Plantas y olas de calor: cómo sobrevivir en una maceta


En medio de las extremas temperaturas urbanas, el biólogo Guillermo Albrieu Llinás ―de Sotobosque― recuerda: «Acompañemos a nuestras plantas en estos días difíciles y pensemos en la importancia de facilitar ecosistemas nativos y diversos en las islas de calor urbanas». En esta nota, el especialista comparte consejos y enfatiza que «las plantas no son adornos, son seres vivos que necesitan ser cuidados y se potencian en comunidad».
A fin del año pasado, la Organización Meteorológica Mundial (OMM) confirmaba que el 2024 había sido el más cálido del que se tiene constancia y así lo sentimos todos los seres vivos de este planeta. En nuestro país, desde enero y con el llamado popularmente “domo de calor”, inauguramos una serie de olas de días infernales. Una ola de calor es un período en el que las temperaturas máximas y mínimas igualan o superan, por lo menos durante tres días consecutivos y en forma simultánea, algunos umbrales que dependen de cada localidad, como explica el Servicio Meteorológico Nacional (SMN).
Córdoba tiene, como ya han asegurado especialistas de distintas disciplinas, la isla de calor más grande del país: «En la ciudad, puede haber hasta 10 grados más y el efecto aumenta a medida que la urbe crece y la temperatura aumenta. Córdoba fue pensada para otro clima y, hoy, se encuentra completamente desnaturalizada; necesitamos casi un millón de árboles más”, detalló Edgardo Suárez, director del Instituto de Sustentabilidad Edilicia (ISE), del Colegio de Arquitectos de Córdoba, en distintos medios la semana pasada.
Claramente, no somos los humanos los únicos seres a los que el cambio climático está agobiando. «Acompañemos a nuestras plantas en estos días difíciles y pensemos en la importancia de facilitar ecosistemas nativos y diversos en las islas de calor urbanas», dice el biólogo Guillermo Albrieu Llinás, de Sotobosque.
Nativas, pero no mágicas
Muchas veces, tenemos infiltrada la idea de que las plantas nativas «pertenecen a los últimos relictos en tensión, alejados de la ciudad: son del campo», dice el especialista a La tinta y añade: «Vale recordar que los seres humanos no somos una entidad separada del invento moderno ‘naturaleza’; somos tan parte silvestre de este planeta como una chinche, una bacteria o un chañar. Al igual que el resto de los seres vivos (y no-vivos también), operamos sobre nuestro entorno para componer mundos circundantes».
Como explica el biólogo, los procesos históricos de nuestra especie han erradicado innumerables formas de vida que entramaban interacciones de historia profunda en territorios donde ahora se emplazan ciudades desérticas. «Ubicados en esa situación extrema, bien podríamos disponer nuestra animalidad singular a construir maneras solidarias de existencia, sanándonos de la distancia que extendimos contra los otros. Implica crear torceduras en el uso de nuestro tiempo, consumir y producir de maneras según las cuales todo intercambio componga nuevas relaciones ecológicas. El pequeño gran gesto de reemplazar el uso ornamental de plantas exóticas, traficadas a lo largo de intrazables líneas de suministro mercantil, por el trabajo artesanal y cooperativo en microecologías situadas es una posible punta de hilo entre tantas».
Sobrevivir en los balcones
Volvamos al extremo, ahora térmico, para quienes estamos tirándonos baldazos de agua fría en la terraza, patio o balcón, en estas siestas que diluyen todo optimismo, dice Guillermo. «Mientras la app del celular acusa una temperatura de 36 °C a las 14:00, esta abeja visita sin pausa las flores de una salvia nativa de nuestras tierras (Cantinoa mutabilis) en un piso 13 de pleno centro de la ciudad de Córdoba. Esa misma planta es visitada todos los días por un colibrí vecino. Así de importante”, señala.


El investigador y co-fundador, junto a Cecilia Marcó del Pont, del vivero de nativas de Unquillo, comparte ejercicios para recomponer pequeños hábitats locales con las plantas que ahora tengamos en cada maceta:
- El mejor soporte para los yuyos, dentro de los accesibles, es la maceta de barro. Su porosidad permite cierto grado de transpiración que regula un poco la temperatura hacia el interior. Si solo podés adquirir macetas de plástico, procurá que no sean de colores oscuros porque absorben mucho más la radiación solar.
- Macetas chiquitas no, salvo que vayas a clavar un pinito de navidad de plástico. La tierra no es solo para sostener la planta, sino que tiene que ofrecer nutrientes suficientes y permitir los ciclos de vida de todos los organismos que constituyen el suelo.


- Es mejor evitar que el sustrato de la maceta quede expuesto al sol directo, porque puede alcanzar temperaturas muy altas y eso perjudica notablemente a la planta. Podés cubrir la superficie con mantillo, mulch o, mucho mejor, combinar plantas para que se protejan mutuamente y dejar que sus hojitas caídas vayan haciendo un colchón aislante. Esta matriz también ofrece nutrientes y refugio a muchas formas de vida a las que, en cualquier momento, podemos empezar a prestarle atención.
- Quienes tienen sus nativas plantadas en suelo saben muy bien cuánto se la bancan. Si las tenés en macetas, toca darles una ayuda en estos días de condiciones extremas. Regalas a diario (solo lo suficiente) cuando caiga el sol o a la mañana BIEN temprano. Durante tu ausencia, podés dejarles un regalo: pinchá con una aguja un botellón cerca de la base (mientras más finito el agujero, mejor); cargalo con agua y tapalo sin cierre hermético (apenas una vueltita de rosca) para que el vacío no impida el flujo; dejalo goteando sobre el sustrato de la maceta más castigada por el sol. Cuando vuelvas, vas a ver que ese gesto le aumentó la resistencia.
Recordemos que las plantas no son adornos, son seres vivos con sus particularidades y se potencian en comunidad: agrupar las macetas siempre ayuda a darle continuidad al paisaje y, así, expandir los espacios de bienestar para nuestras compañeras verdes y sus visitantes.
*Por Soledad Sgarella para La tinta / Imagen de portada: Sotobosque.
