“O nos renovamos o erramos”: el chavismo de una nueva situación histórica

“O nos renovamos o erramos”: el chavismo de una nueva situación histórica
6 junio, 2022 por Redacción La tinta

Por Lorena Fréitez Mendoza para PH9

De cara a las próximas elecciones presidenciales del 2024, la única certeza de las masas es que quieren un cambio.

Para el PSUV, el cambio es una necesidad y al mismo tiempo es una complejidad. Una necesidad porque debe sortear el desgaste natural de tener más de 20 años en el gobierno. Una complejidad porque necesita cambiar, pero conservando su mayor activo político: el legado de Chávez.

La dimensión del desgaste es esta: haber gobernado con un barril a 100 dólares, disminuir la pobreza garantizando múltiples derechos sociales y económicos, y luego, sin dejar de ser gobierno, haber tenido que gestionar el golpe simbólico y caos social que supuso el derrumbe de muchas de estas políticas y, con ellas, sectores sociales enteros que volvieron a la pobreza o emigraron porque no podían subsistir en Venezuela.

En los tres últimos comicios electorales que ha enfrentado, el PSUV ha salido al paso intentando sacar ventaja de su posición y perfil durante la crisis: vendiendo la idea de que es la única formación política que tiene la fuerza para gobernar un país hecho añicos por la guerra, que, así como pudo vencer el asedio norteamericano, podrá con cualquier cosa; que ha sido la única formación que se movió por garantizar, al menos, una bolsa de comida a los más pobres en los tiempos más duros, la única que “protegió al pueblo”, mientras que Guaidó derrochó en peculio propio el dinero de CITGO, por ejemplo.

La dimensión de la complejidad que enfrenta es esta: conservar el programa redistributivo y de colectivización de Chávez, pero sin la correlación de fuerzas que Chávez alcanzó, es decir, en una nueva situación histórica. Y con el bloque histórico en llamas: habiendo perdido más de 2 millones de votos, sin suficiente liquidez para rearticularse por la vía rápida del clientelismo y con escisiones de partidos aliados insignificantes en términos electorales, pero pesadas en términos ideológicos. Recibiendo fuertes acusaciones sobre el giro económico o ajuste macroeconómico de tinte neoliberal que pragmáticamente ha asumido para intentar salir del colapso económico.

Nicolás Maduro, jefe de Estado, presidente del gobierno y líder del partido, ha asumido el reto. Anuncia la necesidad de una renovación total, repite que es necesario cambiar todo lo que deba ser cambiado sin renunciar al socialismo. Trabaja en publicitar una ruta de cómo puede lograrlo. Ha comenzado su campaña presidencial de aquí a 2024.

Dibuja su estrategia de renovación a doble banda, hacia adentro y hacia fuera: clama por una revolución dentro de la revolución, con impacto en las formas de gobernar, en las formas de organización y en las formas de hacer política, como palanca para producir un renacimiento del país. Aquí el PSUV se define como columna vertebral del país por venir.

La estrategia busca fijar una nueva temporalidad al proyecto revolucionario, una Nueva Época de Transición al Socialismo (NETS), con la cual busca pasar la página de la crisis, atribuirse puntos a favor ante el rebote de la economía y declarar su victoria estratégica sobre el enemigo. Busca recuperar el marco simbólico de rectificación de las 3R de Chávez, de profunda apropiación en las bases chavistas, para reafirmar su inscripción en la doctrina del líder histórico y desde allí reconocer errores, pero no en lógica de expiación, sino de re-moralización. Además, lo hace en un momento donde goza de victorias políticas que le permiten darse el lujo de abrir el espacio para el debate estratégico.

También, vende un método de gobierno que busca “ser la tumba del burocratismo” y sobre todas las cosas “conectar con el pueblo”, centralizando digitalmente demandas que le “llegan directamente al presidente” y son resueltas en tiempo récord: el 1×10 del Buen Gobierno, metodología electoral del PSUV que se extrapola a la gestión pública.

Por último, trabaja, con un perfil más bajo, en el diálogo político con la oposición, espacio del que pretende conseguir la flexibilización de las sanciones económicas norteamericanas y construir el arreglo electoral que le sea más favorable para las próximas elecciones presidenciales.

Esta estrategia de renovación podría restringirse a una gran operación de marketing político basada en un instrumento de digitalización de la gestión pública. Sin embargo, sin perspectivas claras sobre el control que podrá tener sobre la economía y dado el fuerte énfasis puesto en la formación y en la necesidad de “prepararse para ganar la batalla cultural, la batalla de ideas” -sobre todo, en las reuniones públicas con el Comando Central Bolivariano del PSUV-, es claro que Nicolás Maduro asume, tal como lo hiciera Lenin y Fidel, que, para conseguir la victoria del 2024, el frente ideológico-cultural se convierte en un tejido decisivo para avanzar en cualquier dirección.


Está manifestando que lo que se tiene enfrente son, sobre todo, tareas hegemónicas vinculadas a la rearticulación del bloque histórico legado por Chávez: 1) cerrar las heridas ideológicas producidas por la guerra política y la crisis económica sobre la “mentalidad socialista” de masas formadas por Chávez, 2) superar y ganar la tensión programática que la izquierda chavista mantiene abierta al denunciar el giro neoliberal del programa económico del gobierno, 3) recuperar el conflicto de clase como motor de politización del chavismo, hoy desdibujado por alianzas con clases propietarias que se han convertido en aliadas para superar la crisis, 4) re-entusiasmar a bases desmovilizadas y desmoralizadas ante el disciplinamiento del debate y el castigo político a la crítica.


Dice Gramsci que si se pasa a la “guerra de posiciones” o de asedio, se deben movilizar todos los recursos de la hegemonía del Estado en tanto se está en una fase culminante de la crisis histórica, porque cuando se obtenga la victoria, esta será decisiva. Una guerra de estas características “requiere sacrificios enormes y masas inmensas de población; por eso hace falta en ella una inaudita concentración de la hegemonía y, por tanto, una forma de gobierno más ‘intervencionista’, que tome más abiertamente la ofensiva contra los grupos de oposición y organice permanentemente la ‘imposibilidad’ de disgregación interna, con controles de todas clases, políticos, administrativos, etc., consolidación de las ‘posiciones’ hegemónicas del grupo dominante, etc.”.

Claramente, entre 2015 y 2021, el conflicto político en Venezuela se jugó en los términos del todo o nada, una guerra por posiciones definitivas, Miraflores o nada. Ese escenario de asedio, con márgenes muy estrechos de maniobra, le exigió al PSUV una “inaudita concentración de la hegemonía del Estado”, formas verticalizadas de gobierno que, si bien le supuso grandes sacrificios políticos (muchas deserciones) y económicos (pobreza y migraciones), por otro lado, le permitió mantener y defender sus posiciones. Bajo este esquema, pudo tomar decisiones programáticamente contradictorias en el campo económico, mantener bajo control el agudo conflicto social consecuente y disciplinar políticamente a sus bases, pese a ocasionar desmovilización y pasivización social, sin embargo, pudo conservar 4 millones de votos de su base de apoyo electoral.

¿Hoy, este intervalo donde gana margen de maniobra, es momento propicio para pasar a la construcción de consensos activos para adentrarse a una batalla decisiva? Parece que Nicolás Maduro dice sí, es ahora.

¿Por qué el PSUV entra a un momento gramsciano e intenta volver a abrir un debate de tipo estratégico sobre el rumbo de la revolución?

La primera razón es numérica. 4 millones de votos son insuficientes para ganar las próximas elecciones presidenciales que se avecinan. Si la división de la oposición no es posible, al chavismo le será preciso reconstruir la mayoría electoral con la que contaba en 2013 cuando ganó con 7 millones 500 mil votos. Por eso, esta ha sido la primera tarea que el líder del partido ha encomendado a la dirección nacional del PSUV.

La segunda razón es instrumental. Sin elecciones en los próximos dos años, reducido el conflicto político interno y ante una posible flexibilización de sanciones que desinflen la idea del enemigo externo, el chavismo queda solo frente al espejo de la gestión pública, razón por la cual trabajar para optimizar la gestión del gobierno se convierte en una tarea fundamental en los meses por venir. Por eso, lo primerísimo ha sido el lanzamiento del método del 1×10 del Buen Gobierno que se resume a una estrategia de centralización digital de denuncias en las escalas individuales y colectivas, cuya sistematización en el ejecutivo permitirá ejercer contraloría desde arriba a la función pública aguas abajo.

La tercera razón es política. La necesidad de rearticular nuevos consensos y bajar la coerción es vital para la sostenibilidad del proyecto. La irreversibilidad de la revolución depende de la aceptación de amplios sectores del proyecto de sociedad que propone. La violencia del Estado, mucha de la cual recae sobre jóvenes de los sectores populares donde anidan sus votos, es insostenible de cara a unas elecciones presidenciales. Es por eso que reconstruir el consenso social y reordenar el conflicto político le implica al PSUV recodificarlo en las variantes de sentido común que ha dejado la crisis, sin perder las coordenadas ideológicas del socialismo bolivariano, asunto no resuelto todavía. Hoy, el PSUV se debate entre adaptarse a las leyes fácticas de una sociedad dominada por la lógica del capital y las banderas igualitaristas y colectivistas de Chávez, pero sin renta petrolera.

Para reconstruir una mayoría social, política y electoral, es decir, trabajar políticamente fuera de las fronteras del PSUV, primero, se requiere re-entusiasmar a las bases del partido, quienes serán las que harán este trabajo, pero están clamando por mayor democracia interna. De allí, se entienden las primarias por la base, la limpieza ética, la renovación de autoridades, la simplificación de estructuras. Sin embargo, la democracia interna y la propia politización de masas afectas al chavismo, pero hoy descontentas con el PSUV, pasan por un trabajo de apertura de un tipo de debate y el desarrollo de decisiones donde: 1) se supere la división entre economía y política que ha venido gobernando los debates internos, 2) se apueste un fortalecimiento real del poder popular que traerá como consecuencia inevitable la autonomía política de sectores sociales y territorios con quienes no se podrán seguir manteniendo relaciones políticas de tutela, sino de alianzas políticas de respeto y diálogo, 3) se rescate el poder de la democracia del voto en todas las escalas políticas del proyecto: desde el consejo comunal hasta la presidencia de la república.

A la luz de estas necesidades, la NETS pudiera leerse no solo como el punto de partida de un objetivo político electoral. Pudiera haber más. Subsiste un objetivo estratégico que busca ampliar los límites políticos de la revolución, rodando líneas rojas del programa estratégico diseñado por Chávez, esas definiciones que, según el “chavismo realista”, hoy no pueden ser implementadas.

La guerra de posiciones es una guerra de fronteras políticas, sobre lo que se torna pensable, posible, para un proyecto nacional. Con la variación de cada frontera política resultante de la guerra cambia la identidad de los actores del enfrentamiento. Es evidente que la guerra ha cambiado al chavismo. Siendo así, ¿la tarea de esta campaña electoral será producir un marco de interpretación sobre este cambio, que convenza a las masas chavistas de que, pese a todas las transformaciones, se sigue siendo chavista? Mientras tanto, al mismo tiempo, ¿este marco también buscará sumar a sectores antichavistas que pudieran ver en el PSUV una rectificación programática? Si esto es así, ¿esta campaña, por ejemplo, debería convencer a los chavistas de que la reprivatización de tierras y empresas públicas es una salida necesaria y efectiva para superar la crisis, y que es lo que hubiese hecho Chávez en esta nueva situación histórica?

Quizá con esta estrategia, Maduro, en vez de reconstruir el bloque de alianzas sociales legado por Chávez, produzca una nueva configuración social y política, un nuevo bloque histórico, que tendrá su programa, sus prioridades y sus tácticas. Al respecto, las preguntas que quedan en el aire son: ¿este nuevo chavismo podrá rearticular la unidad del chavismo inicial? ¿Este nuevo bloque histórico será el que finalmente garantice la perdurabilidad del proyecto histórico de la revolución bolivariana que soñó Hugo Chávez? Todo sigue en pleno desarrollo.

*Por Lorena Fréitez Mendoza para PH9 / Imagen de portada: PH9.

Palabras claves: Hugo Chávez, Venezuela

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