Mariela Laudecina y el eco de su risa punk
Dicen que hacer homenajes puede ser meterse en terrenos difíciles. Pero esta nota no es eso. Esta nota busca convidar un recorte de la extensa -y hermosa- red que la poeta mendocina y radicada en Córdoba supo tejer. Una foto de sus múltiples recorridos a través de las voces de quienes la conocieron personalmente. Una aproximación, tan breve como legítima, a los intersticios y los movimientos de su obra. Esto no es un homenaje, es una celebración del arte y el amor de la mano de Luis García, Cecilia Romero Messein, María Calviño, Mariana Robles, Guillermo Bawden y Sebastián Maturano.
Por Soledad Sgarella para La tinta
Mariela falleció hace dos años. Su obra prolífica y vasta es un punto de reunión para quienes disfrutamos de la poesía, y su paso por el mundo cultural de Córdoba entretejió vidas y obras. La semana pasada, la Editorial Borde Perdido presentó Ciruelas. Poesía reunida, un libro de más de 500 páginas, en el Museo Genaro Pérez. El evento llenó la sala con un público del que brotaba emoción y admiración.
Acá, seis de las tantas voces que la rodearon y con quienes supo leer, escribir, reír, editar, pasear y amar, comparten palabras para Mariela.
Dice Luis Ignacio García
En un poema de su libro Mañana seré una foto, que habla de una pequeña y frágil flor salvaje de baldíos y banquinas, dice Mariela:
“Así me gustaría ser
inflexible en mi forma de estar en el mundo
y que eso sea todo”.
Mariela vino de Mendoza y vino herida. Si algo le regaló a nuestra ciudad fue esa inflexibilidad, esa fuerza que viene de la orfandad y que desprecia la tilinguería usual de los circuitos culturales. Su voz siempre supo modular las oscilaciones de esa potencia, atenta y tierna con los mundos de la fragilidad, al mismo tiempo que sarcástica, bravía y desbordante ante los muros de la estupidez.
Si hubiera que situar este gesto en el curso desparejo y oscilante de lo que podríamos llamar la “vida cultural” de esta ciudad, se me ocurren distintas series posibles. En parte se la podría asociar a esa generación que, junto a Vicente Luy o Diego Cortés, medió entre la cultura de los noventa y los escenarios de inicios de siglo, es decir, entre la descomposición social del menemismo y las nuevas formas de lo colectivo de las últimas décadas. Quizá por eso podría verse en Mariela una relación irónica con la llamada “poesía de los noventa”, porque si siempre se mantuvo fiel al lenguaje directo y coloquial, fue para mejor llegar al diamante oscuro del amor y de la muerte, que habita cualquier vida rota en la ciudad. Trabajó con lo cotidiano no para aplanar la lengua en una estética de lo banal, sino porque situó lo ordinario como única vía a lo maravilloso.
Por eso, también podría imaginar a Mariela en otra secuencia, ajena a toda clasificación epocal. Su poética, aún ligada a lo oral y cotidiano, incluye una fuerza oracular y mediúmnica, que empuja al arte hacia el conjuro y videncia. Un registro que podría ligarse a su temprano amor por Castaneda o a su amistad con Alejandro Schmidt y su dios plebeyo. Pero que, sobre todo, se alía a las búsquedas y sortilegios de Cuqui, o de Silvina Mercadal, o de Mariana Robles, brujas pródigas en una ciudad de falsos dioses.
Porque, de igual modo, podríamos reconocer a Mariela en el aquelarre urbano y virtual de redes feministas de poetas y artistas que, en el último tiempo y al calor de la marea, comenzaron a tramarse a lo largo y ancho de nuestro país. Mariela, plebeya y bruja desde siempre, encontró en los feminismos no un nuevo tema, sino una confirmación de su opción de siempre por la potencia de lo frágil. Ella fue un puente entre la cultura independiente y autogestiva del pos-2001 (con Diego Cortés como emblema), y las tramas de complicidad y cuidado de los feminismos contemporáneos. Su poema “Mis amigas…” se viralizó en redes como un himno profano a la resistencia en lo disfuncional, la amistad y las pasiones urgentes.
Nadie que la conociera podría olvidar el embrujo de su carcajada. Si algo le va a deber nuestra vida cultural es la irreverencia de su risa. Sostener el eco de su risa punk, esa será nuestra tarea. Porque se ríe de nuestro caretaje, de nuestra inercia, de nuestro provincianismo. Su risa desprecia el conservadurismo cordobés y se burla del cinismo progre. Y esa risa es amorosa, pero no piadosa. Arrasa, desde el cielo, justiciera:
“No soy mala. Soy justa
y mi corazón es un regalo, siempre”.
Dice Cecilia Romero Messein
La voz poética de Mariela Laudecina crea un mundo que se mueve como se mueven las aves que emigran en una danza continua de supervivencia y placer, de materialidad y de dolor, pero también una danza que corta el viento con un filo invisible.
Es una voz que dibuja el contorno de la vida animal y vegetal, de todo aquello que late. Tiene colores, sonidos y olores para dibujarlo todo. Si pienso en Mariela caminando por la ciudad, la veo siempre rodeada de animales (perros, pájaros, gatos, insectos) y eso emerge también en su obra. Hay en sus poemas una conexión con lo vivo que evoca un mundo instantáneo y permanente al mismo tiempo. La voz de Mariela corre, corre, salta y se arrastra, la voz de Mariela vuela y se mueve en círculos rodeada de abejas que quieren el néctar.
En su obra, Mariela evoca la vida en movimiento, pero también detiene el mundo en instantáneas domésticas, escenas breves de una vida común que se vuelven poéticas y profundas. Se mete en los intersticios de los días, en los pliegues de lo que sucede para contener una inmensidad, para dar lugar a lo profundo.
La voz de Mariela contiene muchas voces, la voz de la locura y el delirio, del dolor y la enfermedad, de la vida y de la muerte, de la naturaleza y de la cultura, de lo material y de lo intangible. Abre un claro en el lenguaje que aprendimos para dar lugar a lo poético de las vidas que cruzan la calle peatonal de una ciudad superpoblada. Abre un claro en el lenguaje, abre la posibilidad de encontrarnos con otras formas de decir, de ejercer la palabra, de virar el pensamiento, de intensificar las emociones.
En su poesía, Mariela sale una mañana vacía de domingo rodeada de animales, flores y palabras, y las reparte por donde camina, las posa sobre lo que se encuentra y hace latir lo que estuvo dormido.
Dice María Calviño
Mariela me contactó por mail después de encontrar Lírica en trámite (mi libro de 2008) en lo de Rubén, donde trabajaba. Quería invitarme a leer en una mesa de la Feria textos de ahí. Antes, nos encontramos y tomamos más de un café. A ella le gustaba mi poesía. Pasó esa feria y el motivo de una juntada siguió siendo la poesía, y después venían otros encuentros y los temas se iban mezclando; nos habíamos hecho amigas. A veces, había cuestiones de orden práctico y andar por la ciudad en taxi con ella y su perrita Aimé era como una magia. Otras veces, estábamos apuradas por algo y no nos dábamos cuenta, pero nos importaba saber qué andábamos escribiendo.
Gracias a ella, conocí y leí mejor a otras poetas cordobesas. Si con algunas ya éramos amigas, su presencia enriquecía los lazos, como sigue haciendo. La poesía de Mariela se distingue por la diversidad de registros que incluye: como ella misma, trabaja luces y contraluces, las sombras y opacidades, a veces ocultas en un paso de baile intencionado. Modula fugas y armonías, y hasta enojada sabe cantar.
Diría que, cuando le tocó moverse en el ambiente de la gestión cultural de Córdoba, Mariela siempre aportó trabajo, conciencia y una delicadeza inconfundible.
Dice Mariana Robles
La primera vez que conversamos con Mariela fue en el museo, nos encontramos en una exposición que yo estaba haciendo en ese momento, en la planta alta, y me señaló unas obras que le habían gustado; sábanas y almohadas para pájaros pequeños, eran bordados de tela y nidos de cerámica. Entonces, me habló de un pájaro que había rescatado y que la tenía ocupada y preocupada, tenía un sentido de la responsabilidad enorme con el ave, así fue que se entusiasmó con un posible hábitat de sábanas y nidos para él. Ese pequeño gesto artesanal y simbólico se convirtió en un alivio, en un dispositivo amoroso que compensaba no exactamente la herida que ella sanaba, sino un tipo de compromiso lúdico, sujeto a reglas que se sostienen obstinadamente más allá de la efectividad evidente del método. Sanar, en este caso, implicaba desconectar esa pequeña herida de aquello que esperamos que suceda, que cicatrice o no, por ejemplo, o que el veterinario intervenga con sus conocimientos. Era, principalmente, descubrir en la relación causal de esos hechos una fisura para tallar un poema, entre hilos y nidos, una mezcla, también, entre el pájaro y los hombres, algo nuevo y distinto que diera al acontecimiento trágico un alcance extremo hacia su máxima expresión.
Siempre las conversaciones que tuvimos o la relación que tuvimos fue en relación con las imágenes, al arte, a determinadas pintoras que nos gustaban en común, por ejemplo, Leonora Carrington. Ella tiene un libro hermoso que se llama Los caprichos de Leonora, que es un libro inspirado en la obra plástica de Carrington, del cual yo escribí el texto de contratapa, justamente por estas conversaciones que tuvimos. Con Mariela, compartimos lecturas, creo que teníamos una admiración y un respeto ambas por nuestros trabajos, y creo que, sobre todo, esa fue nuestra relación. De encontrarnos y de disfrutar de una conversación, de un encuentro, siempre de la poesía y desde el arte.
Con respecto a Ciruelas, es un libro maravilloso donde es conmovedor el paso de una vida a través de la poesía. La lectura poética, la vida en la poesía y todo lo que eso deja ver cómo el mundo se transforma realmente y cómo estos límites entre la vida y la muerte, de alguna manera, se disuelven en el texto y los poemas configuran diferentes formas o diferentes percepciones de la realidad que nos hacen ver distintos. Eso tiene la obra de Mariela: es poderosa en sus figuras, en sus formas, en la presencia que arrastra y que modula a través de la poesía.
Dice Guillermo Bawden
Podría decir muchísimo sobre Mariela como poeta, tuve el agrado y el placer de ser uno de sus lectores de prueba de cada uno de los libros que publicó desde que la conocí una tarde en Rubén Libros. Podría, pero ese es un trabajo que harán otros o que haré yo cuando se cierre un tanto su ausencia. Mariela era mi amiga, como vulgarmente se dice, esos amigos que son familia y uso esa terminología quitándole la calificación de vulgar. Mariela era una presencia en mi familia, en cumpleaños y festejos. Se perdió una poeta que estaba empezando a marcar una consistencia en su escritura, claro que sí, solo falta recorrer la cantidad de escritores más jóvenes que han rescatado o reconocido cada uno de los libros que dejó y que llenaron tanto la presentación de su obra reunida hace unas semanas como el tributo y homenaje que sus amigos y cariños hicimos el mismo año de su fallecimiento. Se perdió esa Mariela, pero yo perdí algo más, mucho más. Perdí la Mariela sentada en el asiento de acompañante, cuando íbamos a buscar a Flavio para salir a dar vueltas sin destino y sin otro objetivo que ir cantando, uno tras uno, éxitos de cantantes latinos que muchos tildarían de guilty pleasures.
Se me perdió la Mariela sentada en la terraza con Macarena, que me hacía comer dulces de cosas que nunca habría pensado en comer, como algarroba y no sé qué otra cosa. Pizzas integrales y de vegetales que no recuerdo el nombre. Esa Mariela riéndose a más no poder cuando yo cantaba imitando a Cerati, poemas que nos parecían malos, pero entrañables. Me falta la Mariela con Aimé entrando y saliendo de casa. Sus navidades con mi vieja. Me falta su mendocinada llamándome niñote. Me falta sentada al lado de Cuqui en Estación mientras las dos volaban alto en flashes y después hacían un rasante sobre la mesa, riéndose de cualquier cosita. Me falta un poco más de tiempo para hablar de lo otro y eso, seguro, todavía tiene un largo recorrido para llegar.
Dice Sebastián Maturano
No estoy seguro de que una actividad como la poesía se pueda medir en “aportes” y ni siquiera que realmente se pueda medir, a no ser que hablemos de alguna clase de métrica del verso. Sí creo que, en Mariela, quizás haya algo relacionado con la perseverancia, a algo de eso, creo, alude el prólogo que escribió Mattoni para Ciruelas, cuando dice “una vida dedicada a la poesía” para avisarle al eventual lector con qué puede encontrarse en el libro.
Pero, ¿qué es “una vida dedicada a la poesía”? Seguramente, algo muy variable según quién, a su vez, hay alto temerario en animarse a nombrarlo, porque lo mayor de las probabilidades es fallar; pero pienso que, en Mariela, es cierta perseverancia y, a su vez, una huida de cualquier tipo de grandilocuencia y pedantería intelectual, más bien, a veces, puede ser susurrar, cantar bajito, componer imágenes cotidianas, decir preciso y al hueso, o desplegar una ironía, un desafío o una provocación, al mismo tiempo que ofrecer una cierta exposición que desprotege, cierta carnadura que descarna al que se expone, al que se ofrece.
Al menos en un tramo de su poesía o de sus textos en general, porque su obra, en cierta forma, quedó inconclusa; si bien escribió mucho, en los últimos años, venían apareciendo nuevos elementos en sus textos, que se hacían más largos y adquirían otras tonalidades que llevaría más tiempo desarrollar que estas palabras que ahora puedo decir.
Por otro lado, creo que Mariela hizo de un aspecto fundamental en su vida las amistades, o la amistad, que, a su vez, de alguna manera, fue (o fueron) su familia en Córdoba, quienes la acompañaron y sostuvieron en los momentos más difíciles, que no fueron pocos. Y, dentro de las amistades, un lugar bien particular para las amigas, a quienes dedicó poemas y retratos escritos en diferentes géneros.
En cuanto a la Mariela que yo conocí, puedo decir que conmigo fue una persona muy generosa, buena onda y afectiva. Todavía recuerdo y escucho su risa, que podía aparecer en muchas circunstancias y desarmar cualquier tipo de situación.
*Por Soledad Sgarella para La tinta / Imagen de portada: Mariano García.