Crónicas de hielo, castigo y dolor: presos famosos y la década infame

Crónicas de hielo, castigo y dolor: presos famosos y la década infame
Lucas Crisafulli
28 febrero, 2025 por Lucas Crisafulli

El fin del mundo, o el comienzo, según desde dónde se lo mire. El último territorio conquistado por los colonizadores. Sobre las tumbas de los yaganes, se decidió fundar una ciudad cuyo nacimiento está indisolublemente ligado al presidio. Una cárcel de cemento erigida en el corazón de una prisión geográfica. Ushuaia fue un lugar de confinamiento no solo para criminales comunes, sino también para presos políticos: anarquistas, socialistas, peronistas y radicales que, por los vaivenes de la historia, cayeron en desgracia. En esta entrega, Lucas Crisafulli te cuenta quiénes fueron los presos más famosos y qué significó la década infame. 

Entrega 3 de 4

Presos famosos

El presidio de Ushuaia albergó a varios presos de renombre. Entre ellos, Mateo Banks, chacarero y miembro del Jockey Club, quien, en 1922, en Azul, Provincia de Buenos Aires, asesinó a tres hermanos, dos sobrinas y dos peones de la estancia para quedarse con la herencia familiar. Se cree que las deudas que había contraído en el juego fueron el detonante de un rico que no quería peder su status social. La astucia de los otros reclusos hizo que lo apodaran «Maté ocho«. Banks permaneció en el presidio de Ushuaia desde 1924 hasta su cierre en 1947. Luego, terminó de cumplir su condena en la Penitenciaría de Buenos Aires, de la que fue liberado en 1949. Curiosa ironía del destino: después de haber soportado las extremas condiciones del presidio en el fin del mundo, Banks falleció a los pocos días de quedar en libertad, en un inverosímil accidente doméstico: se resbaló en la bañera de su casa. 

Cayetano Santos Godino, conocido mundialmente como el “Petiso orejudo”, también pasó por el penal de Ushuaia desde 1923 hasta su muerte, en 1944. A pesar de haber sido declarado inimputable en 1914, se lo recluyó en el penal de Ushuaia, luego de diez años de estadía en el Hospicio de las Mercedes. En 1927, se lo sometió a una cirugía para cortarle las orejas, ya que se creía que su maldad provenía del tamaño de las mismas. Fue sistemáticamente torturado en la cárcel, vejámenes que incluyeron violaciones masivas. Murió tres años antes del cierre definitivo de la cárcel en circunstancias poco claras y jamás investigadas. La versión oficial es que murió por la golpiza de otros internos, aunque hay versiones que dicen que murió a causa de los golpes de los guardias del penal. 

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Imagen: Archivo General de la Nación.

Quizás el interno más famoso y sistemáticamente torturado fue Simón Radowitzky, líder anarquista que, en 1909, arrojó una bomba de fabricación casera para asesinar a Ramón Falcón, jefe de la Policía de Buenos Aires y responsable de la masacre del 1° de mayo, en la que la policía asesinó brutalmente a once obreros e hirió a más de ochenta trabajadores que protestaban en una jornada histórica. Osvaldo Bayer plantea que el dilema ético fundamental es “matar al tirano” o “no matar al tirano ni a nadie”. Radowitzky, al igual que Kurt Gustav Wilckens, quien, en 1921, asesinó al teniente Héctor Varela, responsable de los fusilamientos de los peones rurales en el evento conocido como la Patagonia Trágica, comprendieron que matar al tirano no era un crimen, sino un acto de justicia. Falcón y Varela jamás fueron juzgados por sus crímenes. Sus asesinatos están indisolublemente vinculados a la impunidad.


Durante el juicio, Radowitzky se salvó de la pena de muerte porque un amigo presentó su partida de nacimiento, que demostraba que tenía 18 años, lo que lo hacía menor de edad, según las leyes de la época. Fue condenado a reclusión perpetua, con una accesoria por tiempo indeterminado. La sentencia incluía un castigo adicional: cada año, durante el aniversario de su crimen, debía pasar en reclusión solitaria y oscura, a pan y agua, durante veinte días. Así hasta su muerte. En 1918, protagonizó una fuga de película. Utilizando trapos viejos y con la ayuda del movimiento anarquista, cosió en secreto un uniforme de guardiacárcel y logró escapar a bordo de un pequeño bote a motor. Fue recapturado cuatro días después por la policía chilena en Punta Arenas, que rápidamente lo devolvió a Ushuaia sin ningún trámite de extradición por el miedo a que su presencia en el país vecino agitara a los trabajadores que vivían en condiciones deplorables. 

Gracias a la militancia de Salvadora Medina Onrubia, poeta, dramaturga, periodista ácrata y esposa de Natalio Botana, fundador del diario Crítica, logró que el presidente Hipólito Yrigoyen firmara su indulto apenas unos días antes de que fuera derrocado por el dictador José Uriburu. El mismo decreto de indulto contenía la expulsión del suelo argentino, radicándose en Montevideo para volver a ejercer su profesión de mecánico. Al inicio de la guerra civil, se trasladó a España para luchar con los republicanos en contra del falangismo. Pasó sus últimos días en México, trabajando en una fábrica de juguetes, al tiempo que continuaba editando revistas y panfletos anarquistas. Sus restos descansan en un cementerio de la Ciudad de México junto al epitafio que reza: «Aquí reposa un hombre que luchó toda su vida por la libertad y la justicia social».

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Imagen: Archivo General de la Nación.

La década infame, también en Ushuaia 

Con el apoyo de la prensa monopólica, la cúpula del Poder Judicial, sectores influyentes de la Iglesia católica, la oligarquía vacuno-ganadera y las Fuerzas Armadas, el general José Uriburu depuso por la fuerza a Hipólito Yrigoyen, encarcelándolo primero en un buque por orden militar y, luego, trasladándolo a la isla Martín García. Fue acusado por el Poder Judicial de robar millones de pesos en efectivo y lingotes de oro del Tesoro Nacional, basándose en el testimonio de su chofer privado, funcionarios “arrepentidos”, empresarios y algunos supuestos vecinos. La noticia ocupó las portadas de los diarios más importantes de la época durante varios meses. De manera unánime, la Corte Suprema de Justicia de la Nación y el procurador general de la nación, citando antecedentes doctrinarios y jurisprudenciales que no eran aplicables, y careciendo completamente de facultades para hacerlo (sobre todo, al emitir una resolución en abstracto y no ante un caso concreto), firmaron la infame acordada que declaró la legalidad de los golpes de Estado en Argentina.

Uriburu nombró a «Polo» Lugones como jefe de la Sección de Orden Político de la Policía de la Capital. Polo era hijo del célebre escritor y pasó a la historia de la crueldad como inventor de la picana eléctrica, la que utilizaba para interrogar a disidentes políticos. La historia de la familia Lugones está marcada por la tragedia y por dos paradojas significativas. La primera ocurrió en 1929, cuando Polo fue absuelto gracias a la intervención de su padre, quien logró una gracia presidencial de Hipólito Yrigoyen tras una condena por violación de menores, ocurrida mientras Polo era director del Reformatorio de Olivera. Sin embargo, tanto él como su padre apoyaron fervientemente la dictadura que derrocó al presidente radical que los había favorecido. La segunda paradoja involucra a la hija de Polo y nieta de Leopoldo, “Pirí” Lugones, quien fue secuestrada en 1977 por las fuerzas armadas, víctima del invento de tortura creado por su propio padre. Además, en 1938, el escritor Leopoldo se suicidó, acosado por su hijo Polo, quien, aprovechando su cargo en la policía, descubrió que su padre tenía una amante. Polo, el torturador, también se suicidó en 1971.

La dictadura de Uriburu puso al frente de la cárcel de Ushuaia a Adolfo Cernadas, quien condujo el penal con especial crueldad. El médico Guillermo Kelly, quien cumplió funciones durante este periodo, declaró: “En pleno siglo XX, en el segundo establecimiento penal de la progresista República, se han roto huesos, se han retorcido testículos, se ha castigado a los presos con tremendas cachiporras de alambre y con preferencia en las espaldas, para volverlos tuberculosos y mil salvajadas más”. Cernadas fue denunciado en varias ocasiones por torturas, pero, como era de esperarse, jamás enfrentó un juicio ni mucho menos una condena por las barbaridades cometidas en el fin del mundo. Terminó renunciando alrededor de 1936.

En la década de 1930, también se confinaron a varios intelectuales de origen radical. Aunque no fueron encarcelados, sí se les obligó a vivir en Ushuaia. Entre ellos, se encontraba Ricardo Rojas, quien había sido decano de la Facultad de Filosofía y Letras, y rector de la Universidad de Buenos Aires. Durante su tiempo en la isla, Rojas escribió un fascinante ensayo titulado Archipiélago, en el que cuestiona la visión evolucionista de Charles Darwin sobre los yaganes, a quienes acusó sin pruebas de ser caníbales y retrasados. Rojas comprendió que tanto los yaganes como los selk’nam (onas) formaban parte de una cultura milenaria de incalculable riqueza, que la «civilización» occidental exterminó en nombre del progreso.

Escribe sobre Tierra del Fuego: «Hay un gran dolor en aquella comarca argentina: el exterminio del indio, el régimen del presidio, el despilfarro de las tierras fiscales, el aislamiento geográfico, la esterilidad económica, la incuria oficial, la falta de estímulos de cultura y, como consecuencia de todo ello, la despoblación, la pobreza, la injusticia, la explotación internacional, la ausencia de la ciudadanía». Durante su estadía en Ushuaia, Rojas visitó la cárcel y pudo entrevistar a varios presos, concluyendo que «semejante régimen de vida no puede sino bestializar a quienes lo sufren, sin provecho para la sociedad cuando están recluidos y con peligro para ella cuando salen en libertad».

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Imagen: Archivo del Presidio, publicada en El presidio de Ushuaia (2022).

En 1935, el diputado nacional socialista, Manuel Ramírez, publicó un libro titulado Ushuaia. La ergástula del sur. Él, que había sido confinado como prisionero político, tuvo la oportunidad de observar de primera mano las atrocidades del presidio. En su obra, no solo denuncia que se trataba de un esfuerzo estéril, sino también las torturas sistemáticas a las que eran sometidos los presos.


La década del 30 bien puede entenderse como un laboratorio que contenía el germen de lo que luego perfeccionó, con magistral crueldad, la última dictadura militar: persecución política a disidentes, uso de la picana eléctrica para obtener confesiones, asesinatos presentados como falsos enfrentamientos y el empleo de la desaparición forzada de personas como dispositivo político. 


La historia de Miguel Arcángel Roscigna es una prueba de ello, militante anarquista que, en 1924, hizo todos los trámites para ingresar como guardiacárcel en el penal de Ushuaia con el objetivo de planificar, desde adentro, la fuga de Radowitzky. Sin embargo, cuando todo estaba preparado, un irresponsable denunció en el Congreso de la Unión Sindical Argentina (USA) que “Roscigna está de perro en Ushuaia”, para atacar a los anarquistas. La policía realizó averiguaciones y, como resultado, Roscigna fue expulsado del penal, frustrándose así la segunda fuga de Simón. En la década del 30, Roscigna es detenido y liberado por falta de pruebas. El sub-comisario Buzzo le advirtió: “Tenés tres posibilidades: ir a criar gallinas a La Quiaca, meterte en un seminario y estudiar de cura, o directamente suicidarte, así nos ahorrás el trabajo, porque la próxima vez que te encontremos en alguna calle de Buenos Aires te baleamos, te ponemos una pistola en la mano con cápsulas servidas y te caratulamos resistencia a la autoridad”.

En 1937, tras ser detenido nuevamente, Roscigna fue desaparecido. A sus familiares y amistades, la autoridad policial les dijo que había sido trasladado a La Plata; en La Plata, les informarían que estaba en Avellaneda; en Avellaneda, que estaba en Rosario; en Rosario, que estaba en la comisaría de Tandil y así sucesivamente. Se cree que Roscigna fue arrojado al Río de la Plata. La crueldad de la década del 30 contra anarquistas y presos comunes alcanzó su paroxismo en la década del 70, que aplicó la misma brutalidad intensificada y sistemática contra militantes peronistas, sindicalistas y también presos comunes.

*Por Lucas Crisafulli para La tinta / Imagen de portada: Archivo del Presidio, publicada en El presidio de Ushuaia (2022).

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Palabras claves: cárceles, Crónicas del presidio, Ushuaia

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