Crónica de un viaje al corazón de la resistencia en Choya, Andalgalá

Crónica de un viaje al corazón de la resistencia en Choya, Andalgalá
28 octubre, 2022 por Redacción La tinta

Esta es una crónica sobre el arraigo y la lucha contra el despojo y la captura capitalista-neoextractivista-patriarcal-colonial de nuestros cuerpos y los territorios; una narrativa sobre los procesos de desarraigo y las sensaciones de desorientación que la violencia sobre el cerro produce en las identidades choyanas que se niegan a que otros escriban su historia, a que otros –el Estado y las empresas- decidan su futuro.

Por Marianela Gamboa para La tinta

El conflicto con el Proyecto Agua Rica no es nuevo en Andalgalá ni en la historia reciente de las luchas socioambientales en nuestro país, que crece al ritmo del extractivismo ejecutado como política nacional y provincial a lo largo y ancho de los diferentes territorios. 

La lucha contra el neoextractivismo de los pueblos que vivimos abrazando al Aconquija, tanto en Catamarca como en Tucumán, es de largo tiempo y comienza con la primera mina a cielo abierto de Argentina, Bajo La Alumbrera, y continua actualmente contra la instalación del «nuevo proyecto M.A.R.A.» de megaminería a cielo abierto de cobre, plata y oro, ubicado a 17 km en línea recta del centro de Andalgalá. Sin embargo, para muchxs, es una lucha reciente en términos personales. Son muchxs lxs vecinos y vecinas que se suman cada día a la resistencia y la defensa del agua. Este es el caso de una gran cantidad de vecinxs del distrito de Choya, del departamento de Andalgalá en la provincia de Catamarca, quienes comenzaron a sumarse cuando experimentaron en sus cuerpos y los de sus hijxs los impactos en el agua del río Choya que generaron las exploraciones mineras avanzadas de M.A.R.A. (Minera Agua Rica-Alumbrera) sobre sus vertientes.

En el marco del Festival Puentes de Agua, realizado el fin de semana pasado, el domingo 23 de octubre, un grupo de periodistas, documentalistas y fotógrafxs independientes subimos con gente de Choya hasta “el globo” en el cerro Aconquija, frente al portón de entrada a la empresa, donde la tierra común, de pronto, se vuelve propiedad privada. 

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(Imagen: Marianela Gamboa)

Hace más de 6 meses que estxs vecinxs decidieron subir al cerro a ver qué pasaba, exactamente el 24 de marzo… Y, desde el 2 de abril, sostienen un acampe a unos 3.500 m sobre el nivel del mar, que hace una semana fue atacado, vaciado, robado y destrozado en las narices de la policía cómplice del saqueo, imposibilitando así la permanencia de la gente en el acampe. Sin embargo, en estos momentos, los vecinos se reorganizan para reconstruir el acampe y continuar la lucha desde lo alto del cerro. Son más de 40 km de cuesta sinuosa por camino de tierra hasta llegar al punto de corte que construyeron quienes defienden su agua expresando de forma contundente su negativa al proyecto que está explorando sobre sus vertientes, sin haber consultado a la comunidad, es decir, sin licencia social… 

El camino: entre la vida reverdeciendo y las máquinas que destruyen todo a su paso

Subí en camioneta junto a Laura y Tonio de Choya, y dos compañerxs del multimedio Nómade. En otro vehículo, iban Urbano y Ximena, con más compañerxs de Buenos Aires. Mientras nos movemos, observamos lo que lxs vecinxs vienen denunciando hace meses: el paisaje transformado violentamente, devorado, destruido, arañado por las máquinas de la minera que avanzan a una velocidad descomunal. 

No puedo evitar pensar en las palabras pronunciadas por Rita Segato hace poco más de un mes en la Universidad Nacional de Catamarca, denunciando la complicidad de la universidad que firma acuerdo con las empresas mineras: 

El paisaje es un libro de lectura, el lugar en que se inscribe la historia… un ancla… una cuna y también un espejo de nuestra vida. Sin él, cuando se borra, nos quedamos huérfanos de quienes somos. Arraigo significa saber quiénes somos, no desorientarnos y no dejarnos capturar. Arraigo significa saber quiénes somos y necesita de un sitio, de un espejo, que tiene la forma, el olor y el color del aire de un lugar. Si lo abolimos, nos quedamos sin ombligo, (…) nos perdemos, nos quedamos expuestos, vulnerables en nuestra identidad (…) Si borramos el paisaje, nos quedamos sin ombligo, desorientados, (…) deshistoriados, sin historia”.

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(Imagen: Marianela Gamboa)

Tonio, quien desde niño recorre esos cerros donde tiene vacas, como tantos otros choyanos, nos señalaba con dolor cada cambio y espacio de valor vital: cada camino nuevo, cada derrumbe producido por las máquinas. “Ven, ahí, eso no estaba”, “ahí tienen un puesto de vigilancia”, “allá tienen un camión con un tanque”, “ven, allá, esa pampa verde, eso es una vertiente”, “allá donde se ve el primer camino, en la banda aquella, ahí dicen que van a poner la escombrera”, “ven esa pampa amarilla, ese es el campo grande, ahí nacen las aguas…”. Todo lo que nos señala se encuentra a una distancia inmensa; nuestros ojos, ajenos al paisaje, tardaban un tiempo en divisar aquello que, para lxs choyanxs, es perceptible con solo abrir los ojos y andar. Íbamos aprendiendo y tratando de capturar con nuestros lentes esas heridas abiertas en el paisaje, guiados por lxs conocedores del lugar.

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(Imagen: Marianela Gamboa)

Las camionetas de la seguridad minera iban por delante nuestro o estaban asentadas en medio del camino, enviando señales y avisos de que estábamos subiendo. “Ven las camionetas”, es la frase que interrumpía nuestra conversación a cada rato, poniéndonos en alerta a nosotrxs, ya que, para les compas de Choya, no es algo nuevo; la persecución y la vigilancia minera-policial es una situación que se va naturalizando en su cotidiano. De hecho, a nuestro regreso, mientras esperaba sola en la camioneta a unos compañeros que bajaron por las quebradas a observar huellas nuevas, aparecieron dos personas a muy pocos metros, detrás de una loma, sacándonos fotos y buscando amedrentarnos. 

En diferentes puntos del camino, paramos a observar las marcas del paisaje significativas para la lucha; nos iban ensañando los nombres de las lomas, las zonas quemadas reverdeciendo, los viejos puestos, las vertientes. En una primera parada, Tonio se detuvo para que podamos escuchar el cauce del río. En el silencio, las agüitas del río Choya que nacen en el campo grande hacían sentir en su recorrido. “Escuchen el cauce del agua… Esto para que vean de dónde bajan las aguas de Choya”.

También nos indicaba cuáles son las zonas donde hay brotes de agua y “cantidad de plantas de durazno, que en septiembre, donde se ve la floración, se ve todo rosado”, “todas esas quebradas llevan agua y, en todo ese bajo, hay duraznos”. En el camino, cruzamos varios árboles de durazno y ciruela guachos (que salieron solos), cada uno plantado en la memoria de Tonio, que conoce la geografía del lugar como la palma de su mano. 

Desde ese punto, también divisamos una pampa donde brillan muy a lo lejos dos containers que parecen ser parte de un campamento. 

Otros rastros de la vida en el cerro que nos señalaba son los puestos donde vive gente y, en su mayoría, donde vivía gente, donde ya no vive nadie. La desterritorialización es una de las principales experiencias que se viven en los territorios heridos por el extractivismo. Sin embargo, el cerro sigue siendo tierra de usos comunes, donde se ven animales de diversas familias y sus cuidadoras yendo a buscarlos. La vida se abre paso en el cerro y resiste en cada quebrada que las nieves del Aconquija alimenta.

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(Imagen: Marianela Gamboa)

Cuando estábamos más cerquita del globo, Tonio nos señaló dónde estuvieron cortando la primera vez junto a otrxs 10 choyanxs, antes de realizar el acampe actual. Y como, en ese momento, había un movimiento muy grande de trafic, camiones, camionetas, “se ven de noche las camionetas, las luces”, “parecía una ciudad”, agrega Laura; “ahora está quieto”, nos dice él.  “No sé si ubican ese hielo ahí… Eso es lo que brilla desde Choya. Antes había más hielos, ahora los están rompiendo”, señalaba Antonio mientras pasábamos encima de agüitas que se escurren desde las rocas. 

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(Imagen: Marianela Gamboa)

Y nos cuenta que, en ese momento, cuando subieron por primera vez a cortar para el 2 de abril, tuvieron que llegar caminando a la intersección de los caminos que la empresa fue generando en su exploración, rompiendo las vertientes y generando derrumbes que cayeron sobre el cauce del río Choya, enfermando a la población. Esos primeros días fueron muy duros, ya que, para algunxs changxs, era la primera vez que dormían a la intemperie en el cerro. Tonio, acostumbrado a dormir sobre monturas en el campo por su vida en relación a los animales, estaba más acostumbrado: “Para mí no era algo raro, para mí estaba todo bien. Era abril y el agua amanecía escarchada, pero para quienes iban por primera vez era más difícil”. Ahí comenzó esta lucha, dice Tonio, cuando, luego de divisar lo que pasaba en el cerro, bajó a Choya, armaron un grupo de gente y subieron a cortar.

Esta lucha -dice él- es por el agua, “comenzó ese día que vi el desastre que estaban haciendo en el río Choya. Por el agua, por la comunidad de Choya, por todo… Yo tengo animales, tengo una finca”. Laura agrega que la gente siempre vivió de la agricultura, de la hacienda, “como dicen, sin agua no hay vida”. 

Los entramados de impunidad: institucional-estatal-empresarial

Actualmente, las citaciones de fiscalía no paran de llegar a diferentes vecinxs de Choya. Lxs judicializadxs en todo Andalgalá superan los 100. El delito es defender el agua. 

Antonio y otrxs vecinxs fueron citadxs por la fiscalía de Martín Camps, por “usurpación de propiedad privada”. Ahí es cuando una vecina cede la utilización de las tierras para asentar el acampe unos kilómetros antes del globo, donde posteriormente se asentó una patota prominera (pagada por la empresa, que paradójicamente le piden trabajo fijo a M.A.R.A.) y un destacamento policial a menos de 30 metros, con oficiales que “no vieron nada” el día que destrozaron y saquearon el acampe de lxs compañerxs llevándose carpas, nylon, colchones, colchas, tanques de agua, elementos de cocina, entre otras tantas cosas. 

El entramado de impunidad entre empresa, policía, Justicia y gobierno se evidencia claramente ante estos hechos que cuentan con grupos parapoliciales. Las denuncias de lxs vecinxs por estas violencias suma otras completamente irregulares, como el caso donde el propio fiscal le secuestra, en la vía pública, el teléfono celular a Ximena, amenazándola con detenerla -a una piba de Choya de 25 años que tiene la valentía de cientos de mujeres habitando su cuerpo-; nunca se lo devolvió, con intenciones de limitar su trabajo fundamental: ser la encargada de registrar la lucha allá arriba, en un lugar sin señal de teléfono.

De este relato, surge la conversación sobre la necesidad de abogadxs que acompañen las luchas y a lxs asambleístas criminalizadxs, como así también los sentires compartidos de bronca, impotencia e “injusticia” de tener que denunciar ante la misma policía y fiscalía que lxs violenta y persigue. 

Las y los judicializadxs en Choya cada vez son más. Sin embargo, la fiscalía no se encarga de investigar los hechos de violencia que lxs vecinxs denuncian, sabiendo aún que no habrá respuesta, que no hay derechos garantizados en estos territorios donde la dictadura minera se expresa con la criminalización, la persecución, el hostigamiento, la compra de voluntades, las amenazas, el robo y saqueo del acampe, e, incluso, con detenciones ilegales tanto en Choya como en la capital de Andalgalá.

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(Imagen: Marianela Gamboa)

Consulto por Alumbrera y su vínculo con Choya. Me comentan que mucha gente de Choya laburó en Alumbrera y que ahora están volviendo a tomarlos para la construcción de la cinta transportadora que irá desde Agua Rica hasta Alumbrera, conectando ambos proyectos. Me comentan que los sueldos de quienes entran a Agua Rica van de entre 150 mil a 200 mil pesos… Mientras tanto, un trabajador municipal en planta cobra aproximadamente 40 mil pesos por mes. La violencia económica que se ejerce en el oeste de Catamarca no es algo nuevo. En municipios del interior, la mayoría de lxs trabajadores son becadxs y las becas van de 15 a 20 mil pesos por mes. Mientras tanto, los trabajos “complementarios” del campo y la finca se ven afectados por la sequía y los impactos en el aire, agua y suelos de más de 25 años de megaminería.

El panorama es desalentador. Si Agua Rica avanza con la explotación (aunque actualmente está trabajando sin tener aprobado el Informe de Impacto Ambiental ni la licencia social para operar), las consecuencias serán terribles para toda la región.

El proyecto M.A.R.A., conformado por Yamana Gold, Glencore, Newmont corp y la firma estatal CAMYEN e interestatal YMAD, avanza a fuerza de represión, criminalización de lxs defensorxs y violación de los derechos humanos, amparado por la Justicia y el ejecutivo catamarqueño, custodiado por las fuerzas policiales provinciales y nacional. En abril de 2022, vecinos y vecinas presentaron un Proyecto Ordenanza de Protección del río Choya y aguas subterráneas (LETRA V 066 AÑO 2022); hasta el día de la fecha, siguen esperando una respuesta. Sin embargo, la organización social va más allá de la institucionalidad; lxs vecinxs se encuentran organizando reclamos y reacondicionando el acampe para continuar con esta acción de defensa directa que necesita el apoyo de todxs. 


Nos encontramos en un punto clave a nivel social: salir a repudiar la violencia estatal, el avasallamiento de los derechos, la violación de acuerdos internacionales a los que el país adhiere, como el convenio 169 de la OIT o el acuerdo de Escazú, leyes como la de glaciares y la ley de protección del medio ambiente, incluso la propia Constitución y el derecho a vivir en un ambiente sano.


Desde Choya, desde Andalgalá, desde Catamarca, desde el norte de este territorio plurinacional, llamamos a la sociedad toda a defender nuestras fuentes de vida y nuestro bien común más vital: el agua. Sin agua, no hay vida

*Por Marianela Gamboa para La tinta / Imagen de portada: Marianela Gamboa.

Palabras claves: Andalgalá, extractivismo, Mineria

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