Zelko y su cuestión judía: contra la violencia y el fervor identitario


En su libro Oreja madre. Mi cuestión judía, Dani Zelko interviene en la discusión pública sobre la violencia ―actual e histórica― del Estado de Israel, con un relato atento y abierto a la escucha, capaz de tocar una fibra sensible y devolverle la capacidad de ser interpelada por las historias de alegría y dolor de las demás personas.
Por Sasha Hilas para La tinta
Si aguzamos la sensibilidad, el tiempo tiene un índice secreto que propicia encuentros entre momentos distantes, ahorrándose cualquier compromiso con la cronología y la linealidad temporal. De estos encuentros entre tiempos, historias y mundos está compuesto el libro Oreja madre, editado por Caja Negra, un libro que asume que la crítica de la violencia puede ser carnal, sensible y rebelde. Ya la primera página abre con un montaje de relatos y recorridos vitales.
Dos historias que se cruzan, la de su tío David y el palestino Ghassan Kanafani, dos militancias y activismos que confrontan, dos legados que llaman al autor a ofrecer, a través del arte, los rituales, el contacto entre cuerpos y la escritura, su propia crítica. Como resultado de ese primer montaje, Kanafani lo interpela atravesando el tiempo: “Podés cambiar el relato de tu vida”. Y comienza el libro.
El autor practica un arte de la crítica que implica un proceso tan comprometido como doloroso de desmontar e interrumpir las historias auspiciadas por el sionismo que dominan el discurso público sobre las vidas que cuentan, los proyectos de autodeterminación que valen y la violencia que es justa y, por lo tanto, inocente.
Oscilando entre lo íntimo y lo público, algo constitutivo de toda práctica artística, Dani Zelko desafía los límites de lo que podemos percibir, escuchar y comprender. Intuye que se debe dar a luz una ética diferente, que necesita desmoralizar las emociones, desbinarizar y ser capaz de escuchar el eco múltiple de los sentimientos. Entre otras cosas, de incomodarse e incomodar a otrxs. Seguramente, ese recorrido lo lleva a su propia cuestión judía y, con ello, a explorar los límites de lo que se supone que es la identidad.
Rituales ancestrales, pueblos que resisten al colonialismo histórico y actual, y la experiencia aportada por su trabajo en Reunión interpelan a Zelko. La pregunta por las herencias y los legados de lo judío lo lleva a revisitar su pasado, pero buscando lo que escapa de las versiones oficiales, lo que se mantiene híbrido, contaminado, lo que resiste a la pureza cultural, lingüística y étnica. Ve como un aspecto intrínseco de lo judío el no dejarse definir del todo. Introduce la crítica de una historia judía que refuerza la reivindicación estatal, el nacionalismo exacerbado, el asentimiento de la islamofobia y la apelación a la legítima defensa como programa bélico y marco legal. Explora otras historias del pueblo judío que tocan su vida, su legado familiar, que reavivan el fuego de la crítica al colonialismo y llaman a la defensa de la cohabitación.
En una trama a la vez política y afectiva, Oreja madre entreteje una perspectiva ética que pone de relieve lo que la judeidad ―no ya el sionismo como ideología o el judaísmo en tanto religión― puede aportar a la discusión pública sobre la violencia: la vida común con otrxs.
Ese duelo, que es también Oreja madre, no hace de la vulnerabilidad y de la pérdida una oportunidad para cerrarse dentro de sí, sino un vehículo hacia las historias de sufrimiento de lxs demás. Suena el rumor de las palabras del sabio Hillel, dos mil años después: “Si solo estoy para mí, ¿quién soy?”. A contrapelo del drama persecutorio y desafiando los límites de la identidad judía como monolito, un todo coherente y rígido sin comunicación y contaminación, Zelko pregunta: “¿Cómo inventar aglutinantes que excedan la identidad, que fusionen identidades distantes, que no excluyan la pregunta por quiénes somos ni la pregunta por cómo une lo que no somos?”.

Entre las formas de hacerle trampas a la identidad, además de la recuperación de otros legados, de ver qué me hace el otrx y cómo me cambia, están los encuentros anacrónicos con quienes ya no están. Zelko habla largo y tendido con lxs muertxs, propios y ajenos; les agradece, les escribe cartas, les visita a través de sus fotografías, les llama en sus rituales. Recuperar tradiciones opuestas al fervor identitario ―como la memoria de su prima, el del tatarabuelo Yosef o la militancia del Bund― permite interrogar el presente y abrirlo a la pluralidad.
Para eso, el autor hace énfasis en lo que resiste el cierre identitario, como espacio desde el cual luchar, tener esperanzas y construir otros porvenires. Y aquí el idish toma relieve, para volver a la tradición judía desde su dimensión histórica y para mostrar los valores críticos de lo se ha dispersado, entre los que se encuentra la cohabitación. La cohabitación no solo como convivencia, sino, principalmente, como historias y tradiciones diferentes que tienen algo que decirse, se contaminan mutuamente y no pueden separarse.
El idish, lengua de la diáspora, sin nación ni Estado, perturba por ello la presunción de una identidad (étnica, cultural, nacional) homogénea y petrificada, y aboga por una identidad interrumpida por la alteridad, por la dispersión de lo propio en favor de lo múltiple. Quizá por ello fue despreciada por el Estado de Israel cuando reformó el hebreo para volverla una lengua de uso cotidiano y, con esto, la “verdadera” lengua judía.
Como a Zelko, al escritor Isaac Singer le encantaba el idish. Supo decir que parte de su belleza reside en que no tiene una palabra para “armas” ni para “ejército”, pero sí un amplio repertorio para denominar la alegría y la lujuria. Singer también hablaba de una mentalidad idish que se cuela entre las fuerzas destructivas, a hurtadillas. Una canción popular idish cierra Oreja madre, con encuentros alrededor de un fogón.
¿De qué clase de irreverencias estará hecho este libro? ¿Qué resulta de la comunicación de legados? ¿Qué clase de porvenir puede abrir?
Al poner en contacto historias y pueblos diversos a través de búsquedas personales y el encuentro con tradiciones de resistencia colectiva, Zelko demuestra que el intercambio entre historias no las silencia ni las niega. Tampoco hace que sean “lo mismo”. Por el contrario, reconstruye los vasos comunicantes necesarios para el encuentro cara a cara con el otrx. Toda historia de sufrimiento, pero también de lucha, tiene algo que decirnos.
Entre esos legados y promesas, traigo el último encuentro anacrónico que tuvieron Mahmud Darwish y Edward Said en el poema y despedida “Edward Said: A contrapuntal reading”, que Darwish compuso para su amigo. Allí, la voz de Said, como una forma de explicarse después de tanto exilio, señala algo así como una esperanza: “Donde la identidad está abierta a la pluralidad / no es un fuerte ni una trinchera”.
Tratemos de dejarla abierta.
*Por Sasha Hilas para La tinta / Imagen de tapa: John Lamparski/Getty Images.
