Rosa Chávez: animalas y mestizas en Chiapas
Esta poeta maya k’iche’ kaqchiquel defiende la importancia de las raíces en regiones en donde la población indígena es mayoritaria pero sus derechos son constantemente pisoteados. Transmite la fuerza del nahual, ese ser sobrenatural que tiene la capacidad de tomar forma animal.
Florencia Goldsman para Pikara Magazine
“No olvido que un compañero de juegos en mi primera infancia me dijo ‘Las indias no pueden saltar’ y yo pego brincos que truenan, que revientan, que le sacan chispas a la rudeza del desprecio”, se apalabra con recuerdos Rosa Chávez (San Andrés Itzapa, Chimaltenango, Santa Cruz del Quiche, 1980), mujer originaria maya k’iche’ kaqchiquel, gestora cultural, poeta y actriz guatemalteca. Lo hace frente a un público de mujeres indígenas campesinas de regiones zapatistas, mexicanas y extranjeras de todos los rincones presentes en el I Encuentro Internacional Político, Artístico, Deportivo y Cultural de Mujeres que Luchan (organizado por las mujeres del Ejército Zapatista de Liberación Nacional). La poeta transmite la importancia de las raíces en regiones en donde la población indígena es mayoritaria pero sus derechos son constantemente pisoteados.
Cuando habla, escribe y comparte poesía transmite la fuerza del nahual, ese ser ser sobrenatural que tiene la capacidad de tomar forma animal. Rosa propone mutar en “jaguaras” o “coyotas”, cambiar de forma por las noches. Aun con la riqueza de imágenes antropomórficas no es difícil imaginar a Rosa en la tranquilidad de su jardín, tomando largos desayunos en pijama y leyendo, sus actividades predilectas cuando consigue abrirse tiempo para el autocuidado.
En el encuentro en Chiapas compartió lecturas de sus poemas y, en entrevista con Pikara Magazine, destacó la importancia del evento creado por las mujeres zapatistas como oportunidades que ayudan a despejar de paternalismos y exotismos la relación que muchas mujeres blancas establecen con las mujeres originarias. Resaltó sobre su presencia en el evento: “Para mí estar con las compañeras zapatistas todas juntas escuchando poesía, son esos momentos que se salen de la realidad del mundo en el que vivimos. Todas estamos aquí porque queremos luchar por un mundo distinto. Este para mí es un acto político-amoroso y de esperanza muy fuerte. Me siento muy emocionada”.
—¿Qué significa estar en el I Encuentro Internacional Político, Artístico, Deportivo y Cultural de Mujeres que luchan?
—Este es un encuentro visionado, hecho desde mujeres originarias con una apertura hacia las mujeres del mundo. Eso para mí, a nivel energético y espiritual, es muy fuerte. Porque las mujeres más oprimidas, segregadas, despreciadas son las que están abriendo un espacio hacia las mujeres del mundo. Son ellas hacedoras, actoras, productoras, organizadoras dando una lección de esa fuerza de los pueblos indígenas, de los ciclos de renacimiento. A nivel político también rompen esquemas, paradigmas que todavía están instaurados incluso dentro de los movimientos sociales y del feminismo sobre las mujeres indígenas. Por eso también es potentísimo cómo se rompen esos paradigmas y cómo nos encontramos de tú a tú: como hermanas, compañeras, no somos vistas “exóticas” o “las otras”. Ni desde el paternalismo ni vistas como sujetas de estudio o personas a las que hay que ayudar, sino que somos vistas como iguales. Entonces eso para mí es maravilloso, increíble. Venir y conocer esta experiencia de lucha es esperanzador. En muchos sentidos me hace sentir feliz, abrumada, porque tanto conocimiento puesto en acción es una escuela para mí.
—En Guatemala, ¿cómo están actualmente organizados los movimientos de mujeres originarias?
—Veo una articulación muy fuerte, importante, desde lo sororario pero también a nivel político y en la forma de acompañamiento de las redes de mujeres que están siendo criminalizadas. Podríamos pensar que ellas están viviendo una situación muy dura pero están, de todas maneras, al frente de los movimientos. He estado este último año muy cercana a distintas articulaciones de encuentros de mujeres defensoras de la tierra y del agua. Ahí hay una fuerza que sigue creciendo a pesar de los intentos de silenciarla. Hay una criminalización muy grande y las mujeres son violentadas por las empresas extractivas, algunas han tenido que irse de Guatemala. Pero también al interior de sus comunidades son activistas, defensoras mujeres que están rompiendo brechas. De igual manera se han dado distintos espacios en los que se han encontrado defensoras de todo el país que defienden los cuerpos y los territorios y la experiencia dice que se sigue creciendo, hay un hermanamiento y también un ejemplo de lucha. Las defensoras son muy estratégicas en sus acciones, con una convicción política, del trabajo y de hacia donde están apuntando sus pasos. Estamos viendo que en Guatemala nunca más un movimiento sin mujeres.
—¿Cómo se articulan estas experiencias con una Guatemala que pasó por movilizaciones enormes que en 2015 lograron dar vuelta el tablero político?
—Son importantes porque fueron parte de recuperar la conciencia “nosótrica”, de encontrar puntos de confluencia en una Guatemala tan fragmentada. De pronto no eran acciones sistémicas pero se logra enviar a la cárcel a esas autoridades de la política [a la ex vicepresidenta Roxana Baldetti que siguió con la posterior renuncia del expresidente Otto Pérez Molina]. Entonces mucha gente dice “¿ahora qué pasa? ¿cómo seguimos?”. Al día de hoy un poco se diluyen estas manifestaciones de 2015 pero fue muy valioso ver que las personas de la capital que no habían salido a las calles y a volverse movimiento hayan salido a manifestarse. Nos vimos en una plaza distintos grupos: movimientos indígenas, ladinos, universitarios. Todos tan diferentes. Ideológicamente también tan diferentes pero juntos por una causa. Para mí eso fue muy valioso, una enseñanza de que podemos hacer las cosas. Claro que hay detalles que hay que seguir tejiendo. Pero son avances en la historia de Guatemala. De ahí viene la Asamblea Social Campesina. Eso es un logro político e importante. Toda la movilización comenzó en redes sociales digitales por el #JusticiaYa, una acción que llamó a muchas personas a alzar la voz. Ahora, pasado un tiempo, aún es increíble ver que todas las semanas si pasas por el parque central, aunque sean 5 personas, están allí en la plaza manifestando.
—¿Cómo recordás el #8M del año pasado en Guatemala? [En la ciudad capital 56 niñas fueron encerradas y quemadas en un hogar estatal el 8 de marzo de 2017. Del total, 41 murieron como resultado de un crimen femicida y 15 sobrevivieron con heridas de gravedad]
—Ese día estábamos en la marcha del 8 de marzo y muchas no tenían ni idea de lo que había pasado. Nos enteramos terminando la marcha, no entendíamos qué era lo que había pasado con las niñas y el incendio. Fue durísimo, horrible, se vivió un luto en la ciudad, un silencio, una herida fuerte y se empezaron a encender fuegos en el parque y mucha gente comenzó a llegar con velas con flores a la casa presidencial. Fue demasiado duro, el caso de las 56 niñas es un caso en el que se cruzan todos los horrores y violencias que se ejercen en contra de las mujeres.
Toda la violencia sistémica patriarcal se cruza en esta historia pues éstas eran niñas que ya estaban viviendo en sus hogares situaciones violentas, de agresiones y llegaron a este hogar que se llama “Hogar Seguro Virgen de la Asunción” donde, una vez judicializadas, el Estado tiene la obligación de protegerlas. Desde antes habían salido reportajes muy fuertes de medios denunciando que habían casos de trata, violaciones, abusos psicológicos, físicos, cosas terribles en esa misma institución. Todavía la justicia guatemalteca está en proceso de investigación.
Al mismo tiempo han surgido varios colectivos, de movimientos y organizaciones que están acompañando. 8 Tijax es un colectivo de mujeres que se comprometieron desde ese día y fueron a la morgue, llevaron comida, se ocuparon de temas jurídicos y le están dando acompañamiento a la familia de las niñas. No terminamos de acostumbrarnos al horror. Fue terrible también ver que las marchas contra la corrupción fueron masivas pero las marchas convocadas por las niñas no lo fueron. Ahí sí que dolía. Hoy hay varias niñas sobrevivientes que están intentando salir adelante. Creo que el 8 de marzo nunca más será igual, nos afectó en varios niveles, lo que les pasó a las niñas, las familias, quedó como un trauma para la sociedad consciente del problema.
—En territorios atravesados por tanta violencia ¿cómo se trabaja a partir del arte en procesos de transformación y curación de personas?
—El arte, con su poder transformador y generador de conciencia, ha creado un vínculo fuerte con mi cuerpo. Con mi ser mujer. También escribo poesía, hago teatro y soy activista. He estado trabajando en los movimientos a través del arte. Estoy haciendo acompañamiento a mujeres defensoras criminalizadas y mi forma de trabajo nuclea el arte y la recuperación de la sabiduría de las plantas, desde una cosmovisión que hace eje en la espiritualidad y el arte. Son algunos elementos para sanar pero creo que hay que procurar desde dentro. Es mi forma de reciprocidad compartir mi experiencia y recibir la de otras. No me veo en un lugar de enseñar sino más bien de compartir. Me interesa mucho el tema del arte en la calle, la recuperación de los espacios públicos desde mi perspectiva como mujer originaria. Ahí voy desarrollando distintas propuestas.
—¿Cómo se refleja la versatilidad de todos tus trabajos y que reúnen altas dosis de sensibilidad?
—Se refleja por ejemplo en que ahorita dirigí el siguiente videoclip de Rebeca Lane: la canción homónima del disco Alma mestiza. Ella me invitó a que trabajásemos sobre la canción juntas porque llama a ser mujeres diferentes pero desde la experiencia compartida de la tierra. Hice guión y dirección. Todo esto me presentó retos pero fue muy bueno. Lo hice convocando a un colectivo de mujeres cineastas oriundas de Xela que hicieron la foto, la producción y la edición. Lo grabamos en Quetzaltenango. La letra habla del mestizaje y el video nos permitió experimentar. Se trata de una ficción, una historia que va sucediendo en un espacio determinado, a la que le agregamos animación digital. Participó además la artista Paula Morales y formamos un grupo de todas artistas mujeres.
—Del videoclip, ¿cuál es la imagen que más te representa a partir de la idea de mestizaje que define a Guatemala?
—Me gustó el hecho de proponer que la protagonista del video no fuera Rebeca sino una abuela, una señora mayor maya que tiene entre 60 y 70 años. Ella es el centro de la historia, en una trama que no es lineal justamente porque la letra habla de mestizaje, desde distintas formas de apreciar una historia. Hicimos un guión bastante metafórico acerca de la reconciliación con nuestras raíces. Esa historia es silenciada y es un fenómeno que pasa mucho en Guatemala: te niegan tu propia historia, tu raíz maya, por vergüenza, por enajenación y retomarla es un proceso bien fuerte. El video trae la idea de esta reconciliación con el pasado a través de las abuelas, las ancestras. De poder verse en el pasado desde el presente, desde cómo somos ahora: libres y con distintas opciones para vivir nuestras identidades.
—¿Tú también sentiste esa negación de identidad?
—No. Yo siempre he tenido mucha conciencia, o mejor voy a usar otra palabra: vivencia. Ahora siento una vivencia plena de mi identidad como mujer originaria. De pronto antes decía “soy una mujer indígena”, después con el tiempo ya no me sentía así y ahora me reivindico como mujer originaria, maya. A nivel político ha sido importante nombrarme. Al principio fue difícil, no porque mi familia me lo negara: para nada, al contrario siempre fue una familia muy orgullosa de su esencia, pero al salir de la comunidad, del pueblo y enfrentarte al racismo, la discriminación eso genera: una situación tensa de miedo, de mucho enojo. Es fuerte la internalización de la opresión, no es fácil sanar todas las heridas que llevamos dentro pero puedo decir que me siento en un proceso de vivencia plena de mi identidad como mujer maya.
Soy una mujer morena
Rosa Chávez ha publicado los poemarios Casa Solitaria (Editorial Oscar de León, Guatemala 2005), Piedra Abaj’ (Editorial Cultura Guatemala, 2009/Editorial Casa de poesía, Costa Rica 2009), El corazón de la piedra (Editorial Monte Ávila Editores Latinoamericana, Venezuela 2010), Quitapenas (Editorial Catafixia, Guatemala 2010) y AWAS (Editorial Catafixia, Guatemala 2014). Nos regala el siguiente poema:
Soy una mujer morena
no le tengo miedo a la palabra que me arrebató la guerra
camino confiando en que tantas muertes me regresaran a la vida
mis trece sentidos se han ofrecido jugosos a las manos del tiempo
por mirar de frente me han dicho india creída
por buscarme en las verdades enterradas
por nombrar lo que me apretaba la garganta
me han dicho india resentida
no olvido que un compañero de juegos en mi primera infancia me dijo:
las indias no pueden saltar
y yo pego brincos que truenan
que revientan, que le sacan chispas a la rudeza
de aquel desprecio
porque mi piel morena ha decidido sentir el tacto de la libertad
me han dicho sangre rancia, mal ejemplo,
no quiero ser ejemplo,
soy sangre caliente que atiende el llamado de mi voluntad
soy espíritu al que le nacen deseos, espinas,
raíces, troncos, llamados de este y otros tiempos
morena, sudorosa, sinvergüenza, apalabrada carne morena
carne que baila, que baila con los ojos abiertos y cerrados
que recupera su movimiento
carne y huesos que danzan por toda la alegría y el baile
que le fueron negados a mis ancestras
boca que mastica hongos en el invierno del futuro
boca infantil que fue saqueada por la brutalidad
boca que recupera su canto, su grito, su saliva.
boca que recupera su canto, su grito, su saliva.
*Por Florencia Goldsman para Pikara Magazine. Foto: Alejandra Hidalgo.