchada por el uso. Los cubiertos también fueron los mejores que mamá cuidaba y decía que eran juegos de su casamiento. La cristalería salió a la luz después de varios años y parecía de agua transparente. El puchero no parecía el mismo aposentado y rodeado de tal lujo. Hasta hubo vino dulce. Del otro no porque no alcanzó la plata. En el juego de agua, había agua, naturalmente. Primero se sentó mamá a la cabecera y al lado el profesor que llegó a horario justo y trajo bombones. Frente al profesor, yo y a mi lado Betina. Mamá dijo primero algo para picar. Yo pensé de dónde sacaría el pico y si se trataba de otro cubierto nunca lo vimos, pero la cosa no pasaba por ahí sino por unos platitos con salame y queso con piquitos como espaditas. Mamá dijo sírvanse para despertar el apetito y puso vino en los vasos de los grandes y agua en los de Betina y en el mío y cuando sonó el timbre y entró tía Nené dijo mamá que era la sorpresa que nos había preparado. Atareada Rufina iba y venía. Ahora la ayudaba tía Nené. El plato principal llegaba emancipado en manos de Nené. La gallina apucherada de siempre pero en fuente de plata y aderezada con verduras, traídas por Nené, parecía una ofrenda a un rey. Y empezamos las manducaciones cada cual como mejor podía. Mamá observaba sin puntero pero yo sabía que lo tendría bajo la mesa a su alcance. La nota vistosa y espantosa la dio Betina. Torpe y sonora de cuetería y eructos seguidos por las disculpas de mamá aclarando que la pobrecita de dieciséis años tenía cuatro de edad mental según los test que se le aplicaron dadas las circunstancias de su minusvalía. Tía Nené selló la melopea con qué desgracia la tuya. Clelia, así  se llamaba mamá, dos hijas taradas… y enseguida se zampó un cacho de pechuga en la boca pintada de rojo buzón. El profesor dijo que yo no era tarada sino artista plástica ensimismada y que haría una exposición de cuadros en Buenos Aires y que en la ciudad ya había vendidos dos”.

Yuna tiene dones de pintora que la llevarán a la fama y al reconocimiento como una gran artista. La relación de amor y odio que tiene con su profesor de arte, más lo ocurrido entre él y su hermana menor Betina, la llevarán a tramar una venganza perfecta. 

Yuna es un personaje políticamente incorrecto,  no tiene problemas en llamar “morochita” a la empleada doméstica o “liliputiense” a su prima que apenas sobrepasa el metro de estatura. Esa prima de nombre Petra, es uno de los personajes más entrañables de la novela de Venturini, una enana prostituta y perversa, que se gana la vida con el sesoral (como ella llama al sexo oral). 

“El profesor es mi apoderado. Petra, que es mal pensada, me dijo que tuviera cuidado con los apoderados que se avivan con los dineros y bonos, etc. de los que confían en ellos y que lamentaba no ser mayor de edad para ser ella mi apoderada porque ella sí tenía las manos limpias y eso llamó mi atención porque nunca noté que el profesor las tuviera sucias pero no dije nada acordándome de lo que aconsejaba la abuela ya difunta la madre de mi mamá de que en boca cerrada no entran moscas y aunque tampoco comprendo el dicho intuyo (palabra del diccionario) que concuerda con el parlamento de mi prima Petra.  Ah… los puntos…. fatigan pero adentro de la cabeza ponen ideas tantas que se atropellan y luego ya no sé qué era lo que tenía interés de aclarar pero al ver a Petra me viene la idea y que resulta que debo preguntarle de sesoral que no encuentro en el diccionario.  Descanso. Ah… Cuando la interpelé a Petra acerca del término ella largó una carcajada y me gritó imbécil con más de dieciocho años no sabes siquiera pronunciar y con pose de maestra de sexto pronunció sexo oral y yo boquiabierta igual quedé en ayunas y le rogué me aclarara el tema porque sentía que debía ser eso que todas las chicas, según Petra, practican y se sentó en una silla y me dijo hacé de cuenta que soy un hombre, para el caso el quintero de marras que embarazó a Carina y sentada se abrió de piernas y me dijo que imaginara que ella siendo hombre tendría en lugar de cotorra un pene y que pene significaba el pito de los varones por donde mean y no la cotorra por donde lo hacemos nosotras las mujeres y que para no embarazarse no hay que dejar meterse el pene en la cotorra porque el semen que expele el pito es lo que contamina y después viene lo peor el embarazo y que ella le propuso a un hombre de la quinta sexo oral y él encantado aceptó. Qué fatigada estoy… Siguió explicando siempre sentada con las piernas abiertas y contó que sexo oral significa que el hombre le ponga el pito en la boca a la mujer y que ella chupe como si chupara cualquier fruta o caramelo y de pronto salía el semen y que por esa vía no embarazaba y yo vomité ahí nomás y ella enfurecida y con razón juró que nunca me explicaría cosas íntimas aunque me convendría saberlas para que no me ocurriera lo mismo que a la inocente Carina y a su bebé y que cualquier hombre con tal de no comprometerse acepta el sexo oral y que a ella le parecía que son tan puercos que les gusta más así que de manera normal, también que los casados solicitan esa manera porque los hijos los tienen con las esposas casadas con ellos por civil y por iglesia que ella que era menor que yo dos años ganaba plata con esa práctica y nadie lo sabía y confiaba en que yo no contaría porque abrió los ojos para que nadie me pusiera el pene en la cotorra y después me muriera de infección como Carina y el bebé y yo le pedí disculpas por haber vomitado y le agradecí la clase sobre sexo oral, muy útil pero que nunca practicaría por mi estómago delicado y por mi hígado que padeció hepatitis y otras faltas de inmunidades (palabra del diccionario) que me llevarían al hospital. Y que en el hospital me moriría de vergüenza relatando a los doctores el origen de mis descomposturas. Nunca haría esas cosas total yo ganaba bien con las pinturas y las ilustraciones que me solicitaban los diarios y revistas y aunque así no fuera preferiría trabajar por horas como la mamá de Filomena y Filomena también que eran vecinas pobres pero decentes y Petra me tiró de los cabellos cuando dije que las dos Filomenas eran decentes porque se dio cuenta de lo que pensaba de ella y volví a pedirle disculpas por favor y ella me perdonó”.

Las primas de Aurora Venturini es una novela original y morbosa, pero profundamente sincera en sus planteamientos. Con una narración casi sin comas, con déficits sintácticos, léxicos y lingüísticos, tan bien construidos que parece que Yuna, la narradora, va aprendiendo a contar delante nuestro, Venturini logra una historia que nos conmueve, atraviesa e interpela. 

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Sobre la autora

Aurora Venturini nació en 1922 en La Plata (Buenos Aires, Argentina) Se graduó en Filosofía y Ciencias de la Educación en la Universidad Nacional de La Plata. Fue asesora en el Instituto de Psicología y Reeducación del Menor, donde conoció a Eva Perón, de quien fue amiga íntima y con quien trabajó. En 1948 recibió de manos de Jorge Luis Borges el Premio Iniciación, por El solitario. Estudió psicología en la Universidad de París, ciudad en la que se autoexilió durante veinticinco años tras la Revolución Libertadora y donde vivió en compañía de Violette Leduc y trabó amistad con Jean-Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Albert Camus, Eugéne Ionesco y Juliette Gréco. Ha traducido y escrito trabajos críticos sobre poetas como Isidore Ducasse, Conde de Lautréamont, Francois Villon y Arthur Rimbaud. 

*Por Manuel Allasino para La tinta. Imagen de portada: Anthony Duce.

Palabras claves: Aurora Venturini, literatura, Novelas para leer

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