Gestos del papa Francisco que reflejan su paso como referente de la Iglesia católica


Por Lucas Leal para La tinta
El Vaticano informó el fallecimiento del papa Francisco. El sumo pontífice murió este lunes 21 de abril a los 88 años, en su residencia de la Casa Santa Marta.
Su estado de salud se había deteriorado en el último tiempo y tuvo que permanecer más de un mes internado en el Hospital Gemelli de Roma, como consecuencia de una neumonía bilateral. Ayer, sin embargo, pudo realizar su última aparición pública desde el balcón de la basílica de San Pedro, durante la celebración de Pascua.
Ante la noticia de la partida de Francisco y sin ánimo de ser exhaustivo, me interesa recuperar algunos gestos que, a mi entender, reflejan las claves de su paso como referente de la Iglesia católica.

Un nombre que habla de opciones concretas
Desde el momento en que eligió llamarse Francisco, en referencia a San Francisco de Asís, Bergoglio orientó su pontificado desde el compromiso con la pobreza, la humildad y la reforma de la Iglesia. Prefirió, por ejemplo, vivir en la Casa Santa Marta en lugar del Palacio Apostólico como uno de los primeros signos de cercanía y sencillez.
Un Papa que pide la bendición del pueblo
El primer gesto de Francisco, desde el balcón de San Pedro, fue pedir la bendición del pueblo antes de impartir la suya. Esto también marca una orientación eclesiológica: la cercanía, como pastores, con el pueblo y una dinámica eclesial que busca ser vivida desde la sinodalidad más que desde la jerarquía.
Lampedusa: la denuncia de la globalización de la indiferencia
En su primer viaje papal, Francisco eligió Lampedusa, para llorar a los migrantes muertos en el Mediterráneo. Arrojó flores al mar y habló de una “globalización de la indiferencia”. Con ese gesto, se comprometió con los descartados del mundo y puso rostro humano al drama migratorio del que se ocupó, en reiteradas ocasiones, denunciando tal flagelo y pidiendo políticas que se ocupen de la situación.
Lavar los pies a los últimos
Cada Jueves Santo se repite el gesto bíblico en el que Jesús lava los pies a los discípulos como símbolo de servicio, entrega y cercanía. Francisco ha roto el protocolo vaticano en el que habitualmente se lavaba los pies a otros clérigos y ha lavado los pies a mujeres, presos y musulmanes, entre otras personas. En 2024, incluso, lo hizo a doce mujeres en una cárcel, desde su silla de ruedas. Es un gesto que visto desde la perspectiva religiosa supone cuidado e inclusión, pero que también tiene su fuerza política en tanto desarticula las lógicas del poder naturalizadas.

“Misericordiar”: una apuesta a la ternura
Desde el encuentro con el niño Emanuel, que preguntaba si su padre ateo estaba en el cielo, hasta el consuelo de padres en duelo o el abrazo a un hombre con neurofibromatosis, Francisco ha reconfigurado el lenguaje de la Iglesia en el que, más allá de la doctrina, propone una ternura práctica. Su verbo preferido —que él mismo acuñó— es “misericordiar”: hacer del amor de Dios un gesto visible, concreto y cotidiano. De hecho, le gustaba usar la expresión de la iglesia como “hospital de campaña”.
Reforma del poder: descentralización
Nombró cardenales de los márgenes del mundo (Asia, África, América Latina), descentralizando el poder eclesial. Enfrentó a los sectores neoconservadores al restringir la misa tridentina, intervenir congregaciones con “actitudes” sectarias y combatir el clericalismo. Una cuestión muy clave, sobre este punto, fue la reestructuración organizativa del OPUS DEI que pasó de ser una prelatura personal a depender del Dicasterio para el Clero con lo cual “pierde” la autonomía que tenía hasta el momento.
Participación de las mujeres y el colectivo LGBTIQ+
En continuidad con su perspectiva eclesial, Francisco promovió una Iglesia sinodal, con voz para laicos, mujeres y comunidades LGBTIQ+, entre otros colectivos. «La iglesia es para todos», repetía. Una decisión clave fue la de dar participación a las mujeres en distintas instancias vaticanas y nombrar, por ejemplo, a mujeres en cargos relevantes que siempre fueron ocupados por clérigos varones. Tal es el caso de Rafaella Petrini, nombrada como Presidenta de la Gobernación del Vaticano (el cargo más alto de la administración civil Vaticana) y a Simona Brambilla como Prefecta del Dicasterio para la Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica. Así también apoyó el trabajo pastoral de Sacerdotes, religiosas/as y laicos con el colectivo LGBTIQ+ (como por ejemplo, el sacerdote James Martin) y dio participación y visibilidad a distintas comunidades y redes de católicos arco iris en todo el mundo.
¿Una economía con rostro humano?
El Papa Francisco ha sido una voz crítica del capitalismo contemporáneo, al que denuncia como un sistema que mata cuando prioriza la lógica del beneficio sobre la dignidad humana. Desde Evangelii Gaudium hasta Fratelli Tutti, ha cuestionado el dogma neoliberal del mercado autorregulado, la especulación financiera y la idolatría del dinero, señalando que esta economía de descarte produce desigualdad, exclusión y sufrimiento. En su visión, el ser humano ha sido reducido a mero consumidor y los más vulnerables —como los pobres, los migrantes y la naturaleza— son sistemáticamente descartados por una lógica que considera todo, incluso la vida, como mercancía.
Frente a este modelo, Francisco propone una «economía con rostro humano», basada en el bien común, la cooperación y la justicia social. En Laudato Si’, articula una profunda crítica al extractivismo y llama a una “ecología integral” que conecte lo social y lo ambiental. Con iniciativas como La Economía de Francisco, convoca a construir alternativas solidarias, e impulsa una Iglesia comprometida con los movimientos populares que luchan por “tierra, techo y trabajo”. Su propuesta no es solo económica, sino también espiritual y cultural: una conversión que humanice nuestras relaciones y devuelva el centro a la vida y no al capital.

Un último gesto: el día de la Pascua
20 de abril de 2025. Francisco apareció, ante la sorpresa de todos los presentes, en el Balcón de la Plaza San Pedro y, quién sabe, quizá intuía que se trataba de su última bendición “urbi et orbi” que dirigiría al mundo. Casi sin voz, delegó la lectura del mensaje papal a Monseñor Ravelli, maestro de ceremonias litúrgicas, quien leyó el contundente mensaje con el que Francisco cerraría sus 12 años de Pontificado.
En su último mensaje, Francisco sostuvo:
Que todas las vidas humanas son valiosas, sobre todo las que hoy la sociedad consumista descarta.
Que vivimos un clima de violencia, desprecio y voluntad de muerte, sobre todo hacia los más débiles (mujeres, niños, ancianos, migrantes).
Que es necesario volver a confiar en los demás, incluso en quienes no son cercanos, provienen de otras tierras, tienen otros estilos de vida e ideas.
Que en medio de tanta violencia y conflicto armado es necesario esperar que la paz sea posible y apostar por ella.
Que el principio de humanidad es el eje de nuestro actuar cotidiano. Por eso, enfatiza, la necesidad de hacernos cargo los unos de los otros, de acrecentar la solidaridad recíproca, y esforzarnos en favorecer el desarrollo integral de cada persona humana.
Que quienes tienen responsabilidades políticas usen los recursos disponibles para ayudar a los necesitados, combatir el hambre y promover iniciativas que impulsen el desarrollo, dado que esas son las “armas” de la paz: las que construyen el futuro, en lugar de sembrar muerte.
Que ante la crueldad de los conflictos armados prime el principio de humanidad que ponga en el centro la dignidad y valor de toda persona.
En coherencia con sus gestos anteriores, Francisco denunció la violencia y la voluntad de muerte. Proclamó que toda vida vale, sobre todo las que margina y excluye el sistema económico y político imperante. Llamó a construir la paz y a una política que ponga como eje al ser humano. Y recorrió por última vez la Plaza de San Pedro para bendecir a los presentes.

Todos estos gestos -y muchos más que no nombro en esta nota- tienen como telón de fondo sus reflexiones plasmadas en las Encíclicas que acompañaron su Pontificado.
Para algunos, fue muy progresista. Para otros, faltaron cambios radicales. Ciertamente, es demasiado pronto para evaluar las consecuencias de su Papado.
Su compromiso con los olvidados, la búsqueda de una iglesia sinodal, su llamado a una ecología integral y el cuidado de la casa común, su crítica al modelo económico y, en este tiempo, su posicionamiento por el fin de las guerras, por la integración de los migrantes y el llamado a construir un sistema social, político y económico que tenga al ser humano como eje, son, entre otras cosas, las claves de su Pontificado.
* Por Lucas Leal para La tinta
