Un relato romántico de la tarde en que conocimos a Calchín y a Julián Álvarez, el campeón de su pueblo

Un relato romántico de la tarde en que conocimos a Calchín y a Julián Álvarez, el campeón de su pueblo
22 diciembre, 2022 por Redacción La tinta

Por M Esteve para La tinta

Una niña parada en medio de una calle cortada por la muchedumbre junta su dedo mayor y anular sobre la palma de la mano, imitando el movimiento conocido de Spiderman para tirar telas de araña. Es que llega Julián Álvarez, un jugador con nombre de superhéroe, nacido en este pueblo de casas bajas y horizonte fumigado.

No puedo bajarme de la alegría mundialera, no quiero hacerlo y, entonces, me sumo a un viaje con amigas hasta Calchín, ese lugar del que escuchamos hablar recién después de un par de partidos de la Selección, donde nació el delantero araña. “El pueblo tiene 3 mil habitantes y esperan 20 mil personas”, nos advierten, por lo que nos preparamos para experimentar un amontonamiento en el club, pero no nos importa porque la búsqueda es otra: ver, oler, escuchar a Calchín y a su campeón. Ya desde la ruta, comenzamos a encontrar autos con banderas, un panorama conocido en este último mes. Llegamos a la entrada del pueblo y estacionamos al costado de las vías, junto a otros autos de los que bajan familias enteras, apuradas por encontrar un buen lugar. Para muches, este será su gran festejo o su festejo más cercano, vienen de pueblos aledaños unidos por rutas de soja y silos.

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(Imagen: Ezequiel Luque para La tinta)

Escucho a Messi decir que su próximo deseo es tomar sol en Rosario y me pregunto qué extrañará Julián Álvarez de Calchín, cómo habrá sido su escuela primaria, sus primeres amigues, la casa donde creció, su relación con las vías y el club. Calchín es un pueblo de 3 mil habitantes del interior cordobés y que no aparece en ninguna publicidad mundialista, pero que sostiene el recuerdo de un niño araña que se fue a una pensión de jugadores en 2015. En su vuelta a Argentina, el recorrido de la scaloneta -cuya cara visible son los jugadores, pero también está conformada por trabajadores y trabajadoras que sostienen los entrenamientos, los partidos y los descansos- tuvo su momento álgido con cinco millones de personas copando las calles porteñas. Desde ayer, toca el retorno hacia esos lugares que aparecen en palabras de los jugadores como “mi casa”.

El delantero cordobés, que hasta los 15 años estaba en las categorías inferiores del Club Atlético Calchín, llegó a Qatar con apenas 22 años, sumándose al plantel del mundial a último minuto. De pequeño, salió del pueblo para vivir en los centros deportivos de los clubes donde entrenaba. En las calles calurosas de Calchín, se mezclan las remeras albicelestes con camisetas de River y es que, después de un breve paso por el Club Deportivo Atalaya, debutó oficialmente en River Plate en 2018. Luego de haber ganado seis títulos, concretó su pase hacia el Manchester City el 31 de enero de 2022 -el día de su cumpleaños, para les amantes de las coincidencias-. Como dijo el locutor de esta bienvenida, se fue de Calchín “cuando no era Julián Álvarez, sino Julián o Juliancito”. La historia de la araña es quizás cercana a la de otros y es que la Selección está conformada, en su mayoría, por jugadores que nacieron en el llamado «interior» del país, lejos de las luces y los contratos millonarios que los rodean ahora. 

Hoy, además de ser recibido con Los Caligaris, choripán y cánticos desde las tribunas del club que lo vio crecer, a Julián le otorgaron el título de ciudadano ilustre, una distinción honorífica para un pibe que ya es más que una joven promesa. ¿Qué sentimientos de pertenencia se juegan en quienes comentan cómo lo vieron crecer y partir? En la cancha, nombran a su familia, incluides tíes y abueles “que miran desde el cielo”; se hace sentir el peso de una tradición de vida en esas mismas calles. Los niños y niñas de Calchín que miraron a Julián por la TV durante un mes, rodeades de las anécdotas melancólicas de haber criado una estrella, quizás hoy tengan nuevas referencias en la representación de la argentinidad que supera aquello que sucede en la 9 de julio. 

Después de un rato de esperar con ansias en la entrada del pueblo, sobre una YPF donde algunos camiones estacionan hasta que pase la conmoción, se empiezan a escuchar las bocinas lejanas que asoman por la ruta y los comentarios crecen mientras flamean banderas entre niñes que corretean con camisetas del 9: «¿Dónde está Julián?», “Ha venido gente de todos lados”. Llega, a lo lejos, una caravana de autos, camionetas y motos; en medio, un camión de bomberos lleva al campeón junto a un pequeño grupo de amigues. Con su mano izquierda, alza una copa del mundo de un plástico mal pintado, mientras, con la derecha, tira telas de araña invisibles, un superhéroe en su tierra. Julián mira atento todo lo que pasa alrededor, la sonrisa no desaparece nunca de su rostro, canta al compás de la gente en la calle y sacude la copa. Abajo todo es corridas y alegría; esquivando los celulares en el aire, la búsqueda es sostener lo más que se pueda la cercanía a la araña, captar su mirada, que vea las banderas y la emoción con la que se agitan. Familias enteras corren a la par de la caravana para que sienta el recibimiento como un triunfo mientras da una vuelta al pueblo, hasta llegar a la cancha del Club Atlético Calchín donde también lo esperan, entre otres, el intendente y los dirigentes quienes anunciaron que la cancha llevará el nombre del campeón.

Pablo Alabarces, quien, hace años, investiga -y siente- al fútbol argentino en relación a la construcción de la nación, sostiene que “nunca, jamás, como más de un siglo de deportes internacionales lo prueban –desde los Juegos Olímpicos de 1896–, un éxito deportivo pudo transformarse en un éxito político, a pesar de más de un siglo de intentos denodados de las clases dominantes de todo y cada tiempo y lugar por lograrlo”. Y si bien los análisis siempre son parciales, el autor propone no dejar de lado la crítica, pero tampoco rendirnos ante un llamado a pensar en el fútbol como el opio de los pueblos, porque, finalmente, la alegría o «la felisidá», como la llama él, es innegable. Podremos imaginar, entonces, una Selección situada, o unos jugadores situados, con un mito de origen como base para pensar en su humanidad y alejarlos un poco de la construcción de los algoritmos y las marcas que vienen vendiendo un plantel de deportistas de élite racionales, de cabeza fría y de convicciones firmes, pero controladas. Lo que pasó en Calchín es parte de esa contraofensiva, de intentar ganarle terreno al discurso moderno y civilizatorio que vuelve las historias de muchos de estos pibes en anecdotarios listos para alimentar la ilusión meritocrática donde todo esfuerzo es válido, pero no suficiente para triunfar. Ser ciudadano ilustre es solo una pequeña porción de esa pertenencia al lugar de origen, un origen que es parte de un contexto que, espero, no se olvide, donde se entreteje el club de pueblo con la soja y los agroquímicos, la ilusión de levantar la copa con las manos marcadas por una infancia lejos de las grandes urbes que hoy también lo festejan. Se trata quizás de un camino por descentrar los afectos, incluyendo los futboleros, reconocer la diversidad de territorios y sus riquezas.

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(Imagen: Ezequiel Luque para La tinta)

Cae el atardecer en un horizonte verde, pero sin árboles, un paisaje típico de ciertos “interiores” cordobeses. La cancha está llena, contra el alumbrado, intentamos mirar a través de la gente que se amontona. Después de ser presentado, sube la araña al escenario, aparece en las tres pantallas montadas y casi no se lo escucha por los cánticos de “dale campeón”, pero cuando toma el micrófono, el silencio y la atención son totales. Julián habla “desde el corazón”, agradecido por el cariño de la gente de Calchín. A la par de los agradecimientos, pide perdón por no responder todos los mensajes que la gente deja en sus redes. En sus palabras, se dirige a su generación, joven, con sueños y metas por cumplir: “Siempre hay cosas para seguir soñando, es uno de los propósitos de la vida”. Lo ovacionamos, nos emocionamos con la manera en que se expresa y le cantamos como manera de devolverle un poco de ese sueño del que nos convidó y que vimos crecer. Porque Julián es de una generación de pibes futbolistas que hoy está codo a codo con su ídolo, disfrutando del juego y de todo lo que viene con este combo; parte de esa generación de jugadores que expresan un cariño sincero por sus pares frente a las multitudes y que entiende que, en la compañía, está la potencia.

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(Imagen: Jazmín Iphar para La tinta)

A mí, que poco me importaba el fútbol, me afectó compartir con gente apasionada por el juego y por el show, como dice Vir Cano, el corazón “no nos pide permiso para volverse un poco loco con algo que parece -al menos, para algunes- desafiar nuestras convicciones y corrección política”. Mucho se ha escrito, mucho hemos leído y otro tanto dejamos pasar en este juego de intentar comprender lo que nos pasa, lo que se siente, ese carácter pasional que aparentemente forma parte de una identidad argentina marcada por la nostalgia rioplatense y que tiene esta alegría del triunfo como contracara. Porque, en el mundo del deporte, tan importante como saber perder -para levantarse y seguir- es saber ganar y volver.

*Por M Esteve para La tinta / Imagen de portada: Ezequiel Luque para La tinta.

Palabras claves: Calchín, Fútbol, Julián Álvarez, Mundial de Qatar 2022

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