Good bye, Unasur
La organización que supo ser estrella del consenso regional en la última década cayó en desgracia y su ausencia suma otro capítulo a una Venezuela que parece condenada al abismo.
Por María Laura Carpineta para Revista Zoom
La Unasur, la organización que fue el foro predilecto para expresar el consenso, por mínimo que fuera, de los doce países de América del Sur durante gran parte de la última década, está cayendo en desuso, ignorada por las agendas que defienden los nuevos liderazgos de la región, principalmente Mauricio Macri y el brasileño Michel Temer, quienes prefieren llevar los conflictos regionales ante la OEA o impulsar la integración con los vecinos y el mundo desde el Mercosur.
Seis meses sin secretario/a general, dos años y medio sin una cumbre de jefes de Estado y gobierno, y actualmente alejada de las dos grandes crisis que sacuden a la región: una Venezuela al borde del abismo y de una escalada de violencia sin retorno, y un Brasil sumido en un conflicto de poderes con consecuencias inéditas para la potencia.
“La Unasur nació en un momento en el que varios gobiernos compartían cierta ideología, pero ahora ha habido este reposicionamiento, que explica en buena parte lo que está pasando”, sostuvo recientemente el analista Francisco López-Bermúdez, de la privada Universidad San Francisco de Quito, en diálogo con la agencia de noticias AFP.
Un argumento similar utilizó el ex ministro de Hacienda de Colombia, Rodrigo Botero Montoya, cuando escribió una columna de opinión en el diario brasileño O Globo titulada “Enterrar a la Unasur” y citada por el sitio Nodal: “La Unasur surgió como una iniciativa para promover la revolución bolivariana a través de un foro regional en tiempos de un boom del petróleo y cuando la proximidad ideológica de Luiz Inácio Lula da Silva y Néstor Kirchner le permitía a Hugo Chávez hablar del eje Caracas-Brasilia-Buenos Aires. (…) La Unasur es un producto de un momento histórico particular, que desapareció. Hoy es un cuerpo que reclama un entierro piadoso”.
El último secretario general de la organización, el colombiano Ernesto Samper, en cambio, cree que se trata sólo de “un momento de dificultades”. “Este momento no difiere de otros que la Unasur vivió en el pasado”, opinó. El ex presidente colombiano explicó a Zoom que “la situación de la organización no tiene ninguna justificación en las circunstancias actuales de la región” y responsabilizó a “las normas del consenso, que están previstas en los estatutos fundamentales y que obligan a que cualquier decisión deba ser tomada con la aquiescencia de los doce países que integran la comunidad”. “Esto hace muy difícil ponerse de acuerdo sobre un nombre para cualquier tipo de nominación”, completó el veterano dirigente latinoamericano.
Samper reconoce que Unasur nació en un momento político muy particular, pero no cree que ese contexto defina a la organización. “Nació como una respuesta política a una coyuntura política que reflejó los efectos que el modelo neoliberal, que privilegió el crecimiento sobre la inclusión social, tuvo sobre la gobernabilidad y el agotamiento de los mecanismos del sistema interamericano, liderado por la OEA (…) Esa coyuntura fue superada, a pesar de que existían diferencias ideológicas entre los países” sudamericanos. Para el politólogo argentino, Alejandro Frenkel, ‘Brasil abandonó el proyecto sudamericano, aún cuando Dilma (Rousseff) estaba en el poder».
Cuando la Unasur nació, formalmente en marzo de 2008, la integraban presidentes que estaban muy lejos, ideológicamente hablando, del llamado eje bolivariano o de los gobiernos de centro izquierda de la época. El colombiano Álvaro Uribe, el paraguayo Nicanor Duarte y el peruano Alan García no sólo firmaron el acta que constituyó la organización regional, sino que se sometieron a ese foro para dirimir los conflictos más calientes y sensibles de aquellos años. Sin duda la cumbre que quedará para la historia fue la de agosto de 2009 en Bariloche.
Por primera vez, los máximos líderes del subcontinente discutieron sus diferencias frente a las cámaras de televisión durante horas, sin disimular broncas, malos humores y viejas enemistades, y, principalmente, sin la presencia de Estados Unidos. El tema central, la firma de un tratado de cooperación de defensa entre Colombia y Estados Unidos que le habilitaría a este último numerosas bases militares en el territorio sudamericano (lo que finalmente no sucedió), desnudó una grieta que aún divide la región: la alineación de países con Estados Unidos y su consecuente injerencia en la política y economía locales.
Los colores políticos cambiaron para muchos de los gobiernos que protagonizaron la cumbre de Bariloche y las diferencias ideológicas aún enfrentan, de la misma manera enardecida, a muchos de los países miembros de la región; sin embargo, hace tiempo que no utilizan la Unasur como foro para debatir y buscar el más mínimo consenso.
El politólogo argentino y becario del Conicet, Alejandro Frenkel sostiene que lo que cambió en estos últimos años fue la agenda política de la mayoría de los países. “Unasur nació con una agenda que hoy los gobiernos sudamericanos no tienen interés en profundizar. No tienen intención de regionalizar la defensa y la energía, de hacerlo a través de proyectos de desarrollo industrial”, explicó el especialista que ofició entre 2009 y 2013 como delegado argentino del Consejo de Defensa Sudamericano, uno de los doce órganos en los que está dividido el trabajo técnico de la Unasur.
Las principales iniciativas industriales de Unasur, por ejemplo en materia de defensa, quedaron truncas.
Uno de los proyectos más importantes que se llegó a aprobar en el pico de actividad del Consejo de Defensa Sudamericano fue la construcción de un avión de entrenamiento para pilotos, con diseño y producción completamente latinoamericanos. Fue una iniciativa argentina a la que luego se plegó Brasil. Hubo reuniones técnicas en la Fábrica Argentina de Aviones –la empresa que reestatizó en Córdoba en 2009 Cristina Fernández de Kirchner de manos de la estadounidense Lockheed Martin– pero nunca llegó a concretarse. “Brasil puso palos en la rueda e incluso llegó a presentar otro proyecto, el de fabricar drones”, contó Frenkel. Ninguna de las iniciativas se hizo realidad.
Para el politólogo argentino, “Brasil abandonó el proyecto sudamericano, aún cuando Dilma (Rousseff) estaba en el poder”. “La Unasur fue un proyecto que impulsó Brasil para fortalecer su rol de potencia regional, pero muy pronto muchos otros países asumieron un rol protagónico que Brasilia no esperaba. Entonces se estableció como árbitro, no tenía una agenda propositiva, sino que mediaba. Brasil es bastante responsable del declive de la Unasur”, sentenció el ex delegado argentino.
La Unasur fue creada con mucha ambición: proyectos industriales autónomos de las potencias mundiales, un Parlamento regional, un banco que financiara la integración y el desarrollo industrial local, la libre circulación de personas en todo el subcontinente y el establecimiento de un foro de resolución de conflictos que, a diferencia de la OEA, no tuviera a Estados Unidos como centro gravitacional inevitable.
En abril pasado, cuando la Argentina asumió la Presidencia pro témpore, la Cancillería del gobierno de Macri prometió liderar la organización “con el espíritu de elaborar planes concretos que nos acerquen a los ideales de integración regional que fundamentaron la creación” del bloque sudamericano. Para Samper, el valor que dio origen a Unasur y que sigue siendo su mayor ventaja es dar “un enfoque político a los temas económicos y sociales y eso es lo que permite que juegue un rol de liderazgo político en la región”. La ex canciller argentina, Susana Malcorra, en cambio, consideró que “las bases de la idea original de la Unasur” estuvieron marcadas por el deseo de “integrar la infraestructura para propiciar el aumento del comercio intra región y el aumento a la inversión directa en la región”, según explicó en una conferencia de prensa en el Palacio San Martín junto a la directora del Foro Económico Mundial para América Latina, Marisol Argueta de Barillas, en el inicio de lo que los medios bautizaron como el Mini Davos.
En esa misma conferencia de prensa, opinó que hasta ahora “ha habido mucha dialéctica de integración pero poca práctica” y prometió “ir de los dichos a los hechos y empezar trabajar”. Como ejemplo de cómo Argentina, la actual presidente temporal de Unasur hasta abril de 2018, buscará liderar la organización sudamericana, Malcorra mencionó al Mercosur como “una forma de potenciar las economías”. En paralelo, anunció que el Mercosur y la Alianza del Pacífico comenzarían a “trabajar para encontrar mecanismos de acercamiento y de estructuración de nuestro vínculo”.
Desde que Argentina asumió la presidencia de Unasur su única iniciativa ha sido impulsar la candidatura del actual embajador en Chile, José Octavio Bordón, como secretario general. Según la prensa brasileña, Temer le habría dado el visto bueno al ex embajador en Estados Unidos de Néstor Kirchner y ex consultor de la OEA durante los años de Cristina Fernández. Sin embargo, el nombre de Bordón no parece conseguir el consenso de los doce países de América del Sur.
En mayo pasado, al mismo tiempo de la asunción presidencial de Lenin Moreno en Quito, la Unasur había convocado una cumbre de presidentes para tratar la crisis en Venezuela y en Brasil, dos temas urgentes que encabezan la agenda regional hace un tiempo ya. Sin embargo, la falta de consenso hizo que la cita se cayera nuevamente. Desde entonces, Argentina, como país que ocupa la presidencia de la organización, no ha impulsado, al menos públicamente, el foro de la Unasur. Sí lo hizo con Mercosur o con la OEA al llevar Malcorra personalmente varias iniciativas para presionar al gobierno venezolano de Nicolás Maduro.
No hace mucho, el ex canciller de Lula, el veterano diplomático Celso Amorim, dijo en una entrevista: “El hecho de no dar énfasis a un determinado proceso también lo debilita. No se necesita acabarlo formalmente, basta con no querer más resolver los problemas de América del Sur en la Unasur y llevarlos directamente a la OEA”.
En ese sentido, hace sólo unos días el propio Samper reconoció que la mediación de Unasur en Venezuela, a través de la cual la organización intentó crear una mesa de diálogo entre gobierno y oposición el año pasado, “está absolutamente congelada”. El entonces secretario general había impulsado una misión integrada por los ex presidentes de España, Jose Luís Rodríguez Zapatero, de Panamá Martín Torrijos, y de República Dominicana, Leonel Fernández. El esfuerzo diplomático fracasó en diciembre pasado, cuando la coalición opositora Mesa de la Unidad Democrática (MUD) abandonó la mesa de negociación por considerar que el gobierno de Maduro había incumplido lo pactado.
Rápidamente, el gobierno paraguayo del empresario Horacio Cartes se apuró a proponer una alternativa. Su canciller Eladio Loizaga sugirió crear “un grupo de amigos” de Venezuela. No detalló, sin embargo, quiénes podrían ser los países amigos del país caribeño. Uno de los elementos que enturbia aún más el horizonte político de Venezuela hoy es que no parece haber gobiernos extranjeros u organizaciones regionales con la legitimidad para llevar a la mesa de negociación tanto al gobierno como a la oposición y evitar un conflicto armado de proporciones imposibles de pronosticar. Los gobiernos de las cuatro principales potencias del continente –Brasil, Argentina, México y Estados Unidos– fueron claros en su apoyo a uno de los dos grandes actores de la crisis, la oposición; la OEA, dirigida por Luis Almagro, se convirtió en el enemigo más acérrimo de Maduro; el Mercosur coquetea con la posibilidad de expulsar a Venezuela y la Unasur, tras reconocer un primer fracaso, parece haber quedado en silencio.
A lo largo de la última década, los países de América del Sur, sin importar su identificación ideológica de turno, demostraron que la región tiene la capacidad política de gestionar sus propias crisis y de mantener una zona de relativa paz, un logro nada pequeño en este mundo convulsionado. Pero para mantener esta capacidad política los gobiernos deben interponer una visión regional por sobre los cálculos individuales de cada país.
*Por María Laura Carpineta para Revista Zoom.