Una red poderosa

Una red poderosa
1 noviembre, 2022 por Redacción La tinta

Las hermanas Cossettini, la Escuela Viva y una propuesta pedagógica disruptiva que puso en jaque la educación tradicional argentina del siglo XX. ¿Qué quedó de ese legado y cómo se reactualiza? ¿Qué pasa cuando se encuentran lxs maestrxs a pensar el quehacer cotidiano en las aulas? ¿De qué manera se teje una red? La fuerza del encuentro y el poder transformador de la palabra. La docencia como práctica revolucionaria.  

Por Tomás Viú para enREDando

Amanda Pacotti está en el frente de la escena, presentando la jornada en la que la Red Cossettini celebra sus veinte años de trayectoria. Haciendo carne el método, el festejo no consiste en un acto protocolar o de carácter institucional, sino, por el contrario, en una instancia de participación activa, con mesas de trabajo e intercambio entre docentes, estudiantes e investigadorxs. Amanda pide el apoyo de dos muletas (personas) que forman parte del sostén de la Red. Una de las muletas es Álvaro. “La Red es corazón y pulmón. No dependemos de nadie. Eso trae sus pros y sus contras. Hace veinte años, Álvaro era Alvarito. Y hace veinte años descubrió a las Cossettini por el video de Mario Piazza. Y comenzó a escribirme, me decía ‘maestra’. Yo le mandaba fotocopias. Él fue el primer tejedor de la Red”.

–Me llamo Álvaro Escobar, soy de la ciudad de Santa Elena, provincia de Entre Ríos. Soy docente, trabajo dando Lengua en sexto grado en la Escuela NINA n.º 9 Juan Bautista Azopardo. Formo parte de la Red Cossettini y me encuentro festejando los veinte años-. Quien se presenta es el Álvaro adulto y lo que hace es reconstruir lo que fue viviendo en su momento el Álvaro adolescente. Faltaban tres años para el cambio de siglo cuando Álvaro adolescente vio fragmentos del documental La escuela de la señorita Olga, que relata los testimonios de alumnxs y profesorxs sobre la experiencia educativa que las hermanas Olga y Leticia Cossettini desarrollaron en Rosario entre 1936 y 1950.

Álvaro adolescente terminó la secundaria, fue a seguir estudios religiosos y, cuando volvió, tuvo que elegir una carrera. Eligió la docencia y, mientras estudiaba, entró en contacto con Amanda en el marco de los festejos por los cien años de Leticia Cossettini. El intercambio empezó de manera epistolar a través del correo electrónico. “Sin querer se fue gestando a través de diversos encuentros esto que, a partir del 2010, dimos en llamar Red Cossettini”.

Cuando Álvaro dice “sin querer se fue gestando”, probablemente esté diciendo “sin saber se fue gestando”. En el relato, hay una naturalidad lógica propia de quien protagoniza un proceso que se va desarrollando a lo largo de los años. En esos primeros mails, viajaban fotocopias digitalizadas con materiales de la pedagogía Cossettini. ¿Cómo trabajaba la Escuela Viva aquel tema de Lengua? ¿Qué proponía la Escuela Serena para abordar aquel determinado eje? Un día, Álvaro pasó de la fotocopia al papel cuando pudo conseguir un tomo de las Obras Completas de Olga y Leticia.

Escribir, preguntar, responder, consultar, analizar el material. Estos verbos formaron parte de aquello que, veinte años después, se reconstruiría como los comienzos de la Red. Pero, en aquel tiempo, hubo otro hecho que empezó a exceder las casillas de correo de Amanda y de Álvaro. Amanda empezó a derivarle a Álvaro las consultas que ella recibía de otros docentes que, al igual que él, estaban interesados en la pedagogía Cossettini. “A partir de eso, se fue gestando, en 2008, un primer encuentro en el IRICE en Rosario. Ahí iniciamos y vimos que, en la docencia argentina, la experiencia de Olga Cossettini tenía resonancia. Fue con naturalidad porque nosotros no dijimos ‘nos vamos a sentar y vamos a fundar la Red’, se fue dando paulatinamente”, aclara el tejedor.

Malla de hilos, cuerdas, alambres, fibras sintéticas, que tiene diferentes usos y funciones según el material empleado en su confección, su forma y su tamaño. La definición de la palabra red se ajusta a esta historia. “Encontramos docentes a lo largo y a lo ancho de Argentina, y, a partir del 2010, en América Latina, que tenían las mismas inquietudes que nosotros y que encontraban en la pedagogía Cossettini ese germen, esa sabia para poder innovar y justificar sus prácticas cotidianas de docencia”, resume el Álvaro adulto. “Se fue sumando gente, se fue alejando gente, pero lo que no se pierde y sigue intacto es la esencia: que aquel maestro y aquella maestra que está trabajando desde la experiencia Cossettini tenga un acompañamiento que le permita reflexionar sobre su práctica, a la luz de lo que Olga y Leticia pensaban”.

–Estos primeros veinte años estuvimos como engolosinados con la parte estética de las Cossettini: la música, los cartones, los títeres -reflexiona Amanda Pacotti. –Y dejamos un poco de lado que eso ellas lo hacían para poder llegar a lo que realmente querían: que cada chico pudiera desarrollar o expresarse en otro lenguaje, el que no escribía a lo mejor sabía cantar, estaba en la huerta o en la cooperativa vendiendo el producto de las gallinas o las abejas. Lo hacían con el fin de formar ciudadanos comprometidos.

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(Imagen: Enredando)

Olga Cossettini, que había nacido en San Jorge en 1898, se recibió de maestra en Coronda y, en 1930, asumió en Rafaela la Regencia de la Escuela Normal “Domingo de Oro”. Durante los cinco años que estuvo al frente de esta escuela, fue consolidando sus principios pedagógicos nutriéndose de los postulados de la Escuela Nueva. Junto a su hermana Leticia, emprendió una experiencia educativa disruptiva, la Escuela Serena. La descripción de la propia Olga: «Nuestra escuela está ubicada en el límite de la ciudad y el campo. El ruido que nos envía la ciudad por su camino central, brazo de unión con el norte santafesino, ruido incesante de motores en marcha, nos llega amortiguado, como nos llega amortecido el paso de las dragas y lanchones que surcan el río vecino. (…) los niños que bajan de los ranchos, de las casitas obreras y de las viviendas mejores pueblan la escuela de bullicio hasta el sol de la tarde. Su ritmo es de juego y trabajo».

El hecho de trabajar con los postulados de la Escuela Nueva a Olga le trajo problemas. Amanda recuerda que el director del diario de Rafaela –aunque sus hijas iban a la escuela- empezó a cuestionar ciertas prácticas de esta pedagogía que vino a revolucionar lo conocido. Como casi siempre en la historia, los discursos mediáticos sembrando discordia. ¿Qué pasará en esa escuela que las chicas salen tanto por la calle, que se juntan a guitarrear y a cantar, que andan en bicicleta? Amanda reconstruye el episodio de la historia que, como casi siempre, supera a la ficción. “Un día, en una kermesse del pueblo, estaba el director del diario y la directora de la Escuela Normal, que era Amanda Arias. Amanda le habla, él le responde y da un paso, Amanda le vuelve a hablar, él le responde y da otro paso, Amanda le vuelve a hablar y él da otro paso. Entonces Amanda le escupe la cara. Silencio total. El tipo se limpió la cara y se fue. Ese fue el fin”. Fue el fin de la estadía Cossettini en Rafaela, pero el principio de lo que vendría a suceder en Rosario, más precisamente en la escuela Carrasco. “A Amanda Arias la trasladaron a Coronda como directora de la Escuela Normal. Y a Olga la mandaron a la Carrasco. Después llegó Leticia”.

Olga llegó a Rosario en 1935. Todavía faltaba un año para que empezara la guerra civil española, dos años para que Walt Disney estrenara Blancanieves -primer largometraje animado a color- y cuatro años para la Segunda Guerra Mundial. Alberdi era un pueblo: a la escuela Carrasco iban seiscientos alumnos y una treintena de maestros. “A Olga le costó trabajo formar a esos maestros. Ella venía con su idea, pero los maestros eran todos de sistema y estaban trabajando de acuerdo a los cánones típicos que hoy continúan”. Amanda Pacotti cuenta que fue en las reuniones de personal en donde Olga fue sembrando la semilla en las demás maestras. Comenzaron a estudiar en el contexto de los inicios de la psicología infantil.

Algunos de los cambios que se fueron introduciendo en la escuela: sacaron los pupitres y pusieron las mesas hexagonales, armaron una mesa de arena, sacaron la campana para poner música, le dieron una jerarquía total a la biblioteca. Amanda lo recuerda así: “Íbamos a leer, no a cumplir una tarea o de penitencia como van muchos. No me preguntes por qué, pero me había enamorado de los egipcios. Lo que hacíamos era esconder esos libros para que la próxima ida a la biblioteca supiésemos dónde estaban escondidos y no los estuviesen leyendo otros”. Esa era la forma que Amanda encontró para asegurar la continuidad de la lectura que en su casa no abundaba. Sus padres no habían terminado la escuela primaria y, a lo sumo, podía haber algún Billiken o Robin Hood. Por eso, al ver la biblioteca imponente de la escuela, quedó deslumbrada. “Ahí vi lo que era una biblioteca, te puedo contar el olor de la enciclopedia británica, lo amaba”.

Además de jerarquizar la biblioteca, Olga armó un laboratorio. La propuesta era generar un cruce entre la ciencia, la lectura y el arte. Amanda recuerda la vitalidad de Olga haciendo asados y trabajando en la huerta. También aquella frase suya de que escribir es la responsabilidad del pensamiento. Por otro lado, relata cuando Olga murió la noche de aquel 23 de mayo de 1987. La velaron el 24 en su escritorio. Al velorio fueron algunos vecinos y unos pocos parientes. Una secuencia marca de qué forma Leticia tomó la antorcha: cuando llegó una corona de flores, ella dijo que la corona se quedaba en la vereda porque a Olga se la velaría únicamente con los tacos de reina, una planta ornamental que las hermanas cultivaban, también conocida como flor de la sangre o espuela de galán. Cuando el cortejo pasó por la Carrasco aquel 25 de mayo, la puerta de la escuela estaba abierta y la portera estaba al tanto, pero no había nadie, ni siquiera la directora que vivía en la planta alta.

Amanda no sabe, no puede saberlo, qué estarían haciendo hoy las hermanas Cossettini. Pero arriesga que estarían incursionando en la música digital, trabajando con la última novedad, mirando a su comunidad y tratando de defender a los chicos. En el último tiempo, Leticia incentivaba para que sean otras las personas que continuaran con el trabajo que ellas habían sembrado. Amanda recuerda que Leticia decía que ya habían dicho y hecho todo lo que tenían para decir y hacer. “Ahora, ustedes”, desafiaba. Los veinte años de la Red sirven como muestra de aquella cosecha.

Conocer la historia para dibujar los horizontes

Son tres las mesas de trabajo planteadas en el salón del cuarto piso de la Biblioteca Argentina de Rosario: «Cooperativismo Escolar», «Experiencias pedagógicas» y «Asamblea de niños y jóvenes». Los tres grupos de trabajo se reparten el espacio en distintas rondas. Horacio Cárdenas está sentado de espaldas al gran ventanal que da a la calle Presidente Roca. Está coordinando al grupo que conversa, comparte y debate sobre la experiencia de asambleas en el aula. La propuesta es discutir sobre las escenas escolares en las cuales las chicas y los chicos toman la palabra como ejercicio de ciudadanía.

Horacio cuenta una secuencia de una asamblea que hubo en una escuela del sur de la ciudad de Buenos Aires en la que trabaja. La experiencia concreta le sirve para plantear algunos disparadores que ayudan a pensar a la asamblea como una herramienta transformadora. «En la medida en que los chicos y las chicas se encontraron en la asamblea, pudieron construirse de otro modo y, al construirse de otro modo, tuvieron otra respuesta. Dijeron ‘lo que pasa es que nos peleamos porque no tenemos con qué jugar’. Cuando construyeron el problema, inmediatamente apareció la solución. Dijimos de buscar cosas para jugar y en tres asambleas más armaron una juegoteca que tenía soga, cartas, bolitas, pelota y algunas cosas más. La cosa cambió. Quizás la primera tarea de una asamblea es construir el problema, configurarlo, ver qué está pasando. Una vez que construimos el problema, podemos pensar en las causas».

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(Imagen: Enredando)

Un rato después, Horacio le contará a enREDando parte de su recorrido. Dirá que es maestro de formación y da clases en el profesorado de educación primaria, que también es maestro y que trabajó mucho tiempo en escuela primaria, en  Villa Lugano, un barrio del sur de la ciudad. Que nació y vive en Buenos Aires. “Una ciudad gigante, rica, pero muy desigual. En la zona sur están los pibes más pobres”. En ese trayecto de trabajo en escuela pública, fue tomando como legado de las hermanas Cossettini, de Luis Iglesias y de otros grandes maestros y maestras de Argentina la herramienta de la escritura para pensar la experiencia. “De esa escritura, surgieron algunos libros que por suerte se publicaron. Por eso ando por acá”, dice Horacio a modo de síntesis.

—¿Cómo llegás a las Cossettini?

—Estudiando para ser maestro. Tenía las ganas de ser docente, pero no tenía referencias de un legado educativo que nos trascendiera. En la formación, por suerte, hubo gente que entendió que eso era muy importante: presentarnos con la posibilidad de continuar algo. No es que vas a ser maestro y tendrás que hacer todo de nuevo, inventar la pólvora, ser innovador como si la innovación fuera una virtud en sí misma. Hay quienes nos dijeron que había experiencias hermosas, luminosas, brillantes, no para calcar ni repetir. No tiene sentido reproducir lo mismo con condiciones sociales diferentes. Pero sí tiene sentido comprender la médula, el enfoque, el espíritu.

—¿Y cuál es la médula?

—Podríamos ubicar lo fundamental de la experiencia, que lo que la escuela enseñe pase por el cuerpo de las pibas y los pibes. Para que el pibe aprenda, debe expresarse, construir y desarrollar su palabra, no solo en su discurso oral, sino también en el escrito y en la expresión artística en general. Aparece en las Cossettini y en Luis Iglesias una importancia fundamental en la observación, el arte de mirar, que es más que algo perceptivo puramente retinal. Es saber ver. Las maestras se lo enseñaban a los pibes, poniéndolos frente a un árbol y mirando el árbol colectivamente, nombrándolo, apalabrándolo, pronunciando, señalando. De esa manera, el árbol se construye, no ingresa solo.

Cuatro de los encuentros que organizó la Red en estos años fueron en Santa Elena, la ciudad entrerriana en la que trabaja Álvaro. De esa manera, se fue formando un germen de trabajo que se expandió en todas las escuelas de Santa Elena. Álvaro coincide con el diagnóstico que planteaba Horacio sobre la imposibilidad de trabajar como lo hacía Olga hace setenta años: “La técnica cambió, la tecnología cambió, los niños cambiaron, la sociedad cambió”. Sin embargo, hace hincapié en aquello que sigue vivo y que enumera con una serie de palabras que empezaron a tener fuerza en la década del sesenta del siglo veinte, pero que las hermanas Cossettini ya venían planteando desde los años treinta en Rafaela y desde la década del cincuenta en Rosario: ciudadanía, solidaridad, cooperativismo, criticidad, transformación. “Es lo que va haciendo que la escuela resista y acompañe a las familias dentro de las crisis que vivimos como sociedad”, sintetiza Álvaro.

La pedagogía Cossettini aparece resignificada a partir de las experiencias contemporáneas que se desarrollan en los contextos actuales. Álvaro explica que los niños con los que trabajan hoy son distintos a aquellos hijos de obreros que vivían en el entorno de naturaleza propio de aquel pueblo Alberdi. Propone trasladar el marco a Santa Elena, una ciudad que está sobre las barrancas del río Paraná. “Nuestros alumnos tienen similar procedencia, pero no son los mismos niños. Tienen otra realidad social y tecnológica”. En la escuela Carrasco, en los tiempos de Olga, funcionaban cooperativas de alumnos en las cuales eran los mismos chicos los que elegían quiénes integrarían la comisión directiva de la cooperativa. “Eso nosotros lo podemos hacer ahora, no con el fin que tenía Olga de llevar, por ejemplo, un médico a la familia que no tenía recurso para ir porque hoy los hospitales son públicos y hay atención”, cuenta Álvaro y agrega: “Pero sí crear en el alumno el hábito de la cooperación. Eso se hace, eso se trabaja”.

En la Escuela NINA n.º 9 de Santa Elena, la cooperación se practica a través de una huerta escolar que lleva cuatro años de vida. Las actividades están divididas: alguien prepara la tierra, otras personas siembran y los demás se encargan de mantener la huerta. Al momento de cosechar, la división se hace en partes equitativas, no igualitarias. “Eso significa que quien está más necesitado de la verdura se lleva más y quien no está tan necesitado se lleva lo justo, lo que le corresponde. Estamos hablando de cooperatividad y de equidad”.

Álvaro acompaña a la maestra que se le ocurrió hacer la huerta, pero no se dedica a trabajarla. Algo interesante de la dinámica es que cada quien va buscando su lugar. Dirá Álvaro que “lo que sirve de la pedagogía es darle el fundamento teórico a lo que se está haciendo”. Él aplica esta lógica a su materia de Lengua. “Olga decía que, cuando el niño se va a acercar a la palabra escrita, tiene que hacerlo desde su entorno”. Por eso, los libros que leen en la materia de Álvaro parten de la realidad de esos niños. “Si yo quiero que mi alumno el día de mañana, en el secundario, lea el Martín Fierro porque se lo van a tomar en un examen, tengo que crear el hábito lector”. La pregunta llega acompañada de la respuesta. “¿Cómo voy a crearlo?”. “Partiendo de sus intereses. No les puedo dar para leer ‘La guerra de los mundos’ cuando su realidad cotidiana es el río, la isla, la pesca. Voy a buscar una literatura acorde a esa realidad para que, partiendo de ahí, después lleguen a La guerra de los mundos o al Martín Fierro”.

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(Imagen: Enredando)

Durante la entrevista, Álvaro derriba aquella frase que, a fuerza de repetición, intenta instalar que «hoy los chicos no leen». “Decir que la juventud y los chicos no leen es el mito más falso que existe. Si no leyeran, no manejarían el teléfono celular entrando a las redes sociales, mandando mensajes, no mirarían una película ni nada de lo que la cultura mediática les ofrece”. Nuevamente, lo interesante de la propuesta es el enfoque. Álvaro se detiene en la responsabilidad que tiene la escuela de enseñar a manejar un lenguaje necesario para poder comprender. En ese contexto, siempre está la opción de descansar en que «los chicos ya no leen» o bien asumir el desafío de conocer a esos niños y niñas, sus realidades y sus entornos. “Si sus intereses pasan por un deporte como el fútbol, voy a comenzar a trabajar los cuentos no por lo que dice el diseño curricular, sino por los cuentos que hablen de fútbol”.

La relación de cercanía que tienen lxs alumnxs de esta escuela con el ambiente de islas llevó a que, durante el año pandémico de 2020, trabajaran a las quemas como secuencia didáctica. En ese marco, leyeron un libro que se llama «Los isleros», novela escrita por Lucas Demare, que fue llevada al cine con la dirección de él mismo y que tuvo en la actuación de Tita Merello una de las interpretaciones femeninas más destacas de la historia del cine argentino. Cuando volvió la presencialidad a las aulas, después de haber leído el libro, vieron la película que es en blanco y negro, y que fue estrenada en 1951. “Para ellos, fue significativa. Le prestaron atención porque habían leído el libro. ¿Cuál es el objetivo de la literatura? Que podamos comprender esa realidad inventada para intentar cambiar la realidad que vivimos. Si no, no tiene sentido”, sostiene el Álvaro tejedor.

Como se replica en cada geografía, el caso de Santa Elena no escapa de las situaciones poco felices ni de las violencias cotidianas que recaen sobre las infancias. “No tenemos la violencia ni el narcotráfico que están viviendo en Rosario, no son los mismos gurises, pero están pasando situaciones extremas: familias en las cuales el adulto se transforma en el agresor del niño por el no respeto de su cuerpo, la violencia física, sexual, psicológica. La escuela es el lugar que tiene que alojarlos, pero también les debe dar herramientas para poder salir de esa situación”.

Hay una reflexión de Olga Cossettini que dialoga perfectamente con el pensamiento que propone Álvaro sobre el sentido de la escuela: «En esa sociedad que es la escuela, el niño se mueve, actúa, es una célula viva; ser individual nutrido del elemento social que es la clase, la comunidad escolar. Al actuar, adquiere conocimiento de sí, de sus fuerzas internas y forma su personalidad que cada día se manifiesta con perfiles propios, originales, distinta de la de los demás; pero, al mismo tiempo, se acentúa en él la necesidad de vincularse, de buscar contacto, de formar parte de la sociedad».

El legado en tiempo presente

–Vamos a decir abracadabra patas de cabra y, de esta bolsa vacía, va a salir un pañuelo verde y otro pañuelo con las palabras “había una vez”, esas palabras mágicas que introducen al mundo de los cuentos, de las emociones. Manuel Santancini –bibliotecario y promotor de la lectura que trabaja en Casilda- está en la ronda de «Experiencias pedagógicas» mostrando el proyecto que armaron durante la pandemia: un noticiero hecho con títeres. Va sacando de una bolsa enorme distintos personajes. «Muy buenos días, soy Florentino Sánchez y ahora, en la Biblioteca Argentina de Rosario, les vamos a contar nuestro proyecto de Noti Casado».

Manuel Santancini estudió en el ISET 18 y se recibió de bibliotecario, después hizo una licenciatura en la Universidad Nacional de Mar del Plata. Actualmente, trabaja en la escuela n.° 488 Carlos Casado y en el Instituto Superior del Profesorado n.° 1 Manuel Leiva, ambas instituciones de Casilda. Pero también es promotor de la lectura. “Cuando comencé a trabajar en primaria, aparte de hacer todo el trabajo de catalogar, clasificar, indizar, fui trabajando con la promoción de lectura, incentivando a los chicos a que lean. Para eso, utilizo un montón de herramientas que fui descubriendo con el tiempo”.

Una de las herramientas con la que Manuel trabaja es la de los susurradores, una técnica que surgió en Francia, en 2001, cuando un artista pintó de negro unos tubos de sedería y empezó a deambular por las calles de París susurrando poesía en el oído a la gente que pasaba caminando. “Veían que la gente iba con problemas de un lado para el otro. Por eso te decían una poesía en el oído para descomprimir”.

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(Imagen: Enredando)

Diez años después, Manuel conoció la técnica en la Feria del Libro de Buenos Aires y se le ocurrió llevar la experiencia a Casilda. Cuando supo que Mirta Colángelo -educadora por el arte de Bahía Blanca- había sido quien trajo los susurradores a Argentina, fue a comprar su libro y, casualidad o causalidad, en el libro, encontró a Amanda Pacotti. Pero Manuel y Amanda ya se conocían. “A Amanda la conocí porque fue a la escuela primaria donde trabajo a dar una charla sobre las valijas Cossettini -un proyecto con el que llevaban los cuadernos de los alumnos de las hermanas Olga y Leticia-”. El día en que fue Amanda, Manuel no estaba, pero la directora los puso en contacto. Hablaron por teléfono y por mail, y se les ocurrió armar con un carrito una biblioteca móvil para llevar historias, cuentos, títeres. “A Amanda le gustó el proyecto y me dijo que lo presentara en la jornada de la Red Cossettini del año 2015”, recuerda Manuel.

La idea planteada en esta mesa de trabajo fue compartir experiencias innovadoras en la educación inicial y primaria en clave Cossettini. En ese marco, Manuel compartió el proyecto del noticiero hecho con títeres. Cuando murió Quino en septiembre de 2020, el contexto era de virulencia pandémica y virtualidad. En la escuela, hicieron un homenaje y Manuel hizo una canción sobre Mafalda que interpretó con títeres. Los chicos y las chicas dibujaron a Mafalda y a Felipe. Esos dibujos más la canción fueron compilados en un video que subieron a las redes. El entusiasmo de chicos y grandes hizo que el video se compartiera mucho. Y para Manuel eso fue motivo suficiente para seguir trabajando el tema. “Pensamos en seguir con los videos con un noticiero con títeres y con actividades que fueran surgiendo, por ejemplo, surgió trabajar con la contaminación. Le pusimos Noti Casado”.

Arman el guion, los personajes, lo teatralizan, lo registran, lo editan y lo comparten en las redes. “Cuesta mucho llevar a la práctica la idea de la escuela abierta que planteaba Olga”, cuenta Manuel. “Cuando Amanda fue a la escuela, planteó que los chicos no trabajaran en fila, en hilera, porque de esa forma solo le ves la nuca a tu compañero. Se empezó a trabajar en mesas para verse las caras, pero duró muy poco”. Manuel dice tener la suerte de que en la primaria y en el profesorado le dan el espacio. Pero tampoco duda en afirmar que “si no me lo dan, lo genero yo”.

Amanda tiene un diagnóstico: “La escuela no cambió a pesar de la pandemia. Seguimos hablando de contenido con chicos que vienen sufridos de dos años de encierros y temores”. También tiene una lista de maestros que fueron contemporáneos a las Cossettini y que no son enseñados en la formación docente: Antonio Encinas, un peruano que, entre 1907 y 1911, trabajó con la Escuela Nueva en una escuela pública, pobre, al lado del lago Titicaca; Jesualdo Sosa, maestro, escritor, pedagogo y periodista uruguayo que trabajó con los intereses y necesidades de los niños. “No se enseñan en ningún profesorado. Pero todo el mundo conoce a Montessori o a Steiner”.

Para Amanda Pacotti, es una gran noticia la participación de estudiantes jóvenes en las jornadas de la Red. “Hay que apuntalar muchísimo la formación docente. En este momento, la Red no trata de hacer Cossettinis. Cada uno su camino”. Amanda trae un pensamiento de Leticia: «‘Formular proyectos es una cosa deslumbrante; sostenerlos es heroico’. Creo que hemos podido, en estos veinte años, mantenernos fieles a los niños y a los jóvenes».

*Por Tomás Viú para Enredando / Imagen de portada: enREDando.

Palabras claves: educación, escuelas

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