La foto autografiada

La foto autografiada
6 febrero, 2023 por Redacción La tinta

En ese universo vasto e intenso que es el cuarteto, sin dudas, Gary es una galaxia que ayudó a desarrollar y difundir tanto artística como cuantitativamente el género. Este pasado 5 de febrero, se cumplió el 61° aniversario de su natalicio. Con homenajes en su Amboy natal y de sus diferentes admiradores en todo país, se recordó al gran cantante popular. 

Por Fernando Bordón para La tinta

Ya sea en sus inicios con Heraldo Bosio, en la consagración que le dio Trulalá y el reconocimiento total y popular con su carrera solista, Gary le aportó -con un color de voz excepcional- romanticismo al cuarteto. Incorporando nuevos sonidos y texturas, siempre buscó su sello personal dentro de una escena bastante competitiva.

Sin dudas que ha dejado marcada a toda una generación de bailarinxs, que al día de hoy siguen escuchándolo con la misma pasión de aquellos años. En diálogo con La tinta, Roxana me cuenta que es una seguidora fiel y dice: “La primera vez que lo vi fue en un baile en el club Atenas y él estaba en el conjunto Trulalá. Lo que me llamó la atención fue su humildad y la exponente presencia en el escenario”.

Juan Miguel Fajardo es cantante de la ciudad de Córdoba y, en su repertorio, siempre incluye canciones de Gary. Sobre la primera vez que vio al ídolo, me cuenta: “Me acuerdo de un baile en el Estadio del Centro, allá por 1987, con Trula. Qué gran artista era, se destacaba por encima de todo el conjunto y ya se definía como ‘Gary, el baladista de América’”.

Amores como el tuyo 

A Noe, en los bailes de Trula, la conocía todo el mundo, tenía un carisma que lograba sacarte un sonrisa aunque fuese la primera vez que hablaras con ella. Iba religiosamente, como decía ella, todos los fines de semana. Llegaba temprano para poder estar lo más cerca posible del escenario, a veces lograba juntar un grupo numeroso con sus primas y algunas chicas del barrio. Se tomaban el colectivo todas juntas y siempre viajaban en la fila de asientos de atrás. Si no juntaba gente, se iba sola, sabía que en el baile encontraría a alguien conocido.

Sus sábados siempre arrancaban desayunando con su madre y su padre. Una vez que terminaban, don Gómez se iba a hacer las compras para “el asadito” y doña Rosa y ella comenzaban a limpiar la casa. Noe prendía su equipo de música, que le regalaron para sus 15, y ponía la Popu a todo volumen para comenzar con la tarea. Después del almuerzo, siempre dormía una siesta. Cuando se levantaba, comenzaba con los preparativos para ir al baile.   

Desde los 16 años, trabajaba para aportar a la economía de la casa. Por su simpatía, siempre eligió trabajos para estar en contacto con la gente y, por suerte, siempre le iba bien. El último tiempo se dedicaba a vender ropa que traía de Bolivia. Su clientela se distribuía por las reparticiones públicas, hospitales, escuelas, etc. 

El día que Gary debutó en Trulalá, a ella no le convenció, recién pudo ser en el tercer show cuando logró conquistarla. Desde ahí, su amor fue creciendo baile a baile. El quiebre fue una noche en la Vieja Usina, cuando Gary cantó “Amores como el tuyo”. Desde arriba del escenario, la señaló y le guiñó un ojo, y para ella fue un momento de éxtasis, de reconocimiento por su fidelidad y su sensibilidad con cada canción.

Era septiembre, pero, por la humedad de la docta, parecía pleno verano. Era principio de mes y la venta de ropa venía muy bien, entonces Noe podía moverse más holgada y darse algunos gustos. Ese fin de semana, Gary tocaba por primera vez como solista en Catamarca y, luego, en La Rioja. Junto a un grupo de amigas que se conocían del baile, se organizaron y se tomaron un colectivo a Catamarca sin más datos que el del lugar en el que iba a ser el baile.

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Hacia la segunda mitad de los noventa, Gary ya tenía una proyección internacional bastante desarrollada. En 1997, recibió el premio Golden Award por Mejor Cantante Latino, otorgado por la Asociación de Cronistas del Espectáculo en EE. UU. Para finales de la década, su agenda estaba repleta de giras por Paraguay, Chile, Uruguay, etc. Con tan solo 39 años, el 9 de noviembre de 2001, el ídolo cordobés murió de manera repentina y sorpresiva. El dolor fue inconsolable y popular. Cuando le pregunto a Roxana qué le pasa cuando escucha sus canciones, afirma: “Escucho sus temas todos los días. Lo que me causa son muchos sentimientos encontrados, lloro y disfruto”.

Ante esta misma pregunta, Juan, con emoción en su voz, afirma: “Sigo escuchándolo, su ausencia me genera sensación de impotencia y angustia, de pensar por qué se fue tan temprano, preguntas que no podré superar nunca. Me gusta cantar y me gusta interpretar canciones de Gary. Realmente sé que no lo voy a olvidar nunca. Mientras pueda escuchar una canción o pueda cantar, voy a ser feliz”.

Además del legado artístico que puede dejar un cantante, un verdadero artista popular deja la alegría con la que lo recuerda su pueblo.

«El viejito Ramón»

En el barrio, los asados con los changos siempre se hacían en Los Albarracín, que eran del grupo de los más grandes, por lo tanto, siempre la parrilla estaba más y mejor cargada porque todos ya laburaban. El Roly Albarracín era el que siempre hacía el asado y el que manejaba la música en esa previa. Sacaba su Aiwa con bandeja para tres discos y las llenaba con los CD de cuarteto que más se escuchaban en ese momento. En esa selección, nunca falta uno de Trulalá y, sobre todo, las canciones que cantaba Gary, del cual era fan. A medida que íbamos llegando, veíamos al asador en las diferentes etapas del proceso, totalmente concentrado en su tarea, pero siempre cantando la canción que sonaba. Era un acuerdo tácito que nadie se acercara a molestarlo, era un momento que le gustaba disfrutar solo, como mucho, aceptaba que le acercaran algo para tomar.

Cuando comenzaba a servir el asado, cedía el manejo de la música y de su admirable colección de CD de cuarteto, que se los hacía comprar -apenas salían- por el Julio Gordillo que estudiaba en Córdoba. Entonces, llevábamos cuidadosamente el repertorio de canciones sin irnos mucho del cuarteto.

Cuando la sobremesa ya nos había llevado por todos los temas y el alcohol ya comenzaba a hacer sentir su atmósfera festiva, el Roly se levantaba, iba hasta el equipo de música, cuidadosamente ponía el CD en la bandeja y marcaba la canción elegida, que era “El viejito Ramón”. Siempre se quedaba mirando hacia el equipo de música y de espaldas a nosotros. Lo único que veíamos era cómo meneaba suavemente su cabeza al ritmo de la música y cómo llevaba su mano izquierda al centro de su pecho, como si eso contuviera su emoción, y su brazo derecho totalmente extendido. Solo escuchábamos que levantaba su voz en el estribillo. A mí me fascinaba verlo, entraba en una especie de trance, como si esa voz y esa melodía fuesen un mantra que lo sacaban de ese asado y se lo llevaban a otro espacio y tiempo.    

El Roly labura en la fábrica de Confecat desde los 18 años. Don Albarracín había fallecido y, para que la economía de la casa, su madre y sus dos hermanos más chicos estuviesen tranquilos, el joven decidió empezar a trabajar cuando apenas egresó del secundario. Había logrado ascender a supervisor, de la parte en la que hacían todos los cortes para la ropa Ombú. Cuando estaba en el turno de las 6 de la mañana, era el despertador de muchos del barrio porque a las 5 ya se podía escuchar cómo hacía arrancar su Garelli 50 que tenía el caño de escape roto.        

Ángel

Era un sábado de septiembre y, por el calor norteño, parecía pleno diciembre. Gary estaba presentando su primer disco solista, el Roly ya tenía su entrada desde hacía un mes y me invitó porque sabía que me gustaba cómo cantaba. Esa tarde, le pedí el auto a mi viejo y  fuimos al hotel a ver si cruzábamos a su ídolo para pedirle un autógrafo. Cuando llegamos, encontramos solo un grupo de chicas de Córdoba que parecían desorientadas; recuerdo que Noe se desprendió del grupo y lo encaró directamente al Roly. Apenas cruzaron su mirada, yo comencé a sentir que estaba sobrando, como si ambos estuviesen dentro de una esfera de halos de colores transparente.

Ella le preguntó dónde podían comer y él le respondió: “Lo único que podés comprar a la hora de la siesta es un sándwich de miga en un kiosco, acá no se hace horario corrido”. Dijo casi sin respirar y agregó: “Los de ternera y queso del kiosco de acá a la vuelta son ricos”.

Le agradeció por el dato y le preguntó si venía a ver a Gary. El Roly le respondió que sí, que era un gran admirador de su obra y que quería que le autografiara una foto que se había sacado con él la última vez que vino con Trula. En un movimiento ágil y preciso, Noe le sacó la foto de las manos y le dijo: “Si vas esta noche al show y me invitás una cerveza, yo te lo consigo y te lo doy allá”. Con cierta vergüenza, el Roly respondió que sí.         

Cuando llegamos al baile, apenas pasamos la puerta y nos encontramos a Noe. Con una sonrisa, dijo hola, tomó del antebrazo al Roly y nos llevó a lo que, según ella, era el mejor lugar para escuchar tranquilos -era del medio para atrás-. 

Quedé parado detrás con una cerveza en la mano, vi cómo bailaron el primer bloque de temas y cómo se miraron con una suavidad extraordinaria. Cuando arrancó el segundo bloque, el escenario y todo el lugar se oscureció; desde atrás, se encendió un seguidor que recortaba a contraluz la figura de Gary para todo el público y, para mí, las figuras de Noe y Roly.

Comenzó a cantar “Ángel” y la pareja, sin dudarlo, se abrazó para el lento. Una sutil brisa daba algo de alivio al calor sofocante de la madrugada. Como si estuviese en un videoclip, podía ver cómo las siluetas de Noe y Roly se mecían lentamente, rodeados de quietud. Para mí, los únicos que se podían mover eran la pareja y el cantante. Casi como una coreografía, en el momento preciso en que explotó el solo de voz y de guitarra, a contraluz, vi cómo la Noe y el Roly se besaban por primera vez.

Terminó la canción y la oscuridad invadió toda la pista. Cuando volvió la luz, la pareja ya no estaba delante mío. Yo seguí viendo el show, pero teniendo la sensación de que aquella canción, esa melodía ya estaba anclada en un ratito que recordaría tiernamente para siempre. Al llegar al estacionamiento, en la luneta del auto, enganchada en el limpiaparabrisas, encontré la fotografía de Gary autografiada.    

*Por Fernando Bordón para La tinta / Imagen de portada: A/D.

Palabras claves: Cuarteto, Gary, Heraldo Bosio, Tru la lá

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