An Millet: una mirada trans contra el cisexismo en el sistema de salud

An Millet: una mirada trans contra el cisexismo en el sistema de salud
5 julio, 2022 por Redacción La tinta

El cisexismo es parte clave del andamiaje de sentidos que habitan el mundo y, en especial, el sistema público de salud. Una cosmovisión que opera en todos los niveles y cuyo andamiaje An Millet busca desarticular en su libro Cisexismo y Salud, una mirada desde el otro lado, parte de la Colección Justicia Epistémica.

Por Santiago Torrado para La tinta

An Millet pasó sus primeros años entre Martínez y Vicente López, en la zona norte de Buenos Aires. Lesbiana transmasculina y trabajador social en el ámbito de la salud, An publicó, a finales de 2020, Cisexismo y Salud, algunas miradas desde el otro lado, editado por el colectivo Justicia Epistémica y cuya presentación lo ha llevado por varias provincias del Estado español, Alemania y Brasil.

Un aporte para repensar los dispositivos de salud-cuidado-acompañamiento que parte de una premisa subrayada en el prólogo por el geógrafo Franciso Fernández Romero: “Si los sistemas de salud, históricamente, han puesto una lupa sobre las personas trans para estudiarnos, juzgarnos y decidir qué deberíamos hacer, podemos tomar esa lupa, darle la vuelta y escudriñar al sistema, ¿acaso no se dieron cuenta de que, de este lado del lente, también se ve?

En el marco de la presentación de Cisexismo y Salud en las jornadas LGTTTBIQ+ por el mes del orgullo en España, La tinta dialogó con An Millet.

—Desde tu propia experiencia de transición, señalas el fracaso de los dispositivos de Salud Mental dentro del sistema de salud. ¿Cómo se pueden impulsar un mejor acompañamiento-atención dentro del sistema público de salud?

—Tanto la Ley de Salud Mental como la Ley de Identidad de Género proponen escenarios despatologizantes para las personas trans. El tema es que no alcanza solo con abandonar la idea de que las personas trans estamos enfermas, hay que desmantelar las lógicas que tenemos construidas alrededor del género. Necesitamos que el sistema de salud abandone los prejuicios, la idea de que las personas trans somos todas iguales y tenemos las mismas trayectorias. 

En muchas ocasiones, se activa una suerte de “protocolo trans” en los que el sistema de salud asume que, porque una persona es trans, automáticamente quiere lucir o sonar de una manera en particular, o que deseamos transitar un “paso a paso” hecho de hormonas, cirugías, cambios registrales, etc… Esas ideas hay que abandonar. La estandarización de los cuerpos. 

De todas formas, el cisexismo sanitario no opera en el vacío. Pensar eso nos quita precisión, nos quita potencia. Entonces, también es necesario hacerse otras preguntas, por ejemplo, cómo se cruza el cisexismo con la delgadez obligatoria y la patologización de la gordura. ¿A cuántas personas trans se les dice que no pueden usar hormonas porque tienen que adelgazar? En esa línea, les compas de Grasa Trans hicieron un fanzine re copado donde piensan cómo se cruza el sexismo con el adultocentrismo o con la heterosexualidad obligatoria.

Creo que lo primero es hacerse un millón de preguntas para empezar a generar mejores dispositivos de acompañamiento-atención-cuidado.

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—En la línea de discutir el concepto mismo de «accesibilidad» a la salud para las personas trans y travestis, hablas de las múltiples situaciones de violencias naturalizadas que habitan el sistema de salud. ¿Qué estrategias se han dado desde el colectivo LGTTTBIQ+ para mitigar esas violencias? ¿Qué deudas tiene el sistema de salud hoy?

—Hay infinidad de estrategias activistas para la construcción de una salud comunitaria y colectiva. Las personas trans, históricamente, nos hemos acompañado unes a otres en este derrotero áspero que es buscar atención y acompañamiento adecuados en el campo de la salud y en todos. Ahí, las redes de afecto-contención-cuidado son claves para producir una salud colectiva desmedicalizada. Tenemos muchos años de experiencia como colectivo en ese sentido.

En su mayoría, son redes informales que parten de nuestros propios vínculos, nuestros enredos de cariño y cuidado. También hay otras experiencias más formales. Pienso específicamente el recursero.info que es un recursero digital hecho por y para personas trans, donde hay muchas referencias de dispositivos de salud, pero también de educación, de espacios administrativos, de derechos, etc. 

También hay otra experiencia que me encanta, llamada “Autogestionate el Chute”, en la que personas trans se enseñan entre sí a inyectarse hormonas para no depender del personal de salud para hacerlo. En Buenos Aires, también está el colectivo “No tan distintes”, en el que despliegan una mirada integral sobre la salud, que entiende que la vivienda, el afecto, la comida, el abrigo son parte de esta discusión. 

Sobre las deudas del sistema de salud, te diría que hay un millón. Me gustaría ver más estrategias en este sentido. Ya no tanto para producir una política de salud trans específica, sino para descisexualizar el sistema. No apuntar a producir dispositivos y profesionales hiper especializades en atender a las personas trans, sino ir desarmando las concepciones y prácticas cisexistas que operan en todo el sistema de salud. 

La necesidad de impulsar movimientos decisexualizantes no parte únicamente de evitar la formación de guetos o de exotizaciones y marcas de otredad, sino de una convicción de que el cisexismo opera sobre todas las personas, también sobre las personas cis. Me interesa desarmar las lógicas patriarcales del sistema de salud, antes que producir hiper-especializaciones orientadas a, por ejemplo, “las mujeres”, entre muchas comillas. Por ejemplo, creo que también hay que discutir cómo desarmamos la lógica del gordo-odio sanitario antes que impulsar dispositivos para atender a personas gordas. 

—¿Qué contiene para vos la idea de decisexualizar en el ámbito de la salud concretamente? ¿Y en general?  

—El cisexismo es una cosmovisión. Es una manera de describir el mundo, de habitarlo. Un sistema que produce diferencias entre las personas y las jerarquiza. En esa jerarquización, hay una distribución de capitales de forma desigual y muy injusta. Lo primero que tenemos que hacer para quitarnos esas gafas, esa cinta métrica, es desconfiar de lo que pensamos, para identificar dónde está operando el cisexismo. Por ejemplo, cuando nos encontramos con una persona, tendemos a asumir automáticamente su género. 

A partir de nuestros propios prejuicios sobre la masculinidad o la feminidad, tomamos lo que vemos, lo que escuchamos, lo que olemos de esas personas y pensamos que sabemos quiénes son. Es tan lineal como que vemos tetas y asumimos mujer, vemos barba y asumimos varón, vemos unx raritx, asumimos raritx. Es bien burdo. Esas asociaciones no nacen con nosotros, las hemos aprendido. La heterosexualidad obligatoria, el binarismo y el cisexismo son las estructuras que nos han enseñado a pensar y actuar así. 

La decisexualización, entonces, sería el esfuerzo para identificar dónde, en esas formas aprendidas y naturalizadas, están ubicadas esas operaciones y hacer esfuerzos concretos para abandonarlas. Para dejar de reproducirlas.

—Háblame de la categoría de lo trans*.

—El asterisco que acompaña la palabra trans ha sido levantado como bandera en el activismo y en los estudios trans. Justamente, para deshomogeneizar las experiencias trans. El cisexismo tiene una intención constante de transmitir la idea de que todas las personas trans somos iguales. Necesitamos desarmar esa idea. 

Este asterisco se erige para mostrar que, cuando hablamos de lo trans, hablamos también de travestis, de hombres trans, de mujeres trans, de transtortas… de una infinidad de identidades que no podemos enumerar. No podemos armar una lista, porque nunca vamos a poder nombrarlas a todas. Es algo que está en constante movimiento. 

Yo, en el libro, amplío el significado de ese asterisco. Para mí, hay personas que no son cis, porque se han movido de esa categoría. Hay muchas personas que no son cis porque no reconocen el género que les fue impuesto al nacer, pero que tampoco son trans, porque no se identifican como tales. Estas experiencias las conozco, sobre todo, en lesbianas chongas y maricas mostras que están muy lejos de ser personas cis, pero tampoco se identifican como trans. Con esas personas tenemos una deuda. 

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(Imagen: Sebastián Freire)

—¿Cómo es ser trabajador de salud siendo trans? ¿Qué experiencias has podido recolectar en este tiempo? ¿Hay alguna red, colectivo, espacio de personas trans que sean trabajadorxs de salud?

—Creo que no podemos pensarnos por fuera de la interseccionalidad. Yo tengo que reconocer que, además de ser trabajadorx de la salud, soy profesional y eso ya implica una posición particular en la jerarquía institucional de los dispositivos de salud. No es lo mismo que trabajar en seguridad, en recepción, ser tallerista, maestranza o en legales. Son todas posiciones particulares. 

Incluso, podemos hilar más fino. Dentro del sistema de salud, no es lo mismo ser médicx que ser enfermerx, psicólogx, terapista ocupacional o trabajadorx social. Ahí también tenemos distintas posiciones en la jerarquía profesional. 

Sí, soy una persona trans que trabaja en salud y también soy profesional, y esta posición me da una serie de privilegios que me eran quitados por el hecho de ser trans. En ocasiones, si yo opinaba sobre el proceso de atención-acompañamiento-salud-enfermedad de una persona cis, se me escuchaba, pero si opinaba sobre el mismo proceso para un consultante trans, marcando las operaciones del cisexismo del sistema, entones se activaba una forma de cisexismo que deslizaba la idea de que: “Como An es trans, este caso lo toca personalmente”, y eso barría con mis privilegios como profesional. 

Yo tomé la decisión de denunciar y señalar estas estructuras cisexistas dentro del sistema de salud, y, a partir de todas esas situaciones, ver esa atmósfera, me surgió la necesidad de colectivizar y encontrarme con otras personas que tampoco fueran cis y que trabajaran en el sistema de salud. Compartir experiencias, ver dónde se repiten nuestros dolores, dónde nos invalidan, para evidenciar que esta invalidación es sistémica. Así surgió un espacio llamado “Trabajadores inesperades”, un lugar donde nos encontramos para compartirnos, mimarnos, llorar, reír y todas esas cosas que suceden en colectivo cuando vemos que tenemos dolores en común.

*Por Santiago Torrado para La tinta / Imagen de portada: Agencia Presentes.

Palabras claves: An Millet, salud, Trans Travestis y No binaries (TTNB)

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