Un mundo feliz, todo está bajo control

Un mundo feliz, todo está bajo control
9 junio, 2022 por Redacción La tinta

Por Manuel Allasino para La tinta

Un mundo feliz es una novela del escritor Aldous Huxley, publicada en el año 1932. Con ferviente ironía, el autor plasma una sombría metáfora sobre el futuro, en donde muchas de las previsiones se han materializado, acelerada e inquietantemente, en los últimos años. Los peores vaticinios se cumplieron: triunfan los dioses del consumo y la comodidad, y las personas se organizan en zonas de aparente seguridad y estabilidad. 

La distopía de Huxley anticipa el desarrollo en tecnología reproductiva y cultivos humanos. Como así también el manejo y control de las emociones por medio de drogas (soma) que, combinadas, cambian radicalmente la sociedad.

Con un lenguaje que fusiona humor con letras del alfabeto griego, el autor nos sumerge en una historia en donde la guerra y la pobreza han sido erradicadas, y todas las “personas” son permanentemente felices; pero eso fue alcanzado a cambio de eliminar la diversidad cultural, el arte, el avance de la ciencia, la literatura, la filosofía y el amor.

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“El director señaló a un lado. En una ancha cinta que se movía con gran lentitud, un portatubos enteramente cargado se introducía en una vasta caja de metal, de cuyo extremo surgía otra portatubos igualmente repleto. El mecanismo producía un débil zumbido. El director explicó que los tubos de ensayo tardaban ocho minutos en atravesar aquella cámara metálica. Ocho minutos de rayos X era el período máximo que los óvulos podían soportar. Unos pocos morían; los menos aptos de los restantes se dividían en dos, después eran llevados a las incubadoras, donde los nuevos brotes empezaban a desarrollarse; luego, al cabo de dos días, se les sometía a un proceso de congelación y se detenía su crecimiento. Dos, cuatro, ocho, los brotes, a su vez, daban nuevos brotes; como consecuencia de ello, volvían a subdividirse    –brotes de brotes de brotes- y después se les dejaba desarrollar libremente, puesto que una detención en su crecimiento solía resultar fatal. Pero, a aquellas alturas, el óvulo original se había convertido en un número de embriones que oscilaba entre ocho y noventa y seis, un prodigioso adelanto, hay que reconocerlo, con respecto a la naturaleza. Mellizos idénticos, pero no en ridículas parejas, o de tres en tres, como en los viejos tiempos vivíparos cuando un óvulo se escindía de vez en cuando, accidentalmente; mellizos por docenas, por veintenas a un mismo tiempo. –Veintenas –repitió el director; y abrió los brazos como si estuviera repartiendo generosas dádivas-. Veintenas. Uno de los estudiantes fue lo bastante estúpido para preguntar en qué consistía la ventaja. -¡Pero, hijo mío! –exclamó el director, volviéndose bruscamente hacia él-. ¿De veras no lo comprende? ¿No puede comprenderlo? –Levantó una mano con expresión solemne-. El método Bokanovsky es uno de los mayores instrumentos de la estabilidad social. <<Uno de los mayores instrumentos de la estabilidad social>>. Hombres y mujeres estandarizados, en grupos uniformes. Todo el personal de una fábrica podía ser el producto de un solo óvulo bokanovskisificado.            -¡Noventa y seis mellizos trabajando en noventa y seis máquinas idénticas! –La voz del director casi temblaba de entusiasmo-. Sabemos muy bien adónde vamos. Por primera vez en la historia. –Y continuó citando la divisa planetaria-: <<Comunidad, Identidad, Estabilidad>>. –Grandes palabras-. Si pudiéramos bokanovskificar indefinidamente, el problema estaría resuelto. Resuelto por Gammas en serie, Deltas invariables, Epsilones uniformes. Millones de mellizos idénticos. El principio de la producción en masa aplicado, por fin, a la biología. –Pero por desgracia –añadió el director- no podemos bokanovskisificar indefinidamente. Al parecer, noventa y seis era límite, y setenta y dos un buen promedio. Lo más que se podía conseguir era manufacturar tantos grupos de mellizos idénticos como fuese posible a partir del mismo ovario y con gametos del mismo macho. Y aun esto era difícil. –Porque, por vías naturales, se necesitan treinta años para que doscientos óvulos alcancen la madurez. Pero nuestra labor consiste en estabilizar la población en este momento, aquí y ahora. ¿De qué nos serviría producir mellizos con cuentagotas a lo largo de un cuarto de siglo? Evidentemente de nada. Pero la técnica de Podsnap había avanzado mucho en el proceso de la maduración. Ahora se conseguía como mínimo la producción de ciento cincuenta óvulos maduros en dos años. Fecundación y bokanovskificación –es decir, multiplicación por setenta y dos- aseguraban una producción media de casi once mil hermanos y hermanas en ciento cincuenta grupos de mellizos idénticos; y todo ello en el plazo de dos años. –Y, en casos excepcionales, podemos lograr que un solo ovario produzca más de quince mil individuos adultos. Se volvió hacia un joven rubio y coloradote que en aquel momento pasaba por allá, y lo llamó: -Mr. Foster. ¿Puede decirnos cuál es la marca de un solo ovario? –Dieciséis mil doce en este Centro –contestó Mr. Foster sin vacilar. Hablaba con gran rapidez, tenía unos ojos azules muy vivos, y era evidente que le producía un intenso placer citar cifras-. Dieciséis mil doce, en ciento ochenta y nueve grupos de mellizos idénticos. Pero se ha conseguido mucho más –prosiguió atropelladamente- en algunos centros tropicales. Singapur ha producido a menudo más de dieciséis mil quinientos; y Mombasa ha alcanzado la marca de los diecisiete mil. Claro que tienen muchas ventajas sobre nosotros. ¡Deberían ustedes ver cómo reacciona un ovario de negra a la pituitaria! Es algo asombroso, cuando uno está acostumbrado a trabajar con material europeo. Sin embargo –agregó riendo (aunque en sus ojos brillaba el fulgor del combate y de su barbilla se deducía un gesto retador)-, nos proponemos batirles, si podemos. Actualmente estoy trabajando en un maravilloso ovario Delta-Menos. Sólo cuenta dieciocho meses de antigüedad. Ya ha producido doce mil setecientos hijos, decantados o en embrión. Y sigue fuerte. Todavía le ganaremos”.

Un mundo feliz comienza con la visita de un grupo de estudiantes a la central de condicionamiento de Londres, donde un científico les muestra la técnica de la reproducción artificial: la organización de la sociedad está determinada desde el nacimiento. El estado mundial manipula la reproducción para garantizar “personas” perfectamente adaptadas a su posición social: las Alfa están destinadas a la dirigencia y las Épsilon son diseñadas para las tareas más peligrosas y repetitivas.  

Los dos personajes principales, Lenina Crowne y Bernard Marx, representan dos opuestos de esta nueva sociedad: Lenina es la perfecta ciudadana, feliz, “neumática” e incapaz de ejercer su libertad de pensamiento. Por su parte, Bernard tiene algo del forastero, intelectualmente más listo que los demás. Su inteligencia hace que no responda al condicionamiento, pero físicamente es más pequeño que el Alfa medio. 

“El ascensor estaba lleno de hombres procedentes de los Vestuarios Alfa, y la entrada de Lenina provocó muchas sonrisas cómplices. Lenina era una chica muy popular, por lo que en una u otra ocasión, había pasado alguna noche con casi todos ellos. <<Buenos muchachos –pensaba Lenina Crowne, al tiempo que correspondía a sus saludos-. ¡Encantadores! Sin embargo, hubiese preferido que George Edzel no tuviera las orejas tan grandes. Quizá le administraron una gota de más de paratiroides en el metro 328>>. Y mirando a Benito Hoover recordó que le había parecido demasiado peludo cuando se quitó la ropa. Al volverse, con los ojos un tanto entristecidos por el recuerdo de la rizada negrura de Benito, vio en un rincón el cuerpecillo canijo y el rostro melancólico de Bernard Marx. -¡Bernard! –exclamó, acercándose a él-. Te buscaba. Su voz sonó muy clara por encima del zumbido del ascensor. Los demás se volvieron con curiosidad. –Quería hablarte de nuestro plan de Nuevo México. Por el rabillo del ojo vio que Benito Hoover se quedaba boquiabierto. <<¡Seguro que está esperando que le pida para salir otra vez!>>, se dijo Lenina. Luego, en voz alta, y con más valor todavía, prosiguió: -Me encantaría ir contigo toda una semana en julio. –En todo caso, estaba demostrando públicamente su infidelidad para con Henry. Fanny debería aprobárselo aunque se tratara de Bernard-. Es decir, si todavía sigues deseándome –acabó Lenina dirigiéndole la más deliciosa de sus sonrisas. Bernard se sonrojó. <<¿Por qué?>>, se preguntó Lenina, asombrada pero al mismo tiempo conmovida por aquel gesto que reconocía su atractivo. -¿No sería mejor que habláramos en otro momento? –tartamudeó Bernard, mostrándose terriblemente turbado. <<Como si le hubiese dicho alguna inconveniencia –pensó Lenina-. No se mostraría más confundido si le hubiese dirigido una broma sucia, si le hubiese preguntado quién es su madre, o algo por estilo>>. –Me refiero a que…, con toda esta gente por aquí… La sonrisa de Lenina fue franca y totalmente ingenua. -¡Qué divertido eres! –dijo; y de veras lo encontraba divertido-. Espero que por lo menos me avises con una semana de antelación –prosiguió en otro tono-. Supongo que tomaremos el cohete azul del Pacífico. ¿Despega de la Torre de Charing-T? ¿O de Hampstead? Antes de que Bernard pudiera contestar, el ascensor se detuvo. El ascensorista era una criatura simiesca, que lucía la túnica negra de un semienano Epsilon-Menos. -¡Azotea! –dijo mientras abría las puertas de par en par. La cálida luz de la tarde le sobresaltó y le obligó a parpadear. ¡Oh, azotea! –repitió, como un éxtasis. Era como si súbita y alegremente hubiese despertado de un sombrío y anonadante sopor-. ¡Azotea! Con una especie de perruna y expectante adoración levantó la cara para sonreír a sus pasajeros. Entonces sonó un timbre, y desde el techo del ascensor un altavoz empezó, en tono suave pero imperioso, a dictar órdenes… -Baja –dijo-. Baja. Planta decimoctava. Baja, baja. Planta decimoctava. Baja, ba… El ascensorista cerró de golpe las puertas, pulsó un botón e inmediatamente se sumergió de nuevo en la luz crepuscular del ascensor; la luz crepuscular de su habitual estupor. En la azotea reinaban la luz y el calor. La tarde veraniega vibraba al paso de los helicópteros que cruzaban los aires; y el ronroneo más grave de los cohetes aéreos que pasaban veloces, invisibles, a través del cielo brillante, era como una caricia en el aire suave. Bernard Marx hizo una aspiración profunda. Levantó los ojos al cielo, miró luego hacia el horizonte azul y finalmente al rostro de Lenina. -¡Qué hermoso! Su voz temblaba ligeramente. –Un tiempo perfecto para el golf de obstáculos                –contestó  Lenina-. Y ahora, tengo que irme corriendo, Bernard. Henry se enfada si le hago esperar. Avísame con tiempo. Agitando la mano, Lenina cruzó corriendo la espaciosa azotea en dirección a los cobertizos. Bernard se quedó mirando el guiño fugitivo de las medias blancas, las atezadas rodillas que se doblaban en la carrera con vivacidad, una y otra vez, y la suave ondulación de los ajustados pantalones de pana bajo la chaqueta verde botella. En su rostro apareció una expresión dolorida. -¡Estupenda chica! –dijo una voz fuerte y alegre detrás de él. Bernard se sobresaltó y se dio la vuelta. El rostro regordete y rojo de Benito Hoover le miraba sonriendo, desde arriba, con manifiesta cordialidad. Todo el mundo sabía que Benito tenía muy buen carácter. La gente decía que hubiese podido pasar toda la vida sin probar el soma. La malicia y los malos humores que obligaban a los demás a tomarse vacaciones nunca se habían apoderado de él. Para Benito, la realidad era siempre alegre y sonriente. -¡Y neumática, además! ¡Y cómo! –Luego prosiguió en otro tono-: Pero pareces melancólico. Lo que necesitas es un gramo de soma. –Hurgando en el bolsillo derecho de sus pantalones, sacó un frasquito-. Un solo centímetro cúbico cura diez sentí… Pero, ¡eh! Bernard, súbitamente, había dado media vuelta y se había marchado corriendo. Benito se quedó mirándolo. <<¿Qué demonios le pasa a ese tipo?>>, se preguntó y decidió que todo aquello que contaban de que alguien había introducido alcohol en el sucedáneo de la sangre debía de ser cierto. <<Le afectó el cerebro, supongo>>. Volvió a guardarse el frasco de soma. Sacó un paquete de goma de mascar a base de hormona sexual, se llevó una pastilla a la boca y, masticando, se dirigió hacia los cobertizos”.

Un mundo feliz de Aldous Huxley es una novela en la que todo es parte del sistema de producción, incluso las personas. Los habitantes de este nuevo mundo son procreados in vitro a imagen y semejanza de una cadena de montaje. 

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Sobre el autor 

Aldous Leonard Huxley (1894-1963) fue un escritor y filósofo británico que emigró a los Estados Unidos. Publicó  novelas y ensayos, pero también relatos cortos, poesías, libros de viajes y guiones. Es considerado uno de los más importantes representantes del pensamiento moderno.

*Por Manuel Allasino para La tinta / Imagen de portada: A/D.

Palabras claves: Aldous Huxley, Novelas para leer

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