Enero, el desamparo en las profundidades rurales

Enero, el desamparo en las profundidades rurales
8 agosto, 2018 por Gilda

Por Manuel Allasino para La tinta

Enero es la primera novela de la escritora Sara Gallardo publicada en 1958. Es una obra breve y contundente. Nefer, la protagonista, es una adolescente que vive y trabaja con sus padres y su hermana en un puesto de una estancia donde ordeña vacas en el tambo. A causa de una violación, Nefer queda embarazada, y comienza a crecer la angustia como una bola gigante que la aplasta. Violencia de género y aborto, son los ejes del relato, que permite pensar no solo nuestra historia en el típico marco de las tensiones campo-ciudad sino también reflexionar sobre la desigualdad de género y la violencia de clase que se perpetúa como «un hongo negro y creciente».

Si el Negro supiera que es suyo, que es suyo, tal vez me miraría, tal vez me querría y se casaría conmigo, tal vez nos iríamos los tres en un sulky a un puesto, lejos, a vivir para siempre. Pero no es suyo…Sí, sí, es de él, de él… No, no es suyo… Pero es culpa del Negro, es culpa.  ¿Qué puede hacer una chica, sola en el campo, en un campo tan ancho y tan verde, todo horizonte, con trenes que se van a ciudades y vuelven quién sabe de dónde? ¿Qué puede hacer? Las ricas son otra cosa. Piensa en Luisa, que a esta hora se sentaría en el comedor de la estancia. Su madre había dicho: <>.  ¿Sería cierto? Pero ella, ella, Dios, ella, ¿qué había hecho? Nada, no se acordaba, no importaba, era como un sueño, y ahora, entre toda esta gente tranquila en medio de la vida está ella con angustia y miedo. Porque no se puede volver atrás, el tiempo viene y todo crece, y después de crecer viene la muerte. Pero para atrás no se puede andar. Y el Negro, cuando supiese, cuando allá en el puesto, la Edilia dijera –y vaya si tenía la lengua afilada, y vaya si reiría- y el Negro tal vez sonriese, tal vez hiciera una broma… no, ah no, y era su culpa, era culpa del Negro, porque ella ni sabía cómo había sido, pero era culpa del Negro. Piensa que hubiera sido posible no conocerlo, y entonces es como si volviera a rodearla el día que lo vio por primera vez. Siente de nuevo la liviandad del aire que un vientito alegraba. La familia entera fue a la doma porque hacía mucho que no se organizaba una con premios tan altos. Su primo, un rubio flaco de piernas chuecas, tenía probabilidades de salir vencedor. Nefer se recuerda achicando los ojos para verlo montar. Vuelve a ver el cuerpo sacudido sobre el recado y ese brazo indeciso que no se atrevía a revolear el rebenque. Detrás de ella alguien había dicho: lindo premio va a ganar si se sigue castigando tan fuerte…”.

Enero es una novela de amor color tierra, porque está situada en el campo, entre la peonada. La culpa, el miedo, el odio, y también la esperanza son las emociones con la que este libro atrapa de manera magistral a los lectores.

El protagonista real de Enero, es el amor adolescente, fracasado y absurdo. Con una prosa que conmueve, Sara Gallardo retrata a Nefer, una joven desposeída material y espiritualmente. Ser mujer en los años cincuenta en el campo argentino no era fácil, y si a eso se le sumaba la pobreza, el combo era letal.

La novela relata la imposibilidad de darle voz a una angustia que no cesa de crecer. Nefer queda embarazada de un hombre que abusa de ella y está enamorada de otro hombre que no la registra.

Tal vez fuera mejor sentarse, rechazar las mantas, recostar la espalda en la pared rugosa, pasar la mano por la frente y el pelo húmedos, cerrar los ojos. Era demasiado intrincada la trenza de ruidos en la oscuridad, con el pesado tictaqueo del despertador, la respiración de Alcira, los ronquidos de los padres a través de la puerta, los perros inquietos en la noche, los gallos próximos y lejanos, el propio corazón bombeando subido a la garganta que se asfixia, y encima de todo, pasando por el cuarto sin interrupción, pasando por la noche, pasando por el mundo, el tiempo cargado de cosas que llegan y pasan, llegan y pasan pero no pueden apartarse. Nefer esconde la cara en sus manos y es como si se asomara a su miedo. Su hermana se vuelve en el catre y el rumor que produce la sobresalta; y los murmullos entran en sus oídos, laten en su cabeza, bajan luego, y unidos al corazón patean todos los huesos de su pecho. Se sienta al borde de la cama y sus pies rozan los ásperos ladrillos en busca de las alpargatas. Afuera, un perro se acuesta contra la puerta y la estremece. ¿Qué hora es? Retira una manta de la cama, se cubre los hombros, y tendiendo el brazo camina hacia la puerta.  No es fácil perderse en ese cuarto donde no hay más que una cama de hierro, un catre y una mesa, pero esta noche nieblas y remolinos suben por el cuerpo e invaden la cabeza, y los sentidos tienden hacia dentro, no guían los pasos, que se extravían.  Nefer palpa la pared de adobe y no halla la puerta. Sin embargo debía estar acá, justo acá, a cuatro pasos de la cama, ¿cómo es que…? ¿En qué cuarto estamos, o no es Alcira quien respira, o no son ronquidos esos alterados rumores que suenan, o no…? Vuelve a recorrer la pared con la mano y un poco de cal se desprende y cae sobre sus pies. El perro se rasca y estremece la puerta desde un sitio inesperado para Nefer. Si la puerta está allá, significa que tantea la pared donde cuelga el almanaque. ¿Cómo pudo llegar aquí? Sujetando la manta con la mano, extiende la otra y avanza paso a paso por el cuarto que se ha transformado en un enemigo oculto en la tiniebla, atento a confundirla con obstáculos, a improvisar una pared ante su cara. Pero esta vez, llamada por la puerta sacudida, Nefer llega a ella, y cuando su mano la reconoce, con el pequeño pestillo flojo y la pintura lisa e irregular sobre las tablas, el cuarto se rehace a sus espaldas. Agachándose con cautela, levanta sin ruido el pasador, empuja la puerta que cede a medias, vuelve a empujar y sale. A sus espaldas mueren el tic-tac, el miedo y los ronquidos, porque en el patio está la noche, y su frío y dulce olor llena la tierra. El perro lame sus pies y agita con la cola la manta que la envuelve: lentamente, como un tren que pasara lejano, suena el largo gemido del molino trabado que la brisa inquieta, y los grillos con las ranitas transforman el aire en una inmensa vibración”.

La escritora Sara Gallardo Drago Mitre estaba emparentada directamente con Bartolomé Mitre y fue la nieta del naturista Ángel Gallardo. A diferencia de colegas mujeres como Beatriz Guido o Marta Lynch, cuya pertenencia aristocrática pudo haber sido controvertida, Gallardo, a pesar de pertenecer al patriciado y al mundo del campo argentino de la clase alta, siempre indagó con su literatura en el otro campo, el de los marginales, las curanderas, los opas; y el de las mujeres sujetas a la violencia por parte de los patrones y los peones.

Sara Gallardo transformaba a sus personajes en observadores sutiles y comprometidos. En el caso de Nefer, la transformación es hacia una observación tierna y violenta con la que el lector no puede menos que conmoverse y emocionarse.

En la cocina oscurecida por la tormenta Nefer entrega el mate a su padre, que para tomarlo deja en el suelo las riendas que engrasaba. Nadie escucha la carrera de autos que transmite la radio, ni doña María zurciendo junto a la puerta, ni Alcira que vigila un sartén y bosteza, ni Capitán que tirita de cuando en cuando. Por un rincón del techo se cuela la lluvia y resbala lentamente en el flanco del apartador. Nefer suspira; un cansancio se le ha instalado en los miembros. <<Como si tuviera barro en la venas>>, piensa. -¿Terminaste con la mesa? –pregunta a su hermana. –Sí. –Bueno, limpiala entonces, que tengo que planchar. Un trueno retumba, corre por el cielo, llena el aire donde la lluvia se cierra y cae con más fuerza. A través del agua se oyen los tañidos vagos de la guitarra de Juan. –Dale y dale –dice doña María. Yo creo que el Juan no adelanta nada con la guitarra. –Sí, algo adelanta. Lo que hay que anda muy lento, anda.  Nefer no cree que Juan llegue a tocar muy bien pero lo envidia, solo en su cuarto, empeñado en su ocupación. Ella quisiera poder aislarse de la madre hosca, de Alcira indiferente, de la radio, de todo, y encerrarse con los ojos cerrados a pensar en el Negro que sonríe, en el Negro que saluda, que monta a caballo, que desmonta y fuma achicando los ojos, pero el dormitorio rodeado de lluvia la entristece”. 

Enero de Sara Gallardo, es una novela que se define ya desde el título, el nombre “enero” no alude a la época de vacaciones sino al calor abrumador. Es un tiempo robado, el de un ocio que no existe. En el campo profundo no hay lugar para el descanso. Se vive en un contexto opresivo y de mandatos jerárquicos difíciles de romper. No hay posibilidades reales ni de decir ni de ser escuchado. Antes como ahora, el aborto sólo está permitido a las mujeres ricas e informadas. Nefer además de ser pobre, ignora, no tiene acceso a ninguna información.

Cuando sale es casi mediodía y la sombra se ha hecho mínima alrededor de las casas. Desata el cabello, pone la bolsa delante del cojinillo y monta de un salto. –No ha de quedar así… No ha de quedar así… He de ir… ¿adónde? a lo de… Sí. He de ir a lo de… Pone el caballo al galope y mira sin ver el grupo de muchachos que juegan a la pelota en la cancha pegada al boliche, cuyos paletazos y voces resuenan amplificados. Las hojas de los árboles y los molinos están inmóviles en el aire y un perro acostado en la zanja la mira con el lomo embarrado.  La puerta de la capilla está cerrada. <<Mañana… la misión… confesarse…>>. El corazón se le aprieta de miedo. Alguien que no es ella piensa en ella: <>”. 

Sobre la autora

Sara Gallardo nació en Buenos Aires en 1931. Nieta del célebre naturalista y ministro argentino Ángel Gallardo, bisnieta de Miguel Cané y tataranieta de Bartolomé Mitre, la amplia biblioteca de su casa familiar le abrió tempranamente las puertas de la literatura. Enero, su primera novela, apareció en 1958 y obtuvo excelente recepción crítica. Le siguieron las novelas Pantalones azules (1963) y la extraordinaria Los galgos, los galgos (1968), que la consagró ante el gran público y con la que ganó el Premio Municipal. Además de las novelas, escribió literatura para niños y un libro de relatos, El país del humo (1977). Fue también colaboradora de las revistas Primera Plana y Confirmado, entre otras, así como del diario La Nación. Eisejuaz (1971) la confirmó como una voz sin paralelo, lo que también significó su marginalidad relativa en los relatos canónicos posteriores de la literatura argentina, circunstancia que se ha ido revirtiendo en la última década y media gracias a la reedición de gran parte de su obra. A fines de los años setenta dejó la Argentina y comenzó a trabajar como corresponsal en Europa. Murió en Buenos Aires en 1988.

*Por Manuel Allasino para La tinta.

Palabras claves: Enero, literatura, Novelas para leer, Sara Gallardo

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