Un avión secuestrado para aterrizar en Malvinas (parte I)


El 28 de septiembre de 1966, el vuelo 648 de Aerolíneas Argentinas fue el primer viaje comercial del mundo en ser secuestrado con armas y desviado de su destino de origen. ¿El plan? Aterrizar en las Islas Malvinas para plantar la bandera del país y declarar la soberanía de Argentina.
Por Esteban Viu para La tinta
Primera parte
―Estamos a la altura de las Malvinas. Sería lindo ir, ¿no?
―La verdad, es un sueño que tengo.
―No se haga problema, los sueños se cumplen.
El diálogo sucedió el 28 de septiembre de 1966, a las 8:20 a. m., a bordo del vuelo 648 de Aerolíneas Argentinas. La pregunta es de la periodista María Cristina Verrier (27) y la respuesta es del gobernador de facto de Tierra del Fuego, el contraalmirante José María Guzmán, que por azar había tomado ese vuelo. El avión, que salió de Buenos Aires y tenía como destino Río Gallegos, fue tomado a punta de armas unos minutos antes por dos compañeros de Verrier que ingresaron a la cabina de mando. De esa forma, el vuelo de Aerolíneas Argentinas fue el primer viaje comercial del mundo en ser secuestrado con armas y desviado de su destino de origen. El plan era aterrizar en las Islas Malvinas para plantar la bandera del país y declarar la soberanía de Argentina sobre las mismas. Estaban a 15 minutos de concretarlo.
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Un día antes, el martes 27 de septiembre, sonó el teléfono en las oficinas del diario Crónica, el más vendido del país por esos años. Dardo Cabo (25), uno de los cerebros de lo que se denominaría «Operativo Cóndor», habló con el director del periódico, Héctor Ricardo García, y, un tanto críptico, lo invitó a tomar un café en la confitería El Ciervo, a dos cuadras de su redacción. Le anticipó que tenía para él la primicia del año: lo preciso para alimentar el hambre de una bestia periodística.
En el bar, Cabo le cuenta a García que, junto a un grupo de personas, llevarían adelante una acción que, si bien no podía decirle cuál era, le aseguraba que iba a ser tapa de todos los medios. «Esto no lo sabe nadie más que vos, yo y mis compañeros. Si querés saber de qué se trata, te espero en Aeroparque a las 20:30», fueron las últimas palabras del ideólogo.
Dardo Cabo, también periodista, junto a su pareja, María Cristina Verrier, y 16 compañeros más, brazos ejecutores del plan, tenían un objetivo concreto: secuestrar el avión y aterrizarlo en las Islas Malvinas para declarar la soberanía del país sobre el territorio. Lejos de la improvisación, el Operativo Cóndor había sido preparado a lo largo de tres años y el día fue cuidadosamente elegido, coincidiendo con la llegada del príncipe de Edimburgo ―consorte de la reina Isabel II― para reunirse con el presidente de facto, Juan Carlos Onganía, jugar al polo y presenciar el Campeonato Mundial Hípico.

La edad de Los Cóndores oscilaba entre los 18 y 30 años, y sus trabajos eran diversos —desde obreros metalúrgicos hasta empleados bancarios, pasando por los periodistas—. ¿El punto común a todos? La mayoría estaba vinculada al Movimiento Nueva Argentina (MNA), formación de orientación nacionalista y peronista de aquel momento.
A las 23:50 de ese 27 de septiembre, la totalidad del grupo estaba en el aeropuerto, haciendo fila para dejar sus bolsos, entre los que pasaron algunas armas que fueron guardadas en la bodega 2 del avión. En aquel momento, los controles eran mínimos y solo las personas pasaban por detectores de metales, mas no su equipaje de bodega. La inteligencia previa y minuciosa que realizaron les permitía saber dónde iba a estar ese equipaje y también que, si sacaban dos asientos de la zona de primera clase, tendrían acceso a esa bodega. Tener sus armas era fundamental para poder tomar el avión que, en total, tenía 48 pasajeros. “No pudimos comprar la totalidad de los asientos en aquel momento, si no, lo hubiéramos hecho”, declararía muchos años después un integrante del grupo. Lo único que no estaba contemplado en el plan era la presencia de José María Guzmán, el gobernador de facto de Tierra del Fuego e Islas del Atlántico Sur, y su edecán armado a bordo que, al ver lo que pasaba en la cabina, intentó abrir fuego, pero fue reducido con un golpe en la cabeza por Carlos Rodríguez y Pedro Tursi. El gobernador Guzmán entendió que estaba en medio de un operativo y, a partir de ese momento, guardó silencio.
“Este es el nuevo rumbo, coordenadas 1-0-5”, le dijo Dardo Cabo al piloto Ernesto Fernández García, que preguntó: “¿A Malvinas?”, y, luego, se negó aduciendo que el combustible no era suficiente, pero cedió tras un altercado que habría incluido amenazas a sus familiares. “¿Están seguros que hay una pista para aterrizar?”, consultó Fernández. La respuesta fue afirmativa. Lo que no le especificaron es que el lugar era una pista, pero de carreras de caballos.

A pesar del clima feroz que azota al sur del mundo, el trayecto transcurrió sin mayores problemas y, a las 8:42 del 28 de septiembre, el DC-4 aterrizó en Puerto Stanley, en un lodazal que hundió el tren delantero de aterrizaje en el barro. Algunos curiosos que pasaban por la zona comenzaron a acercarse a la alambrada y vieron bajar del avión, con sogas, a un grupo de jóvenes armados y portando banderas argentinas. “Tiramos sogas para bajar, me quemé las manos por la fricción, pero cuando sentí mis pies en la tierra de Malvinas, fue una sensación incomparable», confesaría Andrés Castillo, integrante del grupo.
Arrodillado y con su mano derecha abierta posando sobre tierra malvinense, Dardo Cabo dijo, con los ojos en el cielo: “Como representantes de tu tierra, Argentina, bautizamos este suelo con el nombre de Puerto Rivero, en homenaje a nuestro gaucho”. El homenaje era para el entrerriano Antonio Rivero, que resistió la ocupación británica en 1833.

El grupo entró rápidamente en acción: desplegó cinco banderas del país sobre el alambrado que rodeaba la pista, plantó otra en tierra y una más sobre el avión. Luego, entonaron el himno nacional, con los ojos llenos de lágrimas y un cosquilleo interno indescriptible.
En un lugar inhóspito como las Islas Malvinas en la década del 60, que un avión aterrice de la nada en una pista de carreras era un hecho, al menos, inusual. Algunos habitantes se acercaron a ver qué sucedía y, en ese momento, fueron tomados de rehenes, entre ellos, el jefe de la Infantería local. Uno de los Cóndores contaría un tiempo después que la intención era entregarle el mando a Guzmán, después de encontrarlo en el mismo vuelo, pero el gobernador de Tierra del Fuego y, por lo tanto, de las Malvinas, se negó, visiblemente molesto por la iniciativa. Sabía que al gobierno nacional no le iba a caer en gracia la acción.
Algunos argentinos repartieron unos panfletos escritos en inglés y en español al resto de los curiosos, en los que declaraban no ser agresores, sino activistas que reclamaban la restitución del archipiélago, aclarando que no iban a expropiar ni violentar a los habitantes. Ahora, llegaba el momento de negociar con el gobernador en su residencia y quedarse ahí dentro, como estaba planificado. Pero lo que no sabían es que la máxima autoridad de la isla, en ese momento, se encontraba de viaje en Londres. Y en ese contexto, sin una figura de relevancia que retener para iniciar negociaciones, el plan comenzaba a deshilacharse.
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*Por Esteban Viu para La tinta / Imagen de portada: Héctor Ricardo García/Diario Crónica.
