Generación nostalgia
Volvieron a tocar Los Piojos, como otras bandas que, desde el año pasado, nos hicieron desempolvar remera, discos y recuerdos, al menos, a una generación. Un amigo pregunta en un grupo si esto de revivir momentos nos toca de cerca porque tenemos casi 40. Ahora que nos pega la onda de los balances a fin de año, parece ser que la nostalgia de los recitales de la juventud no es la única que circula.
“Mírame bien, dijo al partir
no te sorprenda volverme a ver
mírame bien, puedo morir
y una y mil veces renacer”
Morella / Los Piojos
En una radio local, suena un fragmento de un baile de Sebastián. El locutor dice: “Nos ponemos nostálgicos, a ver si alguien estuvo ahí y nos cuenta”. El otro locutor agrega: “La nostalgia vende”. Hace rato que está de moda el revival, fundamentalmente, de los años 80, 90 y principios de los 2000. Y no lo digo porque tenga puesto un choker, un mechón teñido de rubio y un sticker de Kitty pegado en el celu. Los peinados, la ropa, las carteras chiquitas, los lentes de profe de gimnasia ―como le dice una amiga―, la estética rollinga, las ferias americanas. Fito con su gira del disco El amor después del amor, los recitales de Los Piojos, Rebelde Way, Floricienta, el Cris Morena day, el Spinetta day, el Charly day. Lanzamientos de reencuentros o nuevas temporadas de series que terminaron hace más de diez años. Los Menem, otros iconos de los 90 y Yuyito González. La monogamia, pedir casamiento en lugares públicos, casarse con fiesta clásica, “Dios, patria y familia”, las tradwife, los príncipes azules again.
¿Cada generación tiene su nostalgia? La cuestión no es pensar si está bueno o no tener nostalgia, más bien, importa saber de qué tenemos nostalgia y qué hacemos con eso. Saudade en portugués, culaccino en italiano ―la marca del vaso sobre una superficie―, recordar del latín ―volver a pasar por el corazón― son formas de nombrar la nostalgia, que tiene matices en cómo se siente o vive. En la película Ratatouille, el chef prueba el plato y se va directamente a su infancia, una memoria involuntaria por un estímulo sensitivo, el aroma de una comida, una canción, un objeto o situaciones que crean ese vínculo emocional.
En publicidad, existe lo que se llama el «marketing de la nostalgia». En sus campañas ―más frecuentemente, para la generación millennial y centennial― evocan momentos felices y generan la sensación de añoranza como engagement y debate. Desde productos nuevos o diseños con íconos, tipografías y recursos de inspiración vintage, el uso de canciones o imágenes del pasado, y relanzamientos de productos populares. Aprovechan lo que describen como “mientras el mundo y el futuro cada vez se vuelven más angustiantes, la nostalgia nos hace recordar que todo pasado es mejor”.
Pero ¿»todo tiempo pasado fue mejor»? Hay quienes hablan de que asistimos a la “era de la nostalgia”. Hay estudios que hablan de los beneficios psicológicos de la nostalgia: “Mejora el humor, aumenta la autoestima, baja el stress, alivia el futuro”, y cosas de estilo. Para unxs, puede ser una emoción conservadora y negativa; para otrxs, positiva y que va hacia el futuro. También se dice que aparece con mayor presencia luego de una crisis personal o, a nivel global, en términos socioeconómicos, políticos, climáticos. Quizá esto último nos da alguna pista para comprender esa aparente generalización de la nostalgia. El futuro se acerca demasiado rápido y suena a distopía, como las que vimos en series, o ficticio, como las creaciones de la IA. Tiene, entonces, sentido mirar hacia atrás, buscando alguna tranquilidad ante la imposibilidad de imaginar y construir futuros no distópicos, menos apocalípticos y más liberadores, como dice Donna Haraway.
¿Puede ser una trampa la nostalgia?
Contra el mandato superficial de vivir en el presente, ¿la era nostálgica abre a un futuro o nos cierra a imaginar algo distinto? Somos el meme: “Chikis, no podemos todos ser nostálgicos, alguien tiene que inventar algo nuevo”. Ojo, no se trata de combatir la nostalgia ni vivir con la desmemoria, algo que está tan de moda. La nostalgia evoca eso de la época que nos hizo bien o feliz, pero ¿y si no tenemos toda la foto de ese tiempo que añoramos? Por ejemplo, este video de archivo: “Cris Morena había invitado a Jorge Guinzburg para una charla llena de chistes, pero Jorge decidió compartir su sensibilidad social y su notable capacidad como periodista ante los adolescentes presentes”, y hablar de lo poco que cobra una empleada de limpieza y lo que eso le significa. El recuerdo feliz de los 90 es también con eso. La nostalgia es un recorte, cuando volvemos sin la completud de la época, quizá ahí, se nos vuelve una trampa.
María Zambrano, filósofa española, ha dedicado parte de su pensamiento y obra a la nostalgia, que definió como “el deseo de la plenitud perdida”. “El objeto de la nostalgia ya no es, entonces, el modo en el que se vivía —o en el que se piensa que se vivía— durante alguna época del pasado, sino la manera en la que se asumía, en el pasado, el futuro”. Para ella, la nostalgia nos expone a la incompletud y nos impulsa a esa eterna búsqueda, aquello que nos falta y, por eso, moviliza otras emociones.
Siguiendo en la tan normalizada grieta que vivimos en el país, pareciera que hay una nostalgia de la derecha —por ejemplo, Milei, que vuelve a principio de siglo, que no la vivió— y otras más progres, peronchas, vuelven sobre sus primaveras. La nostalgia tiene ideologías, o matices dentro de ellas, tanto de un lado como de otro. En España, quedó plasmado con un debate polarizado que abrió la escritora española, Ana Iris Simón, que empieza su libro Feria diciendo: “Me da envidia la vida que tenían mis padres a mi edad”. Luego, en un discurso para el programa ‘España 2050’ contra la despoblación, volvió sobre esa idea. Recibió muchas críticas por idealizar el pasado y un modelo de familia tradicional y reproductivo en un pueblo rural con formas de vida que ya no existen. Su polémico planteo fue disputado por un grupo de escritores, periodistas y activistas que escribieron el libro Neorrancios, el peligro de la nostalgia, un “manual para desactivar a una izquierda que se da la mano con la extrema derecha”. Si bien es mucho rollo europeo y de la política española, es interesante ver cómo el tema se presenta en diversas latitudes y no parece una casualidad.
Para el polaco-británico y pensador, Zygmunt Bauman, “existe una epidemia global de nostalgia en un mundo fragmentado y esa nostalgia tiende a ser un mecanismo de defensa en el que se confunde el hogar real y el imaginario. Son estas nostalgias restauradoras de donde se nutren muchos de los nacionalismos actuales, acompañados de mitos y símbolos locales”. Retrotopía —su última obra— es “un lugar imaginado, a donde se llega de regreso, en la búsqueda del equilibrio entre la libertad y la seguridad, aspiraciones que parecen desvanecerse cada vez más ante la pérdida de bienestar y la falta de protección del Estado”.
A la nostalgia se puede ir y volver, cada quien evoca ese recorte, como refugio, como encuentro, como celebración. El problema podría ser la descontextualización y la permanencia en la nostalgia, petrificarse en eso para evadir el presente. O estar en el futuro, en ese tiempo lejano que, al igual que la nostalgia, está en un plano de lo fantasioso. Aunque suene difícil, es un desafío de la época permanecer en el presente y hacer consistir la vida en este tiempo para no caer en lo fantasioso o romántico de la nostalgia. Darnos nuevas narrativas ingeniosas, artesanales, singulares, frente a lo inestable de nuestras vidas en la lógica neoliberal.
Como decía Rosario Bléfari: “Siempre tengo la sensación de que cada momento que vivimos es histórico, de ahí la importancia de estar en el presente, ir a recitales, encontrarse con amigos, leer a los escritores que viven, ir al teatro, ver películas que se estrenan, escuchar los discos, hablar con las personas, recorrer la ciudad caminando, ir a una marcha, presenciar una sesión del Congreso, hacer un trámite, ir al mercado, tener un proyecto y llevarlo adelante como sea, aunque alguien lo considere un fracaso, participar en lo que sucede, como sea, estar, vivir lo contemporáneo, sin nostalgia, es lo mejor, incluso para cuando nos pregunte alguien si tenemos algo que contar”.
*Por Verónika Ferrucci para La tinta / Imagen de portada: A/D.