Un lugar con parlantes


Cientos de miles de personas abarrotaron Plaza de Mayo. Un murmullo corrió por la multitud cuando un rumor inundó todo: “Habla Cristina”. ¿Pero cómo, si está detenida? Cuando su voz finalmente tronó, las cientos de miles de personas, los bombos, las trompetas, los petardos y las bocinas se callaron. La plaza se convirtió en un lugar con parlantes. Hay un objetivo para el peronismo. Oh, sorpresa, es el de siempre: volver.
Por Gregorio Tatián para La tinta
Suena el himno. Roberto, 81 años, porteño, mira al cielo con unos ojos claros, húmedos, azulísimos. Tiene achaques visibles: un parche de cinta de uso médico en la oreja y otro más grande en el cuello. Al frente suyo flamean una bandera que dice “Nunca más” en letras rojas y banderas argentinas. ¿A él también se le estará haciendo un nudo marinero en la garganta, y en los lagrimales y atrás de la nariz?
El humo de los choripanes sube y reemplaza las nubes que no hay. Es una tarde hermosa de otoño y de sol en Buenos Aires. Es un día peronista.
Después del himno, a las 15.19, la voz de la mujer más relevante de la historia política de este país emergerá: “Hola, ¿qué tal?”. Y entonces ya no habrá bombos, ni petardos, ni chiflidos, ni gritos, ni sirenas. Las cientos de miles de personas que están acá guardarán silencio. ¿Alguna vez escucharon a una multitud hacer silencio?
La voz de la mujer será contundente y llenará la plaza. La de Roberto, en cambio, será un hilito apenas, el arroyito sonoro que le dejó en las cuerdas vocales un problema de salud que arrastra desde hace dos décadas. No se demorará en explicar; no tiene tiempo ni le sobran palabras. Recién cuando tenga mi oído pegado a su boca dirá: “Vine porque soy peronista de toda la vida”.

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Hay algo en estos carteles que hoy tapizan la fachada bajo los balcones de una esquina hasta hace unos días tranquila de Constitución, barrio del sur de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Dicen muchas cosas, tienen distintas letras, dibujos, trazos infantiles. Pero casi todos repiten una palabra: “Gracias”.
Ok, la gente que ha pegado los carteles ha venido a decir eso, que gracias, porque tiene algo que agradecer, porque alguien les ha dado algo. Por eso también hay miles de personas rodeando la esquina. Es que la persona que ha hecho algo por ellos, está en uno de esos departamentos de San José 1111.
Pero hoy no habrá balcón. La señora ha preguntado y la Justicia -o la fachada de utilería que subsiste- ha dicho que no.
Unos muchachos de SMATA custodian la puerta del edificio. “Nos pidieron que mantengamos despejado el ingreso, por los vecinos”, dicen. Y lo mantienen despejado. Con mucha amabilidad, primero. Con menos amabilidad, ante la insistencia. Con ninguna amabilidad, ante la terquedad.


Es 18 de junio, el día le pasa apenas por encima a las 12 del mediodía. Además de esta esquina, hoy habrá gente en casi todas las calles de esta ciudad y se nota. Colectivos, banderas argentinas, camperones de clubes y de sindicatos, cañas con telas enrolladas al costado de los cordones que dentro de un rato serán levantadas.
Algo, la figura de Cristina Fernández de Kirchner o una condena injusta o las dos cosas, ha convocado al peronismo. Y el peronismo ha respondido al llamado.
Llegar acá no ha sido fácil. Los que vinieron de las provincias se encontraron con controles rutinarios de Gendarmería que nunca nadie había visto antes y que seguramente desaparecerán después de hoy. Luego, ya en CABA, buscar la dirección San José 1111 en Google Maps lleva a ningún lado. Por alguna razón, la aplicación se ha olvidado de ese lugar en el mundo. Entonces, hay que seguir a los que parecen ir para allá. O buscar «San José 1112».


A una cuadra de la casa donde Cristina Fernández de Kirchner cumple prisión domiciliaria, cuelgan dos banderas. Una tiene una foto de Cristina con el Indio Solari y la frase: “Me convencí de que es la mejor y me hizo bien”(conveniente modificación de la letra de “Chau mohicano”). En la otra, Lali parodia a Milei con los pulgares arriba.
“Somos de Rosario. Sacamos esa foto en el show de ella hace unos días, explotó en redes y la imprimimos”, dice el vendedor, mientras se moja el dedo y cuenta billetes de un fajo.
La gente pasa, mira y tararea el hit de Lali: na-na-nará-nará-na.
Diez mil la grande, ocho mil la chica. Una economía que se reactiva a base de banderitas. Y una forma extraña de trasvasamiento generacional: del Indio a Lali.
Los rosarinos no son los únicos que están haciéndose el día. Se prodigan, en mesitas y sogas y tablones, las banderas, remeras, stickers, estampitas. Néstor, el Diego, Perón, Evita, la Patria Grande, el Indio, YPF, Madres y Abuelas, el Eternauta, Fidel, Mafalda, Aerolíneas Argentinas, el Papa Francisco, los Redondos, Gas del Estado, Lula, Riquelme, Palestina, Juicio y Castigo, Lali, el Che, Ferrocarriles Argentinos, Nunca más, el Partido Justicialista. Pues bien, se vende lo que representa. Aquí el mercado ha delimitado un campo simbólico: el de este movimiento político que hoy ocupa la ciudad de Buenos Aires toda.


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Casi tres kilómetros separan el departamento de Cristina de Plaza de Mayo y no hay una sola cuadra donde no se perciba que en esta ciudad va a pasar algo.
Son cerca de las 13 y sobre 9 de Julio ya se arman columnas enormes que van a apuñalar la geografía de la ciudad por Avenida de Mayo o alguna de las paralelas, buscando agolparse lo más cerca posible de Plaza de Mayo y de la Casa Rosada. Buscarán Diagonal Sur o Diagonal Norte, e irán hasta donde se pueda.
¿Habrá sido así el 9 de diciembre de 2015? Fue la última vez que esta parte de la Argentina, donde bulle el magma de la manifestación social cada vez que la ocasión lo requiere, vio tanta gente en una marcha partidaria. La convocante era la misma: fue la despedida de su gobierno y el inicio de la década perdida.
¿Cuántas cosas pueden pasarle a alguien en diez años? Un proceso judicial indigno; la construcción de Unidad Ciudadana en aquel solitario 2017; la mañana de ese sábado de abril de 2019 en la que nos enteramos que le había pedido a Alberto Fernández que encabezara la fórmula que integrarían juntos; el triunfo en las urnas de aquel dispositivo potente; la derrota en la gestión de aquel pastiche impotente; la enfermedad de su hija; los dos clack que no escuchó cuando Fernando Sabag Montiel le gatilló en la cara; y una interna incomprensible, aun para los suyos. Su aura parecía gastada.
El latigazo de la persecución judicial y la prisión domiciliaria le devolvieron el magnetismo a Cristina y algo de furia al peronismo.

Los antecedentes hacen presagiar que hoy acá puede haber lío. El montaje represivo ya es costumbre de la casa cada miércoles. Las precauciones han sido cumplimentadas. Cascos, leche, limón, lo de siempre. Hay un protocolo, pero es letra muerta del libro de la represión, porque hoy no hay señales de las fuerzas de seguridad. El protocolo hoy no existe.
“Yo tengo un axioma: cuando la gente llena la plaza, la policía desaparece”, dice Oscar, que vino de Lanús con una boina para hacerle frente a un frío que ya se ha ido.
Tiene 87, Oscar, que agarró una computadora, buscó los datos para tener bien precisas las fechas, y ahora sostiene todo el prontuario de Mauricio Macri en un cartón que escribió con conmovedora prolijidad. “Esto es un partido donde juega el Real Madrid contra El Porvenir. Es todo muy desparejo, la ley es muy despareja, ya lo dijo Martín Fierro. Y escribí esto porque mucha gente no está enterada de estas cosas”, dice.

Entrar a la plaza es difícil, lleva casi una hora, con esfuerzo. Sobre un banco, Rambo —hombre de piel curtida que ya pisa los 60 y dice que vino de Malvinas Argentinas— levanta con orgullo conurbano un cuadro con una foto viejísima, gastada, de Eva y Juan Perón. Está acá, en musculosa y mira de frente al sol, la foto en alto. Es una siesta peronista.
“De Malvinas no, poné de Polvorines”, pide antes de la despedida Rambo, de Polvorines.
“Estos hijos de puta dicen que somos 40 mil personas”, dice una chica que milagrosamente tiene señal en este bloque de carne humana que somos ahora y logra ver LN+ en YouTube. No podremos movernos durante la próxima hora. Un grupo de tres hombres grandotes trata de pasar hasta el vallado que delimita el corralito donde están los dirigentes de nombre propio, los fotógrafos, los camarógrafos y los figuretis. Piden permiso porque tienen que llegar hasta donde está su compañero camarógrafo, pero también pechan.
— Aprovechás que sos grandote para empujar a las compañeras, boludo. — Le recrimina una chica a uno de ellos.
— Estoy pidiendo permiso, compañera. Hoy somos todos compañeros.
Los dos tienen algo de razón, pero nadie puede moverse. Los muchachos nunca llegarán a reunirse con su cámara. Desde acá vemos a los dirigentes en la comodidad de un VIP a contramano: Sergio Massa suelta algunas palabras frente a los micrófonos, Aníbal Fernández se ríe mientras charla con alguien que está de espaldas y Leopoldo Moreau busca el abrigo del sol.

Entonces empieza a correr un rumor: hablará Cristina. Son las 14.35. Se escucha a ese rumor trotar por la plaza. Será un audio y lo van a pasar acá por los parlantes. “En instantes, dijeron en la tele”, tira otra chica, amiga de la que tiene señal. O sea que no será en instantes, sino dentro de un rato, probablemente largo.
Este artefacto, el que abarca todos los símbolos que estaban en las remeras y las banderas y los stickers, busca recuperar identidad. Nada de nombres de fantasía, ni frente de nada ni unidad de nada. Se ha propuesto ser, de nuevo, el peronismo. El movimiento maldito del país pacato.
Por eso a las 15.09 suena, inoxidable, la Marcha. En esta parte de la plaza, la cantan todos, incluso Los Irrompibles, de genética radical.
¿Qué estará pasando en la columna de los partidos de izquierda? Está del otro lado y es imposible llegar hasta allá desde este costado. Canten o no, están acá y han venido a dar su voz contra el deterioro institucional al que tres hombres a los que no votó nadie han sometido a nuestro país. Puntito para ellos.

“Hola, ¿qué tal?”. La voz de Cristina apaga el resto de los sonidos de la plaza, que es ahora solo un lugar con parlantes.
“Los he escuchado cantar consignas, la marcha, el himno. Lo que más me gustó fue escucharlos cantar otra vez ‘vamos a volver’. No lo escuchaba hace mucho. Me gusta porque revela una voluntad. Que los laburantes lleguen a fin de mes. Bien peronista”, dice. En la segunda frase, recoge el guante de un canto que se había quedado mudo desde 2019 y le da al peronismo lo que no conseguía desde que se derrumbó el gobierno del Frente de Todos y ganó Milei: un norte, un objetivo, un destino.
No hay sorpresas. Es el mismo de los 18 años de proscripción en los tiempos de Perón, el mismo de la persecución atroz durante la dictadura, el mismo de las derrotas de la democracia, el mismo de siempre: volver.
* Por Gregorio Tatián para La tinta. Imagen de tapa: Ezequiel Luque.
