¿Israel quiere convertir Medio Oriente en una montaña de escombros?


El gobierno de Benjamín Netanyahu redobla su política guerrerista, ahora bombardeando Irán. El régimen de Teherán responde con más bombas y ataques. Medio Oriente se encuentra, otra vez, al filo de una escalada bélica sin precedentes.
El Estado de Israel es una máquina de guerra descontrolada. Los bombardeos lanzados contra Irán lo demuestran. El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, comanda esa máquina que arrasa, una y otra vez, a Medio Oriente. Por supuesto, la clase política israelí siempre encuentra excusas para causar muertes y más muertes: esta vez, es el “plan nuclear” del régimen iraní.
El genocidio que las fuerzas militares de Israel cometen en la Franja de Gaza demuestra que Tel Aviv dispone de toda la impunidad necesaria para llevar adelante su plan, que no es otro que el de un estado colonizador. En Palestina, este objetivo es claro y abierto, explicitado por los propios funcionarios israelíes: la limpieza étnica o, si no es posible, el desplazamiento forzado y masivo de la población. Quienes no reconozcan esto, son -sin medias tintas- cómplices del gobierno de Netanyahu y su gabinete de guerra.
Con Irán se utiliza la excusa de que la teocracia liderada por el ayatolá Alí Jamenei intenta producir armas de destrucción masiva y eso afecta la seguridad de Israel. ¿Pero acaso el régimen de Tel Aviv no posee armas nucleares? ¿Por qué Israel prohíbe que los funcionarios de la Agencia Internacional de Energía Atómica inspeccionen el país? ¿Será que el armamento atómico israelí no es un problema de seguridad para los países vecinos?

Los bombardeos israelíes apuntaron contra centrales nucleares iraníes, hecho que incumple el derecho internacional. El Convenio de Ginebra de 1949 y sus posteriores Protocolos Adicionales regulan la conducta en los conflictos armados y precisamente el artículo 56 del primer Protocolo Adicional de 1977 habla de «la protección de obras e instalaciones que contienen fuerzas peligrosas, como presas, diques y centrales nucleares». Específicamente, se prohíbe que estos objetivos sean atacados si tal ataque pudiera liberar dichas fuerzas y causar pérdidas importantes.
En el «ataque preventivo», Israel además asesinó a altos mandos de las fuerzas militares del país de mayoría persa, un hecho similar a cuando Tel Aviv mató a Ismael Haniyeh en Teherán, uno de los jefes políticos de Hamás. O cuando bombardeó Beirut para ultimar a Hasan Nasralá, el líder de Hezbolah. En estos casos -incluido el reciente ataque contra Irán-, Israel pudo vanagloriarse de un fuerte trabajo de sus servicios de inteligencia, pero también de un activo muy preciado en Tel Aviv: la impunidad que le brindan Estados Unidos, Europa y varios regímenes de Medio Oriente.
Israel asesina porque la mayoría de la clase política mundial se lo permite. Sino, sería imposible entender la carnicería que comete en Gaza, donde más de cincuenta mil personas fueron barridas de la faz de tierra por miles de toneladas de bombas. Como si en Gaza el trabajo de inteligencia israelí no existiera y allí sí tuvieran que producir el asesinato masivo de una población entera.
Esa es la evidencia de que el plan del Estado Israelí -impregnado hasta sus huesos de sionismo, una ideología racista y militarista- no tiene que ver con su “seguridad nacional”, sino con la colonización de territorios que no le pertenecen.
Con Irán, sucede algo parecido. Netanyahu envió un mensaje al pueblo iraní para que se levante y haga caer la teocracia. “Esta es la oportunidad para que alcen la voz hacia la libertad”, sentenció el primer ministro. Nadie en su sano juicio puede creer las palabras de un dirigente político que tiene todo su cuerpo manchado con sangre palestina.

La libertad que pregona Netanyahu no es otra cosa que sus deseos más profundos, y de quienes lo apoyan, de convertir a un país -en este caso Irán- en una colonia. Y colonia significa la destrucción de cualquier manifestación genuina de libertad y democracia, algo que los pueblos que habitan Irán lo han demostrado más de una vez. Sólo recordemos las masivas protestas encabezadas por las mujeres luego del asesinato de Jina Amini en septiembre de 2022. Ese movimiento, conocido como “Jin, Jiyan, Azadi (Mujer, Vida, Libertad, en kurdo), fue genuino, digno y con una profundidad sísmica que todavía genera temblores en las estructuras teocráticas-estatales de Irán. Lo dicho por Netanyahu es una mentira dentro de su Gran Política Masiva de Mentiras Destructivas.
Israel sabe que tiene mucho que ganar. Tal vez, con los ataques militares a Irán, su plan de expansión hegemónica dio un nuevo salto hacia adelante. Como decíamos, la impunidad de la que hace gala se lo permite. Pero en esta escalada, su contrincante no es menor, sino una de las principales potencias regionales, con capacidades militares que todavía no se vieron en su plenitud y con un apoyo poblacional considerable. Aunque desde la Revolución Islámica, en 1979, en Irán se perdieron derechos civiles, las minorías fueron perseguidas y las mujeres relegadas dentro de la sociedad, el poder construido en estas décadas por la dirigencia iraní no es para nada menor.

Días atrás, el Partido de la Vida Libre de Kurdistán (PJAK), organización kurda ilegalizada y perseguida que opera en Rojhilat (región kurda de Irán), acertó al definir que lo que sucede entre Israel e Irán es “una guerra de poder e intereses contrapuestos, no una guerra de liberación de pueblos y naciones”.
En este nuevo escenario bélico con una frágil volatilidad, el Estado israelí reforzó su maquinaria de guerra y parece decidido a convertir a Medio Oriente en una gran montaña de escombros. Para sus líderes y para el complejo militar-industrial es un negocio redondo. Por su parte, Irán se muestra firme en responder con las lluvias de misiles que sean necesarias los ataques israelíes. Y eso, a un país tan pequeño como Israel, le puede costar mucho, demasiado, aunque a su dirigencia y a una buena parte de la población parece no importarle.
* Por Leandro Albani para La tinta
