Un testimonio en el 16° juicio de lesa humanidad en Córdoba reveló nuevos datos sobre Campo de la Ribera

Un testimonio en el 16° juicio de lesa humanidad en Córdoba reveló nuevos datos sobre Campo de la Ribera
13 mayo, 2025 por Adrián Camerano

El conmovedor relato del sobreviviente Carlos Civili en la apertura del proceso judicial reveló que Campo de la Ribera, el ex centro clandestino de detención, funcionó también en septiembre de 1978. Un aporte al proceso de Memoria, Verdad y Justicia, y la comprobación de la extensión del daño.

Los hermanos tucumanos Carlos y Luis Civili de seguro no lo sabían pero en Córdoba, agosto es el mes de los vientos. A fines de ese mes, pero de 1978, plena dictadura llegaron a la provincia invitados por el Ejército al salto bautismal de Jaime, un hermano menor que hacía el Servicio Militar Obligatorio en la IV Brigada Aerotransportada. Pero las ráfagas obligaron a la suspensión del acto, el viaje fue en vano y no les quedó otra que despedirse del joven colimba. A poco de comenzar a caminar en busca de un ómnibus o taxi que los llevara al hotel en la ciudad, se detuvieron ante “el bombi”, un fuselaje de avión emplazado en altura que aún hoy se yergue a la vera de la ruta y en el que Jaime había hecho algunas prácticas. “Vamos a sacarle una foto y se la regalamos”, fue la ocurrencia de los foráneos, uno de ellos tutor del más chico ante la temprana muerte de sus padres.

Fue en ese momento que se desató una pesadilla con consecuencias hasta hoy.

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«El bombi». Imagen: AMEP TV.

De la foto al pozo

“No pasaron cinco minutos y nos rodearon dos camiones con un montón de militares armados; nos preguntaron qué estábamos haciendo, les explicamos, pero no nos dieron bolilla. Nos hicieron subir a un camión hasta un destacamento, nos hicieron sentar al aire libre en unos bancos y así estuvimos todo el día, hasta que, a las 20, nos pusieron algodón en los ojos, nos vendaron y ataron las manos atrás, y nos hicieron subir a otro camión, donde estábamos acostados boca abajo”, relató Carlos este lunes 12 ante los jueces del Tribunal Oral Federal 3 de Córdoba. En la continuidad del relato, el sobreviviente señaló que el vehículo militar “anduvo unos 40 minutos hasta que llegó a un lugar en el que nos entregaron como se entrega mercadería”. Era Campo de la Ribera, la excárcel militar que se inauguró como centro clandestino en diciembre de 1975 ―antes del golpe― y que, según testimonios, funcionó como tal hasta el Mundial de junio de 1978. El relato de Civili amplía esa ventana temporal unos tres meses, hasta los primeros días de septiembre de ese año.

“Allí, nos interrogaban y a cada pregunta correspondía una trompada, siempre en el cuerpo, nunca en la cara. Mi hermano había perdido un brazo y una pierna porque, de niño, había tenido polio y nos hicieron hacer ejercicios físicos, saltos de rana, flexiones de dedos y de brazos, hasta que quedamos extenuados. Nos llevaron a otro lugar, en el que había siete secuestrados; estábamos desesperados y uno de ellos, que tenía barba y a su esposa secuestrada en el mismo lugar, nos dijo: ‘Miren, sus familiares no saben que están acá ni van a saber, así que tranquilícense porque sus familiares no pueden hacer nada, nada van a lograr’. Eso nos ayudó”, relató.

De aquel pozo del terror, el sobreviviente recuerda que “era una habitación alargada con dos o tres camas, y unas colchonetas para los nueve que éramos”; que dormían en el piso y que las ventanas estaban tapadas con frazadas viejas, agujereadas. Afuera, había unos lavabos y los baños, y “por esos agujeritos de las frazadas, pude ver cómo sacaban a unas diez mujeres al sol, en un patio con árboles; un paredón largo con un guardia armado y una garita que, luego, vi por fotos que es lo que tiene Campo de la Ribera. Yo nunca más volví a ese lugar”.

Los secuestrados se manejaban con apodos y a los hermanos Civili les tocó ser nombrados como “Pelopincho” (Carlos) y Cachirulo (Luis). Un único secuestrado no tenía venda y “era el que nos guiaba, nos servía la comida, lavaba los platos afuera y llamaba al guardia para que nos llevara al baño”. Los días en el campo transcurrían con interrogatorios (“nos pedían nombre y direcciones”) y la ingesta de las sobras, con cubiertos sucios porque ya habían sido utilizados.

“No recuerdo apodos ni nombres, el tema del miedo y el olvido me pegó fuerte”, contó ante el tribunal.

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Imagen: Adrián Camerano para La tinta.

Liberados en la nada

“Después de nueve días más o menos, nos sacan, nos ponen frente a una persona y nos dicen que habían pedido los informes y que éramos ‘personas honorables’ y que esa noche quedaríamos en libertad. Nos llevaron de vuelta a la celda, hicimos dos pasos y volvió a sonar la voz de este hombre: ya en un tono distinto, nos dijo: ‘Les conviene que no se acuerden que pasaron por acá’. Esas palabras estaban destinadas a despertarnos aún más miedo del que teníamos y, ciertamente, lo lograron”, describió ante los jueces.

Civili recordó que “cuando volvimos a la celda, les contamos a los otros muchachos, se alegraron, nos abrazaron y nos pidieron que fuéramos a sus casas a avisar a sus familiares que ellos estaban con vida. No podíamos anotar nada, por miedo a que nos secuestren la lista, y la grabamos en nuestras mentes. Esa noche, nos buscaron, nos subieron a un camión que anduvo y anduvo hasta que llegó a un lugar, se detuvo, nos hicieron bajar y el que nos ayudó a bajar nos dijo que no nos quitemos las vendas hasta que dejáramos de escuchar el sonido del camión. Nos las dejamos un buen rato por el miedo que teníamos y, cuando nos las quitamos, la oscuridad era terrible, estábamos en medio de la nada, no sabíamos dónde estábamos ni para dónde ir”. En esa instancia, y luego de agradecer la fortuna de seguir con vida, los hermanos “caminamos y caminamos, muy lento por la dificultad de mi hermano, hasta que encontramos una casa en la que había una luz. Golpeamos, no nos atendían, insistimos y, finalmente, se abrió un poquito la ventana y le preguntamos hacia dónde era la ciudad, y una voz nos dijo ‘caminen hacia a la derecha’ y lo hicimos hasta que encontramos una población, tomamos un ómnibus y nos fuimos hasta el hotel. Allí, nos cobraron todos los días que habían quedado las valijas, pagamos y nos fuimos a la terminal, aún con miedo: temblábamos porque nos sentíamos observados, vigilados, perseguidos”.

Ya en Tucumán, Carlos enfrentó la desesperación de su esposa, que había quedado sola con dos niños pequeños y que, a esa altura, intuía que su esposo había sido secuestrado. “En ese tiempo en el que desaparecía gente, nosotros teníamos dos amigos desaparecidos y, en el dique El Cadillal, la gente narraba que, de noche, sobrevolaban helicópteros que dejaban caer bultos; suponían que eran cuerpos, cadáveres. Ella ya sabía que su marido estaba desaparecido y era tal su angustia y la tensión nerviosa que cualquier ruidito la sobresaltaba”.

En un relato varias veces entrecortado por la angustia y la emoción, Civili detalló que “cuando salimos, nos fuimos corriendo a la terminal, no fuimos a la casa de los compañeros para avisar a los familiares. Lo dejamos para después, pensando que esas casas podían estar vigiladas. Y, cuando llegamos a casa, pasaron los días y, cuando pensamos en hacerlo, cometimos un error de no anotar los nombres, apellidos y los domicilios”. “Esa es una gran deuda, la cobardía mía no la justifico, yo no cumplí mi parte. Después, para tranquilizar nuestra conciencia, pensamos que, seguramente, esos muchachos también quedaron en libertad”, se lamentó.

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Imagen: Adrián Camerano para La tinta.

Denuncia, pensión y extensión del daño

El sobreviviente contó que “en 2014, recién 36 años después, volví sobre la historia e hice la denuncia”, junto a su hermano, ya fallecido. “En 2023, me llaman por el otorgamiento de una pensión por este tema e, inconscientemente, perdí diez kilos de pesos y mi cuerpo desarrolló una enfermedad autoinmune”, completó, poniendo en palabras lo que, en el ámbito judicial, se denomina “extensión del daño”.

En este 16° juicio por delitos de lesa humanidad ocurridos en Córdoba, el único imputado es el ya condenado exoficial del Ejército, Ernesto “el Nabo” Barreiro. A la audiencia inaugural, asistió vía Zoom, desde la comodidad de su departamento en una de las zonas más coquetas de la ciudad de Buenos Aires. Este lunes 12, se negó a declarar y asistió al relato del sobreviviente con una mueca de altivez ya característica. En las preguntas que su abogado defensor formuló a Civili, se animó a considerar al secuestro como “la mala suerte suya”.

El juicio es seguido con atención en el sitio de la memoria Campo de la Ribera, para el que “tiene un sentido especial porque abre una puerta en relación a cuándo fue el cierre del campo de concentración”, señaló Martina Novillo, trabajadora del área Investigación.

Un proceso extremadamente corto, de apenas tres audiencias, continuará con los alegatos el 22 de mayo y fallo el próximo 2 de junio. El juicio se puede presenciar en la sede del Tribunal ―Faustino Allende 866, ciudad de Córdoba― o seguirse vía el medio especializado La Retaguardia.

*Por Adrián Camerano para La tinta / Imagen de portada: Adrián Camerano para La tinta.

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Palabras claves: Campo de la Ribera, Carlos Civili, Dictadura Cívico-Militar, Juicios de lesa humanidad

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