Crónicas de hielo, castigo y dolor: desde los yaganes hasta el inicio del presidio

Crónicas de hielo, castigo y dolor: desde los yaganes hasta el inicio del presidio
Lucas Crisafulli
21 febrero, 2025 por Lucas Crisafulli

El fin del mundo, o el comienzo, según desde dónde se lo mire. El último territorio conquistado por los colonizadores. Sobre las tumbas de los yaganes, se decidió fundar una ciudad cuyo nacimiento está indisolublemente ligado al presidio. Una cárcel de cemento erigida en el corazón de una prisión geográfica. Ushuaia fue un lugar de confinamiento no solo para criminales comunes, sino también para presos políticos: anarquistas, socialistas, peronistas y radicales que, por los vaivenes de la historia, cayeron en desgracia. Lucas Crisafulli narra el inicio de la construcción y el rastro de los yaganes. 

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Ushuaia, tierra de yaganes

Tierra del Fuego es una isla, por lo que solo se puede acceder en avión o en barco. En 1094, Ushuaia se transformó en la capital de Tierra del Fuego, una ciudad que, por sus características geográficas, es una isla dentro de una isla. Hacia finales del siglo XIX, cuando todavía no se había trazado la Ruta 3, Ushuaia estaba “encerrada” entre el glaciar Martial y el canal Beagle. Montañas nevadas de un lado y un canal helado del otro. Las condiciones climáticas son adversas para la vida humana. No casualmente, el clima se cargó a varios exploradores y misioneros que, de una manera muy etnocéntrica, creían que los pobladores originales eran una cultura inferior. Lamentablemente, los colonos perdieron un vasto conocimiento que los yaganes construyeron durante casi seis mil años habitando las tierras más gélidas del hemisferio sur. 

Los originarios no andaban desnudos porque eran “bárbaros”, sino porque comprendieron que la vestimenta húmeda, debido a la nieve o al agua del canal, les hacía perder calor corporal. Por eso, se untaban con grasa de ballena o de lobo marino, y se cubrían con pieles. Creer que no existe civilización en un pueblo que vivió pacíficamente en un lugar con un clima tan adverso es solo un capítulo más de la soberbia razón de la modernidad etnocéntrica. Los yaganes no conocían la viruela, el sarampión ni las enfermedades venéreas hasta su contacto con las personas blancas. Cazaban lobos marinos para comer y usar sus pieles y grasa, pero con determinadas reglas para asegurar su reproducción, a diferencia de los cazadores que, en el siglo XVIII y XIX, extinguieron el lobo marino de dos pelos por la voracidad del mercado.


Ushuaia se fundó sobre los huesos de los yaganes asesinados o muertos por la falta de comida o por enfermedades para las cuales no tenían anticuerpos. En febrero de 2022, falleció a los 93 años Cristina Calderón, la última yagana que hablaba la lengua original en el mundo. 


El inicio de la ergástula del sur

En 1886, el presidente Julio Argentino Roca envió al Congreso de la Nación un proyecto de ley para la construcción de un presidio en Ushuaia. La colonia penitenciaria tuvo tres motivos fundamentales para su creación. En primer lugar, se buscaba habitar y colonizar un territorio inhóspito que, debido a las duras condiciones climáticas, difícilmente, podría ser habitado de manera voluntaria por argentinos. La necesidad de colonizar la tierra era crucial, especialmente, por la disputa territorial con Chile. Ese mismo año, Roca otorgó veinte mil hectáreas de tierra al pastor inglés, Thomas Bridges, bajo la condición de que las habitara, incluyendo varias islas a las que el colono debía llevar ovejas. En segundo lugar, la Penitenciaría Nacional de Buenos Aires, inaugurada en 1877, ya no era suficiente para albergar a la creciente cantidad de presos. La amenaza del traslado al presidio de Ushuaia funcionaba como una herramienta de control social. La cárcel porteña no era tan temida como el traslado en condiciones infrahumanas, que, por entonces, podía durar hasta dos meses en la bodega de un barco. Por último, la creciente inmigración europea no fue la que soñaron Alberdi y Sarmiento. Cada vez más, los anarquistas fundaban sindicatos, asociaciones y periódicos, lo que tensionaba las ideas de orden y progreso del establishment nacional. Era necesario crear un lugar donde confinarlos, sin que fuera fácil planificar fugas o realizar manifestaciones para exigir su liberación.

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Imagen: Archivo del Presidio.

En 1896, viajaron a bordo del buque 1° de Mayo veintiún reclusos (once varones y diez mujeres) y tres menores de edad abandonados. Fueron quienes comenzaron a construir su cárcel, cuya piedra basal fue puesta en 1902. Tras el fracaso de intentar construir una colonia penal, el ingeniero italiano Catello Muratgia fue designado para elaborar los planos y construir lo que se convertiría en un presidio para reincidentes. Muratgia también asumió como su primer director y, a través de sus publicaciones, se convirtió en un importante criminólogo positivista. En 1905, publicó el libro Breve estudio sobre la regeneración del delincuente, en el que defendía la idea de que el trabajo tenía el poder de reformar a los delincuentes. Fue él quien creó la Oficina Antropométrica, que clasificaba a los internos al ingresar al presidio. Delincuentes que habían llevado una vida «honrada» frente a los llamados «profesionales del delito», color de piel (los blancos, por supuesto, eran considerados más readaptables), características físicas, la longitud de las extremidades y las orejas, las cicatrices, la higiene personal, la altanería y la irascibilidad eran las categorías de relevancia, a tono con el positivismo criminológico, cuyo padre fue Cesare Lombroso.

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Imagen: Archivo del Presidio.

Los trabajos más peligrosos, aquellos que podían costar la vida, eran asignados a los «criminales natos», a quienes Muratgia consideraba un «espectáculo lastimoso para la sociedad». En 1909, construyó el tren Decauville, ya que, debido a la nieve, resultaba muy complicado trasladar madera y piedra desde lo que hoy es el Parque Nacional Tierra del Fuego. El trabajo de los internos no solo permitió la edificación del presidio de Ushuaia, sino que también fue crucial para la construcción de la ciudad. La provisión de leña para construir viviendas y calefaccionarse, el trazado de las calles, la construcción del tren, entre otras tareas, solo fue posible gracias a la mano de obra forzada de los prisioneros.

Walter Benjamín dice que “no hay documento de cultura que no lo sea, al tiempo, de barbarie”. Ushuaia es un testimonio vivo de ello. Primero, en las tierras arrebatadas a los yaganes; luego, con la utilización de la mano de obra de presidiarios. 

Catello Muratgia fue un fiel representante del positivismo criminológico en acción. No solo se dedicó a escribir libros, sino que también intentó llevar sus ideas al tratamiento de los reclusos de la prisión que él mismo dirigía. Hasta 1909, estuvo frente al presidio de Ushuaia, una ingeniería punitiva al servicio del progreso de la ciudad, pero a costa del sufrimiento. No obstante, no ejerció la crueldad que se viviría en el presidio años posteriores, bajo la dirección de Adolfo Cernadas. Sus reformas criminológicas modernas no sobrevivieron a su gestión. Sus ideas de reformar a los delincuentes fueron declinadas en aras del mero sufrimiento.

*Por Lucas Crisafulli para La tinta / Imagen de portada: Archivo del Presidio, publicada en El presidio de Ushuaia (2022).

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Palabras claves: cárceles, Crónicas del presidio, Ushuaia

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