Mañana será historia: un diario frenético sobre la realidad venezolana
Desde hace varios años, Venezuela se encuentra en el ojo del huracán mundial. El periodista Marco Teruggi relata esa realidad en su nuevo libro.
Por Leandro Albani para La tinta
Leer Mañana será historia. Diario urgente de Venezuela es lanzarse a un río caudaloso que, por momentos, permite descansar en un breve remanso, para después ser arrastrado por corrientes frenéticas que no sabemos a qué destino final nos llevarán. Esa vorágine que se respira al pasar cada página del libro es la misma que hace vibrar la historia de Venezuela.
Publicado por la Editorial Sudestada, Mañana será historia… puede ser una guía para quienes buscan entender la realidad venezolana. Pero también se convierte en una bitácora cotidiana en donde revolución y necesidad se entrelazan, siempre desde un relato que rescata las voces de los principales protagonistas del proceso político y social iniciado por Hugo Chávez en 1998: los hombres y las mujeres del pueblo, que se niegan a perder la dignidad conquistada, que luchan contra enemigos internos y externos, y que deben combatir los errores de quienes, en muchas ocasiones, deciden los destinos de una revolución que despertó a América Latina del letargo.
Teruggi teje páginas que se convierten en una road movie por los Llanos venezolanos para luego, apenas unos párrafos más abajo, analizar y desenredar una situación económica que no siempre es entendida en su totalidad desde países como Argentina.
Sociólogo, periodista, pero, sobre todo, un protagonista más de las victorias, tragedias y contradicciones del proceso bolivariano, Teruggi –que vive en Venezuela desde 2013-, llegó recientemente a Argentina, donde inició una maratón de presentaciones por todo el país. Autor de Lo que Chávez sembró. Testimonios desde el socialismo comunal (Sudestada, 2015) y de los poemarios Siempre regreso al pie del árbol (2012) y Días Fundados (2014), Teruggi dialogó con La tinta sobre Mañana será historia…, la actualidad venezolana y la figura siempre presente de Hugo Chávez.
—¿Por qué elegiste estructurar el libro como un diario?
—La primera pregunta que me hice es cómo hacer para contar toda esa realidad. Cuando digo toda esa realidad, va desde la cotidianeidad hasta el conflicto internacional, pasando por la experiencia de organización popular, la descripción de un paisaje, una reflexión o un diálogo. Son las formas que pueden contener esa realidad extraordinaria, que está en un momento único de su historia y que no se repetirá. La forma de diario surgió como una posibilidad de ordenarlo temporalmente y permitir que adentro ingresaran todos los géneros que logré construir. Hay momentos de crónica, de reflexión, de ensayo, de literatura de viaje, de análisis más duro económico y político, de denuncias, de cartas. Todas esas formas son posibilidades de atrapar lo que uno va viviendo y en lo cual está inmerso. La idea de un diario quiere decir que quien escribe no está afuera y observa desde una supuesta neutralidad, que algunos sectores del periodismo les gusta hacer creer que todavía existe, sino que está adentro de lo que está pasando. Y tiene que ser creíble y saber de qué está hablando. El “yo” aparece poquito, pero aparece, para que, al que está leyendo, le permita aterrizar un poco más y preguntarse cómo vive y sobrevive esa persona que le habla.
El objetivo principal del libro es intentar narrar una época, que es más que una serie de acontecimientos o una reflexión, que es más que dos o tres personas. Es un momento histórico, es el espíritu de un país de un determinado momento, muy específico, que está viviendo en una batalla inmediata, en la que estamos muy a la defensiva comunicacionalmente y donde nos han ganado de mano. También es un libro para quienes vendrán después y nos pregunten qué pasaba en Venezuela.
—En el libro, te centrás bastante en el proceso comunal y campesino. ¿Por qué te recostaste sobre ese sector para contar la historia?
—Primero, porque fue mi puerta de entrada al país. Cuando ingresé al proceso revolucionario fue a través de ese universo. Y porque siempre vi que, en ese sector, había una potencia de transformación que no había en otros, ligada al proyecto que planteó Chávez, de lo que significó en términos organizativos y en horizonte de transformación. Y también porque mis héroes y heroínas siempre estuvieron ahí. Mis puntos de referencia, la gente que más admiro, siempre estuvo en esos espacios. Hay mucho que va transcurriendo en esa dimensión: desde lo maravilloso que son las experiencias comunales hasta lo trágico que tiene el asesinato de dirigentes campesinos. Todo eso es parte del espacio del cual hablo y del cual, muchas veces, analizo la realidad.
El libro está situado en un lugar, que no es mejor ni peor. También tiene que ver con un ritmo del país, por lo cual, a su vez, me despego y vuelco la escritura al conflicto político que se está desarrollando. Por ejemplo, todo lo que fue abril y junio de 2017, cuando había campesinos a los que les quitaban tierras los terratenientes que financiaban a los sectores paramilitares, pero el eje estaba puesto en el análisis de cómo iba tomando forma el asalto al poder por la fuerza de la oposición. Justamente, lo más difícil siempre es hacer una síntesis, que todos esos elementos convivan. Gran parte de mis fuentes de información, o desde donde podía aterrizar más lo que estaba pasando, tenía que ver con el universo de los territorios concretos. Ahí donde hay un caudal de información que, muchas veces, no está en los medios de comunicación. La particularidad para hacer periodismo en Venezuela es que, muchas veces, es difícil acceder a las fuentes y esas fuentes se pueden conseguir desde las alturas políticas y dirigenciales, o desde muy abajo en los territorios.
—¿Cómo fue abordar los temas de la burocracia y la corrupción dentro del proceso bolivariano?
—Lo de la corrupción no era un tema hasta que Maduro, un día, dijo que ese era el principal enemigo de la revolución. Cosa que, incluso, los medios estatales pasaron por alto, pero Maduro lo dejó sentado. En septiembre de 2017, cuando vino el nuevo Fiscal General, Tarek William Saab, abrió la situación de la corrupción en sus dimensiones más fuertes, atacando problemas muy complejos, como el de PDVSA (Petróleos de Venezuela S.A.). Ahí, el tema entró en pleno debate público, incluso contra resistencias de sectores al interior del chavismo, que dicen que de eso no hay que hablar. Ahí se pudo empalmar ese debate alrededor de la corrupción con los números que iba dando la Fiscalía General, lo que permitía complejizar muchas cosas. Creo que hay una dimensión de lo que sucede en Venezuela que no se puede entender sin incorporar ese factor, sabiendo que eso es una agenda de la derecha para el continente. Pero también sabiendo que el proceso bolivariano se propuso abordarlo. Al contrario de otros procesos, lo puso en el centro de la mesa, diciendo que había que hacerse responsable y encabezar una batalla contra esto.
Lo de la burocracia fue evolucionado. Primero, había una lógica más de análisis, demostrando cómo la burocracia opera y atenta en lo cotidiano, de forma invisible, contra los procesos de organización popular. Después, fue mutando más hacia el debate que hay en torno al proyecto político y económico, que es más que un asunto de burocracia. Es hacia dónde se está orientando el trazo estratégico en lo económico. El nudo principal del debate más complejo está ahí. ¿Por qué hemos visto, en el último tiempo, que la apuesta a lo comunal, social, estatal –sacando a algunos puntos clave, como PDVSA-, ha ido corriéndose del centro de la escena y la apuesta ha sido los acuerdos con el empresariado? ¿Qué hay detrás de eso? ¿Es algo solamente táctico o es estratégico? ¿Cómo se enmarcan los desalojos campesinos, los asesinatos de dirigentes, las dificultades para que crezcan las comunas al interior de ese debate? Esto tiene que ver más con el ejercicio teórico de cuál es el modelo económico que se está planteando en la situación actual, que no es la ideal. Es una situación que carga errores que se acumularon, junto con un bloqueo económico internacional cada vez más agudo, al mismo tiempo que los sectores empresarios boicotean la economía. En ese contexto, ¿qué se está planteando? Ahí, el ejercicio es más teórico sobre cuál es la proyección económica, sabiendo que la economía es política concentrada.
—¿Cómo podés describir a la oposición venezolana?
—Acorralada por su propia incapacidad de crear escenarios insurreccionales o incendiarios, en la que después termina quemada por su propio fuego. Hay un sector grande de la oposición que está convencido que sólo se va a saldar a través de una salida violenta. No lo plantea por una cuestión de concepción ideológica, sino porque ha cometido tantos errores, ha desacumulado lo poco que tenía, que llegó a un punto en el cual no tiene más remedio que plantearlo en ese sentido. Pero es tan crítica su situación que, para que eso sea realidad, no depende de su propia fuerza, sino que depende de un factor internacional. Ahí está la paradoja del asunto. Plantean una salida para la cual ellos no tienen la fuerza, por eso piden, con sus operadores internacionales, que se geste una acción desde el frente exterior bajo el paraguas de la crisis humanitaria.
La oposición ha cometido tantos errores y ha empujado hasta tan lejos el conflicto, que la derrota, sus contradicciones y sus disputas le ha costado ser un actor, en términos políticos, casi inexistente, por fuera de la comunicación. Hoy, se puede poner a cualquier dirigente de la oposición en una calle donde sus sectores son mayoritarios y no va juntar más de cien personas, porque no les creen.
Después, hay otro sector que oscila entre acompañar la línea más violenta y no respaldarla, y que el gobierno intenta acercarlo para dialogar. El planteo sigue siendo construir democracia participativa al interior de una democracia representativa. Hace falta una oposición que participe con las reglas del juego que están establecidas y, contra la mitología que se plantea, la misma derecha se encarga de desmentir. Cuando ganan elecciones, las reconocen, pero cuando pierden, no. El problema es cuando se presentan de conjunto, algunos ganan y otros pierden, entonces, los que perdieron les piden a los que ganaron que no reconozcan su victoria. En su propia capacidad de dispararse a los pies entre ellos, han creado una especie de crisis política muy honda que lleva a la situación en la que, hoy, la principal vocería, su línea de acción y estrategia está en Estados Unidos, mediada a través de Colombia.
—¿Cómo aparece la figura de Chávez en el libro?
—Aparece de una manera compleja, como un punto sobre el cual volver para reflexionar en términos del proyecto político estratégico. Aparece en su relación muy fuerte emotivo sentimental y de manera consciente con la gente, con lo que representó Chávez para millones de personas. También aparece desde un lugar de ausencia que pesa, en la necesidad que estuviera Chávez. Incluso aparece desde un lugar de no saber qué decir. Hay un texto, es uno de los pocos artículos que incorporo en el libro sobre un aniversario del fallecimiento de Chávez, y que cuento cómo fue el proceso de escritura de ese artículo y su dificultad. Porque dentro de una revolución hay cosas complejas de procesar y que son parte de aprender a vivir en esa revolución. Como, por ejemplo, sectores que hacen usurpaciones de la palabra y que nombran y vanaglorian y glorifican, pero, en su práctica cotidiana, hacen exactamente lo contrario. A veces, es preferible el silencio antes de que salir a plantear algunos ejes que no tiene razón de entrar en ese momento en el debate público. Chávez está omnipresente y, a veces, aparece como una ausencia. Hay algo que, incluso, parecería una pesadilla de la que nos despertamos y aparece.
*Por Leandro Albani para La tinta