El cálido tránsito por la ciudad fría: prólogo de «Moscú no cree en lágrimas»
Gonzalo Fiore Viani publicó su libro Moscú no cree en lágrimas, una serie de crónicas luego de su viaje de intercambio en Rusia, que ya está disponible en las librerías cordobesas El Espejo, Rubén Libros, Postales Japonesas, Librería del Palacio y La Librería. En exclusiva, publicamos el prólogo escrito por Mariana Enríquez.
Por Mariana Enríquez
La crónica de viaje rara vez se escribe desde un ejercicio de objetividad. Siempre es arrebato, enamoramiento o antipatía, siempre es entusiasmo y descubrimiento, un tener que decir porque la mente y el cuerpo reciben un estímulo inédito que parece intransferible, una exaltación que, en muchos casos, puede ser negativa.
A Roberto Arlt no le gustó Río de Janeiro cuando la visitó y en sus Aguafuertes cariocas pasa del embeleso relativo a un malhumor intenso: ni siquiera soporta que en Brasil se coma más temprano que en Buenos Aires, ciudad que añora y que pone como ejemplo de civilización. Hebe Uhart se enamoraba bajito y constante: en sus crónicas de Asunción del Paraguay, ciudad que le fascinaba, incluso le dedicaba párrafos a un pequeño almacén recién inaugurado por dos hermanos, del que se hizo clienta para darles empuje, y por quienes se pregunta con añoranza cuando vuelve a su departamento de Almagro.
Uso estos ejemplos que a Gonzalo Fiore Viani lo van a avergonzar, porque él tiene claro que se trata de enormes escritores y cronistas argentinos, pero el impulso que los llevó a escribir con urgencia sobre sus viajes no es tan diferente al que mueve estas primeras impresiones de Moscú y San Petersburgo ―no tenemos que caer en la generalización tentadora de hablar de Rusia, un país que es un continente, aunque sea inevitable―.


Viajó por una oportunidad académica, con un poco de aprehensión: es un país con un gobierno autoritario, es un país en guerra y se encontró con algo distinto. Algo que lo sorprendió y lo fascinó, y eso está en cada línea de estas impresiones. La crónica de viaje impresionista es una delicia porque no tiene pretensiones, pero es muy ambiciosa: tiene esa lucidez del primer encuentro, cuando creemos entenderlo todo, irrepetible en una segunda visita. “Me trajeron como un supuesto experto, estoy hace un mes acá y sólo domino la línea roja, la del Kremlin, como cualquier turista básico”, dice, sobre el espectacular subterráneo moscovita, una noche que no encuentra el rumbo. Y lo encantador es que hace
las cosas de turista básico que siempre se hacen, mientras se pretende ser un viajero sofisticado.
La gente ayuda a que la experiencia sea diferente. La portera del edificio de la universidad que siempre pide el pasaporte y finge no conocer a los portadores. Las señoras y los chicos con auriculares que van a la iglesia por la Pascua, esas intensas ceremonias ortodoxas en un país al que lo une la religiosidad identitaria. El héroe del rock Victor Tsoi y el sovietwave, pero también nuevos descubrimientos de una escena musical que en Occidente desconocemos por completo. Cementerios magníficos, la momia de Lenin, la tumba de Chéjov, la recuperación hipster y romántica de la estética soviética. Fiore Viani explora sabores, se regodea en las palabras aprendidas, se muere de miedo con las alarmas, se sorprende con la extraña templanza de una ciudad tranquila y limpia en su superficie, que alberga siglos de desgracias, y la restauración con peso de cemento de Vladimir Putin en su Kremlin.


Repite que nota aquella legendaria épica de la dureza rusa y agradece una amabilidad a cuentagotas, pero sincera. También está entre profesionales de la diplomacia de todo el mundo, que no es Occidente, y de esas aulas escribe: “El realismo es tan fuerte que acá, un personaje como Henry Kissinger, sería considerado un romántico. Creo que acá se aprende más sobre el poder y el funcionamiento del mundo en seis semanas que en cualquier carrera de ciencia política en Occidente en seis años”.
Hay cosas que tengo ganas de discutirle a las moscovitas y a Fiore Viani. A las que dicen, por ejemplo, que no necesitan el feminismo, les preguntaría por Pussy Riot y la escritora Anna Starobinets. A los que afirman que el proyecto occidental es un camino autodestructivo que niega lo colectivo y lo sagrado, les preguntaría cómo explican el trato dado a Alekséi Navalny o a Anna Politkóvskaya.
Pero para esto existen las crónicas de viaje. Para que el adelantado, el que llega antes, vuelva con impresiones que maravillan y chocan, con más preguntas, con incógnitas para la próxima excursión que se intuye en todas las páginas, esas ganas de volver, especialmente cuando el cronista se encuentra con una chica hermosa y cool, que carga con un cuadro de Lenin y desaparece por Moscú como un fantasma de los inviernos futuros.
*Por Mariana Enríquez / Imagen de portada: Gonzalo Fiore Viani.
