Colombia: No existimos
Por Humberto Cárdenas Motta para Kaos en la Red
No es posible separar la savia del árbol sin que todos los ciclos de la vida se destruyan, como no es posible separar las palabras de los pueblos porque la palabra es la savia de los pueblos, y la savia de los pueblos es parte del espíritu del Universo.
No existimos. Siglo tras siglo, sangre a sangre, nervio a nervio, se han destrozado las relaciones de los pueblos con sus tierras, con nuestros hermanos los árboles, con nuestras hermanas las estrellas, con el agua, con las semillas, con los símbolos más profundos de nuestra común existencia, con el silencio que escucha parir a la tierra.
No existimos. Al destrozar las relaciones de los pueblos con sus tierras, han destrozado las palabras, las palabras con las que podíamos nombrar la vida, las conversaciones con el universo que podíamos enarbolar como una bandera, conversaciones invisibles como la órbita de los planetas.
No existimos. Destrozadas las relaciones de los pueblos con sus tierras, destrozadas las palabras por el estampido de las ametralladoras, por el oficio mercenario de los estadistas y de los legisladores, de académicos e intelectuales, las prácticas que le daban fundamento al diálogo del universo han muerto. No es posible separar la savia del árbol sin que todos los ciclos de la vida se destruyan, como no es posible separar las palabras de los pueblos porque la palabra es la savia de los pueblos, y la savia de los pueblos es parte del espíritu del Universo.
No existimos. Porque siglo a siglo, sangre a sangre, nervio a nervio, nuestras historias han sido convertidas en números en los bancos de datos de innumerables instituciones especializadas; porque nuestras historias son acumuladas como números por expertos en el banco de las estadísticas, en los bancos de datos de los Estados, de ONGs., de todas las organizaciones “humanitarias” que vienen a operar sobre los territorios devastados, violados, escarnecidos. Los territorios devastados son los escenarios para el mercado de la filantropía.
No existimos. La pregunta no es cuánta vida destruye el sistema; la pregunta es cuál sistema es el que destruye la vida, el que destruye las relaciones de las comunidades con la tierra, el que arranca la palabra del camino, el que separa el ritual de la siembra.
No existimos. Las estadísticas tan solo pueden contar las historias escritas con la sangre de los pueblos por la caligrafía bárbara del capital. Es por ello que contabilizan a los desaparecidos y a los asesinados; a las mujeres violadas; a las poblaciones desterradas y a las culturas sometidas; a los árboles talados y a las especies y culturas desaparecidas o sometidas a la violencia de la extinción. En contrapartida, también contabilizan las ganancias de las transnacionales, el producto interno bruto y los éxitos del mercado de semillas, del mercado laboral, del mercado del agua, del aire, del aroma del cielo, del resplandor del sol; contabilizan también el número de sus tanques, de sus tropas, de sus infiltrados, de sus torturadores; contabilizan los años de gobierno y el volumen de tierras en manos de transnacionales y terratenientes; contabilizan las enfermedades producidas para alimentar el negocio de las farmacéuticas, de los sistemas privados de salud, de las administraciones del dolor; en fin, contabilizan la riqueza que se nutre de las miserias del mundo en un mundo gobernado por las tecnologías de la muerte. La violencia de las estadísticas nos ha despojado así de nuestras experiencias de vida, despojándonos del poder decir nuestra palabra, del poder hacer nuestra historia, del poder decidir nuestro destino, del poder hacer nuestras propias instituciones, nuestras propias economías, nuestras propias formas de justicia, nuestras propias formas de gobierno, nuestras propias formas sociales.
No existimos. El capital construye el imaginario de “las víctimas” porque no puede ni podrá narrar jamás la historia de los pueblos que enfrentan con sus prácticas libertarias los sistemas de opresión. El imaginario construido de “las víctimas” es parte del horizonte que el capital requiere para legitimar la pervivencia histórica de las múltiples formas de opresión. En la arquitectura del capital, es tan importante para su funcionamiento el discurso de los derechos como sus prácticas de guerra: por una parte, el asesinato de liberadores y liberadoras de la madre tierra y, por otra, los grupos de militares-paramilitares, más los monocultivos de caña, de soja, de palma africana, más el código penal y la constitución nacional, más las transnacionales, los legisladores, las iglesias, los terratenientes, sus medios de comunicación, sus academias, etcétera. Los discursos que el capital produce, las narraciones que genera, las historias que cuenta, tan solo pueden responder al código de los discursos del propio capital; pertenecen a su mundo; nacen y mueren en él.
No existimos. De la misma manera que el sistema capitalista se legitima construyendo el imaginario de “la víctima”, también se legitima por la explotación, por la violencia, por la marginación, por la negación de la vida. De esta manera, el sistema capitalista no solo produce “pobres”, “violentados”, “desarraigados”, sino que también produce y construye la imagen de “la víctima”, del “indio” del “subdesarrollado”, del “raro”, del “loco”, del “enfermo”… y en esta construcción, la construcción real es la de que se necesita más sistema, más “desarrollo” para supuestamente superar “la pobreza”, más discursos de los derechos humanos, más prácticas de los discursos de los derechos económicos… Ese ropaje de derechos, de desarrollo, de democracia, no puede cubrir la realidad de tantos muertos, de tanta barbarie, de tanta depredación, de tanta saña para matar lo vivo. El sistema se legitima oprimiendo; el sistema se legitima explotando; el sistema se legitima negando la vida, negando el diálogo del universo.
No existimos. Siglo a siglo, sangre a sangre, nervio a nervio, el Estado del capital jamás ha permitido ni permitirá la expresión popular: sembrar semillas propias en nuestra propia tierra, educar desde la chacra, desde el surco, desde la minga, desde el recorrer el territorio con autonomía, desde el decir la palabra junto al fuego.
No existimos. Como no existen condiciones para dialogar cuando el discurso es el discurso que envenena la tierra, el discurso que hace de todas las formas de vida mercancía, el discurso del asesinato, el discurso que mata la alegría, que mata las consciencias. Las semillas son acribilladas por los tanques del pensamiento del desarrollo, por los tanques tecnológicos de las transnacionales, por los tanques y los escuadrones de muerte de las legislaciones y de los legisladores. No puede existir un diálogo entre el cadáver y sus asesinos, entre la madre tierra y las “semillas” transgénicas, entre el agua y las “semillas” suicidas, entre la vida que fluye y la economía que mata. El capital, que hace de la vida una mercancía, jamás entenderá las voces que hablan el lenguaje de la tierra. La voz que se impone es la voz del sistema global genocida.
No existimos. Porque el diálogo transforma y crea; porque el diálogo abre los corazones a los caminos de la esperanza, a la acción transformadora y creativa de todos los seres del Universo. No hay acción transformadora sin palabra que sea tejido de relaciones de los pueblos con sus tierras; no hay acción transformadora sin las prácticas productivas de los pueblos que hacen que las palabras puedan nombrar la vida; no hay acción transformadora sin que la chacra y el surco sean la vía láctea de nuestra común existencia.
No existimos. Los autodenominados “procesos de paz” han sido y seguirán siendo el autorreconocimiento del poder terrorista del Estado, de la racionalidad de la barbarie de las clases en el poder, del poder terrorista del Estado de las transnacionales, del poder terrorista del sistema capitalista. Por eso siguen y seguirán matando la vida.
Después de más de ocho años de exilio, de más de ocho años de haberlo manifestado públicamente y como militante de Nuestra América, reitero que no reconozco la supuesta legitimidad ni la legalidad del Estado colombiano por genocida (¡se ufana de ser el Israel de Latinoamérica!); porque el Estado colombiano se consolida como plataforma de intervención estadounidense sobre los pueblos del mundo; porque mata la historia de los pueblos; porque su economía ha gestado esta guerra al servicio de intereses imperialistas.
Reitero mis palabras escritas unas semanas antes de salir de Colombia, y fechadas el 28 de abril de 2009 en el documento titulado “Constancia desde los territorios de Nuestra América, por qué vamos de destierro en destierro”:
“Asumo, como siempre, la lucha por la vida, lucha que significan y son estas palabras; con ellas, mi vida; por ellas, mi cuerpo en las barricadas de la esperanza; no reconozco ni responderé a quienes son parte del Estado, porque no puedo reconocer a un Estado que nos mata, que nos persigue, que destruye la tierra donde amamos y que nos ama. No reconozco al Estado ni como legítimo ni como legal, pues es al mismo Estado al que no le importa si sus prácticas políticas son legítimas o legales de acuerdo a los intereses populares”.
Este Estado de las transnacionales debe generar, en un hipotético futuro, condiciones para el diálogo expresando claramente:
Que reconoce que la guerra en Colombia es la condición sin la cual el modelo económico no puede ser sustentado, modelo que responde a los intereses de las oligarquías, los terratenientes, las transnacionales y las potencias mundiales.
Que reconoce que las fuerzas paramilitares son fuerzas creadas, promovidas y legitimadas históricamente por el estado colombiano, que ha recibido el apoyo claro y preciso de las transnacionales, de los gremios económicos, de la legislación colombiana y de los intereses de las potencias extranjeras.
Que reconoce y que respeta la autonomía de la palabra prioritaria de los pueblos, palabra que se encuentran hoy sometida al exterminio, sepultada en el gueto de los derechos que el capital proclama sobre el mismo suelo por el que avanzan los ejércitos del desarrollo, los tanques del pensamiento transnacional, la racionalidad financiera de la guerra, el ideario pacifista de los torturadores.
No existimos.
*Por Humberto Cárdenas Motta para Kaos en la Red
*Desde los caminos de la rebeldía, a pesar del exilio, por la liberación de la Madre Tierra.