Melina Vázquez: «Las mujeres mileistas militantes defienden el feminismo liberal contra el progresismo mainstream»

Comienzan a ser más visibles mujeres que se identifican con el feminismo liberal, cuestionando el feminismo tradicional desde perspectivas individualistas y promercado. La socióloga Melina Vázquez analiza este fenómeno emergente, sus tensiones internas y el modo en el que se están redefiniendo los vínculos entre género, ideología y militancia a partir de algunas figuras que cobraron protagonismo con la participación política libertaria.
Por Iñaki Rubio Mendoza para La tinta
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La idea de que el feminismo y el progresismo están ligados puede resultar una asociación incuestionable. Durante años, también se dio por sentado que las mujeres eran más progresistas que los hombres y que discursos antifeministas como los de Javier Milei resultarían repelentes para ellas. De hecho, eso fue un bastión en las elecciones presidenciales: apuntar al voto por género, ya que las mujeres y disidencias no votarían a un candidato abiertamente en contra de la «ideología de género». Sin embargo, la realidad sociopolítica y militante de Argentina comienza a matizar esa idea, y también aparecen algunos elementos en otros países, lo que a priori puede entenderse como un fenómeno más global.
Aunque son minoría, cada vez son más las mujeres jóvenes que adhieren al llamado feminismo libertario, formándose en usinas, charlas y encuentros donde lideresas del libertarismo argentino las ilustran. Incluso, llegaron a crear sus propias facciones dentro del libertarismo, como, por ejemplo, Mujeres por la Libertad y Pibas Libertarias. En general, tienen en común la crítica al “feminismo de izquierda” y una pertenencia al feminismo liberal, rechazan las políticas de género y defienden la libertad individual y mercantil. Además, reivindican la meritocracia frente al intervencionismo del Estado. Y están a favor del derecho a abortar, reivindican un espacio propio en diferentes ámbitos frente a los hombres (como en las estructuras partidarias) y rechazan la violencia machista.
En esta segunda entrega, la socióloga Melina Vázquez ofrece algunas claves para entender el trasfondo de este fenómeno e invita a cuestionar los marcos con los que se interpreta la relación entre mujeres, política y feminismo.

―Has estudiado el caso argentino en relación con la brecha de género electoral. Según muchas investigaciones, las mujeres tienden a ser más progresistas y feministas, mientras que los hombres son más reaccionarios y de derechas. ¿Esto es así y por qué?
―Estoy escribiendo un libro junto a Carolina Spataro, cuyo título provisorio es ¿Existe el feminismo liberal-libertario?, y el texto parte justamente de esa premisa. Se da por hecho que las mujeres votan menos que los varones a estas fuerzas de extrema derecha, sobre todo, las más jóvenes. Puede parecer lógico, ya que el discurso antifeminista no solo es un discurso, también habla muy violentamente sobre las mujeres y eso hace suponer que una mujer nunca votaría a la extrema derecha. Sin embargo, desde que hago trabajo de campo, he visto el crecimiento de la participación de las mujeres en política. Esto puede hacernos caer en esa superioridad moral que está un poco de moda: «Estas mujeres son tontas o tradwifes«. Y no son ni una cosa ni la otra, aunque no comparta ideas con ellas, no sería feminista explicar en esos términos a mujeres que adhieren a otras formas de pensar.
Muchas mujeres jóvenes no solo votaron por la derecha, sino que, además, militan en sus espacios políticos. Muchas de ellas no adhieren al feminismo, pero algunas se preguntan si puede existir un feminismo que no sea de izquierda, que sea liberal; disputan ese significante y construyen otros sentidos respecto de que podría ser ese feminismo liberal. Esto no es algo mayoritario, pero es un fenómeno complejo. Estas mujeres militantes critican sus espacios políticos y odian que las mujeres que tienen lugar en la política lo hagan por cupo; quieren construir otra manera de acceder a los espacios de representación política con base al mérito, son muy meritocráticas.
Construyen la idea de que un feminismo liberal es posible, contra el progresismo que ellas llaman mainstream, y sus referentes son ideólogas liberales como María Blanco, Gloria Álvarez o Antonella Marti. En definitiva, generalizar a esas personas con términos peyorativos no explica la totalidad ni la complejidad que tiene este fenómeno, las mujeres también sufren violencia cuando militan en dichos espacios. Por ejemplo, en los entornos de militancia liberales, los hombres critican a las mujeres si usan patrones estéticos que ellos asumen con la izquierda; las llaman marxistas culturales.
Esas descalificaciones, el no reconocimiento y la práctica de tomar decisiones basadas en la posición de los varones provoca malestar entre las mujeres de este espacio político. También las declaraciones como las que realizó Milei en Davos. No veo a mujeres que celebren eso, pero siguen ahí, atraídas por las ideas del mercado, repensando el pasado reciente con matices, pero también están en contra del feminismo “de las zurdas”. Es un panorama recontracomplejo.

―Entonces, ¿en qué se sustenta esa idea de que las mujeres tienden a ser más progresistas que los hombres?
―Afirmaciones como “las swifties no votan a Trump” o “las mujeres no votan a Milei” son campañas políticas que, obviamente, son una estrategia para movilizar a las mujeres. Sergio Massa, por ejemplo, adoptó una narrativa feminista en campaña y no me consta que haya expresado especialmente ideas feministas concretas con anterioridad. Milei habla en contra de las mujeres, de la comunidad LGTBIQ+, sus narrativas y sus acciones son disuasivas para mucha gente, pero de ahí a pensar que no hay mujeres que votan a la derecha, hay un gran salto. Hay muchas mujeres mileistas que se sienten incómodas con ese marco, pero todas siguen alineadas con el mileismo, esa es la paradoja. En Alemania, hay muchas mujeres de extrema derecha que se dicen feministas y que son lesbianas.
Es el caso de Alice Weidel, presidenta del partido alemán de extrema derecha Alternativa para Alemania (AfD). Las ideas de la formación a la que representa son contrarias a los derechos LGTBI+ y de las personas migrantes; sin embargo, su pareja sentimental es Sarah Bossard, una mujer de origen esrilanqués, con quien tiene dos hijos adoptados.
―¿Por qué crees que existe esa paradoja?
―La cuestión radica en los límites del feminismo, hasta dónde es capaz de llegar la F del feminismo. Es algo que no se puede singularizar, ya que puede haber expresiones de derecha dentro de él. Para muchas mujeres de izquierda, el feminismo liberal no alcanza; porque, para ellas, la desigualdad no se combate con tener acceso al mercado. Para las feministas de derecha, sí. Muchas mujeres mileistas reivindican la figura de Margaret Thatcher, a pesar de abrazar la causa de Malvinas. También reivindican a Patricia Bullrich como expresión de liderazgo de mujeres potentes, que no titubean. Disputan una idea de feminismo en otros términos muy diferentes.


―¿Qué conclusión podemos sacar de todo esto? ¿Estamos en un paréntesis reaccionario camino a un futuro mejor o nos hemos sumido en una senda de precariedad e incertidumbre?
―El primer desafío que tenía Milei era controlar la inflación y ya lo hizo. Mientras él maneje las variables económicas, con una lógica de libre mercado, proteccionista y de sálvese quien pueda, se mantendrá acorde a sus principios. El problema es que pueda sostenerlo en el tiempo. Simultáneamente, también está la cuestión de la batalla cultural, que le da un envión. Está claro que Milei cruzará todos los límites que pueda; pararlo dependerá de otros poderes, de la comunicación social y los apoyos con los que cuente. Las elecciones legislativas de este año serán un termómetro de la situación, aunque creo que a Milei le irá bien todavía.
En definitiva, pienso que el mileismo es un fenómeno político y cultural que tiene que ver con la sociabilidad juvenil, con consumos culturales, canciones, estéticas y diferentes formas de pensar el Estado, el mercado y también la propia vida de muchísimos jóvenes. Un sentimiento que trasciende al gobierno, que está, incluso, por fuera de espacios de su representación política y que, eventualmente, podría superar a la propia naturaleza de Milei. Noto una transformación subjetiva y cultural importante.
*Por Iñaki Rubio Mendoza para La tinta / Imagen de portada: Ezequiel Luque para La tinta.
