Aumentaron un 70% los crímenes de odio LGBTIQ+ en el primer semestre
El último informe del Observatorio Nacional de Crímenes de Odio LGBTIQ+ puso sobre la mesa datos que nos ponen en alerta. Durante el primer semestre de 2025, se registraron 102 crímenes de odio contra personas LGBTIQ+, lo que representa un aumento del 70% respecto al mismo período del año anterior. La convocatoria del Senado, a través de la investidura de la vicepresidenta, al seminario “Ley de identidad de género en debate: testimonios sobre sus consecuencias políticas para cuidar la vida” ―suspendido anoche por la presión de organizaciones de la disidencia― y el ataque feroz sin razón a un joven gay en la calle son hechos que se suman a una cruzada abierta contra lo que definen como la agenda woke. En esta entrega de la columna Paréntesis, conversé con referentes de organizaciones locales sobre cómo están viviendo esta realidad.
Por Lucas Leal para La tinta
Un aumento del 70% en el primer semestre respecto al mismo período del año anterior en crímenes de odio contra personas LGBTIQ+, según el último informe del Observatorio Nacional de Crímenes de Odio LGBT+. Estos números no son casuales. Durante el gobierno de Javier Milei, han crecido los discursos de odio, la violencia institucional y el desfinanciamiento de las políticas públicas que garantizan nuestros derechos. Desde el insulto y el estigma en redes sociales (sin consecuencias), la falta de acceso a la salud para quienes conviven con VIH, la precarización laboral, entre otras cuestiones, dan cuenta del clima social y político de hostilidad y violencia sistemáticas hacia nuestras identidades. Este clima de época, legitimado por quienes nos gobiernan, nos construye como un enemigo social poniendo en riesgo nuestras vidas y nuestros derechos.
En este Paréntesis, conversé con referentes locales sobre cómo están viviendo la expansión de los discursos de odio en el contexto local, los efectos concretos del desfinanciamiento de políticas públicas y la ausencia del Estado en la inclusión del colectivo LGBTIQ+, y qué perspectiva ven a futuro.
El odio que crece y se naturaliza
El odio no siempre aparece de modo explícito y directo: muchas veces se instala como “chiste” en redes sociales, columnas de opinión, comentario suelto en una sobremesa: “Hoy en Córdoba, es cada vez más difícil percibir los discursos de odio como algo aislado o evidente, porque se han vuelto parte del aire que respiramos”, dice Geraldine Martínez, activista por los derechos humanos, la diversidad sexual y las juventudes que viven con VIH. Es coordinadora nacional de la Red Argentina de Jóvenes y Adolescentes Positivos (RAJAP). Para ella, lo más peligroso es que estos discursos naturalizan situaciones que antes nos hubieran resultado intolerables.

Geraldine alerta que la violencia simbólica se ha vuelto más densa y asfixiante: “Salir a la calle con nuestra identidad visible puede dar miedo. No es paranoia: es reacción ante un clima de hostilidad que se está consolidando”. Recuerda cómo figuras públicas y espacios de difusión de odio han sido recibidos sin resistencia en la ciudad: “Hace poco, tuvimos el Derecha Fest en Córdoba, con referentes como Agustín Laje, Nicolás Márquez y el Gordo Dan, que promueven abiertamente discursos contra las diversidades. No son solo palabras: son dispositivos que legitiman y habilitan la violencia”.
Leticia Veber, de Alerta Torta Córdoba, es nieta de una madre de Plaza de Mayo y nacida en una casa con desaparecides; reconoce que su militancia no tuvo un comienzo claro porque la resistencia le venía dada. Desde hace años, trabaja colectivamente en espacios que disputan sentido y cuidado desde el lesbianismo político. “La expansión del odio es aceleradísima, aún no lo dimensionamos. Detrás de esas violencias discursivas, hay un andamiaje de poder que pone a disposición todos sus recursos para que la opinión pública pierda su capacidad crítica”. La comparación que hace con los años 2000 es tan clara como alarmante: “Estamos defendiendo con uñas y dientes consensos democráticos que pensábamos que nunca más íbamos a tener que discutir”. Esta violencia también impacta en los cuerpos desde el miedo a habitar el espacio público con visibilidad hasta el deterioro concreto de las condiciones de vida de personas del colectivo.
Marian Cervantes, militante de Libre Diversidad–MST, integrante de la Asamblea de Disidencias Sexuales y de Act Up Córdoba, no duda en señalar la gravedad del momento: “Nuestras existencias siempre estuvieron en riesgo, pero hoy, con un presidente que asocia nuestras luchas con la pedofilia y usa la apología de la violación como retórica política, nuestras vidas están en peligro real”. No se trata solo de palabras: “Todos estos discursos permean en la realidad cotidiana: insultos en redes, acoso callejero, bullying, expulsiones familiares, exclusión de la salud y lo más cruel, crímenes de odio”. A la violencia simbólica se suma la material: «Las marikas y disidencias somos parte del pueblo trabajador, y vivimos en una provincia con 35% de pobreza. Las crisis siempre nos golpean más fuerte”.


Estas violencias no se viven de la misma manera en Córdoba capital que en el interior. En los pueblos, parajes y ciudades más pequeñas, el odio adopta formas más crudas, más solitarias, más silenciadas. Lucas Videla, activista de Patria Igualitaria, docente y diseñador gráfico, vivió en Rosario y Buenos Aires antes de instalarse en Molinari, Cosquín. Desde allí, afirma que “las violencias en zonas rurales son mucho más duras que en la ciudad”. No solo por los discursos explícitos, sino por la dificultad para tejer redes de contención, el aislamiento territorial y la precariedad económica que impide incluso participar de una marcha del orgullo en la capital. Desde su experiencia como persona no binarie, relata el carácter profundamente expulsivo de las instituciones educativas en esas zonas, lo que lo llevó a pensar de forma autogestiva su subsistencia económica y su proyecto laboral, fuera de los marcos formales donde su identidad no tenía lugar.
Desde Villa María, Nicolina Ferreyra, activista de No Binaries Peronistas, lo resume con claridad: “Los discursos de odio ya no son solo palabras, son un clima social que habilita agresiones concretas”, que se filtra en la escuela, en el trabajo, en la calle; y no solo hiere los cuerpos, sino también los deseos, los vínculos y los proyectos de vida. “Se siente en conversaciones en voz baja, en miradas que se vuelven duras, en lugares donde antes podíamos estar con tranquilidad y ahora se percibe tensión. No es nuevo, pero hoy tiene más permiso social y político”, advierte.
Andrés Villalba es activista por los derechos humanos, ambientales, culturales y de la comunidad LGBTIQ+. Se crio en un pueblo del norte cordobés y hoy vive en Cerro Colorado. Suma una imagen conmovedora: la del silencio como forma de violencia. Afirma que “el odio se traslada al silencio. Es como si cuando hay más silencio no se puede hablar, no se puede pedir y, por lo tanto, tampoco se puede gozar de los derechos que tenemos, que conquistamos, que nos corresponden. El silencio genera violencia que no nos permite ejercer nuestros derechos”. Mientras se habilitan presencias LGBTIQ+ en boliches o fiestas privadas, las plazas, calles o escuelas se transforman en territorios hostiles para el afecto visible o el pensamiento crítico. “Podés estar en una fiesta, pero no podés darte un beso en una plaza. Hay una domesticación simbólica que limita nuestra presencia al margen”, cuenta Andrés.

El desfinanciamiento como política pública
“Durante el gobierno de Cristina Kirchner, había una línea clara respecto de las políticas de empleo e inclusión de la disidencia. Con sus falencias, pero había algo. Tenías dónde presentar un CV, tenías becas, podías denunciar, acceder a medicamentos, conseguir preservativos, leer otras voces. Ahora nada de eso existe. Y las consecuencias son carísimas”, dice Leticia sosteniendo que no se están perdiendo privilegios, sino derechos básicos que costaron años de lucha. En este contexto, la casita del Alerta se vuelve un refugio comunitario frente al repliegue estatal.
Leti advierte con crudeza: «La violencia siempre existió, pero ahora es sistemática y su principal promotor es el Estado. Le da una legitimidad que se transforma en una bomba de tiempo para nuestras existencias».
Marian, de la Asamblea de Disidencias, sostiene que “el recrudecimiento de las violencias va de la mano de la incertidumbre y la complejidad del contexto”, retomando cuestiones tales como el aumento de la desocupación, el crecimiento de las deudas personales, el pluriempleo, el desgaste físico y emocional de mantener trabajos precarios, entre otros. Para Marian, “la posibilidad de quedar en situación de calle ya no es un temor lejano”, porque muchxs deben elegir entre comer o pagar el alquiler. Además, advierte sobre el impacto en la salud mental, con el avance de consumos problemáticos, suicidios y una creciente sensación de desesperanza.

En línea con lo anterior, Lucas, de Patria Igualitaria, acentúa la desfinanciación educativa que imposibilita a muchxs compañerxs en las sierras de Córdoba al acceso a una carrera de nivel superior que les permita mejores condiciones laborales: “El trabajo aquí es el de temporada o, en algunos casos, la única opción que les queda a muchxs compañerxs es el trabajo sexual”.
Para Geraldine, de RAJAP, lo que se ve en los territorios es el abandono. “Las políticas de inclusión no llegan, pero sí llegan otros actores con un proyecto claro: las iglesias evangélicas que ocupan los espacios vacíos que deja el Estado y cuya presencia hemos visto también en eventos como el Derecha Fest”.
En Villa María, siguen funcionando algunas redes como el consultorio inclusivo o la Asociación civil Coco y los grupos de pares que sostienen acompañamiento comunitario y garantizan las hormonas y la atención integral del colectivo. Sin embargo, agrega Nicolina, de No Binaries Peronistas, que persiste la ausencia de un plan local integral de políticas públicas para la diversidad que permitiría potenciar esfuerzos y articular entre distintas organizaciones y entidades gubernamentales.

La resistencia: redes, organización y comunidad
Frente al odio que se institucionaliza y al desamparo que se multiplica, lo que emerge no es el silencio, sino la organización popular, la autogestión y el tejido comunitario. Las estrategias no son únicas ni uniformes. Se reinventan en cada territorio, en cada cuerpo, en cada urgencia. Pero tienen un hilo común: sostener la vida cuando el Estado se retira, cuidar cuando todo empuja al abandono, denunciar cuando se impone el silencio.
Desde Alerta Torta, apostaron a una casa como forma de encuentro, resistencia y cuidado, que sostienen pese a todos los avatares. Hacen talleres, encuentros, charlas donde cada une aporta lo que sabe o siente que fortalece lo colectivo.
Para Marian, son necesarios los espacios abiertos, plurales y de construcción colectiva. Es el caso, por ejemplo, de la Asamblea de Disidencias Sexuales que nació en enero de 2024, en plena avanzada represiva del Gobierno nacional. “Es un lugar plural, horizontal y feminista, donde nos encontramos para pensar nuestras realidades y acompañarnos”. Desde ahí, se gestaron intervenciones como la Marcha antifascista y antirracista del 1F, la fiesta Plumerío y campañas de solidaridad como Queers por Palestina. “Frente al odio, nace el amor organizado”, resume.

La respuesta, afirma Nicolina, está en la construcción y sostenimiento de redes territoriales que cuidan, colectivos culturales que disputan sentido en plazas, radios barriales y escuelas, y alianzas entre organizaciones sociales, sindicales y políticas: “La re-existencia se manifiesta en sostener salud integral, acompañamiento psicosocial, capacitación y articulación intersectorial”, concluye.
Desde Cosquín, Lucas Videla sostiene que su militancia cotidiana incluye garantizar presencia alimentaria y sostener un tejido social y afectivo en medio de la precariedad, por eso sostienen una olla popular. “En las sierras, el activismo también es compartir internet para poder trabajar, invitarse a comer, armar comunidad”.
Frente a todo esto, Leti lo sintetiza con crudeza y esperanza: “Son tiempos de acuerparse. De sostener al que se va rezagando. Porque el enemigo, ahora con el disfraz del Estado, no distingue nuestras diferencias. Viene por todes les que no están dispuestes a callarse frente a la barbaridad del hambre. En eso, se dividen las aguas. Y de esa división tan prístina no hay retorno”.
“No creo que exista una única fórmula para resistir”, dice Geraldine, quien afirma no tener muchas respuestas, pero sí una certeza: “Ya estamos resistiendo”.
*Por Lucas Leal para La tinta / Imagen de portada: Fer Bordón para La tinta.
