La estabilidad de la nueva Siria pende de un hilo


La incertidumbre reina en Siria luego de la caída del régimen de Bashar al-Asad. La población respira libertad, pero teme que los nuevos gobernantes, yihadistas reconvertidos en «demócratas», apliquen un nuevo sistema de represión y persecución.
Por Santiago Montag, desde Siria, para La tinta
«Vivimos una ventana de libertad que debemos aprovechar, ahora podemos pensar en un futuro distinto”, reflexiona Namoor Haitham, periodista sirio de 34 años, sentado en el patio de un mazbouta, un bar de reunión de la juventud, intelectuales y artistas. Desde el derrumbe del régimen de Bashar al-Asad, la vida se renueva con algunos cambios en la medida en que la llegada al poder de Hayat Tahrir al-Sham (HTS, Organización por la Liberación del Levante) toma forma en la construcción de un nuevo gobierno.
«Hasta el momento, estamos pudiendo decir lo que pensamos por primera vez en la vida», prosigue el periodista. “No sabemos hasta cuándo durará esto, pero el alivio es inmenso”, dice mientras se acomoda los anteojos. La incertidumbre se basa en la retórica del nuevo liderazgo de facto de Damasco, en la que brillan por su ausencia conceptos como “ciudadanía”, “identidad siria”, “democracia” y “transferencia del poder”. Muchas personas perciben el proceso como una revolución. Aunque Damasco se inundó de barbudos, no son como los de la revolución cubana. Las nuevas autoridades piensan en formas de libre mercado abriendo sus puertas a empresas turcas y esperan lo mismo de firmas alemanas y francesas.


Pero es cierto que el peso del régimen era brutal. En las avenidas, se escucha el grito de “sarraf, sarraf” (“cambio, cambio”): son los arbolitos de la compra y venta de dólares. De repente, el crimen de tener en los bolsillos “dinero imperialista” ―motivo para una estancia en las peores cárceles― se convirtió en una actividad cotidiana.
«Pasé tres años en la prisión de Sednaya (conocida como ‘la carnicería humana’) por tener 100 dólares conmigo. En un checkpoint, los oficiales me registraron y encontraron el dinero en mis bolsillos. Ese fue mi crimen”, cuenta Abu Adraj, un profesor de inglés de 58 años que acaba de ser liberado tras la amnistía general. «Estoy viviendo en la casa de un amigo que vende comida en la calle, esperando juntar algo de dinero para volver a mi pueblo en Salamyeh. El gobierno se había quedado con mi casa», agrega Abu, que enfrenta una situación similar a la de miles de ex-presos atormentados en la extensa red de prisiones en Damasco, donde más de quince instalaciones documentadas (sin incluir centros de detención secretos) albergaban a innumerables personas que fueron borradas de la memoria colectiva.
El combustible en Siria ahora se vende en bidones en las esquinas. «Está a precios más razonables. Por eso, vemos tanto tráfico, todos están saliendo con sus coches», explica Abdul Hamil, un taxista de 45 años. «El gobierno de Asad lo había subsidiado y restringido», explica. Es que el régimen dependía extremadamente del petróleo proveniente de Irak e Irán, pero también «existían acuerdos por debajo de la mesa con las facciones armadas opositoras», cuenta Fátima Jahjeh, trabajadora humanitaria de 39 años. «De día, se disparaban y bombardeaban, pero, de noche, jugaban a las cartas en los mismos bares de shisha porque el gobierno les compraba el petróleo y ellos necesitaban financiarse, entonces, terminaban complementándose», detalla la mujer. Por estos días, los suministros del exterior están reducidos, lo que anuncia una crisis energética para el gobierno dirigido por Ahmed al-Shara, líder del HTS.


«De repente, podemos viajar y movernos a áreas que estaban prohibidas y vigiladas por la Mukhabarat (servicio de inteligencia del régimen de Asad)», cuenta Wissam Ismail, estudiante de artes audiovisuales de 28 años. «Hasta el 8 de diciembre, no podías hablar libremente con nadie, no sabías quién estaba a tu lado», dice el estudiante mientras se rasca su barba negra.
La cultura árabe se caracteriza por recibir invitados, ofrecer comodidad, ayudar a los pares sin esperar algo a cambio. «Nuestras costumbres estuvieron prohibidas de facto. Si levantaba a alguien con la moto en la ruta, me frenaban en un checkpoint del gobierno y esa persona era buscada, podía ir a la cárcel también», agrega Wissam, levantando el ceño por encima de sus lentes.
La administración actual está bajo observación de su propia población y de los actores externos. El derrumbe de Asad provocó reconfiguraciones en distintas escalas que tendrán repercusión directa en el pueblo sirio. «No sabemos hacia dónde van. Para muchos de nosotros, Ahmed al-Shara sigue siendo Abu Mohammad al-Julani, el líder de Al-Nusra, con sus ideas del islam radical», advierte Fátima, en referencia a que HTS intenta mostrarse con un rostro amigable para los gobiernos exteriores, alejado de la imagen creada durante los años de la «lucha contra el terrorismo». Pero también las necesidades occidentales han cambiado y HTS aprovecha para acomodarse a ellas.

«Damasco es una ciudad distinta, estuvo gran parte alejada de la guerra civil. La vida continuaba bajo bombardeos o ataques terroristas, pero las tensiones internas entre sectas no estaban tan presentes como en Homs o Alepo», agrega la trabajadora humanitaria.
Desde el gobierno de Hafez al-Asad, que tomó el poder en 1971, su familia se ha apoyado en una parte de la población alauita, una rama del islam chií, por lo que, muchas veces, en la prensa, se presentó el conflicto como una batalla religiosa. La opresión del régimen sobre el resto de las comunidades también provocó que se perciba como una cuestión religiosa. Entre los sunitas sirios, los alauitas suelen ser vistos como cómplices de los crímenes perpetrados por las fuerzas de Asad, crímenes que salieron a la luz en gran escala tras el colapso del régimen, como las fosas comunes, los bombardeos a población civil y las torturas en prisiones, entre otras.
Por eso, las tensiones que vemos en Homs, Latakia o Tarturs, donde los enfrentamientos con facciones del viejo régimen han dejado alrededor de treinta muertos, aparecen como una batalla entre suníes y alauitas. Pero la comunidad alauita vivió de la misma manera la opresión asadista. Muchos de ellos, hoy en día, intentan construir un movimiento civil laico junto a integrantes de otras comunidades, incluyendo a sunitas, drusos, cristianos y kurdos, por la defensa de los derechos democráticos ante el intento de “cambiar leyes dentro de los planes de estudio o modificar la Constitución ―cuenta Hazar Alabi, productora audiovisual de 34 años―. Sabemos que intentarán aplicar las mismas reglas que en Idlib (el bastión de HTS desde 2018)”.


Los y las kurdas en el noreste del país “celebramos la caída de Asad, pero nos duró pocos días. Hay movimientos militares por parte de Turquía, sus aliados del Ejército Nacional Sirio atacan a diario nuestras comunidades y nuevos grupos similares al Daesh están operando en la zona”, alerta Yadi Guran, un joven kurdo del barrio Sheik Massoud, en Alepo, que conoce al detalle la situación de su pueblo. “Aunque el gobierno se muestra abierto a un proceso de paz, otras fuerzas están avanzando con la limpieza étnica kurda ―continuó―. Probablemente, estén esperando a que Estados Unidos se termine de retirar de la región para atacar aún más, pero ya muchos están muriendo en el frente”.
Siria se encuentra entre las presiones de los países occidentales que esperan que se construya un Estado acorde a sus estándares. Mientras que Turquía busca expandir su influencia a través de sus vínculos con HTS. Irán y, en menor medida, Rusia perdieron una influencia importante en la región, sobre todo, por su desconexión territorial con el Hezbollah libanés. Israel percibe un nuevo problema de seguridad, lo que lo habilitó ―según su doctrina― a una ampliación de ocupación de los Altos del Golan que, en los hechos, es la expropiación de los recursos hídricos en una región que carece de ellos.
Aunque la alegría continúa entre la mayoría de los y las sirias bajo un proceso de reconstrucción del Estado, el país parece estar lejos de conseguir una estabilidad duradera.
*Por Santiago Montag, desde Siria, para La tinta / Imagen de portada: Santiago Montag.
