Cielos posibles: las diversas experiencias humanas del cosmos

Cielos posibles: las diversas experiencias humanas del cosmos
11 agosto, 2022 por Redacción La tinta

“La relación que tenemos con el cielo depende y es parte de la cultura a la que pertenecemos”, explica el astrónomo y antropólogo Alejandro López. Desde la astronomía cultural y un largo trabajo de investigación en la cultura mocoví, reflexiona sobre las múltiples maneras que existen de comprender los astros, las particularidades de la mirada occidental y la importancia del derecho a un cielo oscuro.

Por Lucía Maina Waisman para La tinta

El cielo es parte de nuestro paisaje cotidiano, convivimos con él como peces en el agua. A veces podemos detenernos a contemplar el atardecer, mirar las estrellas para sentir la inmensidad de un universo que nos excede, encontrar constelaciones para darle una forma, incluso incursionar en la astronomía para detectar en él leyes y fenómenos, o buscar vida en otros planetas. Sin embargo, este es solo un cielo posible: la manera particular en que nuestra cultura occidental se relaciona con el cosmos.

“La relación que tenemos con el cielo depende y es parte constitutiva de nuestra historia, de la sociedad en la que vivimos, de la cultura a la que pertenecemos”, explica en este sentido Alejandro López, astrónomo, antropólogo e investigador de CONICET en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Su trabajo desde la astronomía cultural es justamente comprender las relaciones humanas con el espacio celeste en términos de productos socioculturales; el cielo como construcción social.

En esta entrevista, Alejandro comparte sus conocimientos sobre esta disciplina y, en particular, las concepciones astronómicas de comunidades moqoit del Chaco, grupo con el que trabaja desde hace muchos años. Desde allí, reflexiona sobre las diversas maneras que existen de comprender y experimentar los astros, y la necesidad del derecho a un cielo oscuro frente a la creciente contaminación lumínica y atmosférica.

—Tenemos muchas veces la idea de que el cielo y el modo en que lo vemos en nuestra cultura es algo objetivo, natural, universal, ¿qué factores y dimensiones se ponen en juego en nuestra experiencia del cielo?

—Sí, tanto el cielo como los números son dos áreas en las que, en Occidente, tendemos a pensar que hay una especie de reservorio universal de objetividad librada de cualquier tipo de rol de lo histórico, lo social o cultural. Las pensamos como campos del conocimiento completamente independientes de quién es el que conoce, pero en esos campos -al igual que en cualquier otra dimensión de la vida- ponemos en juego nuestra corporalidad tal como es, con los sentidos y las capacidades perceptuales que tenemos, y que son diferentes a otras especies. Segundo, el hecho de que somos constitutivamente seres sociales y, en ese sentido, construimos relaciones con el mundo y construimos el mundo en que vivimos a partir de ese quiénes somos en términos socioculturales, y eso vale también para el cielo. Se puede corroborar simplemente cambiando de marco de referencia sociocultural, yéndose a otro lugar, a otra cultura y experimentando sin prejuicios cómo esas personas se relacionan con el cielo, y uno se va a encontrar con cosas muy diversas.

—Desde esa perspectiva, ¿qué particularidades tiene nuestra cultura en su manera de mirar el cielo?

—En ese sentido, llamemos “occidental”, hay un imaginario ligado, por un lado, a la idea de un orden cósmico fundamentalmente de objetos: el cielo es esencialmente un lugar donde hay cosas, donde nosotros, seres vivos y con conciencia, nos estamos aproximando a entender objetos. Segundo, que ese espacio celeste estaría gobernado por leyes o regularidades que concebimos en términos casi jurídicos, como de una legalidad inquebrantable, donde de hecho, para nosotros, la representación matemática de las regularidades del universo representa lo inquebrantable. Y ello no es así necesariamente. También tenemos una tendencia a pensar el cielo como un lugar completamente aparte, distante, incluso a veces hasta hostil, un espacio como de completa otredad; es lo diferente a nosotros. Y enorme, vasto, que nos empequeñece, que nos hace sentir insignificantes y por eso el espacio celeste es un objeto, por un lado, de deseo, pero también un objeto de temor.

—En esa línea, ¿qué expresa esto sobre la mirada de nuestra cultura en la relación humano-naturaleza?

—Esa división humanidad/naturaleza, espacio de la conciencia, la cultura, la intención y el otro como un espacio de objetos a ser conocidos, controlados y/o dominados es fundamental para la manera en que solemos mirar el mundo, que toma esa separación como punto de arranque; a partir de eso, se piensa y se razona. Lo cual choca con muchas otras maneras de mirar que piensan al universo en términos o bien de muchas otras intencionalidades posibles que estarían ahí presentes, con las que habría que negociar o acordar, o bien, incluso, metáforas vitales: el universo como un organismo o como algo más del carácter vivo. Cada una de esas metáforas ilumina cosas y pone en sombras otras, genera posibilidades de conocer e impide posibilidades de conocer, y trae adentro sus propios criterios de qué es verdad y qué no.

Los moqoit y los seres que habitan el espacio celeste

Hasta la primera mitad del siglo XX, el pueblo originario mocoví fue cazador-recolector con incursiones en la ganadería, que habitaba en algunas regiones de Chaco y Santa Fe. Actualmente, también podemos encontrar su presencia en el Gran Buenos Aires, La Plata, El Tigre, entre otros lugares, aclara Alejandro López, quien desde hace décadas realiza trabajo de campo desde la etnoastronomía en comunidades moqoit que actualmente habitan el suroeste chaqueño.

astrónomo-antropólogo-Alejandro-López-astronomia-cultural-2
(Imagen: Bernardino Avila)

—¿Cómo se ve y vive el cielo desde la cultura mocoví?

—Para los moqoit, el cosmos es un conjunto de sociedades humanas y no humanas: es esencialmente un sociocosmos. Por lo tanto, conocer el espacio celeste es relacionarse con los seres que habitan en él, intentar entender sus intenciones, sus deseos, sus intereses y negociar con ellos la existencia, entre otras cosas. Porque el espacio celeste es pensado como un lugar lleno de recursos, responsable de la fecundidad en la tierra, del agua en la tierra y la lluvia, y, por lo tanto, un espacio con el que hay que negociar, con el que hay que encontrar puntos de acuerdo. Eso se expresa en un cielo que está organizado alrededor de la Vía Láctea, que es entendida como el principal eje de comunicación entre las distintas partes del cosmos visto como un camino, pero también como un torbellino, un río o un árbol. Existen otras vías de comunicación, otra especie de túneles que conectan la tierra con el inframundo, con el espacio celeste y por los cuales tanto seres del cielo como algunos seres de la Tierra pueden ir y venir, y ponerse en contacto con nosotros. A lo largo de esa Vía Láctea, podemos ver muchos de los asterismos o rasgos importantes del cielo que reconocen los mocovíes.

—Desde esa mirada particular, ¿cómo se manifiesta el cielo en la vida cotidiana?

—En estos términos, el cielo se manifiesta en la vida cotidiana todo el tiempo. Primero, garantizando la persistencia del ciclo anual de las estaciones, la existencia de lluvias en el plano terrestre, la maduración de los frutos en el momento adecuado. Y segundo, en el caso sobre todo de las personas que todavía viven en contextos rurales, en la diferencia de duración de los días y las noches, en la Luna y su relación con el paisaje -es decir, dónde aparece, en qué fase, en qué momento del día-, en ciertas estrellas y la Vía Láctea como marcadores de los momentos de la noche, de cuándo está por empezar a amarecer y, por lo tanto, empezar las actividades cotidianas.

—Desde tu experiencia personal con estas comunidades, ¿podés contarnos alguna anécdota o momento particular de tu investigación que te haya interpelado, transformado?

—Hay muchos, en particular, recuerdo entrevistando a Justino Nalecorí, un anciano moqoit que falleció hace unos años, en una pequeña comunidad en el monte chaqueño, y él nos relataba de su juventud. Recuerdo la emoción que expresaba, por un lado, cuando nos comentaba sobre los recuerdos de la masacre de Napalpí, de la que él fue testigo presencial, y de esa situación de tener que escapar del horror de una balacera y una represión al protestar por unas condiciones de vida insoportables. Pero también su emoción al relatar las historias que él había presenciado respecto a las mujeres del cielo: cómo bajaban en la zona de Laguna de la Virgen y hablaban con los moqoit; la relación que él había visto en primera persona entre los mocoit y esos seres del espacio celeste.

El derecho a un cielo oscuro

—Por último, volviendo al presente de nuestros cielos, ¿qué significa el derecho al cielo oscuro y cómo está impactando la falta de ese derecho?

—Es un tema complicadísimo, un aspecto del Antropoceno, del cambio que los humanos podemos hacer sobre la tierra poco comentado y que es una combinación de la contaminación atmosférica, es decir, de todos esos gases y polvos que estamos enviando a la atmósfera, y simultáneamente la contaminación lumínica, es decir, el mal uso de la iluminación pública, mucha de la cual se desperdicia iluminando innecesariamente el cielo. Eso lo que genera es que veamos en las ciudades, o incluso aún no estando en las ciudades, un cielo completamente empobrecido. Es un cielo donde, en lugar de ver al menos un par de miles de estrellas, a veces podemos ver solamente cinco o seis, y eso cambia radicalmente nuestra experiencia del cielo nocturno. Por eso, la Unión Astronómica Internacional impulsa ya hace años una campaña de protección de los cielos oscuros y del derecho de las personas a poder experimentar cielos oscuros, que implican un uso racional de la iluminación y obviamente que está ligado también al control de la polución ambiental y la contaminación atmosférica. Pero ha sido difícil lograr que eso impacte en general. Incluso podemos ver un crecimiento, con la llegada de los led, de una iluminación completamente irracional con un gasto de energía enorme y, justamente, una pérdida cada vez más sostenida de la capacidad de ver cielos oscuros.

*Por Lucía Maina Waisman para La tinta / Imagen de portada: A/D.

Palabras claves: Astronomía, CONICET

Compartir: