#ColumnaTrava: yo también quiero ir al río

#ColumnaTrava: yo también quiero ir al río
30 diciembre, 2022 por Vir del Mar

La de los «cuerpos del verano» es una discusión que hace varios años se viene dando. Llegamos a algunos acuerdos: los cuerpos del verano son los de todxs. Pero, entonces, ¿por qué algunxs seguimos registrando una incomodidad cuando se trata de estar en malla con otras personas alrededor? Veamos juntxs qué podemos hacer para pasar del discurso a la acción. 

Por Vir del Mar para La tinta

Desde el cemento, brota un calor arrasador que no nos deja más alternativa que la ilusión del escape. Estamos todxs detrás de la fantasía fresca de un aire acondicionado, una pileta o los piecitos en el río. Algo que nos haga olvidar por un momento de que ese ardor en la piel es la llaga del país que se quema y se desmonta a raudales.

Hace ya un tiempo que no voy a mojarme al río. La última vez que estuve, paseé incluso con la remera puesta. No es falta de ganas, ¿eh? Es que mi cuerpo, desde que se muestra travesti, atrae más miradas de las que a veces tengo ganas. Hablo de esto con un amigo, le cuento que el registro sobre la violencia y la inseguridad crecieron y que no me siento tan lista para exponerme. Mi amigo me da la clave que preciso, me dice: «Amiga, vamos al río juntxs». Me propone acompañarme y hacerme la segunda. Me propone acuerparnos.

¿Hay cuerpos del verano?

Sobre cuáles son los cuerpos del verano se ha dicho y se dirá mucho, seguramente, porque, a veces, del feminismo nos llega su versión edulcorada, la que nos propone ser valientes, lindas, locas, bellas. Recuerdo esa discusión que tuvieron Jimena Barón y Julia Mengolini en la que la periodista le discutía a la cantante que ninguna revolución sería hecha mostrando el culo. No porque tenga nada de malo, sino porque no sucederá ningún cambio por exponer un cuerpo hegemónico y decir “soy dueña de mi qlo y lo muestro cuando quiero”. De una, Jime, amor, diosa… Pero, ¿qué pasa cuando quienes queremos mostrar el qlo en el río somos cuerpos disruptivos? ¿Qué pasa cuando llamamos la atención y las miradas nos escudriñan por desubicadxs?

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Los cuerpos travestis trans, los cuerpos gordos, los cuerpos discas, los cuerpos extremadamente delgados, todos esos que nos salimos de lo que se espera de la hegemonía tenemos ese superpoder: atraemos la mirada. Un superpoder que, en muchas ocasiones, preferiría no tener. A veces, soy re canchera y me la re banco, me las adueño y les doy algo de lo que esperan, devuelvo esa espectacularidad con creces. Pero, otras veces, tengo ganas de estar tranquila, tanto si voy a la despensa a comprar tutucas como si voy al río para fugarme del calor.

¿Qué pasa, rubio, gustás?

La mirada trae consigo algunas cuestiones: por un lado, esa insistencia ocular despliega un deseo que, por lo general, está fetichizado. Se nos desea por salirnos de la norma, por ser cuerpos históricamente catalogados como perversos y generar lo que, en la jerga marica, se llama “morbo”. Es decir, cuando a alguien le “das morbo”, le atraés porque sos algo prohibido, inmoral, corrido. En las reglas de lo que sí y lo que no, nosotrxs estamos dentro del no deberías. Para lxs despistadxs, una aclaración: no lo hacemos a propósito, simplemente existimos. Y se ha inventado esa regla de que la prohibición genera deseo, entonces, como mínimo, nos miran.

Quienes leyeron la primera columna que escribí este año (disculpen esta digresión casi de balance en diciembre), recordarán que me aquejaba encarnar esta prohibición. Estar con nosotrxs genera un riesgo para quienes viven en la seguridad de pasar desapercibidxs en el mapa del deseo binario hombre-mujer. Como ejemplo fresco en la fiebre mundialera, tenemos el caso del vínculo entre Mbappé con su novia Inés Rau, una mujer trans. Esto causó revuelos, opiniones desagradables y hasta cantos de los hinchas argentinos, quienes desestimaban al jugador por su relación.

Este canto no hace más que penalizar el deseo, en un país que, según la plataforma PornHub, desde 2017, lidera el top de 25 países que más consumen pornografía protagonizada por personas travestis y trans. Me desvié, pero a lo que quiero ir es que todo tiene su efecto en las posibilidades concretas de nuestras vidas. ¿Podemos ir al río de todos modos? Sí, pero, a cambio, tenemos que bancarnos las miradas.

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Como hacerse cargo de lo prohibido en el espacio público es, al menos, problemático, ese deseo termina virando y generando efectos adversos. Cuando nos miran en el río, esa mirada puede tener la forma inocente de la curiosidad, del nunca vi esto y mis límites se ven expandidos y cuestionados, y también puede tener la forma de la sorpresa y el asco. Ahí, amigxs míxs, corremos un riesgo. Tanto si eso desencadena acciones físicas y verbales concretas como pegarle a alguien por travesti o gritarle gorda como si la mirada no se despega de nuestros territorios. Algo que también puede resultar violento o incómodo.

Y, ahora, ¿quién podrá salvarnos?

¡Aliadxs! Esperen antes de levantar la mano. Lo que les relato deja en vistas que el transodio es una moneda corriente, incluso con los derechos ganados, incluso con el aumento de la representatividad en cargos públicos, incluso con la oleada de personajes travestis trans en la pantalla, incluso cuando hay travestis docentes, incluso cuando somos vistxs en la vía pública. Y esto no ocurre solo en los cantos de cancha, no. También ocurre dentro del feminismo. Como decía Dona Tefa hablando del revuelo literario con la TERF Carolina Sanín: “No creo que dentro de la gran cantidad de personas que se consideran feministas sean tantas las que adhieren al discurso TERF, pero sí creo que este logra colarse en comentarios, símbolos o consignas, incluso dentro de los transfeminismos”.

Esto es trasladable a todas las demás situaciones planteadas al inicio: todo cuerpo salido de la norma genera este mismo efecto. Antes, les mentí, no hay inocencia en la mirada. Entonces, es momento de generar nuevas alianzas. Unas que no sean solo discursivas y sean de “respeto de pronombres”, o de incluir el prefijo “trans” a feminismo o de jactarse por tener “une amigue gorde”. No, nos hace falta acuerparnos. Hace falta que, en serio, generemos espacios seguros y cómodos. ¿Cómo? Empecemos por cuestionar las formas en las que podemos poner en práctica lo aprendido: no hacer comentarios sobre el cuerpo ajeno, cuidar cómo y qué miramos, aceptar nuestro deseo, ser amables cuando alguien se siente incómodx, acompañar cuando la violencia suceda y, finalmente, generar espacios de disfrute. La vida es breve y para gozar estamos.

Chin-chín.

*Por Vir del Mar para La tinta / Imagen de portada: A/D.

Palabras claves: Verano, Vir del Mar

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