Volvió La Mona a Forja y yo volví al barrio

Volvió La Mona a Forja y yo volví al barrio
19 julio, 2022 por Redacción La tinta

En medio de este invierno gélido, la misa cordobesa nos empapó los cuerpos de sudor y vino que volaba por los aires con cada uno de los hits del ícono cuartetero. Llenó dos noches de Forja contra los prejuicios de una Córdoba clasista y antipopular. Esta crónica es mi memoria de esas noches inolvidables. 

Por Noe Gall para La tinta

El finde tocó La Mona en Forja y me pareció una gran bienvenida al barrio paterno, al que volví después de 15 años. Mi casa queda a una cuadra de Forja, literal. Mis noches de fin de semana se vieron intervenidas desde mis 17 años por los horarios de entrada y salida al baile, recuerdo tener que volverme antes de las 5 a. m. para que no me agarre el malón de gente que desemboca cual río por la Yadarola. Recuerdo también los naranjitas haciendo choris en la esquina de casa, las risas, el humo, las charlas y la violencia también. En esa misma esquina, vi desangrarse a un pibe al que golpearon y luego huyeron, una chica pedía ayuda a gritos, el barrio inmutable, ventanas cerradas. Yo no soporté, salí y llamé a la policía, a la ambulancia, no llegó nadie. La salida siempre fue tierra de nadie, zona liberada. La violencia me agotó y me fui, pero una vuelve siempre a los viejos sitios donde amó la vida.

El gordo que tenía mi esquina murió, vivía a la vuelta de casa, había olvidado que mis vecinos son quienes trabajan toda la noche cuidando los autos y que mi vereda es playa de estacionamiento. Me mudé hace un mes, la primera noche que pasé con evento masivo en Forja fue con un DJ famoso, los autos estacionados eran demasiado grandes para las calles angostas. Alguien dejó parte de su camioneta tocando la puerta de mi garaje, volví del teatro y no podía guardarlo. Me enojé y pensé en llamar a la municipalidad para que se lo lleven, también me enojé con los cuidadores, pegué un portazo, entré, respiré y salí a pedir disculpas.

Yo me fui y el barrio siguió aquí con sus dinámicas, sus reglas; ¿por qué se iba a amoldar a mí? ¿Por qué pensaba que algo había cambiado y podía hacer uso de mis noches sin la negociación pertinente? Dije: «Hola, soy Noe, me mudé hace poco, estoy acá a la vuelta». Descubrí que quienes cuidan los autos son mujeres, una es tocaya y vive al lado de mi casa, la otra al frente. Me dieron la bienvenida al barrio, hablamos de nuestros muertos, movimos la camioneta y logré meter el auto al garaje.

Mi primer baile

Hay una memoria en la piel, que no reside solo en el movimiento de caderas que tanto nos identifica a lxs cordobeses, es nuestra misa, la previa, entrar, estar, bailar, salir. La Mona es ritualidad cordobesa, sus canciones son parte de nuestro acervo cultural, de nuestro imaginario colectivo.

La primera vez que fui a un baile de La Mona fue en la Sociedad Belgrano, un domingo. Esperábamos la última selección con mis amigxs del barrio porque nos dejaban entrar gratis. Tendría 15 o 16 años. Crecí, al igual que muchxs, con el miedo y el prejuicio que sostiene a toda figura mítica; por un lado, me llamaba la atención ese magnetismo que genera en sus fans y, por el otro, me daba miedo quedar en medio de la violencia que se puede desatar adentro o afuera. Aún conservo imágenes de esa noche, una más nítida que las otras, supongo que tiene que ver con mis deseos lésbicos latentes desde chica. 

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(Imagen: Noe Gall)

En medio de esa pista, había una chica que tenía una colita de pelo muy alta sostenida por un pompón blanco, bailaba y movía la cabeza, y el pompón brillaba con los juegos de luces que se proyectaban desde el escenario, se podía tocar el movimiento con solo mirarlo. Recuerdo el deseo irrefrenable que me creció y la certeza de que no podía ni loca sacarla a bailar. Esa semana, me compré un pompón blanco y lo conservé mucho tiempo, no me atreví a usarlo, me parecía que no podría cargarlo con la gracia que ameritaba, como ella.

Este sábado, volvió La Mona, el primer baile pospandemia, y no hubo pista, casi que no se podía bailar, era tal la cantidad de gente que solo podías mirar si alguien bajaba el celular. ¿En qué momento se dejó de bailar en el baile? ¿De qué me perdí? No me animé a llevar la cámara de fotos, por lo que intentaré compartirles algunas imágenes que me llevé conmigo.

La misa

Salimos de casa. En la cuadra que hicimos de fila, mucha gente se acercó a preguntar si teníamos entradas para vender. Llegamos al primer control, había que mostrar la entrada, se me cae al piso y el guardia me dijo: «¡Nooo, perdé cualquier cosa menos la entrada!» -risas-. Seguimos y otro control, una fila de hombres con unas súper camperas con encendedores en la mano, acercaban la entrada a la llama, la quemaban un poco, la rompían, la tiraban al piso y te decían: “Pasá”. Todos y todas nos agachábamos a recoger un pedazo de entrada, un recuerdo. Me volví y le pregunté por qué la quemaba, y me dijo que, si era falsa, la entrada se prendía fuego. Ese era el control: un encendedor, en la era digital.

Llegó el momento del clásico cacheo, en el que aceptamos -sin chistar- que una extraña nos toque el culo y las tetas sin problema, siempre me llamó la atención que esas zonas sean los principales lugares para guardar armas, capítulo aparte.

La entrada al predio de Forja estaba señalizada por unos tubos azules que dibujaban una M gigante en luces azules de neón, pasabas el arco y había un mural de La Mona pintado en varios contenedores apilados, la caja para comprar bebidas, los carros de comida y la tan esperada puerta.

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(Imagen: Noe Gall)

Entramos, la marea de gente no dejaba de sorprenderme, nos perdimos la banda que tocó antes, llegamos justo para la salida de él. “A que no te atreves a salir conmigo una noche de estas” fue la primera. A mi derecha, un grupo de amigxs se abrazaban, saltaban, bailaban entre ellxs, uno sacó de la mochila una bandera gris, dos lo suben, se para sobre los hombros, la despliega -eran de Cruz del Eje-, esperando que La Mona los nombre y, luego de varios intentos, los nombró. Se abrazaron y lloraron, como con un gol. Las señas de los barrios, las ciudades, provincias, ese sistema de reconocimiento, un lenguaje popular que no ronda por ninguna universidad. Recordaba solo el de mi casa materna, mi primera casa, mi primera lengua. «Ruleta rusa para dos» y los cuerpos en el aire fueron apareciendo, parecían gigantes en medio de la multitud, casi todos en cuero, casi todos varones, luciendo sus tatuajes, desafiantes, hermosos, felices.

“Me muero por ella” y un chico a mi derecha lloraba solo, es imposible compartir en palabras esa emoción que genera La Mona en los cuerpos de ciertas personas, lo que nos mueven sus canciones, lo que resuenan, lo que evocan. Es esa emoción ligada al movimiento, esa apelación radical al cuerpo, salvaje, primitiva, hermosa. Con “Goma de mascar usada”, se vino un empujón desde atrás, me había olvidado de que en la marea de gente, si se genera un movimiento brusco, te sacude. Alguien empujó a otro, otro le devolvió con un golpe, los amigos los separaron, el resto los miramos sin dejar de cantar y les juro que esas miradas fueron como: “¿En serio se van a pegar en esta canción?”, y sí, cada quien procesa las emociones como puede y este baile estaba siendo un shock de emociones.

La alegría de lxs extrañxs, que de felicidad te convidaban todo lo que estaban bebiendo, se sacudían, te miraban, se agarraban la cabeza, miraban al cielo agradeciendo estar ahí y ahora. «Hiciste de mí lo que yo soy” y una ronda de amigas le compartía a alguien por audios de WhatsApp todas las canciones, cantándolas encima, con un agudo admirable. “Solo contigo”, una pareja se mira a los ojos con una complicidad única, chocan las manos como niñxs que juegan, con el ritmo de la canción, se cantan, se besan, se aman… Ay, amor, ay, amor, intentemos desayunar, yo creo que no voy a ir a trabajar… estando así, total, qué más me da… y así fue como el domingo falté al cierre del curso de dramaturgia que estaba tomando.

 

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“Los quiero y cantaré hasta que Dios quiera”; gracias, Mona, por sacudirnos tus 71 años en la cara, por ser símbolo de pasión cordobesa, por dejarte interpelar por los nuevos tiempos e incorporar tremendas percusionistas en tu banda, gracias por saber envejecer, por haber abrazado desde siempre a los marginales, por achicar la grieta de clase, por seguir enseñándonos tanto.

Para la Kolo, el Seba y el César, compañerxs de ritual. 

*Por Noe Gall para La tinta / Imagen de portada: Noe Gall.

Palabras claves: Cuarteto, La Mona Jiménez

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