Una huelga de hambre como estrategia colectiva para proteger la vida
El miércoles 23 de octubre, comenzó una huelga de hambre que se extendió por dos días, en el Establecimiento Penitenciario n.° 3 para mujeres, ubicado en Bouwer. El motivo de la protesta no solo fue un reclamo por la falta de atención médica adecuada en la cárcel de mujeres, que derivó en la muerte de una de las detenidas, de 38 años, sino también la exposición de las políticas de vida y muerte que están en manos del Estado.
Por Equipo de extensión del Taller de lectura y escritura de cartas del PUC*
La muerte de Carla Gisel Gascom, de 38 años, ocurrida el 17 de octubre en la cárcel de Bouwer, Córdoba, desató una respuesta colectiva de parte de sus compañeras, quienes llevaron adelante una huelga de hambre durante dos días, poniendo nuevamente en foco los reclamos sobre las condiciones en el acceso a la salud de las personas privadas de libertad. Se precisó una medida extrema que pone en riesgo la vida para visibilizar la muerte, pues sólo la huelga posibilitó que ese fallecimiento no pasara desapercibido socialmente.
Algunas vidas son más precarias que otras, en palabras de la filósofa Judith Butler, y la comprensión social de esas precariedades diferenciales debe contemplar un marco de referencia que nos lleve a preguntarnos cómo concebimos el valor de esas vidas. ¿Tienen todas las vidas realmente el mismo valor? ¿Merecen todas las muertes las mismas lágrimas? ¿Existen muertes más aceptables que otras?
En diálogo con estas preguntas, el camerunés Achille Mbembé propone el término “necropolítica”, una especie de política sobre la muerte que se encuentra en las gubernamentalidades occidentales (no sólo penitenciarias). La necropolítica implica pensar en una posibilidad de muerte y en la capacidad de tomar la decisión de «hacer morir o dejar vivir».
Las cárceles son una vidriera del modo en el que socialmente se concibe la justicia, pero también las vidas y el poder del Estado para prescindir de ellas. La prisión siempre ha causado una fascinación morbosa por parte de los medios de comunicación, en la cual las personas privadas de libertad son siempre enunciadas de modo peyorativo. Son señaladas y narradas, pero difícilmente puedan narrarse por sí mismas.
En ese marco, desde el Programa Universitario en la Cárcel de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UNC, se realiza el proyecto de extensión “Taller de lectura y escritura de cartas” en el Establecimiento Penitenciario n.° 3 para mujeres desde hace casi una década. Cada año, nos encontramos con personas y grupos muy diversos, con quienes compartimos lecturas y debates sobre lo que leemos y lo que escribimos, pero también sobre aquello que nos pasa y cómo nos pasa. Justamente, un intento de narrar(nos) sin intermediarixs.
En la prisión, “cementerio de los vivos”, según las propias palabras de una participante del taller, encontramos personas que sufren, que se angustian y sienten dolor por la pérdida de las demás, e, incluso, construyen y sostienen estrategias colectivas ―como una huelga de hambre― para proteger la vida de otras y sus propias vidas.
Hace algunos años, en un encuentro del taller, iniciamos un escrito sobre qué significaba ser mujer en una cárcel de Córdoba, que luego fue publicado en el libro colectivo Las del mundo al revés. Cartas inevitables para todxs desde la cárcel. En ese escrito, ellas decían: “Sin palabras… de piedra, de número de legajo, estadísticas, de diferentes maneras la justicia es algo abstracto como un dibujo que ves de esos que te muestran en una pericia psicológica. Ser mujer en una cárcel de Córdoba es darte cuenta lo fuerte que sos”.
Cada año que continuamos el proyecto, vemos que algo de esto se reedita, vuelve a aparecer en diferentes formas, como una metamorfosis que encuentra la manera de volver a decirnos/gritarnos esas mismas sensaciones que siempre están atravesadas en la garganta.
Hace algunas semanas, una participante nos mandó una carta con una compañera para ser leída en voz alta a todo el grupo. Terminaba con: “Quiero que se acabe de una vez”. Se hizo un silencio profundo después de la lectura y todas supimos que era una sensación que se compartía. Otra compañera pidió compartir un escrito con todo el grupo. Internamente, descreíamos de la posibilidad de salir de ese hueco de tristeza. Sin embargo, otras palabras emergieron y aflojaron el nudo en nuestros estómagos: amiga, compañera, abrazo, mate, acompañar. Estas palabras interpelan la representación mediática de lo que es la cárcel y las personas que la habitan; son gestos de lo común, de lo compartido, de los encuentros.
La huelga de hambre no solo fue un reclamo por la falta de atención médica en la cárcel de mujeres. Fue la exposición de las políticas de vida y muerte que están en manos del Estado. Fue un llamado de atención para que la sociedad no pueda ignorarlas. Fue la manifestación de la existencia de un entramado colectivo para enfrentar esos excesos de poder y de indiferencia, para que lo “que se acabe de una vez” sea el dolor y no la vida de quienes penan dentro de la prisión.
*Por Equipo de extensión del Taller de lectura y escritura de cartas del Programa Universitario en la Cárcel de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la UNC / Imagen de portada: Revista El Sur.
*Flavia Romero, Julia Monge, Florencia Baratelli, Lucia Palacio, Carolina Rusca, Lulú Scoles, Camila Bergel.
*Voces en Educación es una columna institucional de la Escuela de Ciencias de la Educación (ECE) de la UNC, un espacio de comunicación pública de la ciencia del campo educativo local.