Como agua para chocolate, recetas, amores y remedios caseros

Como agua para chocolate, recetas, amores y remedios caseros
12 mayo, 2022 por Redacción La tinta

Por Manuel Allasino para La tinta

Como agua para chocolate es una novela de la escritora Laura Esquivel, publicada en el año 1989. A través de un preciso realismo mágico, la autora nos sumerge en la ciudad fronteriza de Piedras Negras en el Estado de Cohauila, México, durante la época de la revolución mexicana. 

Tita, el personaje principal de la novela, es la última de tres hermanas y, cuando nació, no paraba de llorar. Lo único que calmaba su llanto era el olor a sopa, por eso, se crió prácticamente con Nacha, la cocinera de la casa. Creció rodeada de olores de especias, leche hervida, ajos y cebolla; y adquirió un fuerte vínculo de amor con la cocina. A los 15 años, se enamoró perdidamente de Pedro, pero, por ser la menor de la familia y conforme a una extraña tradición familiar, tenía prohibido casarse. Su misión era cuidar de su madre en la vejez. 

Con una exquisita calidad literaria y al compás de un recetario que apela al estómago como vía para alcanzar lo más profundo del corazón, Laura Esquivel nos retrata la historia de amor de Tita y Pedro con la pasión incendiaria de los amantes que todo lo arriesgan. 

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“Sin embargo, Tita no estaba conforme. Una gran cantidad de dudas e inquietudes acudían a su mente. Por ejemplo, le agradaría tener conocimiento de quién había iniciado esta tradición familiar. Sería bueno hacerle saber a esta ingeniosa persona que en su perfecto plan para asegurar la vejez de las mujeres había una ligera falla. Si Tita no podía casarse ni tener hijos, ¿quién la cuidaría entonces al llegar a la senectud? ¿Cuál era la solución acertada en estos casos? ¿O es que no se esperaba que las hijas que se quedaban a cuidar a sus madres sobrevivieran mucho tiempo después del fallecimiento de sus progenitoras? ¿Y dónde se quedaban las mujeres que se casaban y no podían tener hijos, quién se encargaría de atenderlas? Es más, quería saber, ¿cuáles fueron las investigaciones que se llevaron a cabo para concluir que la hija menor era la más indicada para velar por su madre y no la hija mayor? ¿Se había tomado alguna vez en cuenta la opinión de las hijas afectadas? ¿Le estaba permitido al menos, si es que no se podía casar, el conocer el amor? ¿O ni siquiera eso? Tita sabía muy bien que todas estas interrogantes tenían que pasar irremediablemente a formar parte del archivo de preguntas sin respuesta. En la familia De la Garza se obedecía y punto. Mamá Elena, ignorándola por completo, salió muy enojada de la cocina y por una semana no le dirigió la palabra. La reanudación de esta semicomunicación se originó cuando, al revisar los vestidos de casa una de las mujeres había estado cosiendo, Mamá Elena descubrió que, aun cuando el confeccionado por Tita era el más perfecto, no lo había hilvanado antes de coserlo. -Te felicito -le dijo, las puntadas son perfectas, pero no lo hilvanaste, ¿verdad? –No -respondió Tita, asombrada de que le hubiera levantado la ley del silencio. -Entonces lo vas a tener que deshacer. Lo hilvanas, lo coses nuevamente y después vienes a que te lo revise. Para que recuerdes que el flojo y el mezquino andan doble su camino. -Pero eso es cuando uno se equivoca y usted misma dijo hace un momento que el mío era… -¿Vamos a empezar otra vez con la rebeldía? -Ya bastante tenías con la de haberte atrevido a coser rompiendo las reglas. -Perdóname, mami. No lo vuelvo a hacer. Tita logró con estas palabras calmar el enojo de Mamá Elena. Había puesto mucho cuidado en pronunciar el <<mami>> en el momento y con el tono adecuado. Mamá Elena opinaba que la palabra mamá sonaba despectiva, así que obligó a sus hijas desde niñas a utilizar la palabra <<mami>> cuando se dirigieran a ella. La única que se resistía o que pronunciaba la palabra con un tono inadecuado era Tita, motivo por el cual había recibido infinidad de bofetadas. ¡Pero qué bien lo había hecho en ese momento! Mamá Elena se sentía reconfortada con el pensamiento de que tal vez ya estaba logrando doblegar el carácter de la más pequeña de sus hijas. Pero desgraciadamente albergó esta esperanza por muy poco tiempo pues al día siguiente se presentó en casa Pedro Muzquiz acompañado de su señor padre con la intención de pedir la mano de Tita. Su presencia en la casa causó gran desconcierto. No esperaban su visita. Días antes, Tita le había mandado a Pedro un recado con el hermano de Nacha pidiéndole que desistiera de sus propósitos. Aquel juró que se lo había entregado a don Pedro, pero el caso es que ellos se presentaron en la casa. Mamá Elena los recibió en la sala, se comportó muy amable y les explicó la razón por la que Tita no se podía casar. -Claro, que si lo que le interesa es que Pedro se case, pongo a su consideración a mi hija Rosaura, solo dos años mayor que Tita, pero está plenamente disponible y preparada para el matrimonio… Al escuchar estas palabras, Chencha por poco tira encima de Mamá Elena la charola con café y galletas que había llevado a la sala para agasajar a don Pascual y a su hijo. Disculpándose, se retiró apresuradamente hacia la cocina, donde la estaban esperando Tita, Rosaura y Gertrudis para que les diera un informe detallado de lo que acontecía en la sala. Entró atropelladamente y todas suspendieron de inmediato sus labores para no perderse una sola de sus palabras”.

Pedro conoce a Tita en una reunión social y queda inmediatamente fascinado. Con la intención de pedir la mano de Tita, se presenta con su padre en su casa. Pero Mamá Elena les explica con detalles las razones por las que Tita no se puede casar y, como contraoferta, ofrece la mano de su hermana mayor, Rosaura. Con muchas dudas, Pedro termina aceptando con el fin de estar cerca de su amada Tita.

Como agua para chocolate está narrada desde la visión de la sobrina nieta de Tita, una joven que cuenta todo enmarcado en las recetas culinarias que preparaba su tía abuela Tita de la Garza. En 1992, fue llevada a la gran pantalla, de la mano del cineasta mexicano Alfonso Arau. 

“Cuando Tita estaba acabando de envolver las tortas que comerían al día siguiente, entró en la cocina Mamá Elena para informarles que había aceptado que Pedro se casara, pero con Rosaura. Al escuchar la confirmación de la noticia, Tita sintió como si el invierno le hubiera entrado al cuerpo de golpe y porrazo, era tal el frío y tan seco que le quemó las mejillas y se las puso rojas, rojas, como el color de las manzanas que tenía frente a ella. Este frío sobrecogedor la habría de acompañar por mucho tiempo sin que nada lo pudiera atenuar, ni tan siquiera cuando Nacha le contó lo que había escuchado cuando acompañaba a don Pascual Muzquiz y a su hijo hasta la entrada del rancho. Nacha caminaba por delante entre padre e hijo. Don Pascual y Pedro caminaban lentamente y hablaban en voz baja, reprimida por el enojo. -¿Por qué hiciste esto Pedro? Quedamos en ridículo aceptando la boda con Rosaura. ¿Dónde quedó pues el amor que le juraste a Tita? ¿Qué no tienes palabra? -Claro que la tengo, pero si a usted le negaran de una manera rotunda casarse con la mujer que ama y la única salida que le dejaran para estar cerca de ella fuera la de casarse con la hermana, ¿no tomaría la misma decisión que yo? Nacha no alcanzó a escuchar la respuesta porque el Pulque, el perro del rancho, salió corriendo, ladrándole a un conejo al que confundió con un gato. -Entonces ¿te vas a casar sin sentir amor? -No, papá, me caso sintiendo un inmenso e imperecedero amor por Tita. Las voces se hacían cada vez menos perceptibles pues eran apagadas por el ruido que hacían los zapatos al pisar las hojas secas. Fue extraño que Nacha, que para entonces estaba más sorda, dijera haber escuchado la conversación. Tita igual le agradeció que se lo hubiera contado, pero esto no modificó la actitud de frío respeto que desde entonces tomó para con Pedro. Dicen que el sordo no oye, pero compone. Tal vez Nacha sólo escuchó las palabras que todos callaron. Esa noche fue imposible que Tita conciliara el sueño, no sabía explicar qué sentía. Lástima que en aquella época no se hubieran descubierto los hoyos negros en el espacio porque entonces le hubiera sido muy fácil comprender que sentía un hoyo negro en medio del pecho, por donde se le colaba un frío infinito. Cada vez que cerraba los ojos podía revivir muy claramente las escenas de aquella noche de navidad, un año atrás, en que Pedro y su familia habían sido invitados por primera vez a cenar a su casa y el frío se le agudizaba. A pesar del tiempo transcurrido, ella podía recordar perfectamente los sonidos, los olores, el roce de su vestido nuevo sobre el piso recién encerado, la mirada de Pedro sobre sus hombros… ¡Esa mirada! Ella caminaba hacia la mesa llevando una charola con dulces de yemas de huevo cuando la sintió, ardiente, quemándole la piel. Giró la cabeza y sus ojos se encontraron con los de Pedro. En ese momento comprendió perfectamente lo que debía sentir la masa de un buñuelo al entrar en contacto con el aceite hirviendo. Era tan real la sensación de calor que invadía todo su cuerpo que ante el temor de que, como a un buñuelo, le empezaran a brotar burbujas por todo el cuerpo -la cara, el vientre, el corazón, los senos-, Tita no pudo sostener esa mirada y bajando la vista cruzó rápidamente el salón hasta el extremo opuesto, donde Gertrudis pedaleaba en la pianola el vals Ojos de juventud. Depositó la charola sobre una mesita de centro, tomó distraídamente una copa de licor de Noyó que encontró en su camino y se sentó junto a Paquita Lobo, vecina del rancho. El poner distancia entre Pedro y ella de nada sirvió, sentía la sangre correr abrasadoramente por sus venas. Un intenso rubor le cubrió las mejillas y por más esfuerzos que hizo no pudo encontrar un lugar donde posar su mirada. Paquita notó que algo raro le pasaba y mostrando gran preocupación le interrogó: -Qué rico está el licorcito, ¿verdad? -¿Mande usted? –Te veo muy distraída, Tita, ¿te sientes bien? –Sí, muchas gracias. -Ya tienes edad suficiente como para tomar un poco de licor en ocasiones especiales, pilluela, pero dime, ¿cuentas con la autorización de tu mamá para hacerlo? Porque te noto agitada y temblorosa –y añadió lastimeramente-, mejor ya no tomes, no vayas a dar un espectáculo. ¡Nada más eso le faltaba! Que Paquita Lobo pensara que estaba borracha. No podía permitir que le quedara la menor duda o se exponía a que fuera a llevarle el chisme a su mamá. El terror a su madre le hizo olvidarse por un momento de la presencia de Pedro y trató por todos los medios de convencer a Paquita de la lucidez de su pensamiento y de su agilidad mental. Platicó con ella de algunos chismes y bagatelas. Inclusive le proporcionó la receta del Noyó, que tanto la inquietaba. Este licor se fabrica poniendo cuatro onzas de almendras de albérchigo y media libra de almendras de albaricoque en una azumbre de agua, por veinticuatro horas, para que aflojen la piel, luego se pelan, se quebrantan y se ponen en infusión en dos azumbres de agua ardiente, por quince días. Después se procede a la destilación. Cuando se han desleído perfectamente dos libras y media de azúcar quebrantada en el agua se le añaden cuatro onzas de flor de naranja, se forma la mezcla y se filtra. Y para que no quedara ninguna duda referente a su edad física y mental, le recordó a Paquita, así como de refilón, que la equivalencia del azumbre es 2016 litros, ni más ni menos. Así que cuando Mamá Elena se acercó a ellas para preguntarle a Paquita si estaba bien atendida, esta entusiasta respondió. ¡Estoy perfectamente! Tienes unas hijas maravillosas. ¡Y su conversación es fascinante! Mamá Elena le ordenó a Tita que fuera a la cocina por unos bocadillos para repartir entre todos los presentes. Pedro, que es ese momento pasaba por ahí, no por casualidad, se ofreció a ayudarla. Tita caminaba apresuradamente hacia la cocina, sin pronunciar una sola palabra. La cercanía de Pedro la ponía muy nerviosa. Entró y se dirigió con rapidez a tomar una de las charolas con deliciosos bocadillos que esperaban pacientemente en la mesa de la cocina. Nunca olvidaría el roce accidental de sus manos cuando ambos trataron torpemente de tomar la misma charola al mismo tiempo. Fue entonces cuando Pedro le confesó su amor”.

Como agua para chocolate de Laura Esquivel es una novela con un verdadero guiso literario. Entre los diferentes aromas, vamos recorriendo la historia de encuentros y desencuentros entre Tita y Pedro, en un México convulsionado y violento. 

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(Imagen: Alejandra Rajal)

Sobre la autora

Laura Esquivel nació en Cuauhtémoc, Ciudad de México, el 30 de septiembre de 1950. Es escritora y política. Internacionalmente conocida por su obra Como agua para chocolate, publicada en 1989 y traducida en más de 30 idiomas. Desde 2015, es diputada federal por el Movimiento de Regeneración Nacional (Morena).

*Por Manuel Allasino para La tinta / Imagen de portada: fotograma Como agua para chocolate (1992). Dir. Alfonso Arau.

Palabras claves: Laura Esquivel, Novelas para leer

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