Cinco tesis sobre la rivalidad Argentina-Brasil a partir de la Final de la Libertadores 2023

Cinco tesis sobre la rivalidad Argentina-Brasil a partir de la Final de la Libertadores 2023
6 noviembre, 2023 por Redacción La tinta

Por Nicolás Cabrera para La tinta

Argentina y Brasil están condenados a rivalizar. Como toda vecindad forzada: lo que une, también separa, porque la proximidad geográfica a veces cristaliza distancias sociales. Nada lo ejemplifica mejor que el fútbol. Por tradición y presente, allí el juego de espejos es inevitable.

Mucho se ha escrito sobre ello. No obstante, Pablo Alabarces lo sigue resumiendo mejor que nadie: “Los brasileros aman odiar a los argentinos y los argentinos odian amar a los brasileros”. Un amor- odio correspondido.

Sin embargo, en los últimos años, el odio parece estar venciendo al amor. Hace tres meses publiqué un hilo en Twitter alertando sobre una preocupante escalada de violencia entre hinchas argentinos y brasileros. Principalmente cuando los equipos de ambos países se encuentran por Copa Sudamericana y Copa Libertadores. Desde entonces hasta hoy, solo empeoramos.

La final de la Libertadores entre Fluminense y Boca fue el ápice de una violencia tan acumulada como previsible. Hubo emboscadas, robos, heridos, hospitalizados, detenidos, represión, racismo, xenofobia, sanciones, amenazas de muerte, armas, riesgo de suspensión y la lista podría continuar. No hubo muertos de pedo.

(Imagen: Nicolás Cabrera)

Lo que sigue son cinco tesis sobre la rivalidad Argentina-Brasil a partir de los sucedido en la final entre Fluminense y Boca por la Copa Libertadores 2023. Escribo como investigador del tema, amante del futbol y argentino viviendo en Brasil.

Tesis 1: El descarado racismo argentino genera un odio visceral en Brasil

El racismo argentino hacia Brasil no es nuevo. Mucho menos en el fútbol. Hay prensa local que ya trataba de “monos” a sus vecinos a principios del siglo XX. Casi un siglo después nada cambiaba. En 1996, durante las olimpiadas de Atlanta, el diario Olé mantenía la tradición racista ante un posible choque con Brasil. Se publicaba, en la tapa: “Que vengan los macacos”.

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En la inmensa mayoría de los partidos entre equipos argentinos y brasileros se termina viralizando, en Brasil, un hincha argentino que imita a un mono, grita “macaco” o publica comentarios racistas. O peor. Hace pocos días, un hincha de Boca, durante el banderazo en Copacabana empezó a insultar a los brasileros por la emboscada. Se despidió de la cámara gritando: “Esclavos…monos de mierda”.

Argentina cambió poco y nada su conciencia racial. Brasil sí. En un país donde la mitad de la población es negra; donde un joven “preto” es muerto cada 23 minutos; donde la herencia esclavista determina las profundas desigualdades de hoy; llamar a alguien de “macaco” o “esclavo” no solo es incurrir en un delito que tiene hasta cinco años de prisión; es también salar una herida histórica sin cicatriz.

Desde Argentina se ignora o se minimiza el racismo. O se legitima en nombre del “folklore”. Tremendo error. Se debe tomar conciencia de la sensibilidad que hiere. Las burlas racistas son de las peores ofensas al pueblo brasilero –pese a que internamente Brasil sigue siendo un país profundamente racista–. Lo voy a ejemplificar dramáticamente. El único equivalente que se me viene a la cabeza seria que los hinchas brasileros se burlasen abierta e impunemente de nuestros caídos en Malvinas. Si eso pasase ¿Cómo reaccionaríamos?

(Imagen: Nicolás Cabrera)

Tesis 2: El antirracismo brasilero se confunde con la xenofobia y la aporofobia.

Las y los brasileros reaccionan. Principalmente las poblaciones negras. Hay un rechazo tan generalizado que unifica las rivalidades más intensas y los actores más disimiles. La ofensa se convierte en una cuestión nacional. Lo cual no quiere decir que el racismo interno desaparezca. Pero sí que, “los de afuera”, lo tienen prohibido. Bajo la consigna nacida de los movimientos negros “fogo nos racistas” –fuego a los racistas– se legitiman represalias de distintos grados y naturalezas.

Para empezar, se reclama la prisión de las y los racistas. Pero también hay respuestas no institucionales. La reacción más común de las y los brasileros dentro de los estadios de fútbol es la de quemar billetes argentinos. Una burla por la pésima situación socio-económica del país y la progresiva devaluación de la moneda nacional. Acá interpreto dos cosas: por un lado, la literalidad del “fogo nos racistas”. No se quema a las personas pero sí a sus símbolos. Hay algo de aporofobia en esto, es decir, cierto rechazo o aversión a la pobreza.

Pero el “fogo nos racistas” también es un llamado a la acción directa. Léase, a la violencia física. Todas las agresiones de los hinchas del Fluminense a los hinchas de Boca se legitimaron en nombre del antirracismo.

La torcida organizada Sobranada del Fluminense, días previos al partido, posteó un flyer en su cuenta que decía: “Para racista es una trompada en la Boca”. “Racista” llevaba los colores argentinos y “Boca” los del club. La emboscada producida días después en Copacabana era auto percibida como una cruzada racial. Resulta algo paradójica que venga del Fluminense, uno de los clubes con mayor prontuario racista de Brasil. ¿Culpa racial?

Aunque no todos las y los brasileros aprueben la violencia como reacción ante el racismo argentino, es fácil de constatar que la enorme mayoría piensa que todas las y los argentinos son racistas. Tiene hasta un chiste para eso. Cada vez que se ve a un argentino siendo racista dicen “no todos los argentinos son… pero siempre es un argentino”.

Hay algo de cierto. Pero acá emergen dos problemas serios: primero, hacer justicia por mano propia solo espiraliza una violencia incontrolable. Segundo, es muy peligroso estigmatizar sin distinción a toda una nación. Por ese tipo de razonamiento los barras del Fluminense, la Policía carioca o los opinólogos de redes sociales terminan confundiendo santos por pecadores. Y el legitimo antirracismo brasilero resbala hasta una repudiable xenofobia hacia las y los argentinos.

(Imagen: Nicolás Cabrera)

Tesis 3: Los medios de comunicación y las fuerzas de seguridad solo echan leña al fuego

Entre tantas diferencias hay algo en común. Idéntico diría yo. Tanto en Argentina como en Brasil los medios de comunicación tradicionales y las cuentas de redes sociales especializadas en estos temas, producen y reproducen una mirada totalmente sesgada, chauvinista y tribunera. Dicen lo que sus públicos quieren escuchar.

La prensa brasilera solo muestra argentinos racistas. La prensa argentina solo expone la violencia brasilera. Ninguna es falsa pero ambas son incompletas. Lo que lleva a una interpretación tan sesgada como reconfortante para quien la consume.

Otro elemento en común son los reclamos hacia las policías. De ambos lados dicen lo mismo: “Acá los cuidan y allá nos matan”. Ambos hinchas perciben la condición de “visitante” como una experiencia hostil frente a las fuerzas de seguridad.

Por trabajo y pasión trato de ir a la mayor cantidad de partidos posibles. En ambos países. Hay represión y buenos cuidados en ambos casos. El estado de Río de Janeiro creó una policía especial de orientación no represiva para los espectáculos futbolísticos. Se llama BEPE (Batalhão Especializado em Policiamento em Estádios). Tiene buena reputación. Casualmente, en el ingreso de los hinchas de Boca en el Maracaná solo estaba la Policía Militar y la Infantería montada. Fue un desastre. Gas lacrimógeno generalizado, palazos sin distinción, contenciones de multitudes desbordadas y varios heridos. Gente con entradas legítimamente compradas sin poder entrar al estadio.

Cualquier protocolo de seguridad fue letra muerta. Este tipo de prácticas solo alimenta rencores acumulados.

(Imagen: Nicolás Cabrera)

Tesis 4: Las relaciones entre Barras argentinas y Torcidas Organizadas brasileras parecen entrar en otro nivel de agresión.

Lo que en Argentina conocemos como “Barras Bravas” en Brasil se llaman “Torcidas Organizadas”. Cada club tiene una o varias. Entre los equipos argentinos y brasileros hay barras y torcidas amigas y enemigas. Algunos ejemplos de amistad son: Fluminense con Vélez; Boca con Vasco da Gama; Sao Paulo con Chacarita; Gremio con Almagro; Inter con Independiente; Cruzeiro con San Lorenzo. Eso a su vez genera enemistades contra los clásicos rivales de cada uno de esos polos de amistad. Es un código de barras que profesa: «el amigo de mi amigo, es mi amigo” y «el enemigo de mi amigo, es mi enemigo”.

Me parece que, ultimamente, hay una tendencia a acentuar las enemistades en detrimento de las amistades. En dos sentidos. Primero porque muchas de las amistades entre barras y torcidas organizadas están siendo cuestionadas. Tanto por algunos miembros de esos propios grupos como por hinchas en general. Desde Brasil se critica a quien “fecha com racista”, es decir, quien se amiga de racistas. Recordemos que, para la mayoría de ellos, todo argentino es racista. En consecuencia, hinchas del Fluminense que apoyan la hostilidad contra los de Boca, juzgan como hipócrita la amistad con Vélez.
Pero además porque se instala, cada vez más, la idea de que la recepción al “visitante” debe ser hostil. Cuando los hinchas de Argentina son maltratados en Brasil, y viceversa, juran pagar con la misma moneda. Y así entramos en la espiral de la violencia que encuentra en la venganza su expresión más nítida. Después de que los medios de argentina multipliquen hasta el infinito que hinchas brasileros atacaron a mujeres, niños y adultos mayores en Copacabana ¿Cómo creen que serán recibidos la próxima vez que viajen al país vecino?

Ya sea porque unos son racistas o porque los otros emboscan a gente común, ambas ofensas corren riesgos de generalizarse a todas las barras y torcidas organizadas de cada país.

La final de la Copa Libertadores 2023 entre Fluminense y Boca fue el ápice de una violencia tan acumulada como previsible.
(Imagen: Nicolás Cabrera)

Tesis 5: La Conmebol es la principal culpable

No sé si es negligencia, incompetencia o corrupción. O todo junto. Lo cierto es que la Conmebol hace todo mal. Nunca tomó con la seriedad que amerita la violencia en general y la progresión de agresiones entre argentinos y brasileros en particular. Una impunidad que alimentó una escalada; una escalada que derivó en una final que, en términos de seguridad, fue un papelón.

Seguramente fue un éxito en términos económicos. Para ellos, no para los clubes. La mitad de las entradas –40.000– se fueron en protocolo, sponsor y allegados. Alejandro Domínguez, presidente de la Conmebol, parece, tener muchos amigos.

La preminencia de lo económico por sobre cualquier otra dimensión es el único motivo que puede explicar la tozuda insistencia en mantener la “final única”. Un formato que, desde su implementación, solo trajo problemas. Recordemos. Su primera versión fue en 2019. La final entre Flamengo y River iba a jugarse en Santiago de Chile pero debió ser trasladada a última hora a Perú por las protestas chilenas. Un año después paso lo mismo: la sede mudó a última hora de Brasil a Uruguay. Estamos hablando de la misma Confederación que llevo la final de Boca contra River a… Madrid, España. Y hora mantuvo como “sede neutral” al Maracaná, en Rio de Janeiro. Estadio y ciudad del Fluminense.

El foco esta exclusivamente en el marketing que genera un megavento que tiene como modelo de negocios a la UEFA Champions League. Solo que estamos en América Latina. Introducir aquel formato en nuestra realidad es igual a intentar meter un cuadrado dentro de un circulo. Simplemente, no funciona.
En la medida que no se tome con la responsabilidad necesaria el cuadro de situación descripto, seguiremos lamentando desgracias tan indeseables como esperables. Y nadie podrá hacerse el boludo. Porque todo lo previsible es evitable.

Por Nicolás Cabrera para La tinta / Imágenes: Nicolás Cabrera.

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