“Sin trabajos de cuidado, no hay vida posible”

“Sin trabajos de cuidado, no hay vida posible”
Nadya Scherbovsky
5 mayo, 2022 por Nadya Scherbovsky

El gobierno nacional presentó «Cuidar en Igualdad», un proyecto de ley para la creación del Sistema Integral de Políticas de Cuidados de Argentina (SINCA), que aborda el reconocimiento de las tareas de cuidado como una necesidad, un trabajo y un derecho. Ahondamos en algunos detalles y alcances de esta iniciativa.

Por Nadya Scherbovsky para La tinta

¿Qué es el trabajo de cuidado? Son todas las actividades que hacemos a diario para asegurar nuestra subsistencia y la de lxs demás. Cocinar, limpiar, ordenar, hacer las compras o estar al cuidado de niñxs, personas mayores o personas con discapacidad que requieran apoyos de algún tipo. Son tareas relacionadas con la reproducción, el bienestar y el sostenimiento de la vida, porque todas, todes y todos fuimos, somos y seremos cuidadxs en algún momento de nuestra vida”. Así comienza el documento de presentación de la propuesta emitido por el Ejecutivo nacional, el Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad, y el Ministerio de Trabajo, Empleo y Seguridad Social. 

Esta iniciativa surge de la lucha que las organizaciones feministas y transfeministas hace años vienen impulsando para que se reconozca el trabajo de cuidados, muchas veces invisibilizado y no remunerado. Generalmente, realizado por identidades no masculinizadas, centrado en la crianza y el cuidado de personas mayores y con discapacidad.  

“Este tipo de políticas, por un lado, promueven la redistribución de género de las tareas de cuidados al interior de las familias y, por otro, socializan parte del trabajo de cuidados. Tienen consecuencias concretas en las realidades materiales de las personas y pueden contribuir a reducir asimetrías. Pero son también políticas que tienen consecuencias a nivel simbólico, porque permiten visibilizar la importancia social de un trabajo que por mucho tiempo no fue reconocido como tal. Un trabajo que no solo es imprescindible como condición de posibilidad para todas las actividades productivas, sino que, además, explica en unos casos y profundiza en otros muchas de las desigualdades de género”, explica Sol Minoldo, socióloga, investigadora del CONICET y especialista en Previsión Social, al ser consultada sobre el proyecto de ley.

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(Imagen: Diana Segado)

En Argentina, el 10% de las personas mayores de 60 años se encuentra en situación de dependencia básica. En un 77%, este cuidado recae sobre las familias y, en particular, sobre las mujeres. Aproximadamente 126.000 personas necesitan un alto grado de apoyos y asistencia directa para la vida diaria por una discapacidad importante. Aproximadamente, el 95% de lxs niñxs de 0 a 2 y el 60% de lxs niñxs de 3 años no asisten a establecimientos educativos y de cuidados. El 45% de los jardines o escuelas infantiles no cuenta con sala de 3 años. La mitad de las mujeres con niñxs menores de 3 años están fuera del mercado laboral y, por lo tanto, sin ingresos propios.

En la Encuesta Anual de Hogares Urbanos (EAHU), se pregunta por el tiempo social promedio dedicado al trabajo de cuidado no remunerado. En 2014, las mujeres pasaban 5.7 horas por día haciendo trabajo de cuidado no remunerado mientras que los varones dedicaban en promedio solo 2 horas diarias. De otras identidades, no hay registro. En la pandemia, de acuerdo con el Estudio sobre el impacto de la COVID-19 en los hogares del Gran Buenos Aires realizado por INDEC, la carga de cuidado aumentó y fue absorbida sobre todo por las mujeres, en el 65% de los casos. Esa feminización del trabajo gratuito de cuidado es lo que conocemos como feminización de la pobreza, ya que conlleva a desempleo o, por los tiempos disponibles, a que solo puedan tomarse trabajos informales sin tener derechos laborales básicos. “Así, las mujeres, al ocuparse de la mayor parte del trabajo de cuidados dentro de la familia, muchas veces no tienen acceso a un ingreso propio o bien tienen un acceso muy condicionado porque la inversión es parcial, otras veces intermitente o la participación en el trabajo remunerado es a un alto costo, que tiene que ver con la doble jornada”, agrega Sol. Un dato escalofriante es que 7 de cada 10 hogares que dedican horas diarias de cuidado a niñxs de hasta 14 años son hogares pobres. 

El gobierno nacional esgrime que esta propuesta es necesaria en este momento por el mayor envejecimiento de la población y su consecuente requerimiento de cuidados, y también agrega que “el peso de la población con algún grado de dependencia (niñxs y personas mayores o con discapacidad en algunos casos) es menor que el de las personas potencialmente activas. Esta es una oportunidad única para el desarrollo del país y para el crecimiento. Para eso, se necesita que la mayor cantidad de mujeres puedan salir a trabajar de forma remunerada. Es la única manera de aprovechar esta ‘ventana de oportunidad’ por la que las sociedades pasan una única vez en su historia. Es necesario invertir a tiempo en políticas de cuidado garantizando el acceso universal a servicios e infraestructura antes de que las familias ya no puedan hacerse cargo”. De aquí viene un gran interrogante, ¿la propuesta tiene la intención de reconocer una necesidad, un derecho, una lucha histórica o bien sigue siendo funcional a este sistema capitalista y patriarcal que necesita mayor productividad y ganancia para que la rueda gire?

En diálogo con La tinta, Paola Bonavitta, investigadora del CONICET y de El Telar -Comunidad de Pensamiento Feminista Latinoamericano-, nos comparte sus percepciones sobre esta propuesta.  

—Ayer, se lanzó el proyecto de ley «Cuidar en Igualdad» por el Ejecutivo nacional, avanzando en una serie de puntos en relación a la desigualdad en estas tareas, ¿te parece un avance significativo? ¿Por qué?

—Sí, hay un reconocimiento de la crisis de los cuidados que las feministas vienen denunciando desde los años 70-80, pero que quedó en evidencia durante la pandemia del COVID-19. Sin trabajos de cuidado, no hay vida posible, la vida se sostiene a partir de que hay cuidadoras. Que el Estado intervenga con políticas públicas para, de alguna manera, contribuir a la regulación de los trabajos de cuidado es un avance importante. Nos permite evidenciar que los cuidados no son responsabilidad exclusiva de mujeres y de sujetxs plurales feminizadxs. Esta medida puede contribuir en una mejor distribución de las tareas de cuidado dentro del hogar, ampliar los derechos de las familiares y lograr una mejor inserción laboral de las mujeres.

No obstante, es necesario que el Estado avance en un sistema integral y federal de cuidados involucrando al Estado, comunidad, mercado y familias, de manera que confluyan en un esquema donde se valore el trabajo doméstico y de cuidado, y se permita reducir su carga a través de la disponibilidad de opciones para suplir las necesidades de cuidado. Pensar en un cuidado co-responsable y co-parental implica extender mucho más que proporcionalmente la licencia por paternidad y crear las licencias familiares. Hoy, al ser la licencia por maternidad mucho más larga que la licencia por paternidad, se contribuye a la injusta sobrecarga de las mujeres en tareas de cuidado y a la discriminación por género en el mercado laboral.

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(Imagen: Diana Segado)

—Uno de los puntos centrales del proyecto tiene que ver con la ampliación de licencia por paternidad, ¿qué hay que tener en cuenta para que eso sea realmente una forma de repartir las tareas?

—Argentina es uno de los países más atrasados del mundo con respecto a la igualdad en licencias por maternidad y paternidad. De los países de la región que cuentan con licencias por paternidad, solo Guatemala tiene 2 días, como Argentina. Le siguen Bolivia, Panamá y El Salvador (3), Chile, Brasil y México (5), Ecuador (10), Uruguay (13) y Colombia y Venezuela (14).

Esos dos días dan cuenta del atraso respecto a otros países y pone el foco en la corresponsabilidad en torno a los cuidados, las políticas públicas depositan en las mujeres toda la responsabilidad de los cuidados. En nuestro territorio, las políticas de conciliación de la vida laboral y familiar son débiles. Esto tiene su raíz en que se piensan como políticas públicas que protegen a las mujeres trabajadoras y no se están visualizando como políticas para los hogares. Esto vuelve a reforzar el papel de las mujeres como principales cuidadoras. Asimismo, considerando las políticas de conciliación, no existen acciones que incentiven el mayor involucramiento de los varones en el cuidado. Esta nueva reglamentación aportaría a una división del trabajo de cuidado. No obstante, es necesario también la apuesta por la reflexión, por los cambios en las masculinidades, por la comprensión de que cuidar a alguien –en este caso, hijes- no es responsabilidad solamente de las mujeres, sino que las crianzas deben ser colectivas, comunitarias. No sirve de nada ampliar los días de licencia si los varones siguen entendiendo que la alimentación o el cambio de pañal o no dormir por las noches son tareas de las madres o de las abuelas. Esta política pública representa un avance en materia de igualdad en los cuidados, no obstante, no es suficiente si no cambiamos las masculinidades hegemónicas y las construcciones tradicionales de un varón que provee y no propensa tiempo, cuidados y afectos. Sabemos que cuando un padre participa con una presencia comprometida y de calidad en el cuidado y crianza de sus hijos e hijas, hace una diferencia en su desarrollo psicosocial, mejorando indicadores académicos, socioafectivos, de autoestima y salud mental. 

Las personas no somos propiedad privada y, por tanto, tampoco lo son los cuidados. Es importante generar acuerdos hacia el interior de las familias, pero también hacia fuera, hacia la comunidad que necesita contemplar la sostenibilidad de la vida. También sensibilizar en torno a esta temática, sobre todo a las masculinidades, para que abandonen la idea de que cuidar es una responsabilidad biológicamente determinada y que el compromiso es absolutamente universal. Ello, seguramente, nos llevará a discusiones sobre los modelos de trabajadores ideales y sobre el mundo del trabajo tal como lo conocemos en nuestros territorios. Discusiones profundas y necesarias para reordenar los tiempos sociales de trabajo y reajustarlos en vinculación con los tiempos de los espacios de cuidado (guarderías, jardines y escuelas). Cambiar la relación entre mercados, familias y trabajos, puesto que no es suficiente con asegurar la incorporación de las mujeres al mundo del trabajo, sino que se trata también de asegurar su desarrollo profesional y personal sin por ello acumular jornadas laborales sobre sus cuerpos.

—Si bien el debate en estos días está centrado en este proyecto de ley, ¿qué otras aristas en torno al trabajo de reproducción de la vida te parece que son urgentes de abordar?

—Es importante abordar los cuidados de las vejeces y de personas discapacitadas. Los cuidados están vinculados finalmente a la propiedad privada y las personas sin autonomía parecieran ser responsabilidad y propiedad de las mujeres -son ellas quienes se hacen cargo en todas las familias de cuidar a las personas no autónomas o con autonomía reducida-. Se debe abordar una corresponsabilidad o una responsabilidad familiar, pero también incluir a otros actores: mercado, Estado, las comunidades, las obras sociales, por ejemplo, que tienen que reunir recursos para la salud de las vejeces o de discapacitades, y generalmente no atienden a estas demandas o no lo hacen en los tiempos en que se los requiere. Por ejemplo, no cuentan con prótesis o con sillas de ruedas de forma inmediata, no contemplan los cuidados de acuerdo a una mirada integral de la salud.

—¿Creés que hoy se han corrido algunos límites de la masculinidad para pensar y visibilizar estas temáticas que los atraviesan a ellos en sus privilegios? 

—Lo que vengo experimentando con los talleres de varones es que surge rápidamente la preocupación sobre el tema de la paternidad. Hay mucha conciencia de que las tareas domésticas implican e insumen mucho tiempo. Ahora bien, cuando una desmenuza ese tema, se encuentra que la paternidad aparece como preocupación en tanto y en cuanto está vinculada al disfrute: ¿cuántas horas paso con mi hijo? ¿Cuánto lo conozco? ¿Cuánto voy a la plaza con él? Pero no aparece el cómo te va en la escuela, en las problemáticas en que es necesario abordar, en la puesta de límites. Todo ese universo sí está sujeto a las mujeres y cuerpos feminizados. Entonces, me parece que no se está teniendo, desde un ángulo feminista, el debate del cuidado y las tareas domésticas, o, al menos, que vaya a la raíz de esta injusta distribución de las tareas del cuidado porque termina siendo una forma de re-redistribuir las tareas afectivas más vinculadas al disfrute de les hijes y no tanto a las partes de la responsabilidad y obligaciones. Hay muy poco o ningún debate sobre el cuidado de les adultes mayores, sobre las personas con discapacidad, el debate incluso sobre la propia discapacidad y de la discapacidad de las personas que amamos. Hay que pensar que la masculinidad tiene como eje central de su posición la idea de la autonomía absoluta.

*Por Nadya Scherbovsky para La tinta / Imagen de portada: Diana Segado.

Palabras claves: paternidad, trabajo de cuidados

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